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Gloria

GLORIA

20 de noviembre de 1917

Berlín

En todo el camino, apenas y le dirigió la palabra al comandante Tiel. Compartieron auto, tren y luego otro auto y las conversaciones eran mínimas. No lo iba a decir en voz alta, pero Magnus se sentía contento por respirar de nuevo el aire de Berlín: sentir el bochorno, escuchar el gentío y el tráfico. Cualquier sonido era mejor que el de los obús, y cualquier luz mejor que la de los lanzallamas a media noche. El auto se acercaba sin posibilidad retorno a Leberstrasse 20.

—Quiero agradecerle.—pronunció Magnus.

El comandante Tiel giró su cabeza para verlo. El chico tenía la mirada al frente.

—Por todo, comandante.—prosiguió.—Fue... fue de gran ayuda.

Tiel asintió.—Mayor Nolte.—le tomó el hombro.—Hizo un servicio ejemplar. Debería sentirse muy orgulloso, yo lo estoy por usted.

Nolte asintió, soportando la emoción. El auto se aparco fuera de la entrada, Tiel admiro la fachada: «familia de ricos», pensó.

—Aquí es.—anunció Magnus. Con la mano en la manija de la puerta.

—Vamos.—apresuró Tiel, él bajo del auto de inmediato.

Nolte estaba asustando. No pensaba en volver a casa tan pronto. Tenía miedo por la reacción de su madre, de sus abuelos. Las cosas habían cambiado para familia Nolte en esos meses, pero Magnus sospechaba que no para bien. Tiel abrió su puerta por él. Magnus bajo con su maleta, se puso su gorra y admiro la casa que abandono hacía meses con sus miedos y anhelos bajo llave en alguna de las habitaciones. Sylvia Nolte salió de la casa, Magus la observó de inmediato y sus miradas se cruzaron. Sylvia bajo dió un paso, su niño ya no era más un niño: era increíble lo mucho que había crecido. Admirada, temerosa de confundir ese momento y despertar para descubrir que solo fue un sueño, camino hacía su hijo. Nolte bajo la maleta a sus pies, y Sylvia le tomó el rostro, con las manos temblando.

—Mi niño...—susurró la mujer con la voz tremulosa.

Magnus asintió, y contuvo dentro de sus párpados, las saladas lágrimas que peleaba por no soltar.—He vuelto a casa, mamá.—dijo.

Sylvia lo abrazo y Magnus le correspondió el abrazo. Sus abuelos salieron también de la casa.

—¿Es Magnus?—preguntó Felix Nolte.

—Así es, señor.—respondió el comandante Tiel.

—Oh...—el hombre le extendió la mano derecha al comandante.—Felix Nolte.

—Comandante Claudius Tiel.—se presentó estrechando su mano.

—Mathilde Nolte.—saludó también la señora Nolte.

Claudius estrechó la mano de la mujer también.

—Bienvenido a casa, hijo.—le dijo Sylvia a Magnus.

Se separaron del abrazo y Sylvia le limpió las lágrimas a su hijo.

—Vayamos adentro. Justo estábamos preparando el almuerzo.

Magnus asintió.—Si, mamá. Extraño tanto la comida de aquí...—decía Magnus mientras se acercaban juntos a la entrada, para reunirse con el resto.

—¿Que tienen de malo las verduras hervidas del campamento?—preguntó Tiel.

Magnus sonrió.—¿No quiere comida de verdad, comandante?

—¡Muy buena idea, Magnus! ¿no quiere pasar, comandante? Tenemos más sillas y platos para ofrecerle.—invitó Mathilde.

Tiel rechazó con amabilidad.—Son muy gentiles. Pero no puedo, tengo otros deberes en la ciudad y no puedo retrasarme.

—Entonces... es la despedida, mi comandante.—sugirió Magnus.

Tiel asintió.—Espero no verlo en mucho tiempo, mayor Nolte.

—¿"Mayor Nolte"?—repitió Felix.

