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El porvenir

Narra Estefanía

Me encontraba sumida en un mar de confusión, incapaz de descifrar el torbellino de emociones que me rodeaba. Allí estábamos, Laura, su tía, mi madre y yo, congregadas en una heladería que parecía ser el epicentro de un inesperado drama familiar. La heladería, un remanso en el bullicio del centro, se convirtió en nuestro escenario improvisado.

Laura, mi algo más que amiga, esquivaba la mirada penetrante de la mujer que me dio la vida, mientras yo permanecía sentada junto a mi madre, enfrentando a Laura y su tía. La mesera, ajena a la tensión, nos presentó una promoción familiar de helados que, en cualquier otro momento, hubiera sido motivo de alegría. Sin embargo, los helados permanecían intactos, como testigos mudos de las miradas que se cruzaban cargadas de dudas, miedos y vergüenza.

El silencio se rompió cuando la tía de Laura elogió la apariencia del helado, y mi madre, con una voz que presagiaba la tormenta, inició el interrogatorio:

—Laura, mi problema es con tus intenciones. ¿Qué quieres de mi hija?

La aludida tragó saliva, visiblemente nerviosa. —Estefy es una buena chica, me gusta, me gusta ser su amiga —se corrigió rápidamente, intentando mantener la calma. —Con ella todo se siente más alegre.

—¿Me estás diciendo que sólo estás con ella porque les pasan cosas felices? ¿Qué pasará cuando peleen? Como ya lo hicieron antes —mi madre no daba tregua.

Laura me lanzó una mirada suplicante, buscando mi apoyo.

—Sofía, ¿No crees que estás exagerando demasiado? Son adolescentes, tienen toda una vida por la cual preocuparse. Deja que vivan su amor juvenil en paz —intervino la tía, intentando mediar.

—Perdona, pero esto se trata del corazón de mi pequeña. La protegeré cuanto pueda —replicó mi madre, firme en su postura.

—No necesito protección, sé lo que quiero y lo que no —intervine, defendiendo mi derecho a decidir. —Además, también quiero estar con Laura y ver... qué surge.

Laura me miró con una mezcla de sorpresa y ternura. Mi madre, en cambio, suspiró, sosteniendo mi mano en un gesto de negación.

—Eres muy joven, ambas lo son. No saben lo que es el amor. Laura, y con todo el respeto lo digo, por más que tu tía te haya criado con todo el amor del mundo, no es lo mismo que un padre, así que no espero que lo entiendan —las palabras de mi madre eran afiladas, hirientes.

—¿Qué quieres decir? —la tía de Laura se mostró ofendida.

—Querida, como madre me preocupo por la vida de mis hijas, no quiero dejarlas en manos de alguien que ni siquiera sabe qué tipo de relación quiere tener con Estefanía —mi mamá no cedía. —Eso me hace preguntarme, ¿Realmente se aman o es sólo un capricho? Si tu "sobrina" quiere tener relaciones puede ir con cualquiera, pero no con mi Estefanía, ella ya sufrió mucho por su culpa.

Laura estaba a punto de responder, pero su tía la detuvo:

—No te permito que cuestiones ni que insultes la manera en que crié a Laurita. Es una chica hermosa a la que nunca le faltó nada, ni cariño ni atención; pero de Estefanía no puedo decir lo mismo, quiero decir, ella fue quien se acercó a Laurita, la confundió, la engañó. Lo único que hizo mi sobrina fue querer aclarar las cosas. —la mujer suspiró. — Sofía, ellas están viviendo un hermoso y sano romance amistoso que puede ir evolucionando, o si sólo es simple deseo carnal, ¿Qué importa? Son jóvenes, deben disfrutar su tiempo.

Tanto Laura como yo nos sonrojamos ante la última declaración.

—Mamá —interrumpí—, te guste o no, siento algo por Laura, algo bueno, quiero estar con ella.

Me levanté y tomé la mano de Laura, mirándola directo a los ojos, le pregunté:

—¿Quieres lo mismo?

Laura se sonrojó, asintió antes de dirigir su mirada a mi madre, quien desaprobaba por completo nuestra relación. No pude tolerarlo más, saqué a Laura de allí mientras mi madre contenía su voz para evitar un escándalo. Afortunadamente, la tía de Laura la persuadía para que no nos siguiera.

Una vez fuera de la heladería, recibí la llamada de mi madre. "Avisaré dónde estaremos, supéralo", advertí y colgué. Mientras caminábamos hacia la parada del autobús, Laura no dejaba de decirme que estaba loca, que no debía haber hecho eso con mi madre, que eso provocaría que la odiaran para siempre.

—¿Por qué nos escapamos así? Quería dejarle en claro a tu mamá que no quiero lastimarte —dijo Laura.

—Amor... —me corregí, y una sonrisa juguetona se dibujó en mi rostro— Laura, para empezar, fui yo quien te lastimó y, en segundo lugar —la besé en la mejilla, sintiendo su piel suave bajo mis labios— después de tantos años, por primera vez entiendo que ni mi venganza ni ser la hija perfecta son tan importantes como el estar contigo ahora.

