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Caída en Pícada

CAÍDA EN PÍCADA

20 de Diciembre de 1928

La joven pareja Lowenstein decidió separarse para las fiestas decembrinas. Eugenia se quedo en Berlín con su familia y por otro lado, Erich que era ajeno al estilo de vida de una familia berlinesa de clase alta, opto por volver a Graz con sus tíos, y disfrutar de una compañia que había dejado a un lado.

Erich y dicha compañia se habían tomado la noche juntos para recorrer la feria instalada en Graz con motivo de las fiestas. Había mucha gente, todos abrigados, comprando golosinas y disfrutando de los juegos.

—Se negó por supuesto.—decía Erich con una bolsa de palomitas en la mano.—Lo lamento, querida, tendrás que búscar otros padrinos.

La joven a su lado fruncio sus labios en tristeza, se acercó a Erich y recargo muy breve su cabeza en el brazo del joven.—Pero claro que no iba a aceptar. Aún así debimos intentarlo.

Erich se detuvo y la vió a los ojos. Lisa era rubia, tenía un fleco que le cubría casi toda la frente y una nariz puntiaguda.

—¿Por qué lo hicimos, Lisa?—le tomó un mechón de cabello y lo enredo en su dedo.—Que maravillosa familia hubieramos hecho.

—Lo sé, Erich.—respondió abatida.—Mis padres no te aceptan.

—Porque no vengo de una familia cómo la Oliver, ¿no es así?

—No, cariño.—Lisa le tomo el rostro cuándo Erich lo apartó molesto, y lo hizo volver a verla.—Eso es lo que ellos ven, no lo que saben. Me cansé de tratar hacerles entender que, eres el único que sabe hacerme sentir feliz... satisfecha.

Erich suspiró, guardo la bolsa vacía de sus palomitas en su chaqueta, siguierón caminando y le tomo a Lisa la mano.—Cuéntame que tanto escupen tus padres.

Resoplo.—No la tolero. Lydia solo habla y habla, critica y cuándo no critica, opina. Por lo menos ahora tiene algo nuevo en la boca.

—¿Qué?

—¡Oliver! Te lo juro, es su orgullo. Siempre reprochandome lo afortunada que soy y lo feliz que debo sentirme por qué se haya fijado en mí.

—Mueres de alegría.

—Estoy de acuerdo, Oliver... es genial, le agrada a todos...

—Mm, si, en eso estoy de acuerdo, es muy buena compañia.

—Si. Es gracioso, práctico y...

—¿Y?—Erich le ladeo el rostro con una pícara sonrisa.

Lisa se detuvo y lo empujo un poco.—¡Cállate!

—¿E Igor? ¿Que dice?

—¿Que más puede agregar? También lo adora.—rodo los ojos.— Cielos, estan tan preocupados por que su familia luzca bien, que no les importa si yo estoy bien. Todo el bendito día cuidado a Sophie y teniendo que escuchar "los consejos de mamá" de la muy maternal Lydia; gran hipócrita. De verdad, no les importo.

Erich le tomo el rostro con ambas manos. Y los ojos de ambos se iluminarón de colores destellantes, no solo por su inmensa atracción, era más por los juegos artificiales que reventaban en el cielo nocturno y lo iluminaban.

—Tú me importas.—le dijo Erich atontado.—No hay nadie en este mundo que me importe más, que tú.

La acercó a él y la beso. Ls beso con un cariño que jamás le había dado a alguien más. Lo hizo, sintiendo la verdadera necesidad de hacerlo por amor.

11 de mayo de 1942

Llevo el café caliente hasta su mesa; era extraño ver de nuevo a aquel joven por esos lares. Lo curioso es que siempre miraba ala ventana y a la gente que bajaba de sus autos.

—Aquí esta, café caliente como pidió.—le hablo la camarera con una sonrisa mientras se inclinaba para acomodar la taza.

—Gracias.—respondío Hildemart jugando con sus dedos de la mano izquierda con nerviosismo.

La joven asintió al ver su frialdad y se fue con la espera del alagó. Un hombre tullido con lentes redondos, casi calvo y porfolio en manos entro y se asercó temeroso a la mesa de Hildemart.

—Casi te orinas.—bromeó al verlo tan nervioso aún sentado.—Siéntetese, Sr. Stoll.