Tiel asintió.—El Mayor general Magnus Nolte vuelve a casa bajo circunstancias especiales.—notificó Tiel.—Procuren que no siga cometiendo actos impulsivos que puedan malentenderse. Es un hombre muy fuerte y valiente el que tienen, familia Nolte. Y tiene mucho que aprender todavía, pero no allá. Su lugar es aquí por el momento, mayor Nolte.—se dirigió a Nolte.

Magnus se despidió como es debido, con el saludo marcial. Tiel lo imitó taconeando sus botas, y dió luego media vuelta para subir al auto y retirarse. Magnus volvió a su familia y todos estaban conmovidos y con tantas preguntas.

—¿Mayor Nolte?—repitió Felix.—Sigo sin creerlo, ¿como fue posible?

—Magnus, hijo, tienes que contarnos todo.—dijo Mathilde, emocionada.

—Cuándo estes listo, por supuesto, hijo.—intervino Sylvia.—Mientras, vamos a que descanses, debió ser un largo viaje.

—Si, a decir verdad si, un poco.—respondió Magnus sintiéndose abochornado.

—¿Que te parece si llamo a Helga Unger, y que venga a cenar más tarde? Se va a poner muy contenta cuándo se entere que estas de regreso.

«Helga», otra de las personas que se aparecían en sus fantasías antes de dormir y mientras soñaba, tumbado en un catre o en una manta sobre el suelo. Con nada más que verduras hervidas, pollo en conserva y temores y dudas en su estómago. Nolte sonrió muy evidente y asintió.

—Me encantaría verle.—respondió.—Me alegra estar de vuelta.

—Y a nosotros más, hijo.—respondió Sylvia.

Le beso la frente a su hijo y caminaron todos hacía la casa, para ponerse cómodos, almorzar, y luego dejar que Magnus descansara para recibir a su amada Helga tan pronto el sol se ocultara.

10 de junio de 1941

Su mirada seguía vacía y su mente distante. No dejaba de recordar tan fatal tarde, una que le había quitado el sueño. Se encontraba en el auto de Erdmann, en el asiento del copiloto, mirando por la ventana sin darle la cara a Erdmann, con la mano en su barbilla y la cabeza ligeramente hacía atrás.

—Lucian si murió.—dijo Humbert con un silencioso tono de voz.

Fransizka se afligió, su mente estaba llena de culpa.

Humbert puso sus manos al volante y lo apretó .—Lograron salvar a Isabelle. En lo cabe, esta bien.

Llevo su vista a Erdmann con el ceño fruncido.—¿En lo que cabe? ¿A que te refieres?

—No podrá volver a caminar.

—N-no...—lloraba entre dientes. No resistió más y comenzó a llorar cubriendo su cara con sus puños y pegando su cabeza a la ventana del auto.—N-no quería esto. Que estúpida fui...

—Fransizka, nadie pensó que las cosas resultarían de este modo.

—¿¡Y que pasará conmigo!?—pregunto exaltada.—¿Humbert?

Humbert bajo las manos y volteo a verla, en su mirada había calma, una muy rara, una muy perceptible, una que Fransizka no podía entender.—¿A ti? A ti no te pasara nada. Estas absuelta.

—¿Cómo esperas que te crea?—renegó.—Fue por mí que todo esto paso. Fui yo quién organizo, ¡Habla con la verdad!

—¡La mitad de los protestantes si eran desleales! Los arrestaron a todos. Los llevarán a la estación y luego a Alemania para Dios sabe que clase de cosas les han de hacer.

—No creo Dios este enterado de todo el infierno que les hacen vivir.

—¿Qué tanto sabes, Fransizka?

—Demasiado.

—Más te vale no hablar de más o de verdad que no habrá quién te cubra ahora.

—¿Qué me cubra? ¡Me vuelves loca con tu discreción, Humbert!

—Los desleales testificaron que tu no tuviste nada que ver. Que solo eras otra del montón. Una ciudadana afectada por el cierre del comedor que Vautours clausuro deliberadamente, eso fue... lo que dijeron. Dos o tres que discreparon pero, fueron más los buenos. Te salvaron, Fransizka.

