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Hombres


HOMBRES

26 de noviembre de 1939

La puerta de la habitación se abrió, dejando entrar una pequeña brisa. Magnus entró, con cautela y tratando de no hacer ningún movimiento acelerado o un ruido muy fuerte. Ramona estaba recostada en la cama, y el médico de pie junto a ella guardando sus cosas en su maleta.

—General Nolte, malas noticias...—le dijo el médico al ver a Magnus confundido y acercándose.

—¿Como está?—preguntó con una sensación de que nada estaba bien.

El médico tomo aire y negó con un meneo de cabeza.—Su esposa padece del síndrome del ovario poliquístico.

Magnus con la mente abatída y viendo a su mujer destrozada por dentro sin moverse, frunció el entrecejo y carraspeó su nariz.—¿Hay curá?

—Lo lamentó, General, temó que no. La medicina avanza muy lento, y con la guerra, los avances son nulos aparte de que esta es una enfermedad poco común.

Magnus caminó hacía Ramona, se puso en cuclillas y sin nada que decir, su mirada de tristeza lo decía todo.

—Déjame sola, Magnus.—pidió la mujer. Magnus le besó la frente, se puso de pie y juntó con él médico salierón de la alcoba.

—Magnus.—llamo con sutileza Fransizka al otro del corredor. Magnus con el ceño fruncido camino a ella.

—Hay alguien que quiere verte...

Destapo la botella nueva de vidrio de cognac, la olfateo y sirvió dos tragos, su invitado estaba sentado a sus espaldas en el escritorio.

Magnus tomo las copas y se dió vuelta.—Mi Coronel.

Tiel volteo y tomo la copa.—Gracias, General.

—¿Ya no me llamas más Magnus?—aclaró.

—Siento que... desde la última vez que pudimos hablar con franquesa, nos hemos puesto una barrera.

—Tonterias, Claudius.—alegó decaído.—De nada sirvio discutir. Al fin lo predecible sucedio.

Tiel noto a Magnus más melancólico de lo que se esperaba.—¿Todo esta bien? Le veo triste, General, puedo volver en otro momento si eso quiere...

—No.—aclaró.—Esta bien, estoy bien, solo un incombeniente. Pero mejor, dígame en que le ayudo.

—Es sencillo, General Nolte. Necesito su ayuda...

Magnus volteo los ojos y dejo su copa medía vacía sobre su escritorio.

—¡Cada vez son más los rebeldes, sin el apoyo del pueblo no podremos hacer nada, se nos estan saliendo de las manos!—demandó Tiel.

—Luce profesional, Claudius—respondío certero y camino hasta la ventana—, que yo tenga entendido su gabinete de trabajo támbien lo es, ¿y me dice que necesita mi ayuda?

—Sé que tuvo usted muchos tropiezos en el pasado, general, y si sé le perdono la vida y el puesto es por que lleva años sirviendo a la nación. Magnus, te lo pido como amigo.—inistía muy perceverante.

Magnus se dió vuelta y sacó de su gaveta una foto de él con Tiel durante la primera guerra.—Lo que le pasó a mi esposa y a mi hijo no fue un accidente, ni mucho menos. Soy un hombre nuevo, Claudius, un hombre que ha decidido no formar parte de todo este infierno que se vive hoy en Alemania por respeto a la memoria de mis caídos.

—Tu dijiste que eso era el pasado...

—No traduzca el pasado como el olvido.—renegó tensando su quijada.—Yo no olvido. Los recuerdos más polvosos de mi vida han sido pura agonía, y no olvido ni un maldito segundo de esos momentos.

—Entonces esta claro. No me ayudará.

—¿Usted me ayudo a mi?

Claudius se levanto de su silla.—¿Esta resentido?

—Usted solo hacía su trabajo. Su trabajo como Comandante, no cómo amigo. Y le rechazo la oferta como amigo.

—¿Evade sus resposabilidades?

—Mi responsabilidad no es apoyarlo ya que usted no es mi jefe. Lo siento, Coronel, no puedo hacerlo.

Magnus caminó a la puerta, la abrió por Tiel y el se fue sin decir una palabra más. En el camino se cruzó con Fransizka y alcanzo al doctor irse, Claudius alzo su vista una vez afuera y Magnus le miraba desde la ventana del despacho dónde lo resivió. Tiel abordo su auto y se fue.