—¿Comó se te ocurre reunirnos aquí?—alegó con un bajo tono de voz.—¡que poco discretó!

—No hay tiempo para discreciones; mi futuro depende de estó.

El hombre abrió sigilosamente el portafolio y le mostró todo el registro Bohn existente que Doris no pudó borrar y Roswerta Okoss dejo en su archivo.

—Bingo...

Tres hombros en cubierto entrarón intimantes, se asercarón a ambos, el tullido cerró el portafolio.

—¿Hildemart Nunn?—preguntó uno de ellos con voz brava. Nunn asintío estático en la silla.

El hombre sacó su arma y le disparó en la cabeza. Otro de ellos le propinó una bala al tullido que grito de miedo al oír el estrundo y la sangre correr por la frente de Hildemart.

Los hombres tomarón el portafolio y se lo llevarón. La gente salía de debajo de las mesas y el líquido carmesí corría por el cristal y más de ella se diluía en el café.

[...]

No podía ocultar su miedo y desesperación; no quería admitir que algo andaba mal y que malas noticias le esperaban. Muy puntual, Debra esperaba en el consultorio de Wittman que llegó atras de ella con loa resultados en sus manos.

Se sentó al otro lado y quedarón en silencio; silencio que Debra rompío.—¿Y?

Wittman puso los analisis dentro de un portafolio de papel que deslizo hasta el alcanze de Debra. Descubrió sus manos de sus guantes y los tomó con mucha calma.

—Los resultados no fallan—dijo con un fragil tono de voz—los repetimos y daban a lo mismo.

Debra analizó por sobreojo los resultados sin entender nada.—¿Que es esto?

—Tiene cáncer.—declaró en seco.

Perdío el aire y recargo su cuerpo en el apoyo de la silla mientras trataba de asimilar tan terrible golpe.

—Cáncer de mama. Lo siento.

***

—Nos vamos.— le dijo a su chofer mientras salía debastada del hospital con sus resultados en mano.

Entró al auto y cerró el cristal oscuro que lo separaba del chofer.

—A la casa.—le dijo.

Mirando por la ventana, perdida en su frustración, tomo su ferona y desquitó su coraje arrugandola con todas sus fuerzas mientras crujía dientes y dejaba escabullir lagrimas a la par que su garganta se cerraba.

Al llegar a casa, Debra no diriguió palabra, ni siquiera quería intrrersarse del incidente en uno de sus negocios, en su lugar se encerró en su alcoba dejando los resultados en el auto.

Su chofer los tomó y por curiosidad los leyó, él quedó atónito y se los entregaría al señor Rümpler en cuanto llegara.

Aquella noche el señor Rümpler llego, aventó sus llaves al mueble, se quitó sus zapatos y aflojó su corbata, su chofer se paró frente a él y le entregó los papeles.

—¿Qué es esto?—dijo confundido y se puso sus lentes que colgaban del cuello dr su camisa.

—Será mejor... si se entera.

Carl subió las escaleras hasta la alcoba de Debra, ella estaba sentada frente al tocador peinándose, el hombre entró, ella vio los papeles en sus manos; se puso de pie y Carl avanzó hacia ella con los brazos abiertos, sus piernas se debilitarón y termino encerrada en los brazos de su esposo mientras su llanto amargo le impedía respirar.

Más calmados, y con los ojos hinchadoz y rojos de la mujer, se sentarón a la mesa para cenar.

—¿Hay tratamiento?—preguntó con mucha desilución y con cubiertos en mano.

Se rehúsaba a probar bocado.—No lo sé. No estoy segura, mi abuela murió de cáncer.

—Pero eso fue hace años. Una vez... escuche de un nuevo tratamiento que empezó un norteamericano hace cuatro años.

—No pondré mi vida en un norteamericano, menos en un tratamiento que no muestra resultados científicamente bien comprobados.

—Escuché que funciona... pero como tratamiento hay efectos colaterales.

Debra soltó una lágrima, Carl le tomó su mano.—Saldremos de esta Debra... Dios con nosotros.

—¿Dios? Si, como no.—respondío haciendo muecas como si la palabra le causara nauseas.

—No hace daño un poco de fe debes en cuando.

—Nadie nace teniendo fe, eso se gana, como el dinero.—le dijo como si ningun tumor letal le consumiera por dentro.

Debra estaba por irse, tomo sus toallas para bañarse y se diriguía a la bañera.