—¡Y-yo los arruine!—lamento con la voz entrecortada.—Santo Dios, Humbert que voy a hacer. ¿Deberé compensarlo con Isabelle?

—No creo que eso sea posible.

—¿Y porqué no? ¿Acaso ya no me quiere cerca? Dímelo, lo entenderé.

Humbert paso saliva y suspiró.—No es eso. Isabelle también será deportada a Alemania.

La mirada de Klaine expresó auténtica alarma.—¿En calidad de qué?

—De una judía, una judía polaca. Isabelle, huyo de Alemania luego de la Noche de los cristales, llegó herida a un hospital de Viena. Para su mala suerte, fue a ese mismo hospital al que la llevaron para rescatarla de la bala que hirió su cadera. Un doctor la reconoció. Su nombre no es Isabelle, si no un nombre y un apellido polaco. Obviamente la sometieron a investigación, todo en base a Fátima Meerhof, su verdadero nombre, y se descubrió lo impredecible; es una polaca de orígenes judíos. Cuándo sea dada de alta irá directo a un vagón hacía Alemania.

—Arruiné su vida...—susurro.

—No, Fransizka, Isabelle no era feliz. Creemos que Lucian aprovecho su puesto en el Ayuntamiento de Viena para modificar sus papeles y nacionalizarla a escondidas.

—¿Cómo es que un ser tan egoísta y sin corazón cómo Lucian tendría latidos para hacer algo así?

—Lucian solo necesitaba a alguien más que le recordara lo inalcanzable y supremo que era. Y quien mejor que una perseguida cuya vida le fue salvada por él. Isabelle no tenía otra forma para agradecer que con su silencio y su compañía.

Fransizka carraspeo su nariz volvió su vista afuera.—¿Crees que... Me dejen verla?

—No, Fransizka. No lo permitirán. Lo siento.

Cerro sus ojos y dejo escurrir la lagrima por su mejilla. Sentía sus hombros pesados y la cabeza estaba por reventar. Su corazón estaba lleno de remordimiento pero sus manos estaban atadas cómo para intentar remediar lo irremediable.

—¿Quieres ir al hotel?—le preguntó Erdmann. Fransizka asintió y Humbert lo puso en marcha y se dirigieron hasta el hotel.

En menos de veinte minutos, el coche verde de Erdmann se aparcó fuera del hotel. Fransizka lo contemplo mientras soldados del ejercito merodeaban por todo el jardín y entraban y salían del edificio.

—¿Que hacen? Ya no tienen nada que hacer aquí.—sentenció en voz alta solo para ella y Erdmann.

—Les diré que se vayan.—aseguró Erdmann.

Fransizka volteó su rostro para verlo a los ojos y noto que él también la veía a ella, con una mirada tierna o hasta encantada.

—No sé como agradecerte.—dijo.— Humbert.

—No lo hagas.—repuso.— Somos amigos, Fransizka, eso hacen... los amigos.

—Supongo que si.—respondió con la voz quebrada. Estaba segura que lloraría.— ¿Quieres entrar?

Humbert tomo la mano de la mujer y la apretó.—Fransizka... voy a irme.—confesó.— Me ofrecieron un empleo, un buen puesto...

—¿Para ellos, no es cierto?—preguntó áspera.— Trabajaras para ellos.

Humbert bajo la cabeza, como si le avergonzara, pero no lo hacía, en realidad lo llenaba de orgullo.—Es lo mejor. Lo medite y es lo mejor.

Fransizka asintió nuevamente.—Pues entonces, adiós Humbert. Cuídate mucho.

—Cuídate tú también, Franz.

—Gracias por traerme.

