𝟜 𝕒ñ𝕠𝕤 𝕕𝕖𝕤𝕡𝕦é𝕤
Narra Laura
Me encontraba en el pequeño estudio que había armado en mi hogar, rodeada de bocetos, pinceles y colores. La luz de la lámpara de escritorio iluminaba mi rostro concentrado mientras trabajaba en un nuevo proyecto de diseño. Sin embargo, en ese instante, mi mente divagó hacia el pasado, hacia los pasillos de la secundaria.
Recordaba los días en que las mochilas pesaban más por los libros de matemáticas y las carpetas repletas de apuntes. Las risas en el patio durante el recreo, los secretos compartidos con mis amigas y los nervios antes de los exámenes. Pero había algo más, algo que provocaba un nudo en mi garganta.
Había perdido algo importante. No era tangible; no se trataba de un objeto físico. Era una sensación, un lazo que se había desvanecido con el tiempo.
En mi cuarto año universitario, me sumergí en el mundo del diseño gráfico. Las aulas y los proyectos se habían convertido en mi segunda casa, y cada jornada era un desafío creativo. Tenía la fortuna de que la universidad quedara cerca de donde resido, por lo que aún vivía con mi tía. Pero mi vecina era distinta; se había mudado a unas casas dentro del mismo campus universitario.
Era primavera, y los árboles del campus estaban en plena floración. Me estiraba y levantaba, sintiendo la emoción de un nuevo día repleto de posibilidades.
Tras una ducha rápida y un café humeante, me dirigía a la universidad. Las clases eran intensas, pero disfrutaba de cada instante. Diseñaba logotipos, creaba ilustraciones digitales y experimentaba con tipografías. Mi mente bullía con colores, formas y líneas.
Por la tarde, me reunía con mi grupo de proyecto. Trabajábamos en un diseño para una campaña publicitaria local. Las ideas fluían, y todos compartíamos la emoción por el resultado final. Era afortunada de contar con compañeros de equipo tan talentosos.
El proyecto "Ecos de la Ciudad" era mi pasión. Mi estilo se caracterizaba por una elegancia minimalista y una atención meticulosa a los detalles. Mis ilustraciones digitales eran como pequeñas historias visuales que capturaban la esencia de cada concepto. Yo era la líder del grupo y la fuerza creativa detrás de nuestro proyecto actual.
Carlos era un ilustrador excepcional. Sus trazos, audaces y llenos de energía, siempre estaban presentes en su libreta de bocetos, y sus ideas fluían como un río creativo. Para "Ecos de la Ciudad", Carlos trabajaba en las ilustraciones que acompañarían nuestros anuncios impresos y digitales.
Marta, nuestra experta en tipografía. Para nuestro proyecto, diseñaba una fuente personalizada que reflejara la diversidad y la vitalidad de la ciudad. Cada letra era una obra de arte en sí misma.
Diego, el encargado de dar vida a nuestras creaciones, dominaba las herramientas digitales y sabía cómo animar los elementos gráficos con fluidez.
Al final del día, recibí un mensaje en mi teléfono. Era de mi persona especial. No nos habíamos visto en dos meses, ya que ella estaba estudiando veterinaria en la misma zona que yo, pero los exámenes y los proyectos nos habían mantenido ocupadas. El corazón me latía con fuerza al leer el mensaje: "¿Cenamos esta noche?"
Sonreí y respondí con rapidez: "¡Claro! ¡Te extraño muchísimo!"
Ella escribió una última vez: "Mismo lugar de siempre. Me muero por follarte, y también por hablarte."
Me reí, nerviosa y emocionada. Incluso después de tantos años, todavía lograba hacer que me temblaran las piernas y mi cuerpo se dejara inundar por perversiones como si fuera una adolescente hormonal.
Mientras anochecía, me arreglaba con esmero. Elegía mi vestido favorito y aplicaba un maquillaje sutil. El restaurante seleccionado para la cena era uno de esos lugares acogedores, con luces tenues y música suave. Aguardaba con ansias el momento de ver a mi amor y abrazarla después de tanto tiempo.
Cuando Estefanía llegó al restaurante, su presencia era como un faro que atraía todas las miradas. Porque , sí, esa vez en el baño ella aceptó ser mi novia y así seguimos.
