00:04. Hottest like hell
Si me preguntan cómo sigo viva he de darle mérito a Starbucks y su servicio atento al cliente. La cafeína era lo único que circulaba por mis venas mientras comprobaba por octava vez la lista de pendientes para el día de hoy.
—Uy… por lo visto alguien amaneció de morros. Tienes unas ojeras que ni una mascarilla coreana podría reducir.
Sabrina hizo acto de presencia en la pequeña sala de estar de nuestro piso. El pijama con motivos del Studio Ghibli y las dos coletas en su cabeza le daban un aspecto entre esponjoso y adorable. Inspiré profundo tratando que alguna energía positiva entrara en mi martirizado ser.
Sab aprovechó para prepararse un cereal y como si disfrutara con mi incapacidad para la organización, observar la maleta a medio hacer sobre la encimera y el portafolio lleno de papeles donde reposaba mi pasaporte.
—Ten cuidado de no olvidarte de tus documentos. No creo que a los japoneses les agrade la idea de tener a un inmigrante entre ellos.
—Te levantaste con el fastidioso de guardia.
La morena solo saboreó su cereal antes de dedicarme una sonrisa gatuna.
—Sé que me amas y es tanto que ocuparé tu lugar cuando llegue Alice. Mira el lado positivo, estarás cerca de Akihabara* y me comprarás el set del Castillo Ambulante* que tanto deseo.
Otra vez habla en lenguaje otaku. Para las personas promedio El Castillo Ambulante o Mi vecino Totoro eran películas destinadas a niños, pero para la entusiasta de Sabrina se trataba de una especie de religión en la que estábamos obligados a callarnos cuando los comentarios más puntillosos hacían su aparición.
No es que odiara su pasión por el anime y la cultura nipona, porque a mí también me gustaba ver buena animación de vez en cuando, pero en este momento lo que menos necesitaba era una Sab quisquillosa restregándome en la cara que pasaría una semana enterrada en las interminables conferencias a las que asistiría mi tutor.
—No tendré tiempo ni de respirar. Todavía no me largo y ya pidió que pasara por la Galería Blank Verse porque tiene que resolver algo importante.
—¿Acaso eso no rompe el estricto cronograma cuando tu jefecito es un obseso del control?
Mordí mi labio inferior. Si le contaba a Sab la aversión que me causaba responder las llamadas de Amber Styles a la oficina quedaría en evidencia. En cierto sentido no había razón objetiva para que ese hecho me afectara.
Pero por alguna razón escuchar las conversaciones privadas de mi jefe con la artista por la endemoniada línea de la oficina me traía mal. No entendía la relación de esos dos. Cada uno por su lado pero al mismo tiempo, amigos con derechos.
Ahora comprendía a la prensa cuando aquella mujer, ahora pelirroja, protagonizaba otro escándalo donde los hombres siempre quedaban mal. Jun parecía a gusto con ello y “el asunto” en Blank Verse tenía que ver con la exposición de esa mujer.
No olvidaré nunca el susto que me di el primer día que el Señor Perfección ordenó que llevara su colada al departamento de Westminster. La encargada de la limpieza me invitó a pasar y descubrí un mural decorando una de las paredes de su sala de estar.
Se puede ser narcisista pero ya era demasiado, y aunque debí esperar de espaldas en aquella instantánea el rostro magnético de Jun Anderson me lo puso difícil. No sé qué mosco me picó ese día pero le saqué una fotografía que luego escondí en lo profundo de mi celular.
Una parte de mí se arrepiente, pero la más hormonal lo agradece. El cretino de Jun lucía insanamente hermoso en una instantánea que capturaba las proporciones de su rostro y la inexiste huella de un lunar en su mejilla izquierda.
Lo más significativo era su mirada marrón donde unos ojos algo almendrados probaban los lazos que lo unían a su madre y la tersa piel invitaba a que lo acariciaran. Pero qué rayos estoy pensando.
—¡Ay!