Fransizka no espero a que Humbert dijera alguna otra cosa, abrió la puerta, bajo del auto y cerró la puerta al descender. No miro hacía atrás mientras caminaba sobre el sendero y atravesaba la verja, no lo hizo estando ya cerca del portico y no lo hizo cuándo entro al edificio. Humbert espero a que la mujer volviera su vista hacía su auto para verle el
rostro una vez más pero no sucedió, así que cuando ella desaprecio dentro de los muros del hotel, arrancó el auto y se fue.

Fransizka entonces, pasando unos segundos después de entrar, se acercó a los ventanales junto a la principal y para su mala suerte, el auto verde de Humbert ya no estaba.

—Franz.— escuchó una voz masculina provenir del fondo del recibidor.

Fransizka volteó, no supo porque pero por un segundo se imagino que era Humbert, pero en realidad era Noah Winkler, un ex soldado que había perdido la vista temporalmente y fue atendido por Klaine durante su recuperación en el hotel.

—¿Noah?—preguntó asombrada al verlo sin el vendaje en sus ojos y de mejor estado.—¡Mírate, estas mucho mejor!—que maravillosa noticia. El rostro se le iluminó de una sonrisa y corrió para abrazar al alto hombre.

Noah Winkler correspondió al abrazo y se quedaron fundidos en el por varios segundos.

Su hotel volvió a operar.

29 de diciembre de 1941

El orador gritaba sin cuidado por sus cuerdas vocales o los tímpanos de su público, caminaba de un lado a otro, dominado por la ira. Sus cabellos lacios y rubios se mecían sobre su cabeza al mismo son de sus calzadas.

—¡Una apestosa organización hecha por gente apestosa! ¿¡Es eso lo que queremos dejar de legado, eh!?

—Con todo respeto, comandante Kopp—interrumpió Tiel de pie en el rincón de la habitación—, no le parece que se esta precipitando con sus teorías y soluciones.

El comandante sonrío apático.—Coronel Tiel, que placer verlo por aquí, creí que ya se había jubilado...—expresaba con cinismo mientras caminaba entre una de las filas hacia el—, pero dígame usted; que debo de hacer entonces con esos generales traidores, enfermeras traidoras, soldados falsos, guardias comprados.—demandaba alzando su tono de voz.

—Coronel...

—¡No me haga dudar...!—interrumpió histérico—de sus años, de trabajo, Claudius; esto va más allá, de lo que hemos forjado.—enfatizo cerrando sus puños y regresando a su plataforma—Va en contra, de todo lo que hemos peleado.

—No le estoy entendiendo.

—Entonces cállese y escúcheme.—exigió bajando su tono.

Sobrio, Tiel asintió.—Niños judíos. ¡Han estado, sacando malditos niños judíos en nuestras narices!—gritó—¿saben ustedes que significa eso?

Nadie respondió. Solo escuchaban intimidados.—Se están burlando de nosotros, se limpian el culo con nuestra bandera—demando estrujando el estandarte nazi juntó al púlpito—¡Se burlan y hacen de las suyas, que vergüenza! Pero que agallas. Esto es lo que harán. Las enfermeras, las perras listas, alegan que los niños que sacan en cajas de madera están muertos, son astutas las hijas de puta.

—¿Cómo sabe usted eso?—preguntó Magnus dejando a un lado su nerviosismo.

—General.—tenso su quijada pues Hagen Kopp, detestaba ser interrumpido.—Cuándo esos camiones se acercan a la salida. Y les afirmen que los niños que llevan están muertos, quiero que llenen de plomo esas cajas—exigió con detalle y frunciendo su ceño—, y si las enfermeras se resisten... mátenlas a ellas también. ¿Quedo claro?

La sangre se heló en las venas de Magnus, creaba en su mente la escena tan sanguinaria que se le ocurría. Volvía en si, tenía al orador viendo a la cara; él guardaba sus manos tras su espalda baja, tenía una cara blanca de parpados gruesos, y ancha, ojos profundos color azul bajo la escaza sombra de unas nulas cejas pálidas. Una cabellera rubia arruinada por el constante uso de un bombín púrpura.

—¿Quedó claro, General Nolte?

Asintió.