Laura intentó decir algo, pero sus palabras se perdieron en el rugido del motor del autobús que nos llevaba. El vehículo nos dejó en un boulevard adornado con luces parpadeantes y un cine que prometía escapismo y sueños en pantalla grande.

Las llamadas de mi madre eran como un tambor insistente en mi bolsillo, así que le envié un mensaje con nuestra ubicación y apagué el móvil. Laura me miró con preocupación, pero le aseguré con una sonrisa que todo estaría bien.

Nos decidimos por una película de drama y romance de época, el tipo que normalmente me aburriría hasta los bostezos, pero por Laura, estaba dispuesta a tolerar incluso un documental sobre la cría de caracoles.

En la taquilla, mi cartera se sintió sospechosamente ligera. Vacía. Sin dinero ni tarjetas. Laura, con una gracia que la caracteriza, pagó por las dos. Me disculpé más veces de las que pude contar, prometiendo devolverle el dinero, pero ella, con una sonrisa traviesa, repitió lo que había dicho antes: "Puedes pagarme con otra cosa." Mi rostro se incendió con su insinuación, y supe que esta cita sería cualquier cosa menos aburrida.

La sala de cine estaba en penumbras, el olor a palomitas de maíz flotaba en el aire y los trailers comenzaban a proyectarse en la gran pantalla. Laura y yo nos acomodamos en nuestros asientos, rodeadas de parejas y grupos de amigos. La película prometía ser un escape romántico a otra época, pero la realidad tenía otros planes.

A mitad de la película, justo cuando el protagonista declaraba su amor eterno en un jardín inglés, un sonido estridente interrumpió el momento: mi estómago rugía con una ferocidad que rivalizaba con cualquier bestia de leyenda. Laura se giró hacia mí, sus ojos brillando con diversión en la oscuridad del cine.

Intenté disimular, pero fue en vano. El sonido se repitió, más fuerte, seguido de un coro de risitas que se extendió por la sala. "Parece que alguien no comió hoy", comentaban desde la fila de atrás, provocando una nueva ola de risas. Sentí como sus comentarios me ahogaban. Pero entonces, un ángel me tomó de la mano.

Laura, siempre rápida para aliviar mi vergüenza, sacó de su bolso una barra de chocolate que había comprado de manera clandestina. "Aquí tienes, bebé", dijo con una sonrisa traviesa.

Agradecida, acepté el chocolate, sintiendo como mi corazón se aliviaba y mientras lo mordisqueaba, una escena particularmente emotiva llenó la pantalla. En un intento de silenciar mis masticaciones, me atraganté, tosiendo y atrayendo aún más atención. Laura me dio palmaditas en la espalda, luchando por contener su risa mientras yo trataba de recuperar la compostura.

Finalmente, el silencio volvió a la sala, pero las miradas curiosas y las sonrisas contenidas nos seguían. Morí de la vergüenza esa vez, pero también supe que no me equivoqué al elegir amar a la chica junto a mí.

Por supuesto, la noche aún guardaba un momento romántico para nosotras. Mientras las risas se desvanecían y la película continuaba desplegando su melodrama en la pantalla, Laura y yo compartíamos la barra de chocolate en la oscuridad del cine. Nuestros dedos se rozaron, y sentí un escalofrío que no tenía nada que ver con el aire acondicionado.

En un impulso, entrelacé mi mano con la suya, buscando su calor en la penumbra. Laura respondió apretando suavemente mi mano, un gesto simple pero cargado de significado. La película, con sus giros y suspiros, se convirtió en un mero telón de fondo para nuestro propio momento de conexión.

Cuando la escena más romántica de la película llegó, con los protagonistas compartiendo un beso bajo la lluvia, Laura se inclinó hacia mí y susurró con una sonrisa:

—¿Qué haces?

—Disfruto de la vista —respondí, con una sonrisa que se dibujaba lentamente en mi rostro mientras mis ojos se deleitaban con el perfil de Laura, iluminado por el tenue resplandor de la pantalla. Su silueta era un contorno de sombras y luz, una obra de arte en movimiento que capturaba toda mi atención.

En ese instante, me incliné hacia ella, movida por un impulso tan natural como la brisa que precede a la tormenta. Pero justo cuando mis labios buscaban los suyos, Laura giró su cabeza hacia la pantalla, desviando mi beso hacia su oreja. El resultado fue una risa espontánea y contagiosa que brotó de ella, una melodía breve pero resonante que llenó el espacio entre nosotros. Algunas miradas se clavaron en nuestra dirección, cargadas de un descontento silencioso por la distracción. Murmuré disculpas, primero a Laura y luego a los espectadores circundantes, en un susurro tan suave como el aleteo de una mariposa, prometiendo en silencio disfrutar del desenlace de la película sin más interrupciones.

