00:12: The other name of love pt.2
El coche en el que circulamos alrededor de tres horas se detuvo frente a lo que yo catalogaría como un castillo. Aún cuando los dos pisos de Villa Calais no fueran compatibles con tal apreciación, los pórticos en piedra blanca, la glorieta en medio del jardín o el hecho de que dos pequeños torreones sobresalieran del resto de la construcción, agregaban la denominación de palacete que mi caprichosa mente le había dado.
—Hogar, dulce hogar.
Canturreó Michael y pude comprobar cómo Jun se esforzaba por no contestarle con algo cáustico.
—Whoa... es realmente... parece una casa de cuentos de hadas ¿No lo crees, Em?
Alice ya estaba fuera del coche mientras Jun rodeaba el vehículo para sostener la puerta para mí. En otra ocasión me habría obsesionado con ese gesto pero la construcción que se levantaba frente a nosotros no me lo pondría tan fácil.
Aún cuando tuviera razones para despreciar a Amber Styles y su reputación de ninfa devoradora de hombres, la residencia de la heredera de los Styles en Dover me estaba hechizando.
—Es una imagen vaporosa de lo que debió ser una casa de nobles ingleses.
Jun enarcó una ceja ante mi comentario. En los últimos kilómetros que nos separaban de nuestro destino se había vuelto a blindar con su armadura de arrogancia. Michael contestó por él mientras trabajaba en bajar el equipaje.
—Estoy seguro que a la anfitriona le encantará saber de esa apreciación. La abuela de Anne era francesa.
—Ah...
Me limité a ofrecerle un ligero asentimiento al rubio. Alice me miró con complicidad antes de unirse a Michael en la tarea de liberar el maletero. Yo también pensaba unirme hasta que un tirón en mi codo derecho me obligó a mirar atrás.
—Ven conmigo.
Fue todo lo que él dijo antes de sacarme de allí como si la vida le fuera en ello. No comprendía mucho. Pero quién podría predecir qué pasaba exactamente por la mente de Jun la mayoría de las veces.
De una suave promesa en el coche, mientras me acariciaba la rodilla con parsimonia, había pasado al ostracismo y ahora a la agresividad. Casi tropecé cuando estuvimos bajo el arco de la glorieta que había llamado mi atención desde la entrada.
Un marco de glicinas y fragantes madreselvas, abrazaba los pórticos tallados en la piedra blanca. Yo no me había equivocado, aquel sitio era mágico y por alguna extraña razón estaba atrapada con Jun cuando debería unirme a Alice y Michael.
Resignada a seguir a mi captor me conformé con observar su ancha espalda hasta que la carrera que habíamos emprendido se detuvo justo frente a un sofá de mimbre y una mecedora llena de cojines. Arqueé una ceja cuando el rostro de Jun estuvo nuevamente a mi disposición.
—¿Por qué... tú...?
Fui interrumpida por su codicia. Su pasión contenida por devorarme los labios y arrancar los hilos de mi cordura como si de una dócil marioneta se tratara. Casi me voy de bruces contra la mecedora cuando sus manos se cerraron sobre mis caderas.
—Estás loco...
Escuché mi voz como si se tratara de alguien ajeno. La sonrisa de él me cosquilleó en el cuello.
—Fue una mala idea traer compañía. Fue una mala idea venir a Dover por negocios. No te voy a compartir.
Un escalofrío se propagó por mi columna al escuchar aquello. Mis ojos buscaron los suyos mientras intentaba mantener el equilibrio apoyando mis manos sobre sus bíceps.
—No creo que puedas reclamar ese derecho aún.
Bromeé aún bajo la inminente probabilidad de salir perdiendo, pero a él parecía no importarle cuando sus manos iban a deshacer mi trenza y perderse en mi desordenado cabello.
—No juegues con fuego si no sabes cómo controlar el incendio después...
—Tú no seas tan arrogante... adorable tonto.
No le di tiempo a quejarse, para ese entonces mis manos enmarcaban su rostro y mis labios estaban sobre los suyos. Él sabía a gloria, a mañana despejada con los toques de su colonia y esa esencia natural que no podría sacar de mi mente aunque me atizaran el cerebro.
Estaba perdida, estaba hechizada por un hombre que jamás sería una opción. Sin embargo...
—Por lo visto Mike tenía razón y creo que alguien me debe quinientos grandes.
Una voz femenina nos separó. El calor bañaba mis mejillas mientras intentaba encontrar la compostura y separarme de mi tutor. Jun no permitió que escapara de sus brazos cuando sus manos seguían sobre mi cintura y su pecho pegado a mi espalda.
—Buenos días, casi buenas tardes, Anne.
Saludó detrás de mí y por unos instantes quise aplicar el principio de que si no ves a alguien, quizás esa persona tampoco lo hace. No cuenten las probabilidades, era obvio que contra la suspicaz mirada verde de Amber no iba a ganar jamás.
