00:12. The other name of love pt. 1
“Todas las herederas tienen el don de ser unas arpías disfrazadas de princesa Disney. Todas las herederas fingen que no les afecta el concepto cuando la sociedad viene con el machismo tras el rostro de una mujer. Todas… las… herederas... ”
—¡Emma por lo que más quieras! Vas hacerte daño, cariño…
Sus manos me recogen el cabello mientras otra arcada me toma desprevenida. El aire de la campiña inglesa donde siglos atrás me hubiera gustado estar intenta apaciguar mi sonrojo, pero el alcohol nunca ha sido mi fuerte.
Sí, debería rebobinar. Exactamente al segundo después en que cometía la soberana estupidez de aceptar convertirme en la especie de “acompañante social” de Jun Anderson doce horas atrás.
Mátenme y entiérrenme donde no haya dignidad. La perdí por este hombre y su sonrisa torcida o el hecho de que estar medio vomitado por una servidora (a pesar que lo detesta) le marque un hoyuelo en la barbilla.
—Necesitas un ginger ale y un baño de tina. Eres todo un caso, Pierce.
Niego pero ya me lleva en brazos y las luces de lo que supongo sea el pueblo de Dover me guiñan en la seguridad de unos cuantos kilómetros.
Enumerando el desastre desde mi embotada cabeza, quisiera quedarme atrapada con Jun este fin de semana, en una representación idílica de la damisela en apuros cuando acabo de pelearme con la fulana que será su prometida y no tengo idea de por qué. Bueno quizás el hecho de que nos hemos ido a la cama una vez y bueno, el beso en su departamento también debería contar como contenido para mayores de dieciocho.
Vuelvo a divagar pero no importa. No sé cómo él puede verse tan digno cargando a una borracha en un vestido de noche con tonos dorados y el cabello más parecido a un nido de pájaros que al recogido que Alice se pasó horas componiendo.
Esta soy yo, una chica que se sigue preguntando si debería abandonar el barco antes que las consecuencias sean irreversibles. Una chica que sigue negándose aceptar que el otro nombre de la palabra amor tiene los ojos marrón oscuro y la sonrisa arrogante del CEO de Anderson&Bright
Media noche del sábado 16 de abril del 2022, Manchester, Londres.
Por alguna razón me sentía insegura mientras mi tutor y ahora… bueno Jun, me observaba hacerle muecas al interfono de la residencia estudiantil.
—¿Acaso eres como Cassandra, la profeta? ¿Qué de extraño tendría que te trajera a tu casa, Pierce? Pasan las doce de la noche, no iba a permitir que tomaras un taxi conociendo cómo es el tráfico en la ciudad los fines de semana. Era eso o quedarte en mi departamento. Lo cual rechazaste por razones igual de infantiles.
Cuento hasta diez. Quizás necesite hasta mil y unas toneladas de helado. Lo odio justo ahora y el embarazoso recuerdo de la plática seria antes de llegar aquí se burla en mi cara. Pues sí, soy una chica de principios y cuando nuestro “momento” comenzó a convertirse en otra cosa, decidí parar.
Mejor dicho, y esto es solo para ustedes, estoy aterrada y quiero esconderme en Alaska. El pensamiento de que puede que le guste más que como un pasatiempo es demasiado petulante hasta para mí. Sacudo la cabeza y presiono el dichoso botón. El tono nasal de Alice me recibe.
—Una de la madrugada y contando ¿Qué castigo debo de administrarte hermanita querida? ¿Guillotina o silla eléctrica?
Adiós a la poca credibilidad que me queda. Puedo ver el ceño de Jun fruncirse ligeramente mientras rezo porque Sabrina no esté despierta y decida honrarnos con sus comentarios creativos.
—Seguro algo con lo que pueda enterrar mi supuesta imagen social—Mascullo por lo bajo con la esperanza de que no me oigan. Sonrío rígidamente—De hecho estarás feliz cuando sepas la razón de mi retraso. Solo abre la bendita puerta. Hace un frío del demonio y solo traigo la sudadera.
La verdad, acabo de mentirle. La chaqueta de cuero que Jun me ha obligado a usar desde que abandonamos su BMW negro será añadida a la lista de pecados imperdonables que necesito cometer.
No solo tiene su aroma impregnado, sino que es una obra de arte con el elegante diseño de la casa Balenciaga y en estos momentos pienso seriamente en instruirme sobre marcas de ropa y cosas que debería repudiar por obvias razones.
—Está abierto, lost girl. Sube y pasa el chisme. Sabrina dice que tienes compañía desde la cámara interna.