—Asesinaron a alguien en uno de tus restaurants.—alzo la voz Carl y Debra quedo fría.—A dos personas en realidad... en el Eden de Marienstraße. Roswerta Okoss fue la primera en llegar, la subgerente ya se encargo de ella.

Debra no dijo nada solo se quedo a medio pasillo.

—Debra.—la llamo Carl.—Di algo.

Ella comenzó a dar pasos más lentos y algo extraños. Se perdió al doblar el corredor y Carl no fue tras ella solo la vió irse.

13 de mayo de 1942

Carl llevó a Debra a ver a un especialista, uno de los mejores médicos de Alemania. El médico les confirma que sí había un nuevo tratamiento, probado en pocos pacientes, y que reaccionaba de manera negativa, pero en algunos casos reaccionaba de buena manera; el uso del gas mostaza era la clave.

Debra aceptó el tratamiento, pero al ser nuevo lo hizo costoso, y ella no tuvo de otra que vender seis de sus restaurants que le peleó al señor Rümpler a su tiempo.

Debra movia su té con la cuchara. Y Carl acomodaba sus documentos.—¿Ya le dijiste a tus hermanas?—preguntó él.

—¿Para que? No quiero su lastima, con la tuya es suficiente.

—Pero tienen que saberlo, son tu familia.

—No trates de chantajearme Carl, no funcionara. Yo, yo estoy bien con que tu lo sepas, y eso me es suficiente, no quiero que ni Antonia ni Eugenia lo sepan... ellas tienen sus propios problemas.—respondío aspera y carisbaja, Carl se levanto, y tomandola de los hombros le beso la mejilla.

—Te espero para dormir.

Se dieron la espalda y Carl se alejo con desenvoltura, ya estaba por cruzar la puerta.

—Carl.—le llamo Debra con un suave tono de voz.

El se quedo estático.—Dime.

—No podemos seguir evadiento este tema.—Carl suspiro.—Y... estas circunstancias, no podemos rezagarnos mas, a solamente decir "aún hay tiempo" porque no, definitivamente, ya no hay tiempo.

Carl se rasco la frente y se giró de nuevo, Debra ya estaba de pie y jugando con sus dedos.

—Debra. Yo...

—Sé que ambos tenemos nuestras propias razones para ni siquiera haberlo intentado, ni una sola vez, pe-pero hay más maneras.

Trago sáliva y llevo sus manos a la cintura.—No estoy seguro.

—¿Y entonces que pasará luego, eh?—reprobaba la actitud evasiva de Carl.—¿Que pasará, Carl? ¿Que sucederá cuándo fallezcamos?. Ese joven, que matarón a quemarropa en la sucursal... no era cualquier joven.

Carl alzo la vista arrugando su frente sudorosa.

—Era mi primo. El hijo de mi tío Reinhard, quien tuvo antes de que... murierá.—el nombre de aquel sujeto le arañaba la voz.

—¿Y... entonces...?

—Mi abuela Doris, contrato a unos matones hace años para desaparecerlo en caso de que supiera su origen familiar y pudiera reclamar algo que no es suyo.—explicaba aguitada.—En el fondo penso que era imposible, pero su suspicazia siempre acierta... Hildemart Nunn comenzó a dar problemas, y los matones lo notaron, no le quedarian mal a una mujer cómo a mi abuela, aunque ella ya no este para felicitarlos.

—Dios santo ¡Debra! Tu familia esta...

—Esta loca.—le arrebato las palabras de la boca.—Sí.

—Tenias a alguien... un sucesor.

—¿Y que hay de tí?

—¿¡Ahora te importo!?

—¡El echo de que no durmamos juntos o nos digamos a diario "te amo" no significa que no sienta cierto afecto por tí!—alego exaltada y sin detenerse a respirar.

Terminando aquella declaración comenzo a tocer y se sento de nuevo. Carl fue y le dió aliento.

—Y sé que... también... sientes algo por mi. No un sentimiento fuerte, pero si solido.—apunto a su pecho.—Ahí. Muy dentro. Y lo volvere a repetir, Carl, ya no hay tiempo.

—¿Que suguieres entonces?—pregunto aún asimilandolo.

Al día siguiente, como a medio día, el matrimonio Rümpler partió a un Lebensborn, quizieron ser discretos y llegaron ambos vestidos de un aburrido gris.

