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00:11. Tales for a child

Aun podía escuchar las bromas de Alice mientras protagonizábamos una interpretación desafinada de la icónica Hair, en las voces originales de Little Mix. A veces era más simple perderse en la buena energía que acompañaba a Alice. Solo que mentirle a mi hermana menor era un trabajo titánico.

—Esa cabecita tuya… Por qué tengo la impresión de que el viaje al país del sol naciente vino acompañado de algo más que suvenires.

—¿Detalles suculentos? Necesito un dónde, cuándo y cómo, ahora mismo…

Sabrina no tardó nada en apropiarse de la bolsa de patatas fritas que estaba pagando mis tribulaciones antes de tomar asiento frente a Alice y a mí. Por lo visto no era tan buena mentirosa como planeaba ser, y honestamente no sabía qué decir.

En todo el trayecto desde el aeropuerto hasta acá, en los días que siguieron a ese fin de semana espantoso, en mi lucha contra el miedo visceral a encontrarlo de nuevo.

Por primera vez el karma me había dejado en paz, alejando a Jun por dos semanas más, pues se rumoreaba en la empresa que la señora Yoko no estaba bien de salud. No debería alegrarme de una calamidad así, pero si nos hubiéramos visto al instante después de desembarcar en Londres, créanme que me hubiera convertido en un charco humano con exceso de hormonas.

Aun así, era la peor de las masoquistas, cuando desde mi distancia de seguridad no paraba de preguntarme lo mismo, al punto de sucumbir en la inutilidad de una llamada que jamás se materializó. Una mísera llamada o un mensaje.

Una señal de humo, lo que fuera para sacarme de la mente que había cometido el error de convertirme en la historia de una noche de mi jefe y tutor.

—No sucedió nada. Deténganse mentes criminales… Ya dejen de vivir a expensas de mi inexistente vida social, o mejor dicho, sí sucedió. Casi me muero con una salsa wasabi…

—¿Qué? Pero tú sabes perfectamente que el picante no te hace gracia.

Apostilló Alice casi tirándome de la trenza. La mascarilla cosmética en su rostro amenazó con soltarse un poco. Suspiré, porque prefería el estallido de mi eufórica hermana a los ojos entrecerrados de Sabrina.

—Ummh… mi experiencia aboga a favor de que nos está evadiendo. Solo escúpelo de una buena vez ¿Te lo tiraste o no?

Suficiente. Mi rostro parecía a punto de explotar mientras me levantaba dramáticamente dejando aquellas dos cotillas con la palabra en la boca. Sí, soy un jodido libro abierto que no sabe manejar su vida.

Sí, cometí el error de dejarme llevar en una noche en que el estrés y la expectación me atrapó, y por qué no, quizás si me sienta atraída un poquito por el cretino de mi jefe, pero de ahí a contarles con subtítulos y escenas gráficas lo que sucedió entre nosotros, pasaba totalmente.

Tomando la capucha de mi suéter para cubrirme el intento de trenza holandesa me calcé las deportivas Converse más cercanas y les apunté con el dedo.

—Están excomulgadas en los próximos días a dirigirme la palabra ¡No me hagan pucheros! Seré inmune.

—¡Culpable por dos! ¿Por qué te enojas? Yo siempre lo cuento todo y aquí me vez, con mucha salud y vitalidad.

—Todos sabemos que solo abusas de James y Alice tampoco da prenda tan fácilmente.

—¡Oye!

La aludida me arrojó un almohadón que conseguí esquivar.

—Iré a aclararme la mente. El lunes regreso a la universidad después del descanso de semestre. Eso y el calvario llamado Anderson&Bright.

—Calvario, calvario es estar lejos de tanto hombre guapo…

—Te oyes como una vieja pervertida y necesitada de la atención de unos jovencitos cuando todos tienen edad para ser tus hermanos mayores o para jugar el rol de padres consentidores…

—¡Puaj! Tampoco te pases Alice, deja eso para las novelas románticas con exceso de Sugar Daddy. Yo nunca calzaría con el modelo de la perfecta discípula o mujer florero. Pertenezco más a este siglo.

