Episodio 1. Las tetas mejores que las flores.
Si alguien hace un maldito chiste acerca de sus escasos senos jura por lo más sagrado que matará a aquel que se atreva a ofenderla.
Está harta. ¡¿Qué importan las tetas?! Arriba, no en el cielo, imbécil, está lo verdaderamente: el cerebro. Cualquier idiota pajero pensará que las tetas importan, para empezar, no tiene sentido, sólo aquellos con demasiada suerte tienen esos dos cachos de grasa que cuelgan y se ven tan bellos adornados por un colgante.
Mierda, quiere unas tetas.
Estar delante del espejo, modelando como una tonta, observando el par de limoncitos que la registran como copa A es triste.
Vamos, hasta Fuyumi tiene una honorable copa B, ¿por qué Dios se empeñó en ella en dejarle todo lo bueno y a ella nada?
Suspira, mejor deja esa guerra, usa un sostén que deja aire entre el relleno que tiene incrustado junto con la dolorosa varilla que se clava en sus costillas y su pecho liso, apenas distinguible con un chico porque... bueno, los chicos no tienen tetas.
Es su primer día de trabajo, así que mientras nadie conozca su pasado como la fatídica Mitad A, está a salvo.
Lápiz labial, brillo, perfume, pestañas curvas y un tenue perfume es suficiente. Ah, también su traje de empleada, un conjunto gris como su vida romántica.
Quisiera tener tetas, desea tenerlas. Dios, por favor, que tenga un bono en su primer año y pueda pagarse una cirugía para volverla señorita B.
Está decidida.
Trabajar por tetas porque afortunados aquellos que nacen con ellas, pero los que no deben de esfuerzarse para pagárselas. No está dispuesta a vivir un día más como una tabla, su vida no está para regirla como el body positivity, ni le interesa, muy bien por esas personas, pero ella tiene otros deseos.
Quiere tetas.
Luego de entrar al edificio donde pasaría los siguientes años de su vida, no escuchar un comentario de sarcasmo sobre su precario pecho fue un alivio, incluso lograr conversar brevemente con un joven de pecas que le invitó un vaso con agua, pensó, sólo pensó por un segundo que por fin la vida le estaba pidiendo perdón por tantos años de injusticia.
Hasta que se giró por un papel y rebotó contra un pecho que la dejó en el suelo.
—¿Estás bien, Todoroki-san? —habla pequitas a un lado.
—Ay, Shōko-san..., ¿te lastimaste? —habla copa C del otro.
Voces de personas amables ofreciéndole su mano, aunque su atención estaba sobre el ser que la derribó.
El par de tetas más grande que ha visto, aquellas que vienen justamente de un hombre.
—¿Piensa continuar en el suelo?
Ni siquiera le dio tiempo de responder dado que la sujetó del brazo para ponerla nuevamente de pie. Asombrada, casi perpleja, odia a Dios con toda su alma por darle probablemente su copa a ese hombre tetón de traje.
Mirándose fijamente, Shōko comprende que la vida es injusta para aquellos que no poseen algo más que dos limones y es que no hay mejor regalo para una mujer que poseer dos buenos melones, justo como el caballero frente a ella.
***
Sí he rebotado contra vatos chichones, ya viví la fantasía de estar entre tetas.
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