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00:10. Alarm clock

“Eres lo único que deseo.”

Aquellas palabras seguían latiendo en la mente de Jun Anderson mientras sus dedos se paseaban por la espalda desnuda de Emma. Si alguien le preguntaba qué lo había llevado a cometer aquella locura, irónicamente culparía al alcohol solo para resguardar su orgullo, cuando en realidad se había visto encadenado a la nube de pasión que desde hace meses lo hacía cuestionarse acerca de la castaña.

Con decir que la impaciencia les impidió llegar al dormitorio suntuosamente equipado de la suite y en una especie de derroche la ropa se fue quedando en el camino.

No pudo evitar una sonrisa maliciosa al recordar como ambos habían competido por el control de una situación a toques de fuego y lujuria. Tampoco cuando las primeras estrellas se dejaron ver en la mirada ambarina de ella y todas las reglas no escritas que tenía sobre sus amantes se borraron al escuchar su nombre en los labios ajenos.

Emma no solo le había entregado sus formas finas y elegantes. Jun había visto su alma en el último instante mientras le exigía una silenciosa oportunidad y ella confesaba que era lo único que deseaba.

Ahora, después que la neblina de placer se disipara lo suficiente como para recapitular, se preguntaba si sería correcto alargar aquel encuentro en un fin de semana que apenas comenzaba.

Jun volvía a divagar mientras se deshacía del largo flequillo que casi le cubría los ojos con una sacudida de cabeza. Solo contaban con unas horas antes de que su vuelo fuera anunciado pues el jet privado había regresado a Londres en fechas atrás.

Solo unas horas en una madrugada en la que no habían conciliado el sueño mientras las caricias o los besos prohibidos construían el itinerario. Como un niño pequeño que está a punto de cometer una travesura, se aferró más a la delgada cintura de ella.

—Mocosa… ya sé que estás despierta.

Un beso en la unión del cuello con la oreja izquierda de ella y pudo comprobar como el menudo cuerpo entre sus brazos se estremecía. Lo intentó más en serio, trazando un círculo sobre el plano vientre de la chica. Emma suspiró dándose por vencida para ofrecerle su rostro adormilado y un ceño levemente fruncido.

—Me duele la cabeza por tu culpa.

Se quejó pero no pasó mucho tiempo para que se refugiara en el pecho de él. Jun terminó de colocar su cuerpo sobre el suyo y le besó el cabello, aspirando aquel aroma que a partir de ahora asociaría siempre con ella.

—No dirás eso cuando nuestro vuelo nos deje. Vamos, mocosa, solo abre tus hermosos ojos y mírame.

La orden seguía sonando arrogante pero a Emma parecía no importarle. Tal como él había dictado su mirada color ámbar se encontró con los risueños ojos de Jun. Para Emma era como descubrir a un niño pequeño cuya sonrisa le calentaba el alma.

Aun cuando estaba segura que para él solo había sido  algo de una noche y que en cuanto abandonara Japón el sueño se convertiría en recuerdos solo quería disfrutar más de aquella imagen adorable que era Jun Anderson acabado de despertar.

***

Era como si en cualquier momento alguien saliera detrás de la puerta y gritara: ¡Corten! Confirmando que lo que había experimentado en las últimas horas era producto de mi fecunda imaginación.

Aun cuando quería achacarle al alcohol, y a los sentimientos encontrados mis pensamientos, sabía que no podía ir tan lejos como para engañarme a mí misma. Mientras la regadera de la ducha lavaba mi cuerpo podía sonreír como una tonta recordando cada segundo en sus brazos.

Mi peor enemigo, mi temido tutor, la razón por la que estaba segura que perdería el sentido, no había reparado en quejas ni peros para llevarme a un sitio que no conocía realmente. No iba a enumerar las experiencias amorosas con las que contaba.

A decir verdad no eran tan relevantes, peor aun cuando el recuerdo que acababa de formar estuviera condenado a lo efímero de las relaciones de una noche. Sin embargo, mi parte más sensible seguía ilusionada por cómo había despertado.

Cuando finalmente pude encontrar el sueño tuve la imagen mental de que abriría los ojos en soledad. Teniendo como única evidencia de que algo más había sucedido por las marcas en zonas de mi cuerpo que ni siquiera tomaba en cuenta o el hecho de que no era la suite que me habían asignado.