—Las dejaré, por lo visto se entienden bien.

—Compra algunas chucherías en el super. Se te hace camino.

—¡Abusivas!

Ahora fue mi turno de arrojarle un almohadón a esas dos problemáticas de uno de los butacones que flanqueaban el recibidor. Las risas acompañan mi camino hacia el ascensor.

Conecté mis auriculares solo para hundirme en el inicio de otro sábado en el Soho. Estaba aproximadamente a veinte minutos de Westminster y eso significaba que podía… Oh, no. Detente ahora pequeña tonta.

No puedo siquiera decirlo en voz alta, pero mi corazón no para de preguntarse si solo fue importante para mí, y si la suerte ya dudaba de mi cordura, las notas de Wildest Dreams de Taylor Swift se encargan de marcar mi camino en una ciudad que desearía me envolviera por completo.

Me entretengo mirando los escaparates con ropa cara que pudiera tener si le hiciera caso a mamá. Las tiras de promoción en las pantallas del centro y la vida agitada de los que tienen planes mayores a compartir chismes con su compañera de piso y hermana menor.

Alice solo asiste a fiestas cuando es convocada y como es casi la norma, cuando pasa días conmigo, se convierte en la ermitaña de las mascarillas faciales.

Ciertamente yo tampoco soy de esa vida en luces neón y últimamente, cortesía de cierto hombre insufrible que pasa el metro ochenta, le he tomado aversión a las novelas rosas que solía devorar desde adolescente.

Localizo la entrada al centro comercial y estoy a punto de separar un carrito para complacer aquellas dos revoltosas cuando la música en mis auriculares es interrumpida por el inconfundible tono de Troublemaker.

El corazón se me dispara en el pecho y me quedo congelada sosteniendo con demasiada intensidad el manillar del carrito.

—¿Sucede algo señorita?

Me cuestiona un hombre que debe pasar los cuarenta a juzgar por las prominentes entradas. Respiro profundo antes de asegurarle que paso del super con un gesto de la mano y buscar privacidad detrás de una maceta que decora la entrada.

—Finalmente...

Protesta su voz cuando me decanto por aceptar la llamada. No sé si está molesto o va ordenarme algo, por eso solo me ciño a esperar alguna indicación.

—¿Pierce? ¿Sigues ahí o me estás tomando el pelo? Solo puedo registrar su respiración. No estoy para bromas. Acabo de aterrizar para comprobar que estas dos semanas no han hecho nada que merezca alabarse. No es tu culpa, pero… ¿podrías ir a la empresa y traerme el balance de la semana? Estaré en mi departamento, sé que queda cerca de tu residencia y es… es sábado, pero te lo agradecería mucho. Al final eres mi única escapatoria cuando parece que eduqué mal a los demás ¿Sigues ahí?

Por supuesto, sigo aquí, como una estúpida sonriendo porque has dicho que a pesar de todo confías en mí. Debería golpearme contra la maceta. Me has embrujado bien, arrogante encantador.

—Disculpe señor Anderson, la señal es pésima donde estoy—Miento y él carraspea con ese barítono grave que identifica su voz—Es sábado pero ya que parece tan urgente trataré de llegar a la empresa—Recuerdo en el último minuto que odia “los quizás” y las posibilidades. Con Jun es todo o nada—Iré ahora mismo a la empresa.

Reafirmo y puedo escuchar el alivio en su respiración.

—Tenga cuidado, dada a los accidentes como es, no quiero que se dañe por mi culpa y Pierce…

—¿Sí?

Estoy preparada para que me regañe u ordene otra cosa. Ni en mil años tendría en cuenta lo que viene después.