Mi fantasía se transformó en un corte con la grapadora, ganándome la atención de Sab. Tenía que dejar de pensar en él con tanto morbo y mantenerme en mi lugar.
Soy una simple pasante a la que ve como un objeto inservible la mayoría de las veces. Sabrina me ayudó a colocar una bandita donde la grapadora asesina había hecho de las suyas.
A trompicones guardé mi ropa y un vestido de noche por si al Señor Puntualidad se le ocurría obligarme asistir algún evento de noche, aunque contando el cronograma de trabajo yo estaba descartada de tales actividades y en parte me sentía agradecida.
El chofer de Jun no tardó en aparecer en la recepción de nuestro edificio. Sab me abrazó obligándome a prometer que escribiera notificándole sobre cada segundo de mi viaje. Alice acababa de llamar para desearme un vuelo seguro y buena suerte con la bestia. Yo sonreí lo mejor que pude y oculté las ojeras bajo mis redondeados lentes de Sol.
El trayecto a Blank Verse fue interrumpido solo por las paradas del tráfico y los comentarios sobre el clima en la radio del coche. El chófer del que seguía sin saber su nombre pero que mi lado más reaccionario apodaba como Igor (se parecía al personaje del Conde Pátula con esas descomunales entradas y gesto mortalmente serio) me comunicó que su jefe estaba dentro de la galería y que mi equipaje seguiría el trayecto hasta el jet privado en el aeropuerto.
Fingí tranquilidad mientras procesaba esa parte aparentemente irrelevante del viaje. Un maldito jet privado, será como en las películas. Ya deja de ser ilusa. Sonreí cuando casi me obligó a abandonar el coche sosteniendo la puerta.
Quince minutos por detrás del cronograma. No sé qué pensaba Jun pero si creía que estaba a punto de ponerme otra ridícula prueba no le iba a permitir ganar.
La parte más reaccionaria que vivía en mí se afiló los dientes mientras preguntaba con una sonrisa casi artificial si el empresario estaba en las instalaciones de Blank Verse.
Un hombre de complexión fornida me señaló con la cabeza la planta alta. Subí cada escalón curioseando lo poco que se podía intuir detrás de las piezas cubiertas con lona.
Comprobé una vez más en la tableta que seguía el horario y con una respiración profunda me atreví a abrir la puerta que conectaba con el segundo nivel de la galería.
No esperaba encontrarme algunas fotografías expuestas y mucho menos a mi tutor mostrando algo de humanidad en la intensa mirada que le dedicaba a Amber Styles. No sé por qué razón sentí el germen de la irritación arañar contra las paredes del autocontrol que podía tener y en un intento por sacarlos de su nube carraspeé ganándome la atención de los tortolitos.
—Mmh… disculpe señor Jun, pero el chófer ya espera…
Me maldigo una y mil veces por atraer la atención del cretino. Por qué se ve más joven usando solo jeans y playera, aunque sean de una marca que en la vida podré costear. La mirada marrón oscura de Jun Anderson parece escanearme con parsimonia antes de colocar esa expresión de desprecio que normalmente utiliza al dirigirme la palabra.
—Gracias Emma, soy consciente de un horario que yo mismo diseñé. Te puedes retirar.
Mi rostro debe estar ardiendo. Por qué acaba de ponerme los ojos en blanco como si fuera una molesta mosca. Solo estoy apegándome a la planificación imposible que confeccionó.
Mordí mi labio inferior porque lo más seguro era que le gritara cualquier improperio. Además seguía bajo la atenta mirada de la controvertida Amber Styles, una mujer que había nacido con belleza y fortuna a partes iguales.
—Sí, enseguida te lo devuelvo cariño.
Fue lo que pronunció ella pero lo que complicó mi reacción fue que se colgara a la cintura de él como una especie de viuda negra. Mi estómago se revolvió y no supe si fue por el hecho de que casi no me alimento debido al estrés o porque me repugnaba esa actitud tan liberal.