Jamás calculé recibir la sonrisa franca de Jun o esos besos que ahora, libres de alcohol sabía me condenarían al infierno. No dudó en reclamarme que llegaríamos tarde, pero la forma de hacerlo había cambiado, como si nuestro encuentro sin medidas o preocupaciones se hubiera llevado el huracán de tensión y una fina lluvia de tranquilidad nos cobijara a los dos.

Habíamos acordado reunirnos en el lobby y de ahí ir directo al aeropuerto. Tampoco esperé que me besara de nuevo bajo el umbral de su habitación, apresándome contra la puerta y su cuerpo como solo él podía hacer.

Estaba tan eufórica como para advertir el desastre que solo por un día no me importaría convertirme en su juguete. Aun cuando me llamara mocosa o dulce ángel entre aquellas cuatro paredes.

Aun cuando el choque de azúcar amenazara con hacerme gritar de alegría, ahora comprendía por qué había sufrido tanto reprimiendo lo que inevitablemente se llamaría atracción.
Sí, Sab tenía razón.

Había cometido un hermoso pecado con los ojos marrones como el chocolate y el poder de incendiarme la piel. Qué más daba convertirse en cenizas bajo la lluvia si mi tormenta era él. El rutinario proceso de revisar mi equipaje y dejarlo todo en orden me sonó más ligero mientras tarareaba Rise de Lee Taemin.

Dos toques en la puerta doble de la habitación me sacaron de mi ensoñación. Me alisé el cabello con las manos y recompuse la blusa de seda bajo la chaqueta negra que había escogido para el aeropuerto. Esperaba la sonrisa cómplice de Jun del otro lado del umbral cuando la mirada cordial de uno de los botones fue todo lo que hallé.

—Señorita Pierce, el señor Anderson acaba de abandonar el hotel. Se ha presentado una emergencia familiar y le pide disculpas por no poder acompañarle en el viaje de regreso a Londres.

Aun intentaba procesar aquella información cuando el diligente empleado me entregó una nota con la exquisita caligrafía de Jun.

Perdóname, Emma. Tengo que resolver un asunto que no puede esperar. Necesito tu comprensión, dulce ángel. Nos veremos en Londres.”

J.A

Si creyera en el destino le prestaría atención al golpeteo acelerado de mi corazón y la insidiosa voz en mi cabeza que gritaba “te lo dije.”

—Muchas gracias.

Me las arreglé para componer una sonrisa que más bien sería confundida con una mueca. El aeropuerto me recibió en silencio mientras el Sol comenzaba alzarse en Japón. Me esperaba un largo viaje en el que las ganas de llorar sin sentido alguno se convertirían en mi peor verdugo.

La nota de Jun continuaba en el bolsillo interno de mi chaqueta, muy cerca del traicionero revoleteo que mi mente catalogaba como consecuencias de una equivocación.

Me encontré dándole demasiadas vueltas a lo que debía quedar atrás. No debía mirar la pantalla de mi móvil esperando algún mensaje o una llamada de su parte, no debía construir un castillo de ilusiones que terminarían hechas pedazos.

Había cometido el error de ser cien por ciento sincera, de admitir frente a su ego el hecho de que le deseaba insanamente, pero no había sido tan idiota como para dejarle ver lo que realmente me preocupaba de regreso a casa.

La alarma estaba puesta y yo me rehusaba a marcar los compases que el resto de las personas encuadernaban en historias rosas y franquicias dedicadas a alimentar aquel sueño etéreo que era el amor.

Sonreí a regañadientes cuando las primeras lágrimas se dejaron ver en mis mejillas. Era mejor derramar el torrente antes de ser el objeto de examinación de las personas que me esperaban del otro lado de la terminal del aeropuerto internacional de Londres.

Así fue preferible achacarle a mi falta de sueño el enrojecimiento en mis ojos o la mueca de disgusto en mis labios. A Alice no le importó cuando sus brazos me rodearon, bridándome aquel consuelo que tanto necesitaba.

—Te extrañé, hermana.

Profesó la rubia y yo me refugié en ese gesto. Un intercambio de comentarios triviales se produjo en el trayecto al pequeño piso que compartía con Sabrina. Ella no había podido venir porque estaba de turno en The Black March, gracias a la diferencia horaria, en Londres seguía siendo viernes.