—Te extrañé estos días… quiero decir, aunque suele demorarse con las cosas, nunca se equivoca en cuanto a lo que le pido. Nos vemos dentro de unos minutos. Hasta entonces.

—Hasta entonces.

Me quedo a cuadros porque es increíble cómo puede pasar de ser un tipo con un palo en el culo, todo formal, a un extraño conocido que filtrea al despedirse.

Sigo sonriendo como idiota antes de enviarle un mensaje a mis dos desconsideradas favoritas. Parecen cuentos para niños pero yo voy a camino a despedazarme el alma sin necesidad de esfuerzo.

No me importa mucho si ya sé que eres la razón de este burbujeo ilícito en mi caprichoso corazón.

Tomo un taxi hasta la empresa y para mi sorpresa parece que Jun facilitó el camino avisando mi llegada. Entrar a la oficina que antes le perteneciera Sora no fue tan complicado, aunque en los últimos meses ese espacio podía considerarse más mío que otra cosa.

Verifico que me estoy llevando el material adecuado y la carga de la mini laptop que suelo usar para trabajar, si falta algo lo sacaré del teléfono. Es irónico, debería sentirme ofendida y no emocionada cuando él supuso que no estaría haciendo nada en un sábado en la noche.

No pasan las siete, pero se siente casi de peli de terror que pueda predecir el itinerario de mi aburrida vida.

¿Tan predecible soy? ¿Qué hace Jun además de trabajar como un obseso del control y protagonizar chismes para los tabloides del rubro?

Sacudo la cabeza mientras regreso al ascensor. Solo estoy trabajando extra porque lo ha pedido amablemente. Bueno, amable a su manera, contando el hecho que el tono autoritario nunca se fue del todo.

Ya tengo que superar de una maldita vez que hace quince días estaba en sus brazos como la idiota que soy o que no lo veo desde esa mañana en la que aún me creía parte de una telenovela. Sigo teniendo sueños prohibidos con él.

Sueños que debería enterrar mientras los minutos se mueven demasiado rápido y la recepción del condominio donde vive me recibe con el mismo tono aséptico bañado en profesionalidad que enmarca a A&B.

Ya he estado aquí por la mismas nimiedades prácticas, pero tengo el presentimiento que tendré recuerdos más difíciles de procesar cuando se abra la bendita puerta doble con el manillar dorado.

No sé qué decir, así que me acomodo los mechones que se han escapado de mi trenza, es en ese instante que el espejo en las puertas del ascensor me hace caer en la cuenta de que soy todo un asco.

Pantalones cortos, sudadera de los Lakers en proporciones que me hacían ver más baja, cabello despeinado y una ligera capa de sudor en mi frente, mejillas sonrojadas debido al esfuerzo de ir casi corriendo de un lugar a otro. Soy un desastre… Oh trágame tierra y que él esté tan cansado de su viaje que recoja el informe y con voz profunda diga: “Eso es todo Pierce…”

—Por lo visto ha memorizado mis ademanes a la perfección. Quién diría que mi última pasante tendría complejo de ventrílocuo.

Casi pego un salto en el lugar. El espejo del ascensor me deja comprobar mi premonición de salir corriendo o esfumarme. Jun me observa con su sonrisa burlona, apoyando la cadera contra el marco de la puerta y Dios, por qué todos los pecados se reúnen en un hombre.

Aun con ojeras en el rostro, el cabello revuelto y ropa de casa, él podría ser parte de una pasarela a las que Alice asiste.

—Señor Anderson… yo…

—Olvidemos el protocolo, Pierce. Es un milagro que no me mandara al demonio por convocarla un sábado. Vamos, entre de una vez. Debo revisar los informes y sacar un balance si no quiero quedar como un idiota en la gala benéfica de los Styles mañana.

Asiento a trompicones y doy un paso al frente. Él me mira como si estuviera a punto de tirar de mi mano. Es increíble cómo ambos evitamos el tema que debería incomodarnos, usando el trabajo como escudo.

