00:06. Common Sense
Aun sin saber cómo manejar mi vergüenza me aclaré la garganta.
—Creo que lo más oportuno es hacer las presentaciones. Emma Pierce, asistente personal y pasante de Anderson&Bright. La campaña publicitaria para Universal no podría realizarse si no aprovechamos las ventajas que nos puede suponer llegar al público joven. En el mundo de hoy los espacios creativos se alternan entre lo cotidiano de nuestras calles y las redes sociales por eso pretendemos fusionarlo todo en una propuesta inclusiva y económica, aun cuando sea la marca Infinity nuestra apuesta más certera.
No supe de dónde salió todo aquel valor, menos cómo podía contestar preguntas en inglés y japonés o asentir como si fuera una experta. Si era sincera ciento por ciento solo era consciente de la mirada de Jun y cómo jugueteaba con el bolígrafo plateado en sus ágiles manos.
Varias veces estuve tentada de morderme el labio inferior pero no lo hice. La presentación acabó con un aplauso que me dejó conmocionada. Podría acostumbrarme a ello, pero nunca a la expresión indescifrable en el rostro de mi tutor.
No supe como llegué de vuelta a su lado. Solo fui consciente de que todo había acabado cuando la asistente de Yuta Sakaki procedió a realizar su presentación.
Por lo visto no estábamos solos y Jun necesitaba de la colaboración de aquel carismático hombre para que su madre diera el visto bueno.
Aun siendo de su propia familia, la señora Yoko no aprobaba nada sin el consentimiento de todo el consejo empresarial de Nakamura Holdings.
Me permití humedecer mi afectada garganta con el agua mineralizada que habían dispuesto para la sesión.
Casi me atraganto cuando algo me rozó la desnuda rodilla cortesía del vestido. Ahí estaba, Jun había puesto su cálida mano allí para ganarse mis ojos como platos.
—Lo hiciste genial, Emma.
Una sonrisa tan rápida y peligrosa como la intensidad de un rayo se dejó ver en su rostro. Creo que en ese momento fui consciente de lo mal que estaba del estómago porque la opresión en mi vientre solo logró calentarme el rostro.
Aun como una tabla rígida asentí y me obligué a seguir la disertación de la competencia. Jun retiró su mano como si no hubiera sucedido nada especial, aun así podía percibir cómo su mirada se paseaba por mi cuello, causándome un bochornoso sonrojo en el que solo atinaba a recolocarme los mechones de cabello detrás de la oreja izquierda.
Dios, soy más hormonal que una quinceañera. Esperaba que no siguiera de esa forma, ya era como conocer Saturno u otra especie de planeta salido de la imaginación del más exigente.
Normalmente se especializaba en dejarme por el suelo, pero hoy solo con un toque y una sonrisa había subido mi autoestima al Olimpo. Aún seguía en la nube de autocomplacencia cuando se nos dio luz verde para participar en el almuerzo en el restaurante del hotel. Entonces lo supe, la razón por la cual Jun se había comportado cómo un humano, segundos atrás.
—Parece que la señorita Pierce es más que una hermosa dama. Su presentación dejó a todos animados.
Yuta Sakaki se acercó a nosotros en cuanto cruzamos el umbral del restaurante. Detrás de él la joven que me había sucedido en el podio echaba chispas por los ojos. Por lo visto Jun había usado su As ganador y ese había sido yo. Territorialidad, eso sí, el muy cabrón le había hecho creer a Yuta de que además de su asistente teníamos una especie de relación.
Tuve ganas de gritar pero me las arreglé para agradecer y murmurar una disculpa mientras me encaminaba al sanitario. Necesitaba notificar a Sab de la semejante jugarreta de la que había sido víctima. Por otro lado ya no me quedaba otra opción que admitirlo.
El maldito manipulador que tenía como jefe despertaba intereses que debería tener por otros hombres y no por su desagradable persona.
—Hasta que al fin contestas.
Sab bostezó sonoramente del otro lado de la línea hasta que el ruido de música de fondo me hizo saber que había activado el altavoz.
—¿Qué te hizo ahora el señor Perfección? Son las cinco de la mañana aquí en Londres, más vale que se algo escandaloso como que te comió la boca…
Para qué quería enemigos si tenía a Sab. Tuve ganas de chillar pero solo alcancé a presionar el altavoz también y encender el secador de manos del lavado.