Pero el destino, siempre caprichoso, tenía otros planes. Una mano se posó sobre mi rodilla, su tacto era una promesa a través de la tela de mi pantalón. Levanté la vista hacia Laura, y mi sorpresa se pintó en tonos de carmesí sobre mis mejillas. Ella me regaló una mirada llena de picardía y un brillo travieso en sus ojos, una invitación sin palabras a un juego que solo nosotras conocíamos.

La tensión entre nosotras crecía, un juego de miradas y caricias que se entrelazaban con la trama de la película. La oscuridad del cine se convirtió en nuestro pequeño universo, donde cada risa y cada roce eran estrellas fugaces en nuestro cielo particular.

Laura, con su mano aún en mi rodilla, me guiñó un ojo y se inclinó hacia mí, susurrando algo que hizo que mi corazón latiera al ritmo de una canción desconocida. "Gracias por hacer que esta noche sea inolvidable", dijo, y su voz era una promesa que resonaba más allá de las palabras.

Cuando la película llegó a su fin, y los créditos comenzaron a deslizarse por la pantalla, nos levantamos de nuestros asientos, aún de la mano, sintiendo que algo en nosotras había cambiado. No era solo la película, ni el chocolate, ni siquiera el incidente con la tos; era la certeza de que, a pesar de los desafíos, estábamos dispuestas a enfrentar juntas lo que viniera.

Salimos del cine y la noche nos recibió con su frescura. Caminamos por las calles iluminadas por las luces de la ciudad, compartiendo risas y confidencias, sabiendo que, aunque la noche terminaría, lo que habíamos comenzado juntas apenas estaba despertando.

El autobús serpenteaba por las calles, su interior iluminado por una luz que parecía susurrar secretos. Laura y yo estábamos sentadas juntas, nuestras manos entrelazadas en un silencio cómplice. Sentía el calor de su piel, un consuelo contra el frío que se colaba por las ventanas. Se recostó en mi hombro, y la rodeé con el brazo, acogiéndola en un abrazo que parecía protegerla del mundo entero.

Las luces de la ciudad eran como estrellas fugaces capturadas en el asfalto. El murmullo de los otros pasajeros era un zumbido lejano, irrelevante ante la cercanía de Laura. "Gracias por esta noche," susurré, y ella apretó mi mano en respuesta, su presencia un bálsamo para cualquier inquietud que pudiera tener.

Al llegar a nuestras casas nos bajamos del autobús con una lentitud que reflejaba nuestra renuencia a separarnos. Frente a su puerta, el momento de despedirnos se cernía sobre nosotras, un adiós que ninguna de las dos quería pronunciar.

—¿Quieres pasar? —Laura rompió el silencio, su invitación una chispa de esperanza. — Podemos hacer una pijamada y ver qué pasa.

Asentí, emocionada por prolongar la magia de la noche. Notifiqué a mi madre dónde estaría. Mi cuerpo estaba listo y ansioso por las prometedoras palabras de Laura, pero al abrir la puerta de su habitación, nos encontramos con Azul, ya instalada con una montaña de cojines y una mirada de sorpresa.

— ¡Estefanía, qué sorpresa verte aquí! Me alegra verlas juntas, se ve que ya se amigaron —exclamó Azul, y supe que cualquier oportunidad de tener sexo había desaparecido.

— Blue —expresé. — Hace tiempo que no vas para mi casa.

— Creí que estarías en el cuarto de mi tía —dijo Laura interrumpiendo, queriendo evitar sonar decepcionada.

— Fue una petición de la mamá de Estefy. Azul está ahí para que ustedes no  follen. Lo siento chicas, es la única condición impuesta si quieren estar juntas —se escuchó gritar a Tía a través del corredor.

Las tres nos pusimos rojas de la vergüenza.

— Ni se preocupen por mí, ustedes toquense todo lo que quieran que yo tengo el sueño pesado, ni las voy a escuchar. —dijo Azul con una sonrisa amable.

— Gracias por tu comprensión, Azul, pero ella y yo somos amigas por el momento — mencioné, deslizando mi mano de manera disimulada sobre el trasero de Laura, jugueteando con mis dedos buscando presionar su agujero, viendo cómo se ponía nerviosa — Nunca te faltaría el respeto de esa manera de todos modos.

Pedí disculpas y me dirigí al baño para refrescarme la cara. Estaba tan excitada que necesitaba calmarme, de lo contrario no me resistiría a hacer un lío de Laura, incluso con su mejor amiga frente a nosotras.

La presencia de Azul transformó la noche en una serie de juegos y charlas que, aunque divertidas, dejaban un eco de lo que podría haber sido. Cada risa compartida era dulce, pero no podía disipar la sensación amarga de la oportunidad perdida. A pesar de todo, la noche se deslizó entre historias y secretos, y aunque Laura y yo no pudimos expresar nuestro afecto como deseábamos, su mano buscando la mía bajo las mantas me recordaba que lo nuestro apenas comenzaba.

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