—Entonces conseguiste el dichoso set del estudio Ghibli. Sabrina me lo ha recordado cada día desde que estoy aquí. Quédate el resto del día conmigo.

Cómo negarme a los adorables ojos azules de Alice y su expresión de inocencia. Le pellizqué la nariz como cuando éramos pequeñas ganándome el mismo gesto de vuelta.

—No sé lo que sucede contigo Em, pero cuando estés lista, aquí estaré para escucharte.

Allí estaba de nuevo, mis habilidades para mentir eran pésimas. Negué con la cabeza mientras me concentraba en desempacar. Muy dentro de mi corazón se estaba formando una pequeña cicatriz.

***

Jun chasqueó la lengua mientras el médico de cabecera de su madre abandonaba la habitación. Se maldecía una y mil veces por ignorar el delicado estado de salud de Yoko cuando se excusaba detrás de la importancia del negocio familiar para esconderle la verdad.

—Puedes marcharte ya. Sé que estás ocupado con lo de la campaña para Infinity.

La voz cansada de su madre lo movió a descorrer solo un poco las cortinas de la gran habitación. Con el cabello suelto y la piel aún más pálida por su condición, la señora Nakamura parecía más joven de lo que sus cincuenta y tres años podían mostrar.

Jun no lo pensó mucho para ocupar el extremo de la cama que quedaba libre y como si fuera un niño pequeño recostar su cabeza sobre el vientre de la mujer que más amaba en su vida. Yoko suspiró peinando la negra cabellera de su hijo.

Lo que más detestaba era preocuparlo y la nueva recaída de su enfermedad exigía que se limitara a contralar el crecimiento de su empresa tras bambalinas, algo que solo acrecentaba su mal humor.

—Siempre serás lo más importante para mí. Así que trata de esforzarte más si quieres que me largue.

Yoko sonrió y la primera lágrima se escapó de sus almendrados ojos. Se había hecho cargo de su vida como la guerrera que nadie aceptaría en los círculos más influyentes de Europa. Había pasado de ser la esposa del embajador de Reino Unido en Japón a la empresaria más exitosa de la industria hotelera en la última década.

Jun había sido parte de ese crecimiento. Aun recordaba aquel niño serio y curioso que la perseguía a todas partes. Colgado de su falda mientras abrazaba un oso de peluche que le acompañaba a dormir.

Ahora se había convertido en un hombre temido y admirado a partes iguales, con un futuro por delante del que ella lamentablemente no sería testigo.

Tragó duro imaginando esa probabilidad, por eso había firmado aquel pacto con el señor Cho. A ambos les preocupaba el destino de sus empresas y de sus propios hijos, cuando a ninguno de los dos herederos parecía importarles el hecho de sentar cabeza finalmente.

Yoko conocía la soledad y Jun se había desarrollado en ella, constituyendo una personalidad a veces demasiado irascible para ocultar la sensible alma que poseía. Estaba preocupada por su hijo y aunque sonara un tanto manipulador, se aseguraría de al menos verlo casado antes de abandonar este mundo.

—Sé que soy egoísta, pero quisiera que pasaras más tiempo con Xiao Lin.

Jun inclinó la cabeza para ver el rostro de su madre. Las caricias en su cabellera cesaron cuando el nombre de la hija de Choi flotó en el silencio de la habitación. Algo se removió en su estómago al recordar lo que había hecho las últimas horas.

Cómo había perdido la cabeza por Emma y sin medir consecuencias le había prometido una especie de relación donde continuaran intercambiando pasiones. Ahora la realidad le golpeaba de manera apabullante y las profundas ojeras en el rostro de Yoko se convertían en invisibles cadenas para el CEO de Anderson&Bright.

—Solo me quedaré por ti.

Fue la corta respuesta antes de incorporarse del todo y abrazar a la mujer que le había dado la vida y que ahora se empeñaba en decidir por él. Yoko se dejó mecer por la calidez de su hijo.

Jun solo observaba la tarde morir del otro lado del ventanal de la residencia Nakamura, haciéndose preguntas para las cuales solo una chica de ojos color ámbar tenía respuestas.

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