—El muy hijo de su madre me utilizó para ganar la candidatura de Universal y no solo eso, le hizo creer a la competencia de que tenemos algo. Es despreciable.
Sab asintió con un sonido nasal antes de escuchar como se aclaraba la garganta. Seguro se estaba cepillando los dientes a juzgar por el traqueteo en la línea.
—Nena, si te pusiste alguno de los vestidos que separé es normal que se le suba la testosterona. No quieres aceptarlo pero el cretino sexy de tu jefe te atrae, yo diría que obsesivamente y sí, ya vi la foto del tatuaje prohibido en tu celular. Tus contraseñas siguen siendo demasiado predecibles. Yo en tu lugar aprovechaba el viajecito y cometía algún que otro pecado.
—¡Sabrina, estoy pidiendo consejo no lanzarme al abismo con los ojos vendados!
—Estoy siendo cruelmente sincera. No aceptaste a Felix que es un muffin de mermelada solo porque en tu cabecita pervertida tienes fantasías húmedas con don me creo el ombligo del mundo. Solo demuéstrale de qué estás hecha. Si creó esa especie de jueguecito tonto dale la vuelta. No tienes más que ofrecerle buenas vistas y luego nada de nada.
—Me siento como una pervertida justo ahora.
—Cariño, citaré a Marilyn Monroe para ti: “Si la vida te dio curvas, mejor aprende a usarlas” o eso decía. No lo sé, el punto es que ya saliste de la peor parte. La dichosa presentación, ahora disfruta el viaje y tráeme mis pijamas de estudio Ghibli o será otro el cadáver que encontrará Alice a su regreso.
—¡Oye!
Quejarme estuvo de más. La conversación sin sentido de Sabrina y sus planes malévolos para con mi tutor fueron como la vitamina que necesitaba para salir del agujero en que ya me había encerrado. Abandoné el lavado renovada y dispuesta a sonreír a todo aquel que no me tratara como un simple juguete.
—¿Había un universo paralelo en el baño para que te demoraras tanto?
Aquel tono beligerante estaba de vuelta. Preferí disfrazar mis ganas de estrangularle con una sonrisa falsa.
—No se le pregunta a una chica sobre lo que pasa en el sanitario.
Tuve el valor de hablar sin filtros mientras aceptaba la carta de manos de una de las muchachas del servicio en el restaurante. Dos mesas adelante Yuta elevaba su copa de vino blanco en mi dirección.
—¿Qué podría saber una mocosa como tú de asuntos de mujeres?
Por lo visto la guerra solo estaba por estallar. Preferí ignorarle mientras le sonría de vuelta a Yuta y ordenaba la especialidad de la casa ese día. Anguilas marinadas con salsa wasabi. Jun por su parte trinchaba su pescado como si así pudiera enviarme el mensaje de que me odiaba en silencio.
—Si vamos a usar epítetos infantiles a partir de ahora y saltarnos el protocolo, pues empezaría por llamarle bastardo insolente.
Complacida de su estado de estupefacción agradecí cuando la comida fue servida. El sabor del pescado unido a la salsa me calentó las mejillas.
No es que fuera fan número uno del picante pero sentía como que me estaban quemando la boca por dentro. Jun iba a decir algo más pero por lo visto mis ganas de calmar el incendio en mis papilas gustativas lo detuvieron. Picaba como el infierno y me costaba respirar.
De un momento a otro mi garganta parecía cerrarse mientras el ardor se paseaba por toda mi piel. Qué demonios era aquello.
—Joder Emma, si eras alérgica al wasabi podías haberlo dicho.
Alcancé a gesticular en busca de aire pero pronto comencé a ver manchas ocuras por todas partes. Que ridícula forma de morir, intoxicada. Me recriminé mentalmente mientras perdía la noción del tiempo y una voz lejana pronunciaba mi nombre.
Una sensación de dulce adormecimiento me envolvió hasta que el olor a desinfectante ocupó mis fosas nasales. Dónde rayos estaba o porqué tenía una vía conectada a mi brazo derecho.
