5.
Lluvia
Llegamos empapadas de nuestros trabajos, bueno, ella de su trabajo y yo de la facultad. Había caído un diluvio no pronosticado por el meteorólogo de turno, lo maldecí un buen rato entre estornudos, me ataba la toalla a la cabeza, me colocaba el pijama, todo esas acciones maldiciendo, lo maldije a él y a su pronóstico vago. De todas formas, no podía estar enojada con la lluvia, vi el cielo quebrarse sobre los edificios de la gran capital con la toalla en mis hombros y la taza de café con leche en mis manos, el ruido de mi anillo marcaba el repiqueteo de los truenos, a mi lado, mi musa inspiradora dormida plácidamente en mis piernas. Me sentía en paz, como si estuviera en mi habitad natural, era el paraíso, mi eden.
Muse sonaba de fondo entre el silencio ambiental del hogar con ligeras interrupciones por los truenos voraces que se asomaban por la capa gris del cielo, las voces de los cantantes me relajaban, me hacían sentir aún más viva, mi amante se removía entre mis brazos, buscando una posición mejor para su dormitar constante. Pensé que sería de mi vida sin ella, sin la lluvia, sin los café de las mañanas, las fotografías instantáneas, las risas, los bailes, los cantos, la intimidad, la mirada enamorada, las estrellas, el departamento, los gatos, los jarrones de jazmines, las luces led que colgaban de nuestra cama, el armario con pequeñas flores lilas, el baño, las pantuflas, los besos, las caricias, pensé en todo eso que me hacía feliz, y por un momento, un vacío me llego al pecho y concluí que no podía estar más agradecida de la vida que viví.
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