00:03. Strawberry Latte
Cómo pasa de rápido el tiempo. Unos meses atrás soñaba con ser aceptada en ese infierno de puertas acristaladas que es Anderson&Bright Inc., hoy en día solo cuento los segundos para que la dichosa pasantía concluya y eso que en dos pestañazos habían pasado las fiestas de Navidad y febrero se teñía de corazones ridículos empaquetados en sueños de un San Valentín que solo significaba para mí vacías promesas y más trabajo en la oficina.
Por lo menos tenía la esperanza de librarme de la presión con el dichoso viaje que harían a Japón la semana próxima, antes de que la úlcera que estoy alimentando deje de rugir contra las paredes de mi pobre estómago.
—Solo aguanta una hora más. Las fotocopias están por terminarse y entonces…
Mi estómago rugió en respuesta. Traidor, debes educarte si queremos salir vivos de aquí.
—Otra vez hablando sola, chica de los sneakers.
La sonrisa burlona de Felix no podía faltar. Pero a quién quería engañar enfurruñándome. El rubio se había convertido en una especie de salvavidas en todo lo que me había caído encima las últimas semanas.
¿Recuerdan aquel impactante primer día? Sí, ese en el que tuve la genial idea de hacer gala de mi falta de filtro en presencia del “Emperador del Reino.”
Ahora le llamo así para evitarme la colección de calificativos despectivos que cada día se amontonaban en la punta de mi lengua. Jun Anderson es como un molesto grano en la cara que no importa cuánto intentes ocultarlo se las arreglará para explotar y arruinarte el trabajo de semanas atrás junto con el fantasma de tu autoestima.
—Estoy muerta, Crain y solo pasan las doce del mediodía. Mi estómago pide a gritos un descanso de tanto estrés y una comida adecuada. Pero en lugar de estar haciendo vida social en el restaurante de la planta baja, estas fotocopias me servirán de alimento al paso que voy.
Felix acomoda un grupo de folios al lado de la montaña que debo encuadernar después. En estos días mis sospechas sobre las pretensiones de Aileen con el chico y la evidente unilateralidad de ese sentimiento se han hecho más fuertes.
De hecho si tuviera el mismo razonamiento distorsionado de Sabrina, diría que Felix está interesado en otra persona.
—Una escapada a la cafetería de enfrente no te hará daño. Vamos, Millie podía hacerse cargo de esto.
Aquí viene el problema número dos y una de las causas del regreso de mi úlcera. Millicent Wood, la pequeña asistente personal del hermano mayor de Felix y la nueva mejor amiga de la idiota de Melanie.
Tenía la costumbre de arreglárselas para que Sora, la primera asistente de Jun, me delegara casi el noventa por ciento de las trivialidades.
En este lapso de tiempo ya tenía una maestría en servicios de mucama y reservación de hoteles o billetes de avión en lugar de una idea clara del proyecto final para mi graduación.
Estaba agotada física y mentalmente y para colmo de males al señor Anderson, y nótese mi emoción, se le había ocurrido que su segunda asistente también debía asistir a las reuniones con Sora y el resultado era este.
De los sneakers a los imposibles doce centímetros de tacón fino y faldas secretarias. Me estaba convirtiendo en una zombi uniformada a los servicios de su majestad: Mr. Perfección.
—Tú solo quieres que mi cabeza sea expuesta en una pica mañana a primera hora.
—Vamos, Em, no es para tanto. Deberías aprovechar que Jun sigue en Dover con lo de la campaña del Ambassador. Además sobreviviste la última vez cuando fueron a Matters Enterprises.
El recuerdo de ese día solo me revolvía más el estómago. El señor Anderson me hizo saber que debía prestar atención a los detalles porque un cambio se acercaba. Nunca pensé que ese cambio sería convertirme en una auténtica chica de los recados.
En cierto modo lo único que deseaba era dormir cien años y no despertar hasta que fuera agosto y el calvario hubiera llegado a su fin. Pero como siempre, el universo no opinaba igual y a Sora se le ocurrió tener un embarazo para endosarme a mí el cien por ciento del estrés que entrañaba tratar con Jun Anderson y sus insólitos requisitos que rayaban la perfección.
