Pide un deseo
Narra Estefanía
Al abrir los ojos en la mañana de mi vigésimo primer cumpleaños, jamás hubiera imaginado que terminaría sumergida en el fango, con el agua turbia de una laguna invadiendo mis sentidos y una multitud de mosquitos zumbando a mi alrededor. Y aún menos, que sentiría la inquietante caricia de algo desconocido deslizándose sobre mi brazo. Sin embargo, a pesar del caos, no pude evitar sonreír al pensar que, en efecto, había sido un cumpleaños memorable, todo gracias a que ella, mi chica, siempre estaba allí para mí.
Horas antes, con la luz del alba apenas filtrándose a través de las cortinas, me desperté con una mezcla de anticipación y nerviosismo. Revisé mi móvil, esperando encontrar su mensaje, el que tradicionalmente marcaba el inicio de mi día. Pero no había nada de Laura, y eso me sumió en una confusión profunda. Era nuestra tradición, un saludo puntual al llegar la medianoche del 23 de diciembre, y su ausencia me dejó un vacío inesperado.
Tras una ducha rápida y un aviso a mi compañera de piso sobre mi ausencia hasta después de navidad, recibí la llamada matutina de mi madre. Su voz, llena de efusividad por mi cumpleaños, contrastaba con la noticia que siguió: mi fiesta ya estaba organizada en su casa. A pesar de la gratitud que debía sentir, una ola de frustración me invadió. Aún vivía bajo su escrutinio, y más irritante aún era su negativa a reconocer que ya no era una niña.
Con un suspiro resignado, acepté y procedí a invitar a quienes consideraba mis amigos más cercanos de la universidad, un pequeño grupo de diez chicas y tres chicos. Todos confirmaron su asistencia, y por un momento, la perspectiva de la celebración me emocionó.
Pero mientras el tiempo pasaba y el paisaje cambiaba a través de la ventana del tren, la ausencia de Laura se hacía más palpable. "¿Seguirá durmiendo?" me pregunté, aunque sabía que era improbable a esas alturas del día. Albergaba la esperanza de que me sorprendería en casa de mi madre, pero al llegar, solo me recibieron ellos: mamá, papá y Victoria. A Victoria, cuya intromisión en mi vida nunca le perdoné después de revelarle a Laura detalles de mi pasado, pero que seguía actuando a su antojo.
La casa estaba adornada con un esplendor que rozaba lo extravagante. Farolas que prometían brillar al caer la noche, guirnaldas vibrantes, un arco de globos que parecía danzar con el viento, una cabina de fotos lista para capturar sonrisas, un DJ que animaría la velada más tarde, mesas dispuestas para familiares y amigos con centros que exhibían mi rostro, desde la infancia hasta el presente, y un pastel de tres pisos en tonos de rosa que dominaba la escena. Los aperitivos, que prometían ser una delicia, aguardaban su momento estelar.
Mis padres realmente habían lanzado la casa por la ventana para este cumpleaños.
Aun así, mi mirada se desviaba siempre hacia la ventana que daba al cuarto de Laura. Quería correr hacia ella, tocar su puerta, asegurarme de que estaba bien.
A pesar de los años compartidos, el temor de que un día ella decidiera marcharse seguía acechándome, como una sombra que se niega a desvanecerse.
...
La tarde avanzaba con una lentitud exasperante, cada minuto se sentía como una eternidad. Allí estaba yo, en el patio, recibiendo a mis amigos con una sonrisa que no reflejaba la inquietud de mi interior. La ausencia de Laura era una sombra que se cernía sobre mí, opacando el resplandor de mi cumpleaños. A pesar de la alegría que mis amigos aportaban, mi corazón latía al compás de la espera, cada pulsación un eco de la pregunta que me atormentaba en silencio: "¿Dónde estás, Laura?"
La llegada de Azu y su novio, trajo consigo una promesa de esperanza. "Hay un regalo de Laura esperándote en tu habitación", me dijeron con una sonrisa cómplice. Esas palabras fueron el impulso que necesitaba para avivar la emoción contenida durante todo el día.