Transformada en una mujer de mundo, su corte bob le confería un aire de sofisticación profesional. Al ver su sonrisa, la emoción me embargó; impulsivamente, corrí hacia ella y la envolví en un abrazo que contenía meses de añoranza.
— Te ves tan hermosa que podría comerte —le dije en un susurro mientras nos dirigíamos a nuestra mesa.
Ella me tomó por la cintura, hablando en mi oído de una manera que me dio escalofríos de los buenos.
— Podríamos hacerlo ahora mismo frente a todos, si no te importa dar un espectáculo de tus dotes en la cama.
No pude evitar soltar una carcajada nerviosa y besarla con fervor antes de sentarnos.
— Te extrañé mucho —expresé con un verdadero sentimiento que se esparcía a cada parte de mi cuerpo, Estefanía provocaba eso en mí.
— No más que yo a ti.
La cena se convirtió en un tapiz de risas, historias compartidas y miradas que hablaban más que las palabras. Nuestra comunicación había sido nula durante dos meses, un desafío autoimpuesto para avivar la chispa de nuestra relación, lo que nos dejaba con un mar de conversaciones pendientes.
Mientras degustábamos los platos, Estefanía hablaba con entusiasmo de sus amigas, lo que despertaba en mí un atisbo de celos. Sin embargo, con su habilidad innata, Estefy disipaba mis inseguridades, asegurándome su amor con gestos tiernos y palabras sinceras.
— La carrera es un reto, pero me encanta —confesó, sus ojos brillando con la pasión de quien ha encontrado su vocación. — Pronto empezaré prácticas en clínicas veterinarias reales.
Su entusiasmo era contagioso, y no pude sino alegrarme por ella.
Le compartí mis propias aventuras, revelando cómo esa tarde había reflexionado sobre las conexiones perdidas con viejas amistades, excepto con Azul. Azul, que cursaba estudios de inglés cerca de la universidad de Estefanía, había encontrado un compañero de piso atractivo y se había embarcado en una nueva etapa junto a él mientras trabajaba en una escuela y él estudiaba ingeniería informática.
— Y bueno, eso no es todo. Diego... él ha estado coqueteando conmigo últimamente, incluso sabiendo sobre nosotras.
— Laura, ¿crees que no sé que eres encantadora? Es natural que otros lo vean también —expresó con una sonrisa comprensiva mi novia.
— No es eso, Estefy. No quiero que pienses...
Ella ríe con suavidad. — No pienso nada malo, amor. Confío en ti. Y Diego... bueno, es solo Diego. Además, ¿quién podría resistirse a coquetear con mi talentosa novia?
— Me alegra que lo tomes así. Solo quería ser honesta contigo sobre estas cosas.
Estefanía tomó mi mano. — La honestidad es lo que nos mantiene fuertes. Y hablando de honestidad... —se inclina hacia adelante con una sonrisa juguetona. — ¿me vas a contar más sobre ese proyecto que te tiene tan emocionada?
— "Nuestro proyecto, 'Ecos de la Ciudad', busca capturar la diversidad y el pulso de nuestra comunidad urbana," —le expliqué con fervor—. "A través de una campaña publicitaria integral, aspiramos a crear una sinfonía visual que refleje la interconexión entre las personas, los espacios y los sonidos de la ciudad."
La cena transcurría en un ambiente de alegría desbordante. Entre risas y anécdotas, Estefanía y yo nos dejamos llevar por la emoción del reencuentro. Las copas de vino se sucedían, una tras otra, como si intentaran compensar los meses de separación con cada sorbo compartido.
— Estefy, creo que estamos celebrando con un poco... demasiado entusiasmo.
Ella reía. — ¿Demasiado? No existe tal cosa cuando finalmente nos vemos después de tanto tiempo.
El vino, dulce y embriagador, parecía fluir al ritmo de nuestras conversaciones, y con cada copa, las palabras se volvían más cálidas, los gestos más expresivos. Era una noche de reencuentro, de reconexión, donde el tiempo perdido se disolvía en el aire perfumado del restaurante.
Admiraba mi copa, sintiéndome ligeramente mareada.
— Sip, el vino es más fuerte de lo que recordaba.
Mi amada se acercó con una mirada cómplice. — O quizás es la compañía lo que intensifica su efecto.