10 de noviembre de 1917

Kobarid, actual Eslovenia.

Batalla de Caporetto.

Una ráfaga de balas se hacia sonar en el aire, bombas de cañón se escuchaban retumbar en el suelo, los feroces obús alemanes abrían paso entre los enemigos mientras los soldados británicos resistían a las bajas. Soldados muertos eran regados por todo el campo de batalla.

—¡Coronel, ya perdimos muchos hombres!—gritaba la mano derecha del teniente con una bala en el brazo pero sin decaer.

Tiel se escudó tras una barda que estaba por caer, miró su reloj de bolsillo y lo apretó en su puño.—¡Avancen! ¡¡Avancen y no teman!!—ordenó blandiendo su arma.

Disparo tras disparó, la victoria tocaba a la puerta de los alemanes, era imparable, el resultado ya estaba prolongado desde ver al primer italiano caer al suelo, las balas no pararán hasta tener el dominio total.

—¡Vamos, Finn, vamos!—exigía Magnus a su amigo herido tras un murallón que caía en pedazos mientras era atacado—¡carajo, Finn, levántate!

Tiel llegó, tomo a Magnus del brazo y lo hizo levantarse.—¡No pierdas el tiempo, soldado! ¡No pierdas el bendito tiempo!

Magnus se armó de valor, asintió y siguió con el tiroteo. Lo italianos se reunieron unánimes, cada vez eran menos, tiro del gancho de una granada activa y la arrogó, más de una docena de soldados italianos salieron volando por el aire. La honda de choque lo hizo caer de espaldas, perdiendo la conciencia cayó desmayado.

***

Tenia la vista nublada, parpadeo vareas veces para poder distinguir al hombre y al joven que esperaban su despertar junto a su cama.

—¿Qué pasó, dónde estoy?—preguntó con fatiga.

Tiel abrió un estuche, dentro de él, la insignia de Mayor General brillaba frente a sus ojos.—Te lo mereces, hijo.

—Coronel...

—Por favor. No me he equivocado contigo, General Nolte.—insistía con orgullo—Eres como el hijo que siempre quise tener.

Estrecharon sus manos, Finn Cordes cargaba con muletas y también trono sus palmas con su amigo, que aún mal herido y muy fatigado en cama, recibió con orgullo las insignias.

—Tu padre estaría muy orgulloso, Magnus, es hora de ir a casa—musitaba Finn, se puso en firmes y le dio una reverencia—, General Nolte.

Tiel tenía una última sorpresa, chasqueo los dedos y Finn cojeo un poco y le entrego una cajita forrada junto con un documento de conmemoración en las manos del Comandante. Tiel abrió la caja y sacó de ella la Medalla de herido en negro. Entre sus dedos la apretó y la puso sobre el pecho de Magnus.

—Mayor General Magnus Nolte.

03 de mayo de 1941

Viena

En algún valle lejano del centro a Viena, a unos pocos kilómetros del río se encontraba la tan antigua mansión de La Venus. Se decía que era ahí dónde condes de la época pasaban sus vacaciones por al menos una semana pero eran simples mitos; la decoración, los tapices y las reliquias parecían muy modernos para tales historias.

El matrimonio Nolte llego hasta el portón de acero lindante a la carretera. Los centinelas las abrieron frente a ellos y comenzaron a caminar por el camino de piedra hacía la entrada a la mansión. Había jardineros que podaban y regaban el césped y arbustos; jardineros con trajes a rayas muy harapientos. Ramona cruzó su brazo con el de Magnus y siguieron su camino sin mirar mas a los alrededores, debían ser temples, estaban en una zona muy peligrosa. Era más preciosa de cerca, de fachada crema, ventanas de todos los tamaños distribuidas por los cuatro niveles de la casa, el tejado era de un rosa pastel muy lindo para el gusto de los Nolte; una chimenea a un costado de la casa y tras ella se asomaba una torre también color crema y con la cúspide rosa.

Se les invitó a pasar y apenas pudieron observar el recibidor cuándo un secretario de Stumpf los arribo y acompaño hasta la sala de juntas que estaba consiguiente. Los hizo sentarse, les invito de beber y los invitó a esperar al señor Stumpf, que acostumbrada a hacer esperar para una especie de misterio.