Cierro los ojos y estoy segura que mi expresión es más parecida algún zombi desfigurado. Apuesto mil contra veinte a que Jun está disfrutando con mi asesinato moral por la forma en que se esconde detrás de su pulgar.
Como si fuera a morderlo hasta donde descansa el anillo de plata grabado en un lenguaje que no logro reconocer. He llegado a suponer que sería algo en japonés, pero hoy pude comprobar que no son caracteres asiáticos, sino otra cosa que por lo visto pesa bastante en su vida.
Como todo lo que rodea a este hombre, o quizás solo soy yo interpretando el tormentoso papel de la protagonista idiotizada por el atractivo CEO.
—Por lo visto eres la gruñona de la casa. Levanta ese ánimo, Pierce. Pasaré por ustedes temprano en la mañana. Son unas dos horas hasta Dover.
La distancia se disuelve tal cómo mis ganas de matar a Sabrina y a Alice. Jun rectifica el cierre de su propia chaqueta en mí, como si el gesto le diera la proximidad necesaria y al mismo tiempo la oportunidad de dudar.
Me es difícil conectar un pensamiento con otro cuando estoy pendiente del más mínimo cambio en su atractivo rostro. Parece un niño perdido algunas veces, pero cuando nos miramos, sé que es todo lo contrario.
No debería sorprenderme su próximo movimiento. Lo cliché de la situación debería hacerme reír pero aquí estoy, de puntillas para alcanzar el uno ochenta y cinco de él mientras nos besamos como si fuera más que un juego condenado a fracasar.
—¿En serio podrás escoger algo para la recepción de Gregory Styles?
—¿Te hice quedar mal en Japón?
Ataco enarcando una ceja y su risa ronca nos sacude a los dos. Uno de sus brazos rodea mi cintura y los centímetros entre nosotros desaparecen.
—Ese es mi peor miedo. Que encuentre otras versiones del bastardo de Yuta mirándote el trasero…
No me esperaba esa ¿Acaso él había sido uno de esos que me había visto de más? Prefiero fingir demencia aunque el rubor en mi rostro y cuello me delate. Jun sigue riéndose de mí. Burlarse de Emma es su pasión. Asesinar a Emma con su forma de ser, su deporte favorito ¿Debería dejar de ser tan masoquista cuando sé que no significo más que una aventura cliché entre pasante y CEO?
—Dulce ángel… ¿Cuándo te darás cuenta que en serio me gustas? ¿Tendré que crear una justificación más convincente que un informe que no existe para que te dejes llevar como en Tokio? Me estoy quedando sin ideas, Em…
Em… ese sencillo mote terminaría de romper la barrera y ya puedo ir preparando el epitafio para mi alma. Al diablo con el sentido común, al diablo con los riesgos. Seré tu juguete, tonto Jun. Cuando sonríe así solo parece que todo debería seguir teniendo sentido.
—Nunca voy a creerte, por mucho que lo digas…
Decido resolverlo con mal humor y antes que pueda agregar algo o intentar otro beso mi pie izquierdo ataca una de sus rodillas haciéndole proferir un quejido agudo que amplía la sonrisa en mi rostro.
—¡Joder, tenías que ser así de agresiva e infantil!
—Buenas noches, señor Anderson.
Me doy la vuelta justo cuando Alice aparece en el rellano. Sus ojos azules se amplían al notar a Jun maldiciendo en varios idiomas mientras se soba la rodilla y yo… bueno yo soy el mismo desastre de siempre. Uno que va camino a dar una conferencia de prensa para las dos odiosas personas que comparten piso conmigo.
[•••]
La ciudad se desliza silenciosa mientras un hombre a punto de cumplir los treinta años regresa a la seguridad de su departamento. La sonrisa no le ha abandonado desde que saliera de aquellos edificios con aspecto Vintage y olor a moho que pueden tener los viejos almacenes que rodean al Soho.
Qué tiempos gloriosos de fiestas desenfrenadas con Michael y James. Qué tiempos de ligera juventud cuando toda su vida, fue preparado para servir como alguna especie de soldado. Jun Anderson tenía muchos rostros, pero el de esa noche bien podía ser comparado al de un travieso adolescente. La del travieso chico que debió haber sido a pesar de todo.
—Me imagino que llevará preparadas unas Vans de repuesto como hace en la compañía. En Tokio también tenía unas en su bolso. Ciertamente… esa mocosa desesperante…
Le habló a la soledad de su departamento y a la vista del centro de Londres, aquella especie de isla dominada por el 30 St Mary Axe le parecía anormalmente viva aquella noche. Las semanas en Japón habían sido una tortura.