Nos reímos, conscientes de que el alcohol había aflojado nuestras inhibiciones, pero era la felicidad de estar juntas de nuevo lo que realmente nos embriagaba. La cena, una mezcla de sabores y emociones, se convirtió en un recuerdo borroso y feliz, un capítulo más en nuestra historia compartida.
La velada había sido perfecta, y la llegada de la cuenta marcaba el final de una cena inolvidable. La camarera, con una sonrisa amistosa, se acercó a nuestra mesa, colocando la cuenta.
— Ha sido un placer atender a un par tan encantador esta noche. Se nota que hay mucho cariño entre ustedes.
— Oh, muchas gracias. Sí, tenemos una conexión muy especial —dije con una sonrisa.
La camarera, con una mirada juguetona, se inclinó apenas hacia mí.
— Y si alguna vez quieres explorar... digamos, una amistad con una camarera simpática, aquí tienes mi número —expresó de manera coqueta.
Parpadeé, sorprendida y divertida por la osadía de la mujer, pero antes de que pudiera responder, Estefanía intervino, su sonrisa amable ocultando la firmeza de sus palabras.
— Es muy amable de tu parte, pero creo que hay un pequeño malentendido. La hermosa chica y yo no somos solo amigas; somos novias.
Sin esperar un segundo más, Estefanía tomó mi rostro entre sus manos besándome con ternura, un gesto que hablaba más que mil palabras.
La camarera se sonrojó, dándose cuenta de su error.
— Oh, lo siento mucho. No quise... Disculpen la confusión.
Con una disculpa rápida y una reverencia incómoda, la camarera se retiró, dejándonos a Estefanía y a mí solas una vez más, nuestro amor sellado con un beso y una promesa silenciosa de un futuro juntas.
— ¿Qué tal la atrevida esa? Parece que debo estarte besando cada cinco minutos para que vean que somos novias —replicó mi castaña con algo de ira controlada.
— ¿Celosa? Es inevitable, soy demasiado hermosa.
— No tengo celos —Estefy sostuvo mi mano, depositando un suave beso —, porque sé que nadie es competencia para mí.
— Eso es tan narcisista, amor.
Ambas reímos.
Tras la comida, paseamos por calles bañadas en la luz dorada de las farolas, sintiendo que el mundo a nuestro alrededor se había detenido. Intercambiamos experiencias y sueños, nuestras manos entrelazadas, y todo parecía encajar perfectamente.
Y mientras caminábamos, noté que Estefanía me dedicaba una mirada con una sonrisa traviesa.
— ¿Qué? ¿Por qué me miras así?
Ella se me acerca, susurrándome al oído:
— ¿Sabes? Siempre me ha encantado cómo tus ojos se iluminan bajo las luces de la calle.
Se apartó un poco, aún sonriendo. Y yo sentí cómo el rubor se apoderaba de mis mejillas.
— Estefy, no empieces —miré hacia otro lado, intentando ocultar mi sonrisa.
Mi pareja toma mi mano, deteniéndome, girándome hacia ella.
— No puedo evitarlo —confiesa, acariciándome la mejilla. — Eres hermosa, y me haces querer detener el tiempo, justo aquí, contigo.
— Estás jugando conmigo... —mi voz se quiebra ligeramente.
— No es un juego, Laura —se inclinó depositando un beso suave en mis labios. — Es todo lo que siento por ti.
La besé, aún más enamorada y, claro, los toqueteos no tardaron en llegar.
— Para, Estefy, vayamos a mi casa.
Ella me interrumpe con un dedo sobre los labios. — Shh... no necesitas decir nada —sonríe.— Vamos, sigamos caminando, ya tengo un lugar tranquilo en mente.
Entramos a un motel para parejas. Alquilamos una habitación y apenas si pudimos cerrar la puerta. Nos queríamos devorar como dos bestias en celo. Hacía más de dos meses que no teníamos relaciones, masturbarse no era suficiente, contenerse no era posible con la gran belleza que tenía delante de mí, y el amor...el sentimiento de estar enamorado, de estar con esa persona correcta hace todo mucho más placentero, emocionante y, por sobretodo, feliz.