—La idea de la adopción es una buena elección, Sres. Rümpler.—felicitaba la enfermera.—¿Buscan un niño grande, o un retoño?

—Un bebé.—contesto Debra autoritaria.—Para, poder criarlo de la mejor manera.

Aplaudio con delicadeza una sola vez.—¡Excelente! Por aquí.

Llegaron a una habitación completamente blanca, con decoraciones infantiles en las paredes y muchos tapetitos sobre las superficies. En la sala no había más de cuatro hileras con cunas, en cada cuna un bebé que patea, dormía o lloraba.

—¿De dónde salió tanto niño?.—cuestionó Debra cómo primera impresión.—¿Y las madres?

La enfermera se resigno a no contestar y solo a sonreír.

—¿Cuántos planean adoptar?

—Dos.—contesto Carl recorriendo entre las cunas.

—Niña y niño. Y de preferencia que no sean hermanos.

—Solo hay dos pares de hermanos y son varones.—respondío.—Pueden escoger a quienes deseen. No hay elección erronea, todos son perfectos. Dejense guiar... por lo que les dice su corazón.

Carl y Debra buscaban por separado. Carl quedo atonito con una niña que lo miró directo a los ojos, y él solo veía ese azul cómo el cielo, llamandolo en silencio.

—Que niña tan bella.

—Lilli Göbel.—dijo la enfermera el nombre de la niña.—Nació el 19 de febrero. Una niña sana y sobretodo una niña Lebensborn. Sin defecto.

Debra por otro lado, mostrando severidad, quedo conmovida, cómo si alguien tirara de un listón en su corazon y la hiciera dar dos pasos atras. Un niño de ojos pequeños y color miel, blanco y muy atento.

—Moses Stock. Nació el 07 de marzo. Igual, niño Lebensborn; sin ninguna queja, es perfecto.

—Es... perfecto.

—¿Decidido?

—Decidido.—aseguró Carl.

—Decidido.—contestó Debra después.

—¿Quieren... mantener sus nombres... o gustan cambiarlos?

—Los nombres estan bien, seguro.—contestó Debra.

—¡Muy bien! Si gustan seguirme.

—Un segundo, por favor.—insistio Carl.

Carl dejaba que la pequeña niña jugara con su dedo, mientras Debra miraba con deleite al pequeño y logro mostrar una escondida sonrisa.

20 de abril de 1945

Sucursal 6 Restautantes Eden, Berlín.

Sobre la calle Krossenerstraße estaba ubicada la sexta de las sucursal de las reconicidas franquicias Eden. El restaurante seguía en operación, y las estanciones de radio solo sincronizaban la misma espantosa noticia; el indetenible avanze de los Alidos.

Debra endulzo su té con dos generosas cucharas de azúcar.

—¿Y sus hijos?—preguntó Klara Nagel, la subgerenta.

—Estan muy bien. Empezarán a enseñarles las letras en unos meses, estamos dejando que sean niños.—contestó colocando sus gafas en su cabello.

—Ya la veo mucho mejor, Sra. Bohn—Rümpler.

Debra se recargo en el mostrador.—¡Y me siento mas que mejor!

Klara le tomo el brazo.—Sra. Bohn-Rümpler, no creo que sea... prudente decir algo así en estas circunstancias.

—Para alguien cómo yo, que ya ha visto la muerte demaciad cerca, no le teme más. Y tampoco la deseo, hicimos las pases por un buen tiempo.

Malu Kempf, la antigua subgerenta de la sucursal 5 (cerrada el año pasado) sonrió.—Es usted una mujer inspiradora, Sra. Bohn-Rümpler.

—No le eleves mas su ego, Malu, ya casi arrebaza las nubes.

—¡Miren!

Exclamó un comensal apuntando con su dedo attavez de los ventanales. Avionetas enemigas se aproximaban con velocidad, Debra dejo su taza en el mostrador pero esta cayo al suelo. Se quito sus gafas de la cabeza y comenzo acercarse. Klara y Malu caminaron temblorinas tras ella. Las alarmas comenzaron a sonar y pandir el pánico por las calles.

—Por Dios.—susurró Debra con la cara gesticulando horror.

Algo comenzo a descender en pícada de las avionetas, y de pronto, todo temblo, y hubo un gran estruendo, la sucursal cayó y llego la infinita oscuridad.

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