Mientras subía las escaleras, mi mente era un torbellino de emociones. La ansiedad y la expectativa se entrelazaban con cada latido acelerado de mi corazón. "¿Qué sorpresa me habrá preparado Laura?", me preguntaba, sintiendo una mezcla de nerviosismo y felicidad. La posibilidad de que Laura estuviera allí, en mi habitación, después de un día de silencio, era tanto desconcertante como emocionante.
"¿Será una disculpa, un gesto romántico, o algo completamente inesperado?" Cada paso hacia arriba aumentaba mi curiosidad y mi deseo de verla, de entender el misterio de su ausencia. Y en lo más profundo, una pequeña voz susurraba la esperanza de que, a pesar de todo, ella recordara este día tan especial para mí.
Al abrir la puerta de mi cuarto, la sorpresa me dejó sin aliento. Allí, en medio de la habitación, estaba Laura, envuelta en papel de regalo que sólo cubría sus pechos y su zona íntima, recostada en mi cama, con su cara toda roja de la vergüenza.
— Gracias, Dios —le dije.
— Feliz cumpleaños, amor —evitaba mirarme.
— Aún no soplé las velas del pastel pero mi deseo ya se cumplió. Esa es la eficiencia de los deseos de cumpleaños.
No pudimos evitar reírnos.
Me acerqué y la besé con dulzura, saboreando el momento, la ternura de su gesto. Fue entonces cuando Laura reveló que todo había sido una broma de Azul, que ella había planeado algo mucho más especial y hermoso para mí. La frustración de mi novia era evidente, pero en ese instante, nada de eso importaba. Estábamos juntas, y eso era todo lo que necesitaba para que mi cumpleaños fuera perfecto. Continué demostrándole mi aprecio.
Pero los besos estuvieron acompañados de caricias y halagos de mi parte, suspiros y peticiones atrevidas por parte de Laura. Nuestras manos no podían evitar buscar las zonas erógenas de nuestros cuerpos.
— Para —me pidió. — Debemos bajar, es tu cumpleaños.
Laura se levantó, poniéndose un vestido mío, uno sencillo pero que le lucía muy bien. La alcancé, abrazándola por detrás y depositando unos suaves besos en su nuca le pedí:
— Sólo unos minutos más, por favor. No podré tocarte así hasta que se vayan todos, y sé que tu también quieres que lo haga.
Sin pensarlo mucho, cerró la puerta de mi habitación, llevándome a la cama, imponiéndose sobre mí, sus ojos llenos de deseo. Sin aviso, me devoró.
Nuestros labios se encontraron en un beso tan íntimo y ardiente que me hizo temblar. Sentí la suavidad de su piel bajo mis dedos mientras nos fundíamos en un abrazo apasionado.
Sus labios eran suaves y cálidos, y su aliento era como fuego en mi boca. Nuestras lenguas se enredaron en un baile sensual y desenfrenado, explorando cada rincón de la boca de la otra con avidez.
El deseo ardía entre nosotras, palpable en cada roce y susurro. Mis manos se deslizaron por su espalda, acariciando la curva de sus caderas y llegando hasta su cintura, atrayéndola más cerca de mí en un abrazo frenético.
El tiempo pareció detenerse mientras nos entregábamos por completo a la pasión y al deseo desenfrenado que nos consumía.
En medio de nuestra conexión, la puerta se abrió con un suave empujón y la tía de Laura apareció en el umbral, una sonrisa cálida iluminando su rostro. Interrumpió nuestro acto con una efusividad que llenaba la habitación. Laura se separó, frustrada y avergonzada.
Tía se disculpó entre risas y extendió sus brazos en los que descansaba un sobre decorado con cintas.
— ¡Estefanía, querida! Lamento interrumpir, pero tengo algo para ti — dijo, su voz vibrante de entusiasmo.
Tomé el sobre, mis dedos rozando el papel suave.
— ¿Qué es esto, tía? —pregunté, mi curiosidad despertada por el brillo expectante en sus ojos.
— Abre y verás, es un regalo muy especial de cumpleaños —animó.
Deslicé el lazo y saqué dos boletos brillantes. Mis ojos apenas pudieron creer lo que veían: eran pases para un camping exclusivo, uno que se jactaba de tener la laguna más hermosa de la región y una cabaña acogedora, perfecta para dos. Dos días y una noche rodeadas de naturaleza, un escape diseñado para Laura y para mí.