—Hola, extraño, y hola a ti, muñeca. Es increíble cómo el sexto sentido nunca falla. Por favor, recuérdale a tu novio que es de mala educación evadir a la anfitriona.
—No somos novios...
Me sorprendí cuando ambos atacamos a Amber. La pelirroja nos estudió con curiosidad. Sus ojos de hechicera centellearon antes de recordar que el almuerzo se serviría en breve.
Eso y que mi habitación con Alice, a quien ya había conocido, estaba al final de la segunda planta.
—Es bueno saber que estamos en la misma página.
Murmuró Jun cuando comenzamos el descenso desde las escaleras de la glorieta hacia la casa grande. La estela pelirroja que era el cabello de Amber aún estaba en mi campo visual cuando decidí ignorarlo.
"No Jun, no es la misma página cuando estoy intentando proteger lo que queda de mi corazón."
Fue lo que pensé pero a pesar de mi momentánea reticencia a los cometarios mordaces de él, mis dedos se volvieron a enlazar a los suyos. No saldría viva de este fin de semana. Eso ya podían apostarlo.
Tardé algunos minutos en encontrar la habitación. Michael estaba allí para mi total confusión.
—Ayudaba a Alice con las maletas.
Fue su sutil intento de justificar el evidente interés por mi hermana. Farfullé una disculpa poco creíble para que nos diera espacio y casi le cerré la puerta en la nariz.
Sabía quién estaba del otro lado del umbral con la sonrisa del gato de Cheshire en el rostro y mil ideas maliciosas en la mirada, así que necesitaba esos minutos lejos de su presencia casi como respirar.
No había terminado de recuperar la compostura cuando mi hermana me lanzó la primera de una salva de preguntas incómodas.
—Entonces tu adorado jefe...
—¡No! ¡Y por lo que más quieras deja de mirarme como si fuera transparente! No es nada de lo que tú y Sabrina piensan y soy tu hermana mayor.
—¿Y eso qué? No puedo perder esta oportunidad dorada de verte perder los papeles por alguien. Dios, Em, ni siquiera cuando conseguiste la beca en Oxford tenías ese brillo en los ojos. Si no te conociera mejor diría que más que un placer culposo, estás totalmente enamorada del Señor Perfección.
Una risa más similar a un graznido salió de mi boca. Alice entrecerró sus ojos azules y yo me esforcé porque mi interpretación mereciera un Óscar.
—Me sobra la edad y la cordura para entender el desastre que eso significaría. Solo me siento bien a su alrededor cuando no está en modo adicto al trabajo. Por horrible que suene eso ahora después que he despotricado de su actitud hasta el cansancio.
—Por eso mismo es tan sospechoso que solo quieras tomarlo como un ligue cuando has experimentado la montaña rusa y no lo niegues, porque fui yo quien limpió tus lágrimas con mocos incluidos después que bajaste de ese avión.
—¡Alice!
Chillé y ella chasqueó la lengua. Mi hermana no lo pensó dos veces para tomar una de las mullidas almohadas de las camas de muñecas que habían en la habitación para tomarla conmigo.
Como si regresáramos a la edad de los diez nos debatimos en una tonta pelea de almohadas que fue interrumpida por el servicio de la mansión Styles. Una señora llamada Gloria nos guió hasta el espléndido comedor donde Jun y Michael parecían tener su propia discusión, solo que en lugar de tonterías del corazón, los negocios estaban a la orden.
—Le pedí a James que revisara el contrato preliminar con el grupo Matters. April puede ser una verdadera dama de hierro aún cuando Amber se esfuerce por santificarla.
Michael iba a replicar, por la forma en que fruncía el entrecejo diría que en un tono nada amigable, pero al descubrirnos tras Gloria esbozó su sonrisa de chico de calendario suavizando la tensión.
—Bon appétit!
Convidó Amber regresando de dónde sea que hubiera estado hasta el momento. Todos nos dedicamos a desplegar las servilletas y colaborar en la conversación con temas insustanciales mientras degustábamos roast beef marinado con brandy acompañado de una ensalada César.
Amber cuidaba su figura y eso se notaba. Por mi parte, traté de hundirme en la silla y contestar vagamente cuando la pelota estaba en mi campo. Después del postre, consistente en nieve de fresa, la anfitriona de Villa Calais se disculpó para poder dedicarse a ultimar los detalles de la recepción de la noche.
No sé por qué tuve la impresión que detrás de la sonrisa brillante y el descaro de la pelirroja se escondía un mundo de fragilidad. Decididamente estaba lo suficiente confusa para adoptar un complejo de Freud.
—Podemos explorar el pueblo mientras esperamos la velada nocturna. Seguro que Amber prefiere tener la casa despejada antes que llegue su padre.
Michael sugirió haciendo girar las llaves de un coche entre sus gráciles dedos. Los chicos, como me esforzaba por llamarlos ahora, habían cambiado las prendas hasta cierto punto pretenciosas para el ambiente de Villa Calais por unos pantalones cortos hasta las rodillas y playeras holgadas.