«—Aceptable Pierce, pero aun no llega al estándar que queremos ¿Segura que quiere especializarse en publicidad?»
Aun podía recordar su voz grave y burlona. Tal como esa media sonrisa socarrona que se llevaba los galardones en las portadas de las revistas dedicadas al rubro. Por qué los hombres más atractivos vienen con ración extra de ego.
Si pudiera empaquetar esa cualidad de Jun fuera de su mente no me alcanzaría el edificio. Era cierto que por mucho tiempo había sido una especie de paradigma para mí en cuanto al mundo publicitario.
Que de cerca era aún más guapo y sensual, pero lo que tenía de atrayente lo multiplicaba con un carácter similar al del iceberg que impactó el Titanic. Aquella ocasión me limité a dar mi aprobación con un gesto de cabeza, solo para ser nuevamente regañada y a eso le sumaría mis equivocaciones con la marca de café que consume o cosas bastante ridículas como cambiar el estilo de la lavandería para sus trajes de diseñador.
Pero si ya tenía dudas de que la vida podía ser injusta descubrir que Anderson&Bright estaría también en mi cotidianidad dentro de la universidad fue como un golpe de realidad inmerecido.
Sí, el genial Jun Anderson estaría a cargo de la clase de Gestión Empresarial en lugar de la señora Pratt. Ya extrañaba a esa huraña mujer, cuando era casi desconcertante escuchar como media clase parloteaba sobre lo “bien” que estaba el señor A, solo intentando suavizar lo que realmente oía a mis espaldas y lo que yo catalogo como no apto para oídos libres de pensamientos pecaminosos.
—Al menos un latte. Solo porque te lo mereces. Vamos, chica de los sneakers se te está contagiando el hecho de que hay que rogar por tu atención.
Los ojos grises de Felix me conectaron al aquí y el ahora. Maldije mentalmente al descubrir que más del noventa por ciento de mi día lo dedico a Jun Anderson y sus inútiles normas. Por lo visto nació con un reglamento bajo el brazo o algo para el estilo.
“Ya para de una vez, Emma. Deja al demonio en el círculo del infierno al que pertenece y con poco de suerte su viaje a Japón se extenderá una semana.”
Sonreí lo mejor que pude cuando la última copia abandonó la máquina.
—Creo que un café no matará a nadie.
—Buena elección, chica de los sneakers.
Felix secundó la sonrisa y ambos apilamos el bulto de folios sobre el estante de la fotocopiadora. Ya Millie o el que fuera se encargarían de ello.
El viaje hasta el vestíbulo hubiera sido perfecto con las bromas que ya formaban parte del sentido del humor de mi compañero si la presencia de Melanie en la planta diez no se hubiera hecho notar.
—Por lo visto disfrutando que el dueño está fuera. Ten cuidado, un pajarito siempre puede delatarte.
Ya era habitual que la pelirroja escupiera lo primero que su infantil mente procesara en mi contra. Lo único que agradecería de la desagradable personalidad de Jun era su inmunidad a personas como Melanie. Algo que me gustaría desarrollar.
—Y a ti te sobra el tiempo para andar revoleteando de un departamento a otro.
Felix me dedicó una mirada que decía “basta.” De cierta manera sabía que Melanie solo deseaba provocar para dejarme en una posición desventajosa, pero Señor, yo tenía ganas de estrangularla con mis propias manos casi como mentalmente asesinaba a Jun.
Esa chica era insoportable y desagradable a partes iguales y para colmo se había empeñado en protagonizar una extraña competencia en la que el premio consistía en la atención de los managers de la compañía.
—No hace falta que seas baja. No tengo complejo de polilla para andar revoleteando.
—No, la verdad que de cucaracha te queda mejor.
—¡Emma! No otra vez…
—¿Ves? Hasta tu noviecito de fachada lo sabe.
Esa fue la gota que colmó el vaso, juro que la ley del universo o sabrá Dios qué otra cosa salvó a la inepta de Melanie de que me le fuera encima.