El departamento brilla en posmodernidad y adecentamiento mientras cambio mis deportivas Converse por unas cómodas pantuflas de estar en casa.

Costumbres que se ha traído de Japón, aunque yo me esté comiendo la cabeza por lo atractivo que se ve descalzo, usando un chándal y una camiseta de mangas cortas en blanco. Otra de la marca Valentino. Jun es adicto a las casas de moda italianas.

—No pude comunicarme en estos días. Ha sido… ha sido complicado. Ven a la cocina, estaba preparando lasaña antes de que llegara la notificación de Gregory Styles. Si no fuera porque es el padre de Amber, pasaría de este proyecto sin pensarlo ¿Blanco o tinto?

Me ofrece vino pero no me está mirando. Intento seguirle el ritmo como si yo pudiera encajar en la vida de aristocracia y glamour, que aunque me pertenece por vía materna he tratado de sepultar.

—Blanco, solo una copa. Soy muy mala para el alcohol.

Mi tímido comentario lo hace apartarse de su tarea sobre la sartén. Una de sus comisuras tiembla y tengo la impresión de que ambos estamos pensando en lo mismo. En Tokio y una habitación de hotel, en manos recorriendo el cuerpo ajeno cuando todo debería quedar a puertas cerradas en mi corazón.

—Afortunadamente puedes ser competente con una buena dirección.

Por alguna razón me siento tentada a tirarle algo o arruinar la apacible atmosfera que nos rodea vertiendo media botella de vino en la sartén. La sonrisa que intentaba imponerse en su rostro, se transforma en una sensual carcajada.

En un tono bajo como solo podría pertenecerle a él, y yo me vuelvo a maldecir mordiéndome la punta de la lengua. Concentrarme en el dolor y la incomodidad será mi salvoconducto contra esta versión sexy y hogareña de mi tutor.

—Dios, a veces creo que no tuviste adolescencia. Tranquila, cero picante en la salsa. La lasaña ya está casi a punto.

Finalmente apaga la estufa y me sirve una copa de vino blanco. Él está tomando lo que especulo sea whisky por el color ambarino de un vaso de cristal decorado con pequeños octágonos.

Tengo que morderme los labios para no reír en grande. Por qué demonios cada detalle de él debe interesarme casi con pasión científica. El silencio se hace mientras intento concentrarme en paladear la bebida en mi copa como si fuera lo más importante de este mundo.

Necesito ocuparme de algo más que nuestras respiraciones para llenar el silencio. Necesito no mirarle de frente aunque no me puedo apartar. Jun termina su trago y comprueba el horno donde el olor de la masa mezclada con las especias junto a la carne picada hace a mi estómago protestar.

—Pierce… ¿Me dejarías tutearte esta noche?

Gracias allá arriba que ya me tomé el vino si no ya saben lo que pasaría. Me siento atrapada en un sueño irreal y por un instante la idea de venir por trabajo me suena a trampa. Insisto…

¿Por qué me inclino a suponer que estamos pensando en lo mismo? No, no, ya es la ansiedad pasándome factura.

—Supongo que puede, a fin de cuentas esto no aplica a ninguna norma de la empresa ¿Por cuál de tus nombres te he de llamar? No te ofendas, pero eres como un diccionario de nacionalidades…

Mi comentario lo hace fruncir el ceño. Tengo la impresión de que me va regañar pero hace todo lo contrario. Por unos instantes me pongo rígida cuando se apropia de una de mis muñecas y la acaricia con un elegante pulgar.

Me quedo suspendida en ese gesto hasta que encuentro esos ojos de un enigmático marrón oscuro. Una mueca irónica es lo que llega ahora.

—Escoge el que te plazca. Por mi parte seguirá siendo Pierce.