Hacía guardia al otro lado de la pared del orfanato de Janusz Korczak, dentro de la estructura Alma Gawrys equipaba los medicamentos para adormecer a los niños.

—¡Maldita sea, Magnus, te das cuenta!—aludió exaltada por la orden que le dio a conocer Magnus.—A este paso ya no podemos trabajar.

—Estamos en zona de riesgo... aquella mujer tiene ideas muy buenas, deberías de tomarlas. Kopp hablo muy enserio.

—Lo que no queremos es llamar la atención... ¿y que, te dio miedo?—alegaba hablándole por la rendija y él dándole la espalda—¿Nos delataras?

La miró de reojo.—Sabes que no, Alma. me hundiría yo también.

Rio sin ganas.—¿Por quien nos tomas? No somos como los tuyos de egoístas... si te vas a salir de esto, hazlo ya. Pero mantente callado, por Helga y por Jürgen...

Se fue, dejando a Magnus con una espina en su suela... una espina que podía quebrase en algún momento.

—¡Señor Kopp!—le llamó al orador, que vigilaba personalmente la salida.

Magnus se acerco a la puerta de salida dónde él estaba.

—Magnus—devolvía el saludo con simpleza.—¿Qué se te ofrece? ¿Quedaste con dudas?

—Hagen, no somos amigos. Tengo un puesto, y un rango.

Kopp sonrió y lo encaro, armándose de un valor que no tenía.—General. ¿Algo no quedo claro? ¿Necesita que le repitan las cosas?

—Se le ve cansado, por que no se va a descansar, yo lo cubro.

—¿Esta seguro?—preguntó confuso.

—Claro.—insistió—Y... no es una sugerencia, Kopp, es una orden.

Kopp aceptó nervioso.—Sigo al mando por aquí, Magnus, este no es tu campo. Solo por hoy.—susurró.—Obedezcan al General—le dijo a los soldados.— Y mucho cuidado, Magnus, manténgase alerta.

A los minutos un camión de la enfermería se acercaba a una velocidad muy lenta. Juntó al camión, curiosamente a la misma distancia y velocidad venían dos enfermeras; Alma entre ellas.

Magnus detuvo el camión. Se detuvo, un escalofrío recorrió a ambas enfermeras.

—¿Qué llevan ahí?—se dirigió a Alma.

Fingió no conocerlo y se torno con miedo.—Niños... fallecidos, General

—¿Muertos?

—Todos ellos.—afirmó.

—¿Le importa, si lo averiguo?

Alma lo miró a los ojos, y miro su mano con la que sostenía su fusto, Magnus abrió y cerró su puño; entendió la estrategia.

Alma se hizo a un lado y Magnus empezó a caminar lentamente, casi arrastrando los pies por la silueta del camión mirando de reojo a Alma que tenía la palma de su mano abierta con su pulgar tocando el centro.

Se le escuchaba respirar, se sentía su miedo y se olía su angustia.

Cerro el puño. Magnus se detuvo.

Se dio media vuelta hacía una de las cajas; la abrió con cuidado; un niño de no menos de cinco años dormía incómodo dentro. Suspiro.

—¡Tú, confírmalo!

El soldado le tomó el pulso al niño.—Esta muerto.

Magnus se acomodó sus guantes y cerró la caja. Se acercó a Alma.—Pueden irse.

—Señor, no sería mas prudente...—sugería el soldado pero Magnus no prestaba interés—revisarlos a todos.

Se dio vuelta.—¿Me va a decir como debo hacer mi trabajo soldado?—preguntó con un frío tono de voz. El soldado negó.

—Lárguense. Llévense a estos niños de aquí, antes de que apesten más de lo normal.

Fingía muy bien. Alma asintió, subió al camión con la otra enfermera y partieron del ghetto. Entrañablemente, se desvanecía mientras avanzaba, disipándose de la vista de Magnus.

(Ver final de los Nolte, Jaula de Aves* Capítulos de Jánuca-Nobles y Traidores)

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