Alice me dedicó una mirada curiosa antes de comentarle a Michael que deseaba conocer el famoso lago de la propiedad antes que terminara el fin de semana. Seguía frunciendo el ceño en dirección a mi desinhibida hermana cuando una sombra alta cayó sobre mi respetable uno setenta.
Jun llevaba sus pantalones cortos como podía hacerlo alguien acostumbrado a formar parte de las tapas duras de los catálogos de Vogue. Todo ángulos y formas fuertes bajo el sol de la tarde, para recordarme el terreno movedizo bajo mis pies.
—Vamos, Pierce. Seguro que esa mala leche se te pasa cuando veas los viñedos.
—No estoy de malhumor...
Acababa de ponerle la tapa al pomo. Él me obsequió una sonrisa condescendiente que estaba segura dejaba ver algo más detrás de las Rayban. Contuve el deseo de poner los ojos en blanco, recordando cuánto le molestaba ese gesto y entonces caí en la cuenta de algo vital.
No estaba trabajando, tampoco dependiendo de él en una tutoría. No, solo estaba en un fin de semana como cualquier chica de veinticuatro con un tío guaperas.
—¿Por qué esa sonrisa que acaba de asomar en tu rostro me perturba más que tu ceño?
Cuestionó él antes de abrir la marcha en dirección al garaje de Amber. Alice ya estaba en el asiento del copiloto de la camioneta que conducía Michael y casi cometo el error de chillar cuando la loca de mi hemrna se alejó gravilla abajo con un total desconocido. Era muy tarde para construir más improperios mientras un brazo fuerte rodeaba mi cintura.
—¿Qué significa eso? Si tu amigo intenta hacerle algo a mi hermana... te juro que...
—Dios, eres más seria que yo. Para el carro, Pierce. Que yo sepa tu dulce hermanita, la modelo comercial, es mayor de edad y se sabe cuidar sola. Además, no es que Michael se le vaya a ir encima como si de un depredador se tratara.
—¿Y se supone que eso debe calmarme?—Estaba segura que él iba replicar con alguna broma privada pero no le dejé tan largo el cordel— Y ahora... si no te importa... ¡Suéltame de una maldita vez!
Espeté para revolverme entre sus brazos. Era algo patético siendo él mucho más alto y fuerte pero por lo visto le divertía tomarme el pelo.
—Sinceramente debo estar perdiendo el toque para terminar con una niñata como tú. Hazme el favor de no armar jaleo en el pueblo. Después de todo, es el cumpleaños de Anne.
Fue lo que el dijo una vez que me pude liberar de sus brazos. Intentaba recolocarme algunos mechones detrás de las orejas cuando un casco protector me fue arrojado.
Años de campamento de verano y un padre muy dado a instruirme en los deportes de equipo hasta mis doce me salvaron para que no se me cayera. Jun me dedicó una mirada con su firma de "chúpate esa."
—No... no puedes estar hablando en serio.
Él negó como si yo tuviera el razonamiento de un bebé antes de sacar detrás de un coche el monstruoso cuerpo de lo que yo no comprendía por qué todas las mujeres parecían alabar la fantasía de ir detrás en semejante cachivache.
—Son siete kilómetros hasta el pueblo. No traes el calzado adecuado para resistir así que deja de ser terca y súbete.
Mitad orden, mitad burla. Apreté el casco contra mi pecho y negué con la cabeza.
—Emma...
Mi nombre flotó desde sus labios para abofetearme el rostro. Ni muerta me iba a subir a esa cosa del demonio. Solo recordar cómo Sabrina había quedado después de aquella apuesta me revolvía el estómago.
—A decir verdad, creo que me quedaré a descansar el resto de la tarde, me sentará genial una siesta y... ¡Ahhhhh! ¡Eres un idiota, cretino, maldito hijo de una...!
De una manera nada femenina quedé a horcajadas sobre la motocicleta. Cómo si yo tuviera la mínima idea de cómo funcionaba aquel trasto. Si la idea romántica de ir abrazada a un tío que parara el maldito tránsito no me atraía en lo más mínimo, pues quedar frente al volante ya era pasarse de listo. Por qué me había callado.
Por qué no seguía gritando hasta que los pulmones me ardieran. Debía mantener esos puntos en claro, por mi salud mental, pero era imposible mientras Jun me miraba con tanta intensidad y sus dedos trabajaban en colocarme correctamente el casco.
—Si hay algo que no soporto son los berrinches y las personas holgazanas. No entras en el segundo grupo porque sé mejor que nadie el respeto que le tienes al trabajo, pero no creas que un numerito tan infantil como una pataleta va a conseguir que me aparte de mis objetivos este fin de semana. Relájate nena, cuando regresemos a Londres tendrás suficientes recuerdos para darte cuenta de lo que quiero de nosotros.
El incendio en mis mejillas se propagó a sitios que deseaba silenciar. Jun se conformó dejando un húmedo beso en mi cuello antes de subirse detrás. Decididamente de todas las malas decisiones de mi vida, esta se ganaría el premio mayor.
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