No por el hecho de permanecer al lado de su madre. De hecho, pasar tiempo de calidad con ella era alguna clase de premio por años consagrado a una relación que parecía más profesional que afectiva.
Yoko Nakamura exhibía algo de color en sus mejillas al despedirse de él en la Aeropuerto Internacional de Narita horas atrás en el huso horario, lo que realmente había sido un suplicio, tenía el nombre de Cho Xiao Lin.
Solo recordar a aquella mujer, más comparada con una baronesa de hielo o una ninfa con artes de emperatriz frustrada, le hacía perder los estribos.
La hija del señor Cho, su futura prometida, era más niña que Emma en cuanto a lo que podía esperar de un matrimonio. Una pequeña muñeca de voz “sensual” jugando el papel de la inocente cuando era obvio que lo único que deseaba de ese matrimonio de conveniencia era una tajada del pastel.
Cuando Yoko sugirió que Anderson&Bright sería contemplada en el acuerdo prenupcial, algo cáustico subió por su garganta. No se trataba de dinero. Gracias a la propia obra de su madre y el apellido de su padre, tenía para hacer el vago como un millonario flojo el resto de su existencia, pero la empresa que había creado desde sus ambiciones de estudiante de publicidad, aquella que realmente le alejara del asfixiante mundo de la aristocracia y las campañas de poder por el control del rubro sería compartida con alguien únicamente preocupada por el largo de sus uñas o de usar el diseño más exótico de las joyerías.
No podía, no debería compararlas, pero el rostro de Emma se le había aparecido tantas veces en esos días que en cuanto puso un pie en Londres, la idea más ridícula fue la respuesta con tal de ver a la castaña. No supo si ella había caído del todo en su “trampa” al pedir un informe que realmente no necesitaba.
Jun llevaba tan obsesivamente el balance de sus cuentas que aquella era ridículo, pero verla frente a su puerta, siendo totalmente descuidada con su aspecto, siendo dolorosamente adorable, bastó para que le arrastrara a un nivel más dentro de su miseria. No podía permitirse aquella clase de trato con ella.
No era ningún santo. En el pasado y ahora seguiría siendo de los que reclamaba cualquier cosa que tomara su interés, pero la intensidad con la que se estaba dejando llevar por ella no era saludable.
Dos meses.
Dos meses había decretado su madre para que el compromiso se hiciera oficial y los grupos Nakamura y Cho ya hacían transacciones de escala global con tal de asegurarse el control del área de los Tigres Asiáticos.
Dos meses en los que Emma se recibiría y por loco que le sonara, podría revertir el juego. A esas alturas no le importaba decepcionar a su madre. Sabía que el tiempo de Yoko no era mucho, pero tampoco podía ceder a la manipulación emocional ciento por ciento.
Su madre era una guerrera, tal como lo había sido su abuela y los matrimonios de conveniencia, a pesar de ser más comunes en su medio que en otro sitio, nunca serían la mano ganadora.
Matrimonio, hogar, hijos…
Aun llegando a los treinta las palabras le sabían extrañas al chico que había tenido que aprender a comportarse como un hombre desde que tenía conciencia. Ni siquiera se visualizaba de esa manera con su última conquista y eso que podía reprocharse bastante en cuanto a Emma.
Aquella mocosa irritante con cero apego por la moda y comentarios petulantes, pero con una mente tan brillante y fresca que era una delicia arriesgarse.
El sonsonete de su teléfono móvil le sacó de sus cavilaciones mientras los restos del hielo en el Bourbon cedían ante su propia ansiedad.
—Feliz cumpleaños a mí. Feliz cumpleaños a mí.
Canturreó Amber desde el otro lado de la línea. Una sonrisa gatuna marcó aquel hoyuelo que pocas veces se dejaba ver en la fuerte mandíbula de un hombre que mágicamente se volvía a sentir de veintinueve después de mucho tiempo.
Domingo, 17 de abril de 2022, Dover, Inglaterra.
No pregunten. No tengo idea de cómo Alice consiguió convencerme de traerla conmigo y menos como Jun aceptó. El caso es que voy en el asiento del copiloto desde las… ¿siete de la mañana de un domingo?
Sí, cierta persona se pasa con la puntualidad y un rubio cincelado llamado Michael que prefirió acaparar la atención de la bella damisela (estoy citando sus palabras) que es mi hermana menor, y de paso monopolizar la plaza del pasajero.