No entiendo esa resolución pero no me importa. Me zafo de su toque y frunzo el ceño. Es un gilipollas. El rey de los gilipollas. Debería llamarle Jun cabrón Anderson, pero me contengo. En su lugar saco la mini laptop y la enciendo.

—Vale, entonces, solo Jun. Iré preparando el Word para el nuevo informe ¿Te parece?

Aprieta los dientes porque es obvio que esperaba que cayera en sus garras como hace quince días.

Idiota. Trágate tu ego.

Lo insulto mentalmente y me pongo manos a la obra. Aparta una banqueta de las de la encimera para guiar el proceso mientras consulta los libros de balance financiero. Aun siendo el CEO más importante de la empresa suele hacer ese sondeo con una periodicidad aterradora.

Como si las finanzas fueran la prioridad a su impulso creativo. Varias veces tengo la impresión de que nos acercamos al punto de rozarnos, pero cuando compruebo solo estamos a escasos centímetros y por suerte el horno es la señal para aplazar parte del trabajo por la comida.

—¿Te importa si pongo música? No sé si eres de las que trabajan en silencio o prefiere escuchar algo.

Sonrío sinceramente. Es la primera vez que lo hago desde que llegué con un revoltijo de nervios y preguntas inconclusas.

—Me encantaría. De hecho suelo comer viendo videos en YouTube, claro cuando no estoy en el trabajo.

—Me lo imaginaba.

¿Cómo así? Estoy tentada a cuestionar pero el hilo musical con notas de Jazz me interrumpe. Tararea New, New York mientras la lasaña es cubierta con una generosa salsa boloñesa. Me ofrezco ayudar con el juego de cubiertos pero él pasa de mí.

Me asombra que sea tan diestro en la cocina, cuando tiene un servicio que por lo general se encarga de todo. Jun parece más joven esta noche o quizás solo sea mi fecunda imaginación pasándome factura.

Somos unos obsesos que picotean la comida mientras consultan el informe. Así me encuentro discutiendo sobre números, tendencias, campañas para evaluar y tratos que cerrar mientras la porción de lasaña en mi plato desaparece y las copas de vino blanco suman cuatro.

—¿Ya terminaste el primer borrador de la tesis? No me mires así, faltan tres meses Pierce, cuándo pretendes mostrármelo.

Golpe bajo, estoy muerta.

—Ya lo haré, faltan tres meses.

—No avanzarás si no te pones a ello. Te guiaré con lo mejor que tengo. Soy responsable de ti y…

—¿Por qué siempre tienes que buscar una razón para pelear? Estabas siendo considerado, hasta cierto punto tolerable, pero tenía que poseerte el controlador compulsivo ¿Por qué siempre eres así? ¿Qué te hice además de existir? ¿Por qué tienes que…?

Soy una idiota, una de las grandes porque era más que obvio cuál era su objetivo inicial. Hasta ahora compruebo que él disfruta haciéndome explotar en un berrinche infantil.

Sabe cómo apretar el botón que drena mi paciencia y aprovecharse de ello. Cuando sus labios se aventuran a tocar los míos siento la traicionera descarga eléctrica golpearme por dentro. No debería.

No debería pero aquí estoy abrazándolo por el cuello mientras me carga sobre la encimera. Mis piernas rodeando sus caderas y el beso haciéndose más exigente para probar lo especiado de la salsa y el whisky en su boca.

—¿Siempre lo arruino, verdad dulce ángel? Siempre estoy condenado a dejar ir lo que más deseo por las malditas responsabilidades. A veces también me canso de tener veintinueve sintiendo que cargo con cuarenta ¿Nunca has deseado algo al punto de enloquecer? Han pasado quince jodidos días, Emma, quince jodidos días donde no he podido olvidarte.

Decidido. Alguien asesinó mi cordura y le agradeceré eternamente.

¿Qué le dices a un necio para que deje de soñar con lo imposible?

No tengo la menor idea, y como la necia que soy, sonrío en grande mientras lo vuelvo a besar.

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