Se sentaron juntos, hombro con hombro. Se oía el tictac del reloj de péndulo al fondo del comedor, veían los detalles del salón, las vitrinas, los cuadros, la mesa, sus sillas, el candelabro de araña sobre ellos y el enorme reloj.

—Buenas tardes.—saludo un sujeto en gala de baja estatura. Dejo su portafolio y hojas sueltas sobre la mesa y se sentó.—Siento la espera.

—No es nada... —interrumpió altanero Magnus.—Gottfried.

El sujeto tenía una muy insoportable gran sonrisa que se negaba a desaparecer entre cada oración que decía.—Supervisor Stumpf me gusta más, pero como quiera, eh... Magnus.—trono sus labios tras un silencio.—Hace tiempo; no me dejará mentir, recibió la visita de mi ex jefe ahora compañero de trabajo, Coronel General Claudius Tiel.

—Si.—el sujeto abrió su gran boca pero Magnus le robo la palabra.—Y, espero que también haya mencionado que no tengo intención de involucrarme en esta... guerra.

—Es precisamente eso lo que nos preocupa, General.—finjo agonía casi tensando sus dientes.—Vengo en representación de la Oficina Central del Reich. General, si usted... persiste en rechazar esta segunda y última llamada, tengo todo el poder de escribir una responsiva a la Oficina dónde pondré sus palabras de rechazo e inmediatamente usted será tomado como un desertor.—hizo énfasis en aquella última palabra.

—¿Desertor? —escupió indignado. —Que dice, ni siquiera estoy enlistado, no veo como se puede desertor a alguien que ni siquiera esta en las filas.

—Su servicio para este país no ha concluido, General. El compromiso con la patria es para toda la vida. Como el matrimonio, o la paternidad: nada acaba hasta que se acaba.

—No me hable a mi de paternidad ni de matrimonio, Stumpf.

—No se desvíe, Magnus.—dijo con presunción. —Estoy siendo muy claro con usted. Mi trabajo es informarle lo que debe saber y eso hago.

Magnus miró a Ramona. Ella tenía la vista neutra, ella confiaba en él, confiaba en que haría lo correcto, pero lo correcto no es siempre lo mejor, eran palabras que Humbert Erdmann dijo una vez.

—¿Si no acepto, sería... traición?

—Esa es una palabra muy fuerte, fuerte enserio pero... si. Sería traición. Y usted bien sabe, que los traidores nunca acaban bien. Si no me cree... pregúntele a su cuñada.

Ramona abrió los ojos y quedó helada. Magnus cerro su ceño.—¿Mi cuñada? ¿De que habla?

Stumpf abrió su portafolio de piel marrón y husmeo en ella con sus delgados y frágiles dedos hasta sacar de un tirón un papel.—Aquí esta.—exclamo y lo acomodo para leerlo.—Lo leeré para ustedes. "Por este medio. Autorizo la clausura permanente del Hotel Albergue Weisse Rosen ubicado en Hernals, Viena; cuya administradora es Fransizka Klaine. La clausura perdurará hasta que se haga una investigación exhaustiva por autoridades competentes y sean descartadas las actividades ilícitas denunciadas por la se procedió a su clausura.

Firmado por Lucian Brutus Vautours, alcalde de Hernals; el supervisor interino, Gottfried Horst Stumpf. Y la SS".

Stumpf termino de leer, respiró hondo, bajo la hoja para ver las caras devastadas del matrimonio Nolte.—¿Alguna duda?—preguntó cínico con su gran sonrisa.

—Vámonos ya, Magnus.—dijo Ramona asustada.

—¡En estos momentos, Lucian Vautours esta atendiendo a Fransizka Klaine personalmente! Debo insistir, General Nolte. No abra mas visitas como estas, si no acepta, la mucha empatía que le queda al Führer se acabará, y la estima que el Coronel Tiel le guarda no lo ayudara... otra vez

—Ya, Magnus.—insistía Ramona que se levanto de su silla. Magnus no lo hizo.

Stumpf engrando su sonrisa.—Sabía que haría lo correcto. Solo le falto... un empujón.—empujo con sus dedos un papel de vacantes de trabajo hasta el alcance de Magnus.