La zona donde yo podría tener paz mental. Pensé que Jun exigiría la presencia de alguno de sus choferes, pero esto parece más la versión de un viaje escolar donde mi tutor va al volante y yo gruño con cada broma de Alice a costa de mi niñez en Estados Unidos.
—No sabía que las hermanas más hermosas eran de allá. También tengo un hermano que recientemente ha salido de la cueva llamada Australia. Pero de Estados Unidos, Malibú, es mi casa. La playa, el sol y las chicas californianas con poca ropa… Nada mejor para los sentidos.
—Te oyes como un viejo asqueroso, Mike.
Apostilla Jun, pero estoy segura que estos dos se conocen demasiado para despreciar el humor de su tono. Fingí demencia al presentarme con la chaqueta Balenciaga en las manos. Sabrina por su parte gritó a todo pulmón algo así como… ¡Karma Providence! cuando Jun y su amigo sorpresa pasaron por nosotras.
Evité como la peste otro incómodo interludio, deslizándome hacia al pasajero de su coche, pero Alice me ganó. Cómo era posible que prácticamente se pusiera de acuerdo con el tal Michael para que terminara en el copiloto con un vista en primera fila de los brazos de Jun, cortesía de la camisa de hilo blanco a juego con unos pantalones de ante de la misma tonalidad.
Para ser alguien adicto a los trajes de diseñador en tonos neutros, verlo usando algo sencillo y hasta cierto punto juvenil, me provocaba algún que otro corte de circuito.
Así que decidí permitirme que mi elección de una jardinera de mezclilla, Vans y un suéter de punto iban bastante bien con una recepción en medio de la nada.
No se me había ocurrido pensar que el pueblo donde se celebraría el evento estaba como a trece kilómetros de la ciudad de Dover y por alguna razón descubrir que Amber Styles estaría más que presente, siendo su padre el mecenas de la velada, solo incrementaba mi inclinación hacia el desastre.
—Que haya una playa cerca de Villa Calais es genial. Dicen que el pueblo es muy pintoresco.
Alice consultaba Google Maps para placer de mi impaciencia. Por el espejo retrovisor podría comprobar cómo los ojos grises de Michael Avery repasaban el perfil de mi hermana con la típica sonrisa de un viejo lobo acechando a su presa. Debería detenerme. A fin de cuentas Alice es mejor en ese juego que yo.
—La casa de la abuela de Amber tiene hasta salida a una laguna. Es todo un espectáculo. Cuando éramos jóvenes solíamos pasar el verano allí. Aquella señora era un sueño. Amber se parece bastante a ella.
—¿Nos quedaremos con Amber?
Mi voz salió como un gemido estrangulado por la frustración y me obligué a toser. Las Ray Ban en el rostro de Jun se deslizaron un poco para que pudiera ver la seguridad de su mirada.
—Además de ser una gala benéfica, que para nosotros será más negocios que otra cosa, es el cumpleaños de Anne.
Anne...
Por lo visto mi querido tutor tenía un apodo para todas sus conquistas y yo no debería estar sintiendo el deseo de estrangularlo con el cinturón de seguridad. El silencio que le sigue a ello es interrumpido por la sugerencia de mi hermana de escuchar la radio.
Me concentro en el paisaje agreste de la costa británica mientras tamborileo en el límite del asiento al que estoy ceñida. Por lo visto cada quien había escogido una dimensión en la que habitar hasta que el peso de una mano sobre mi rodilla derecha logra romper la burbuja de ansiedad.
Jun me observa con el ceño ligeramente fruncido antes de describir un círculo con el pulgar. Gracias la jardinera, mi piel en esa zona se achina ridículamente y quiero apartar la mirada, pero no lo consigo. Tengo la impresión de que nos hemos quedado solos por unos instantes. Unos ridículos segundos que parecen ser necesarios para volver a respirar.
—Te enseñaré Villa Calais y los viñedos que ahora administra la familia Winston. Deja de pensar tanto, dulce ángel.
Quisiera que Alice alzara la vista y me salvara de caer en el abismo que es él, pero cómo la buena traidora que puede ser, la atención que preciso se la lleva Michael y su plática de sabrá Dios qué cosa. Relajo mi ceño y caigo en la cuenta que he estado malhumorada desde que me subí a este auto.
Jun me ha pegado sus ademanes serios y ya me estoy volviendo loca. Sigo consciente de la mano sobre mi rodilla y la forma en la que continúa mirándome cada vez que tiene la oportunidad. Me encantaría estar dentro de su cabeza.
Me encantaría saber cuál es el otro nombre del amor, cuando al parecer sigo siendo muy torpe para sacar conclusiones.
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