Traté de incorporarme para descubrir que solo llevaba una bata de hospital y que a lo lejos se escuchaba la sirena de lo que ahora suponía fuera una ambulancia. De pronto las náuseas me atacaron al recordar la especie de pelea que tenía con Jun antes de que todo se hiciera difuso.
—Dios… por qué tengo que ser tan…
Como siempre me quedé a medias cuando la figura del hombre que me martirizaba en sueños se hizo visible. La corbata de su impecable traje Valentino había desaparecido y los tres primeros botones de la camisa estaban abiertos dejando a la vista el inicio de la base de su cuello adornado con otro imperceptible lunar.
Tragué duro al sentir su mirada oscura sobre mí. El sermón que me esperaba iba a ser épico. Cómo le había llamado antes de ahogarme con el wasabi, ah... sí bastardo insolente. Sabrina quiero que ardas en el infierno por meter esas ideas en mi cabeza.
—¿Cómo te sientes?
No esperaba esa genuina preocupación en su rostro. Quizás solo lo estaba haciendo para ahorrarse una demanda por accidente de trabajo porque a fin de cuentas eso estaba haciendo cuando decidí suicidar a mi estómago con comida picante, pero la parte más traicionera quería creer que en serio le importaba.
—Tengo ganas de vomitar.
Era cierto, cien por ciento que quería sacar mis tripas por la boca aunque la escena mental fuera asquerosa. Jun suspiró antes de ocupar la silla frente a la camilla donde estaba yo.
—Podías haberte muerto, mocosa. Fue una suerte que estuviéramos en el mismo sitio. Eres tan torpe que podrías haberte ahogado en tu habitación antes de pedir ayuda.
Su manera de mostrar preocupación era todo un pedazo de cielo, pero irónicamente me comencé a reír como una descolada. Jun arrugó el entrecejo, pero sus comisuras temblaron en una incipiente sonrisa labial.
—Le pido disculpas por todo. Es cierto que soy problemática, pero gracias por cuidar de mí. En todos los sentidos.
No tenía valor de encontrar su mirada mientras me retorcía los dedos. Aun buscaba reunir el valor suficiente para hacerlo cuando su tono sereno me encontró.
—Yo también me disculpo, Emma.
Era la segunda vez que sus labios entonaban mi nombre y por alguna extraña razón me hice a la idea de que aquel hombre era el verdadero Jun. Después de aquel interludio no dudó en reprocharme que debía seguir una dieta especial en los próximos días.
Como una niña pequeña me guardé todo lo que tenía que decir hasta el regreso al hotel. Yuta envió flores a mi habitación junto con una tarjeta donde me deseaba una rápida recuperación e invitaba a participar en la inauguración de un club en Ginza el fin de semana, como colofón de las actividades por la candidatura de Universal.
En Londres ya era catorce de febrero y eso solo significaba que Alice a estas horas habría llegado como parte de la semana de la moda en Reino Unido.
Me planifiqué comprar la cantidad de cajas de chocolate justas para que me perdonara por no estar presente y por supuesto los dichosos cachivaches que tanto me reclamaba Sab en cada salida. Hoy solo me debía ceñir al trabajo de oficina después de la presentación y Jun me había liberado de responsabilidades en parte por el episodio con el wasabi y porque pasaría el día en la residencia de su madre en Minato.
Realmente me gustaría ser una mosca en la pared para ver semejante palacete al estilo tradicional japonés. Las llamadas de parte del asistente personal de la Emperatriz de la Industria Hotelera en Asia, como se solía apodar a la señora Nakamura, me harían notar que por lo menos había pasado la primera prueba en cuanto a mi permanencia dentro del equipo de Anderson&Bright.
—Bueno, supongo que podemos comprar por Internet.
Me daba pereza infernal salir por los regalos de Alice y Sabrina así que para lavar mi culpabilidad, me había prometido llevarle algo a Felix también. De hecho estuve tentada a mensajearle varias veces.
Razón por la que no llegué hacerlo… mezcla de miedo y vergüenza. Dejándome llevar por esos sentimientos pesados marqué su número. En Londres ya pasarían las siete de la noche y quizás estuviera ocupado contando que era viernes en la tarde. Aun así me sorprendí cuando la línea volvió a la vida y un animado Felix contestó del otro lado.
—Hola, chica de los sneakers. Feliz San Valentín atrasado.
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