Nuestras bocas encontraban un refugio mutuo en los labios de la otra. Besos y más besos, una humedad constante e insaciable en nuestras lenguas danzantes. Mientras, tanto sus manos como las mías conocían a la perfección el camino a desvestirnos mutuamente sin interrumpir los apasionados y desesperados besos que nos dábamos.
Yo era paciente, primero su blusa y con lentitud desprendía su brasier, era de un hermoso color violeta. Me separé un momento para admirar ese hermoso cuerpo.
— Digno de una escultura —susurré.
Ella, ruda e imparable, desprendía con un salvajismo encantador cada una de mis prendas, dejándome, sin darme cuenta, desnuda a su merced.
Continuamos los besos, pequeñas mordidas, y chupetones hasta llegar a la cama. Mi piel se sintió abrazada en una hermosa y suave tela similar a la seda.
Estefanía, con sus traviesas y conocedoras manos exploraba cada horizonte, rincón y relieve de mi cuerpo, de la cabeza hasta los pies, donde fuera que tocara dejaba un rastro ardiente.
Su boca no hacía más que disfrutar hundirse entre mis pechos. Lamiendo, succionando y dando pequeños mordiscos como si se trataran de el último dulce en la tierra. No pude evitar jadear.
La manera en que se deslizaba con una rudeza medida hasta quedar entre mis piernas, era espléndido. En el borde de la cama me indicó abrirlas para ella, y claro que lo hice. Gracias a su presencia en mi vida, la palabra vergüenza había desaparecido de mi diccionario. Y ahí estaba, arrodillada ante mí, con una expresión lujuriosa en su rostro.
— ¿Viniste preparada para esto?
— A lo que sea que te refieras, sí. Lengua o mano, elige una y haz algo —le dije.
Las yemas de sus dedos jugueteaban por los alrededores de mi vagina. El calor se intensificaba, mordí la parte inferior de mis labios esperando, a punto de perder la paciencia. Finalmente puso un dedo dentro y pude sentir como me contraje ante su tacto.
— Que mojada. ¿Estabas ansiosa? —ella dio una pequeña risilla, provocándome.
Afuera, adentro, afuera, adentro, uno, dos, o tres dedos, a gran velocidad se movían mientras dejaba escapar jadeos cada vez más audibles, tomando las sábanas entre mis manos. Estando en un buen camino al placer sexual, Estefanía no pudo evitar tocarse a sí misma.
— Quiero tocarte también —le pedí.
Ella no respondió, por el contrario, dejó de tocarse para abrir más los labios de mi vagina y así poder introducir su lengua. Ese músculo viscoso y hábil se retorcía en un punto que sólo una buena amante de años puede conocer.
Comencé a gemir. Solo pude tender a acomodarle el cabello observando y gozando del gran servicio y cuidado que mi novia me estaba dando. Aplicando un poco más de fuerza y velocidad, no me fue difícil tener un orgasmo. Me recosté para poder tomarme unos segundos en recuperar energía.
Estefanía escalaba desde el suelo, dando suaves besos a medida que subía, hasta quedar su rostro sobre el mío.
— Esto sí es una obra maestra —la oí susurrar.
— Cállate —le dije en un abrazo que indicaba cuánto la apreciaba en mi vida.
La volteé poniéndome sobre ella. Su cabello despeinado junto con el maquillaje algo borrado y sus grandes pezones duros eran unas de las cosas que más amo ver en esta vida.
Comencé a mover las caderas de manera involuntaria al mismo tiempo que besaba su boca y jugeteaba con las tetas de mi novia. Luego me concentré en ellas, succionando como si de ahí fuese a salir leche. Pero Estefanía no se quedó atrás y sus traviesas manos se posicionaron en mi trasero, apretando y nalgueando cuánto se le plazca. Mi lujuria ya había vuelto para ese entonces y estaba lista para ponerme al día después de no haber follado por dos meses.
Bajo el manto estrellado de la noche, nuestras almas se fundieron en un nuevo baile de pasión y deseo. El suave susurro del viento acariciaba nuestra piel, mientras el aroma embriagador de la noche se entrelazaba con el perfume de nuestros cuerpos ardientes.
Nuestros labios se buscaban con ansias, explorando cada rincón y recoveco, mientras nuestras manos se deslizaban con suavidad por la piel de la otra, trazando senderos de calor y anhelo.