Jun parecía cómodo con aquel gesto cuando normalmente usaba un repelente humano para evitar que alguien respirara cerca.
Improvisé una sonrisa que bien hubiera sido interpretada como una mueca y di media vuelta en dirección a la salida. Que se jodiera Igor esperando cuando su jefe estaba ocupado dejándose manosear por la viuda negra.
—¡Dios, dame paciencia!
Casi grité alcanzando el último escalón, tanto para no darme cuenta de su existencia y aterrizar artísticamente sobre la alfombra de la recepción o eso esperaba yo cuando el golpe jamás llegó.
Abrí los ojos solo para comprobar la mirada espantada de uno de los chicos de la utilería mientras me sostenía por la cintura casi contra su pecho.
—¿Está bien señorita?
Cuestionó el castaño y yo iba a decir algo cuando un jalón por el codo casi provoca que la tableta en mi otra mano se convierta en añicos.
—Estamos retrasados lo suficiente como para que coquetee con el servicio, Pierce.
Lo que me faltaba. Tuve el buen tino de no poner los ojos en blanco mientras recuperaba el equilibrio y el joven que me había ayudado solo bajó la cabeza ante la mirada glacial de Jun.
—Disculpe señor, solo trataba que su novia no se lastimara en la escalera.
Ahora sí había razones para gritar a todo pulmón. No sé de qué color estaba pero murmuré un escueto “gracias” en dirección del muchacho castaño y corrí hacia la seguridad del asiento del pasajero del Aston Martin que manejaba el chófer de mi tutor.
Minutos después Jun entraba a la cabina en un sepulcral silencio. Si este era el inicio del viaje no quería pensar en lo que serían los próximos días.
—¿Está bien Pierce o necesita que otro de sus salvadores la ayude con lo que se supone se le paga por hacer?
Estaba que echaba humo por lo oídos pero preferí sonreír y seguir consultando el informe en japonés que tenía que aprenderme como papagayo. Si creía que me iba a dejar provocar estaba muy equivocado. Había jurado que sobreviviría a la dinastía Jun a cualquier precio.
—Por lo visto los últimos acontecimientos le robaron la facultad de hablar. Espero que en Tokio un evento así no se repita. Aun cuando su coordinación sea un desastre.
Por qué sigue insistiendo. No pude evitar encontrarme con aquella sonrisa irritante mientras volvía a prestar atención a su móvil. Labios finos, piel nívea, nariz recta y cabello negro un poco más largo en la región de la nuca.
Hasta la nuez de Adán del desgraciado era atractiva y aquel truculento sentimiento que atenazaba mi estómago regresaba con fuerza. Qué decir de cómo la ropa que traía lo hacía ver más joven y deseable.
A estas alturas me conformaría solo con espiarlo mientras sus tupidas pestañas se movían al compás de la lectura en su teléfono. Si tuviera el carácter de Felix sería perfecto.
Ese pensamiento solo consiguió hundirme unos peldaños más. No hablaba con el rubio desde el incidente del latte y aunque quería echarle la culpa al trabajo y a la universidad, ahora caía en la cuenta de que mi aversión por Jun Anderson se estaba convirtiendo en otra cosa que no estaba dispuesta a aceptar.
Notas:
*Akihabara: es una zona comercial importante de Tokio. La mayoría de los comercios de allí se dedican a la venta de productos electrónicos, computadoras, accesorios y gadgets; además de entretenimiento audiovisual, como anime, manga y videojuegos.
*Otaku: se emplea popularmente en Japón y se ha adquirido en otros países como sinónimo de persona con aficiones apasionadas al anime y/o manga.
*El Castillo Ambulante: es una película de animación japonesa del Studio Ghibli dirigida por Hayao Miyazaki, director de otras obras del estudio como Nausicaä del Valle del Viento, La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro, y basada en la novela de la escritora británica Diana Wynne Jones titulada El Castillo Ambulante.
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