— ¡Oh, tía! Esto es... increíble — exclamé, sintiendo cómo la emoción me embargaba. Laura me miró, sus ojos reflejando la misma emoción que sentía yo.
Con el atardecer cayendo como un telón sobre el día, Laura y yo nos acercamos a mi madre, con la esperanza de pedir prestado su auto. Al principio, se mostró reacia, temiendo que algo pudiera salir mal. Pero después de ver la ilusión en nuestros ojos, y de que papá la convenciera, su corazón se ablandó.
— Está bien —dijo, entregándonos las llaves. — Pero tengan cuidado —Con una sonrisa, nos preparó unos bocadillos y nos dio algo de dinero extra. — Por si acaso.
...
El viaje comenzó con canciones y risas, pero a medida que la oscuridad se intensificaba, el auto comenzó a fallar, hasta que finalmente se detuvo con un suspiro mecánico. Después de un momento de pánico, un amable hombre de familia que regresaba de sus vacaciones se detuvo para ayudarnos. Con su asistencia, el auto volvió a la vida y continuamos nuestro camino.
Laura, en un intento de aligerar el ambiente, bromeó diciendo que quizás mi madre había saboteado el auto para arruinar nuestro viaje. Aunque la idea me molestó, sabía en mi corazón que mi madre nunca haría algo así. "Ella solo quiere lo mejor para mí", respondí, tratando de ocultar mi irritación.
...
El cansancio se apoderaba de nosotras, y con la medianoche acercándose, la entrada al camping parecía esquivarnos.
— Oye, ¿estás segura de que este es el camino correcto? No veo ninguna señalización para el camping.
— ¿Y como voy a saber? La señal del GPS no agarra aquí. Debía estar justo después de la curva. Mierda —maldijo mi novia.
— Pero ya hemos pasado por aquí antes. Creo que deberíamos haber tomado la otra salida en la bifurcación.
— No, eso nos llevaría en dirección opuesta al lago. Además, Tía dijo que era un camino directo. Ah, tengo mucho sueño.
— También dijo que no ha estado en ese camping en años, Laura. Las cosas podrían haber cambiado —mi irritación comenzaba a notarse.
— A ver, genia ¿Por qué no interpretas tú el mapa? —se quejó lanzando el celular entre mis piernas.
— No puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo. Podrías ayudarme en vez de
— ¡Cuidado! —me gritó cubriéndose el rostro.
El auto se sacudió violentamente y se detuvo con un golpe sordo. Salimos para inspeccionar.
— Estamos atascadas en un bache. ¡Bien, te felicito! —dije con sarcasmo.
— No es mi culpa, Estefy. No pude verlo con la oscuridad.
— Bueno, no estaríamos aquí si hubiéramos tomado mi camino.
— ¿Así que ahora es mi culpa? ¡Tú eres la que quería conducir de noche! Pudiste esperar y salíamos mañana, pero no, la señorita ansiedad caprichosa nunca puede esperar, todo debe ser inmediato para la reina —expresó, Laura con desdén.
— ¿Sabes qué, Laura? ¡Encuentra tu propio camino al camping!
— ¡Dios! ¡Qué molesta eres!
Nuestra frustración creció hasta convertirse en una discusión. Ambas, obstinadas, tomamos direcciones opuestas en busca de ayuda.
"Así no fue como lo planeé" pensaba mientras aclaraba mi mente.
De repente, el grito de Laura rompió la quietud de la noche, seguido por el sonido de un chapoteo. Corrí hacia el origen del ruido, solo para encontrar a Laura luchando en la laguna. Sin pensarlo, me lancé al agua que era bastante profunda, y la abracé, arrastrándola hacia la orilla. Las rocas y la subida empinada nos hizo difícil el mantenernos firmes.
— ¡Eres una descuidada! —le grité, aunque mis palabras se ahogaron en lágrimas. — Carajo, pensé que te perdería. ¿Estás bien? ¿Te lastimaste en algún lado?
Laura, evitando mirarme asintió.