El sonido de nuestros suspiros entrelazados se fundía con el latido apresurado de nuestros corazones, creando una melodía de pasión y entrega. El roce de nuestros cuerpos desnudos desataba una tormenta de sensaciones, haciéndonos perder la noción del tiempo y del espacio.
Las velas titilaban en la penumbra, iluminando nuestros cuerpos entrelazados en una danza de éxtasis y deleite. El calor de nuestros cuerpos se intensificaba con cada caricia, cada beso, cada mirada que intercambiábamos en medio de la oscuridad y el silencio de la noche.
Y así, entre gemidos contenidos y susurros de placer, nos sumergimos en un torbellino de sensaciones indescriptibles, donde el universo parecía detenerse para concedernos ese momento de éxtasis y conexión absoluta.
Era de madrugada, ambas habíamos tenido orgasmos, pero estábamos lejos de estar satisfechas. Así que continuamos toda la noche, lo más que pudimos hasta que nos ganara el cansancio.
Al amanecer, me desperté envueltas
en sábanas y un abrazo tan amoroso que tenía miedo de arruinarlo, recordé con añoranza la noche de pasión que nos había unido en un vínculo eterno de amor y deseo. Mi novia parpadeó, apenas si pudiendo abrir los ojos para voltear y acomodarse.
— Buenos días —saludé con felicidad y satisfacción plena.
— Amor, tu no eres humana —soltó, dando a notar su cansancio. — Carajo, me sentí una sex doll. Digo, lo disfruté tanto que quiero dormir todo el día, ¿Tú no?
Me reí. — Amor, sólo tú eres capaz de hacer que mi cuerpo y mente enloquezcan de placer durante toda una noche. A la próxima veámonos más seguido, así liberamos de mejor manera nuestro libido.
— Como siempre, tienes razón bebé —balbuceó para volver a dormir.
Observé el reloj, nuestro plazo ya estaba por vencer, así que pedí una extensión. De ese modo me acurruqué contra mi amada, dándole un abrazo de confort y protección.
— Te amo.
Una llamada insistente interrumpió nuestro sueño. Era mi teléfono, el contactante: mi tía. Atendí sin más remedio.
— Laurita, perdón que te moleste, pero aquí la mamá de Estefy me pregunta si la vendrá a visitar porque, ya sabes, no puede irse si en dos días es su cumpleaños.
— Ya sé. No sé si Estefy quiera ir, cuando se despierte le preguntaré —respondí.
— Mi bebé duerme como un oso, dile que la despierte o sino dormirá todo el día —oí la voz de Sofía por detrás.
Bufé, recordando de manera nerviosa que aún no le había comprado regalo.
— Linda, tu mamá pregunta si te vas a quedar en su casa para tu cumple —le dije.
— Probablemente. —se volteó y tomó mi teléfono, manteniendo los ojos cerrados. — Mamá, tuvimos sexo salvaje casi toda la noche, estoy muy cansada y con mucho sueño, si me sobra tiempo iré a verte. Ahora déjanos dormir y no molestes.
Y colgó. No me atreví a decirle que en realidad le dijo todas esas cosas vergonzosas a Tía. Poco importaba en realidad. Era domingo y estaba durmiendo con el amor de mi vida, el mundo podía esperar.
Nos acomodamos como quisimos y, más pronto de lo que creí, Estefanía había vuelto a roncar. Aunque molestos, amo todo de ella y no la cambiaría por nada.
Pero, realmente no le compré un regalo. Quiero darle algo que le guste, mas ya se lo he regalado en anteriores cumpleaños.
Sé que está mal. Pero hurgué en su teléfono alguna búsqueda de compra reciente, alguna bobería que le haya interesado, porque sí, nos compartimos nuestras respectivas contraseñas. Sin embargo solo encontré búsquedas sobre propiedades para alquilar.
¿Vas a mudarte otra vez?
La zona no era precisamente cercana a su universidad.
¿Te estás alejando? ¿Qué estás haciendo? ¿Volverás a ocultarme cosas como antes?
¿Qué se supone que debía de hacer? Mi cabeza ya estaba armando conjeturas otra vez. Me sentí presa del pánico y la ansiedad. Observé fijo a la mujer a mi lado.
— ¿Qué estás tramando? —susurré.
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