Su sonrisa de hiena cuando el ascensor volvió reanudar la marcha hacia la primera planta solo me hizo gritar por dentro. En serio, era irritante, pero insinuar que tenía algo con Felix solo para salir adelante ya se pasaba.
—Eso es lo que sucede cuando le haces caso. Deberías solo ignorarla.
—Genial, entonces también dejaré que me pisotee con la punta de sus Loboutin. Es insufrible. El colmo fue que fingía caerse cada vez que Jun estaba cerca solo para presentarle sus pechos falsos en la cara. Sora casi maldice y sabes que no hay nadie más correcto que esa japonesa en este edificio.
—¿Jun? Desde cuando tu malvado tutor recibe solo el nombre de pila. Además lo que dijo Melanie no dista mucho de la verdad… ¿Aún no te das cuenta, Em? ¿Qué más directo debería ser?
“¿Y desde cuándo aquella escapada por un latte de fresa se estaba convirtiendo en una declaración? ¿Por qué el brillo de los ojos azul grisáceo de Felix me decían que estaba metiéndome en un juego en el que no quería participar?”
Crucé los dedos porque esa mirada intensa que me estaba dedicando no fuera lo que mi sexto sentido gritaba con desespero. Felix era guapo, la razón por la que la mayoría de las chicas del departamento de su hermano suspiraban y por la que Aileen parecía tenerme antipatía innata, pero no era mi idea del hombre con el que me gustaría salir…
Diablos, ni siquiera sé con qué tipo de hombre me gustaría compartir un tiempo del que no dispongo y en parte mis plegarias se vieron atendidas cuando la pantalla de mi móvil mostraba la iniciales de J.A junto a las notas de Troublemaker en la voz de Billie Joe Armstrong.
—Supongo que nuevamente el deber llama. Contesta antes que empeore. Te esperaré en el restaurante.
—Pero y el latte… Dijiste…
Felix ni siquiera miró atrás cuando el ascensor llegó a la primera planta. Ora vez me sentí pequeña al no poder enlazar un pensamiento con otro y para colmo de males el insistente tono y los mensajes que abarrotaban mi bandeja de entrada solo presagiaban que pasaría mucho tiempo para que mi pobre estómago tuviera alguna especie de alivio. Contando hasta diez, si aún era eso posible, intenté sonar convincente.
—Dígame.
Hasta a mí me sonó rara la voz mientras la línea se estabilizaba y el tono grave de Jun poblaba el hilo en el altavoz.
—Pierce, escucha atentamente y déjate de niñerías: Sora se complicó. Estoy llegando a la empresa. Serás su reemplazo en el viaje a Japón.
Otra vez tiempo para estar con la mandíbula abajo. Qué rayos, ese maldito viaje que habíamos planificado desde la reunión en Matters Enterprises.
Una semana en la que me libraría del demonio que podía ser y pasaría con Alice su descanso por el catorce de febrero. Por qué la vida me hacía esto. Por qué, por qué. Quería llorar como una niña pequeña mientras mordía la uña de mi pulgar casi con rabia.
—¿Pierce, sigue ahí o ya está otra vez orbitando en su mente? Concéntrese, le estoy dando indicaciones. Quiero los informes de la semana sobre mi escritorio en veinte minutos. También el almuerzo que suelo pedir al restaurante Leclerc. Que no se olvide del orden del menú como hizo la vez anterior. A partir de este momento trabajaremos codo a codo y he de remarcar que aún no obtengo el primer boceto de su tesis. Qué está pasado por su cabeza además de tonterías. Nunca conseguirá ser alguien a quien tomar en serio en este mundo si no se disciplina. Espero haber sido claro. No permitiré errores y será mejor que sea cierto que tiene dominio básico del japonés. Estaremos en la junta de Tokio y no llevaré intérprete, así que también quiero las copias del balance en ese idioma. Eso es todo. Estoy en la puerta del lobby. Espero la competencia que normalmente merece todo ejecutivo.
De esa manera la línea murió y fui consciente de que hiperventilaba. Una declaración a medias, un viaje a Japón con mi peor pesadilla y una gastritis con anhelos de latte de fresa.
Bienvenida al drama supremo, Emma Pierce.
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