Nolte le apretó la muñeca cuándo la tuvo muy cerca.—Se esta tomando su sencillo papel de ser un simple supervisor muy enserio, Gottfried.—protestó apretándolo.

—Yo obedezco.—seguía sonriendo ignorando el dolor en su mano entumecida.—Y soy feliz haciéndolo. Usted debería hacer lo mismo... si quiere vivir feliz.

Magnus lo soltó. Gottfried alzo su mano y sobo su muñeca.

—Esos son puestos sugeridos para usted. Piénselo, y envíe la solicitud. Para su buena suerte, ninguna será rechazada.

[...]

El prototipo a escala de las esferas de Newton golpeaban en la silenciosa oficina del alcalde, Lucian Vautours se sentía tan grande en su oficina, con lujosos muebles y decoraciones. Las cuatro personas al rededor del escritorio se miraban con diferentes emociones en sus ojos.

—Creo que al fin has obtenido todo lo que querías, Lucian.—aseveró Klaine. Contemplando la enorme oficina.

—Fransizka. No venimos a hablar de mi, nos llevaría horas.

Ella sonrió burlona.—Apuesto que sí.

—Estamos aquí, para poner sobre la mesa, el embrollo en el que te has metido.

—Sabes muy bien que no hago nada malo.—insistía con frustración.

El alcalde suspiró.—Claro que lo sabes. Los locales han reportado noticias alarmantes.

—¿Qué clase de noticias?

—Judíos merodeando por el pueblo—apuntó a ella y luego presiono su yema sobre el escritorio—, y tu hotel, es el árbol con sombra dónde se ocultan todos esos perros.

Inconforme volteo a ver al inspector que solo escuchaba parado junto al aparador.—¿Esta de acuerdo con todo esto?—solo bajo la mirada y ella la desvío a la mujer del otro lado—¿y usted, señora?

Miró de reojo a Lucian y tampoco respondió.

—¡Se agradecida, Fransizka!—exclamó con un extraño entusiasmo.— Da gracias a que estoy siendo un poco razonable con su situación. ¿Ha visto como trabajan los nazis?—chasqueó tres veces los dedos— En menos de esto, su hotel ya estaría en los suelos, y juntó con él usted, su hermana, el General que tienen con ustedes y todas las ratas que tienen escondidas. Que apropósito—alzo el dedo a la altura de su cara—, le sugiero que los eche pronto por que en cualquier momento el inspector...—señalo a Erdmann un hombre castaño de cabello ondulado y un poco largo. Cara áspera y ojos pequeños color avellana, magnificado por la luz de una ventana que le golpeaba de perfil, a su figura alta y delgada.

—...puede ir a inspeccionarlo, y no irá solo; no es por desconfío pero nunca se es muy precavido, irán con él soldados leales recién llegado de Gestapo.

—Siempre te has querido lucir con la gente que menos te desea, Lucian. Tu relación con los nazis no significa nada. No te soportan más de lo que te soportan todos aquí.

—Uyuy, Fransizka, no, no. No en mi oficina. Ni en ninguna otra parte; se nota que estás furiosa pero no me interesa. Yo solo te informo, agradece que lo hago.

—Oh si, yo estoy agradecida con tu maldita bondad, Lucian, por favor no seas patético.

—Una grosería más y te largas directo al agujero donde pertenecen las personas como tú.

—¡Quiero ver que lo hagas!

Las emociones en la oficina se dispararon.

—¡Fue suficiente!—exclamo Vautours.—Saldrá inmediatamente de mi oficina. La próxima vez que la vea, señorita Klaine, espero sea mas amable. Tan amable como lo estoy siendo yo con usted.

Tomo la campanilla a su lado y la hizo sonar. Un hombre se asomó.

—Señor Naubert. Podría acompañar a la señorita Klaine a la salida.

Naubert intentó tomarla del brazo y ella lo ladeo. Se levantó, cruzó miradas con todos y se fue.

Erdmann dio dos pasos enfrente.—Yo.. voy...—Lucian lo lanzó fuera con un meneo de dedo y también se fue, Vautours también hecho al notario.

La mujer se puso frente al escritorio.—Yo me hospede en su hotel.—susurró.

—Isabelle, Isabelle ¡No empecemos con lo mismo de nuevo, Isabelle!

