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Atrapado


No sabía cuánto tiempo había pasado. Los recuerdos comenzaron a borrarse y sus fuerzas estaban por morir.

Tenía miedo.

Quería volver a casa y ver a su madre, ella estaría esperando a que él volviera... Seguramente estaría muy preocupada... Él, le prometió que le llamaría cuando llegaran y no pudo hacerlo.

Estaba atado a una silla, completamente inmovilizado, a su lado estaba Todoroki, inconsciente y sin fuerzas.

La voz de su garganta ya no salía.
Quería hablar con él... Poder decir que todo iba a estar bien pero, no podía.

Había un hombre observando, estaba sentado en una silla frente a ellos, ocupaba una máscara para que no lo identificaran, era alto y muy delgado. Todos los días estaba ahí, todo el tiempo...

Les daba una miserable comida y se sentaba durante horas y horas a observar.

«¿Qué hay debajo de esa máscara? ¿Un hombre o un joven? ¿Una sonrisa cínica o un rostro serio?
¿Quién es?»

En ese lugar el tiempo parece eterno.

Nunca se sabe si es de día o de noche, no hay ventanas que puedan dar indicios de la hora o el clima de afuera, sólo hay una lámpara que cuelga del techo que proporciona una luz fría y probablemente una puerta detrás de ellos.

Midoriya le preguntó tantas veces qué es lo que quería de ellos pero él nunca dijo nada, ni una sola palabra.

No lograba entender cómo es que llegaron a esa situación. Ellos sólo iban pasando...

Todoroki, ¿por qué no despiertas?

Ya había pasado mucho desde que había cerrado los ojos. Comenzaba a preocuparse seriamente.

...

De un momento a otro también se quedó dormido. Estaba muy cansado...

Al abrir sus ojos y mirar hacia un lado se dió cuenta de que se lo habían llevado.

Rápidamente su corazón se aceleró al pensar en lo peor.

De pronto, sintió una mano descansando sobre su hombro, todo su cuerpo se tensó como no creyó que fuera posible. Podía sentir su respiración y el olor a tabaco, estaba tan cerca.

¿Es él? ¿El hombre de la máscara? —se preguntó Midoriya lleno de miedo, mismo que le impedía voltear para confirmarlo.

—Se han metido donde no deberían —dijo la persona, su voz era de un joven con el alma podrida.
Midoriya podía imaginar la sonrisa cínica que le cruzaba el rostro debajo de aquella máscara.

La ansiedad se filtró a través de cada poro de su cuerpo, sentía un aire frío recorriendo a través de su espalda y la garganta se le cerró con un nudo.

—Ahora mismo tu amigo está experimentando el mayor dolor que pueda imaginar —dijo mientras ponía su mano sobre su rostro como si quisiera cubrirlo todo. —Después sigues tú —añadió al quitar su mano para acariciar sus verdes cabellos.

Tenemos que volver a casa. Tenemos que volver... Tengo que hacer algo.

No podía usar su don, ese tipo lo había bloqueado.

—No importa cuánto quieras salvarte —dijo al ver la frustración reflejada en sus ojos estando frente a él—. Es inevitable.

De pronto la puerta detrás de él se abrió de golpe.

—¡Midoriya! —fue un grito lleno de esperanza, esa voz que era de él.

¡Todoroki!

Midoriya no necesitó voltear para saberlo.

—Ésta vez no va a funcionar —dijo amenazante al sujeto—. No voy a permitirlo.

El sujeto estaba frustrado, había bloqueado sólo la mitad, el lado del fuego, desconociendo que su otra mitad era distinta.

La temperatura comenzó a descender y rápidamente se escuchó un quejido gutural.

—¿Acaso...?

—Midoriya, salgamos de aquí —Todoroki comenzó a desatar sus manos y piernas.

Levantarse de la silla fue bastante doloroso; sus brazos y piernas se habían atrofiado, sin embargo, Todoroki no iba a dejar que se rindiera.

Cuando por fin pudo levantarse y se dio la vuelta, vio que él había atravesado al enmascarado con una lanza de hielo.

Sintió un escalofrío al ver toda aquella sangre en el suelo y ver que aún se retorcía aquél tipo.

No pudo decir nada y al parecer el pelirrojo tampoco. Salieron de ahí atrevesando una serie de pasillos hasta llegar a unas escaleras que los llevaban a un piso superior.

Poco a poco pudo recuperar las fuerzas necesarias para poder dar los pasos firmes e ir más de prisa.

Subieron los escalones y se encontraron en una especie de bodega, era enorme, habían autos desarmados e inservibles, ninguno estaba en pie.

Buscaron la salida y no tardaron en encontrarla.

Mientras corrían pudo darse cuenta de que su amigo apretaba los dientes como si estuviera tratando de aguantar algún dolor.

—Todoroki, tú estás...

—¡Sigue avanzando! —le ordenó antes de que pudiera preguntarle.

Midoriya tragó saliva y omitió su pregunta.

Llegaron a la puerta y al abrirla tuvieron que cerrar los ojos con fuerza ante la claridad.

Los días en oscuridad les habían afectado demasíado.

El pelirrojo le agarró de la mano y lo obligó a seguir corriendo aun si la luz parecía muy intensa y capaz de cegarlos, no importaba, ambos la habían anhelado.

Su piel se estremecía ante la calidez del exterior, sus pulmones se llenaban dolorosamente del aire fresco y su corazón latía tan fuerte y rápido.

Miraban hacia todas direcciones, estaban rodeados de árboles, tenían que reorientarse para encontrar el camino.

Estaban cerca, se podían oír los carros pasando por la carretera, pero de pronto, el pelirrojo cayó al suelo. Midoriya trató de levantarlo y ver qué ocurría, al darle la vuelta descubrió una quemadura por ácido en su abdomen y otra más en su pierna.

El dolor lo estaba matando. Además se había esforzado usando su poder de hielo y había dado más de lo que su salud le hubiera permitido.

Comenzó a delirar y a perder la conciencia mientras Midoriya le rogaba que se quedara a su lado.

Vete... Midoriya... Salvate.

Midoriya no podía cargarlo así que salió corriendo a buscar ayuda a la carretera. Con lágrimas en los ojos y el pecho ardiendo llegó pero ningún carro pasaba.

Todoroki... Aguanta, vamos a volver a casa —pensaba con la mirada fija en el camino.

Pasaron varios segundos hasta que una sonrisa de alivio cruzó su rostro cuando, por fin, pudo ver un auto acercándose. Le hizo señas para que se detuviera y tuvo suerte.

El auto se detuvo y el cristal oscuro comenzó a descender.

—¡Ayuda! ¡Por favor! Mi amigo y yo... —su corazón se detuvo al ver la pistola apuntando hacia él. Intentó retroceder pero fue inútil.

Se oyó el primer disparo, luego otro y uno mas hasta que él cayó al suelo. Dos balas atravesaron sus pulmones y la última dió en su brazo.

Rápidamente, el hombre bajó del auto y le apuntó a la cabeza.

Mientras la vida se le iba y sus ojos verdes se llenaban de lágrimas, una inmensa tristeza invadió su pecho... No iban a volver a casa.

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