— Gracias por salvar...me —expresó, con resentimiento.
— Perdón —suspiré —, estuve muy nerviosa por querer hacerte pasar un buen día y mi mamá y la universidad también vienen a mi cabeza y todo es un mar de enojos y frustraciones, y Perdón —rompí en llanto. — Perdón por hacerte esto, perdón por gritarte, estaba tan enojada y asustada y te eché la culpa. Lo lamento...
Miré de reojo para saber su reacción, emocionada, comenzó a soltar unas pocas lágrimas.
— Estúpida, se supone que es tu cumpleaños. Quería hacer de este un día inolvidable para ti, pero no de esta manera. De igual modo es tu culpa, nunca me escuchas —dijo, golpeando con suavidad mi cabeza. — Perdón por haberte hecho pasar un mal rato.
Los mosquitos comenzaban a querer picarnos.
Me reí y le susurré un "te amo" después de un sincero "lo siento."
Allí, en la orilla, sucias y empapadas, nos perdonamos y prometimos amor eterno, más allá de cualquier discusión. Por suerte, unos pescadores nos encontraron y nos guiaron a nuestra cabaña. Tuvimos que volver al auto por las entradas, y por suerte el administrador comprendió nuestra situación y nos dio las llaves para entrar.
La cabaña era un refugio de madera cálido y acogedor, con un encanto rústico que invitaba a la relajación. Al entrar, Laura y yo nos encontramos con un espacio abierto que combinaba la sala de estar y la cocina. Un sofá de felpa frente a una chimenea de piedra prometía noches de intimidad y calor. La cocina, pequeña pero funcional, tenía todo lo necesario para preparar comidas sencillas.
Había una escalera de caracol que conducía al altillo, donde se encontraba un dormitorio con una cama doble cubierta con edredones gruesos y almohadas mullidas. Un balcón desde el dormitorio permitía observar las estrellas en la tranquilidad de la noche.
Al entrar, cubiertas de barro y agua, Laura y yo nos miramos y no pudimos evitar reír ante nuestra situación. Dejando huellas húmedas en el suelo de madera, nos dirigimos directamente al baño. Era pequeño, con azulejos de cerámica y una ducha que prometía ser el remedio perfecto para nuestro estado.
Nos bañamos juntas, quitándonos la suciedad y el cansancio del viaje. Después de secarnos y ponernos ropa limpia, nos acostamos en la cama, envueltas en mantas, y dejamos que el calor y la comodidad de la cabaña nos envolvieran, agradecidas por la seguridad y el refugio que nos ofrecía después de un día tan largo y agitado.
Estaba por caer dormida cuando Laura comenzaba a darme pequeños besitos en la mandíbula, seguía por el cuello.
— ¿En serio? ¿Ahora? ¿Qué no tenías mucho sueño? —pregunté, correspondiendo su afecto.
— Todavía tengo fuerzas para esto.
— Tu eres joven. Yo acabo de cumplir 21, ya estoy vieja, amor. No tengo energías —bromeé, deslizando mi mano a través de su ropa, tocándole la espalda.
— Literalmente cumples casi un año después de mí, yo soy la mayor aquí. Pero no hablemos de eso. —Laura se montó sobre mí, quitándose la playera y dejando expuestos sus pechos. — Este es mi regalo para la cumpleañera.
La tomé de la cintura al mismo tiempo que ella me besaba de lengua.
— Dios, sí.
"El mejor cumpleaños de todos" pensé.
— Estefy —dijo Laura al separarse del beso. — Si pudieras pedir un deseo, ¿Cuál sería?
Lo pensé por un segundo.
— No te rías. —advertí. — Mi deseo sería quedarme así —la abracé —, para siempre contigo.
Laura rió. — Eso fue tan meloso. También te amo —expresó para después darme un beso lleno de amor.
— Yo más.
— Si eso es cierto, ¿Para que estás buscando propiedades en alquiler? —sonrió. Pero de esas sonrisas que hacen para evitar matarte.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda y de repente tuve mucha sed. Era el único secreto que quería que no descubriera.
¿Quieres saber cómo sigue esto? Espera al último capítulo, te prometo que te encantará.
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