—Conocí a sus padres, a Fransizka, a su hermana. Yo me hospede con ellos.

—¿Y sabes que tipo de gente duerme allí también?—alegó.

—¿Sabes con que tipo de gente duermes tú?—demandó y se hizo un silencio—Si lo que quieres es austeridad, justicia y tener una buena imagen allá con los nazis, ¡empieza ahora, por que no vas y me entregas, o mejor aún, voy yo misma y me entrego!

—¡No cometas esa equivocación, mujer!—exaltó Lucian levantándose con violencia de su silla con intenciones de agredir a Isabelle.—¡Eres mi esposa! ¡Te salve tú miserable vida, te di mi apellido y un nombre! ¡Por todo lo bueno, que debo hacer para que me respetes!

Isabelle negó con los ojos lagrimados. Apretó sus labios y los abrió despacio.—Hazlo Lucian. Ese hotel no significa nada. Ellos ni siquiera están enterados, ¿o sí? A tu pecho le falta un corazón, y a tu existencia un rastro de cariño. Por todo lo bueno, Lucian... cambia.

Lucian volvió a sentarse y se peino su cabello con una sola mano.—Llegue aquí... sin un corazón en mi pecho, en tu opinión. Ese mismo vacío me conducirá más arriba, y ya no oiré mas quejas cuándo eso pase.

Isabelle carraspeo su nariz. Le dio la espalda cruzada de brazos y se fue muy serena pero abatida.

07 de mayo de 1941

Magnus llegó a Varsovia, el jefe de los vigías lo mandó a la misma zona de los fusilamientos. Camino por las calles del gueto, su respiración era fuerte y sus latidos se escuchaban golpear su pecho una y otra vez, el hedor de las calles golpea bruscamente su nariz y sus ojos lloraban lágrimas pequeñas llenas de dolor. Como un eco, una lluvia de balas de hizo sonar, seguida de gritos y escuchaba claramente cuerpos caer dormidos al suelo, Magnus no soporto y entro a un pasillo a vomitar.

—¿Asqueroso no?—le dijo una mujer polaca en cuclillas ante un enfermo de la calle.

—El hedor... como pueden vivir así.

—Esto no se trata de vivir, si no de sobrevivir. Son dos cosas completamente diferentes.

La mujer cerró su botiquín y se levanto de atender al herido.

—Pero, cómo pueden sobrevivir rodeados de esta mierda.

—Se adaptará, créame.—la mujer de aspecto estricto encaro a Magnus.—Mientras menos atención le ponga al hedor, más rápido se ira. ¿Y a usted que le importa que la gente viva en esa mierda? No se ven tan consternado.

—Créame que lo estoy.—respondió frunciendo el ceño.—¿Cuál es su nombre?

—Disculpé.—respondió confundida.

—Si. Su nombre, ¿enfermera...?

—Gawrys, Alma Gawrys. Solo estoy aquí para curar tifus, no sirvo para otra cosa. ¿Usted es soldado, o vigía?

—Am. Ambos.—respondió portándose ya nervioso—pero tengo otro objetivo.

—¿A si? Yo también.

Ambos cruzaron miradas, en sus ojos sabían que querían lo mismo que el otro.—¿Sabe polaco?—le preguntó la mujer.

—Sí.—contestó.

—Escuche señor.—le dijo en polaco—yo estoy aquí no por casualidad, estoy aquí porque amo a los míos y a lo que no, en mi hay algo que desea ayudarlos; hice esa promesa al ángel.—Alma término y le hablo esta vez en alemán como desde el principio—espero haya entendido, General Nolte.

Gawrys se levantó y caminó hasta la calle, Magnus corrió tras ella.—¡Señorita espere!, quiero ayudarla.—le dijo en polaco.

—General, no tengo la certeza de que usted sea un hombre de fiar...

—Mi ex esposa y mi hijo murieron por tener sangre judía. Y yo les prometí antes de su muerte... que salvaría a los suyos.

—Tenemos un consejo para ayudar a los judíos. Sendler encabeza el movimiento, le pido sea discreto.—le dijo ella polaco y en tono bajo.—El Zegota, este es el único lugar donde puede hacer algo por los suyos, pero es General, un hombre de lealtad hacía el Reich, tiene que tener más cuidado.

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