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Narra Laura

"¿Lista?" Me escribió mi vecina.

"Cómo siempre" respondí.

"Mi mamá insiste en llegar temprano. Te veo allá. No espíes mi vestido, quiero sorprenderte ;)"

Siempre lo haces. Pensé, sintiendo como una sonrisa se esbozaba en mi rostro.

Apenas el cielo comenzaba a presentar tonalidades de un atardecer, y ya sentía que el drama se apoderaba de cada rincón de mi habitación. Las cortinas, que había corrido con un gesto casi ceremonial, enmarcaban un día que había imaginado incontables veces en mi mente. "Todo debe ser perfecto," me repetía, mientras alisaba por enésima vez la toga que colgaba en la puerta de mi armario.

Me paré frente al espejo, observando cómo la luz del amanecer jugaba con los tonos dorados de mi cabello. "Si este mechón no cae justo aquí, si este zapato aprieta, si la sombra de ojos no es simétrica...," pensaba, sintiendo que cada pequeño error era una grieta en el futuro que tanto había planeado.

El tic-tac del reloj en mi mesita de noche marcaba el ritmo de la ansiedad. "¿Y si olvido cómo respirar cuando me llamen? ¿Y si mi nombre se pierde en un susurro?" Cada pensamiento era un ensayo de una tragedia que solo existía en mi cabeza.

En ese momento, Tía entró en la habitación, su presencia era como el acto de intermedio en una obra de teatro que se había vuelto demasiado intensa.

— Laura, querida, estás exagerando — decía con esa voz que siempre lograba calmar tempestades. — Recuerda, solo se es joven una vez. Hoy es un día para celebrar, no para preocuparte. Disfruta, ríe, vive.

— No puedo evitarlo, tía —confesé, mis ojos celestes reflejando la tormenta de emociones dentro de mí. — Es un día importante, el final de un capítulo y el comienzo de algo completamente nuevo. Estoy... emocionada y asustada.

Ella se acercó y me tomó de las manos, su sonrisa era un faro de calma.
— Laurita, respira. No todo tiene que ser perfecto para ser memorable.

Sus palabras eran el guion que necesitaba escuchar, un recordatorio de que la vida, con todas sus imperfecciones, era una obra digna de ser vivida sin miedo al fracaso. Y con un abrazo que contenía toda la sabiduría y amor del mundo, me ayudó a ver que lo que realmente importaba no era la perfección, sino los momentos que estábamos a punto de compartir.

La escuela, un lugar donde pretendí por muchos años, por fin se había tornado en algo bueno de recordar, y no sólo gracias a mi grupo de amigas que estaban sacándose fotos, luciendo sus peinados y vestidos; sino también por aquella chica castaña que me había robado el aliento este último tiempo.

El aire estaba cargado de anticipación, y yo no podía contener los nervios que me recorrían como corrientes eléctricas. Encontré a Estefanía en un rincón tranquilo, su presencia siempre era un bálsamo para mi inquietud.

Ella con su cabello castaño cayendo en ondas sobre sus hombros, era un retrato de elegancia y gracia. Sus ojos verdes brillaban con una mezcla de emoción y nerviosismo, como si también estuviera a punto de dar un paso hacia lo desconocido. El vestido que llevaba era un sueño hecho realidad: un suave tono esmeralda, ceñido en la parte superior y luego se abría en una falda fluida. Las lentejuelas sutiles en el escote y los bordes de las mangas destellaban con cada movimiento, como pequeñas estrellas que la seguían a donde fuera. Era un vestido que parecía haber sido diseñado específicamente para esta noche, para este momento.

— Estefi —comencé, mi voz temblaba un poco. —, estás hermosa y estoy tan nerviosa. Es como si todos estos años se hubieran condensado en este único momento y ahora... ahora no sé si estoy lista para dejarlo ir.

Estefanía me miró, sus ojos verdes reflejando una calma que yo anhelaba.

— Laura, vamos a estar bien —dijo suavemente, su mano encontrando la mía. — Es normal estar nerviosa, pero piensa en todo lo que hemos logrado y en todo lo que nos espera. Estamos a punto de comenzar una nueva aventura, y no importa lo que venga, lo enfrentaremos juntas.

Sus palabras, simples pero sinceras, eran justo lo que necesitaba escuchar. En su abrazo, encontré la fuerza para mirar hacia el futuro con esperanza, sabiendo que, sin importar lo rápido que latiera mi corazón, no estaba sola.

El sol de la tarde se filtraba a través de las ventanas del auditorio, bañando la sala en una luz dorada que parecía bendecir el final de una etapa. Mis compañeros y yo, con nuestras togas y birretes, éramos un mar de expectativas y nerviosismo. Al escuchar mi nombre, "Laura Montenegro", caminé hacia el estrado con un suspiro contenido. Al recibir mi diploma, mis ojos buscaron a Estefanía, cuya mirada verde me devolvió un brillo de orgullo y algo más, algo que ambas sentíamos pero nunca nos atrevíamos a nombrar. Tía también estaba contenta y mis amigas aplaudían los logros que compartíamos todos en ese momento.

La tarde se desvaneció en una vorágine de preparativos. Frente al espejo, ajusté mi vestido azul celeste, el color que Estefanía decía que hacía juego con mis ojos. "¿Estás lista para esta noche?" preguntó mi reflejo, y aunque asentí, una parte de mí temblaba ante la idea de revelar nuestros corazones.

Organizamos una fiesta en un hermoso salón. Y valió la pena todo el dinero que cada uno de nosotros gastó en ese evento.

La noche estaba envuelta en un manto de luces parpadeantes, como si las estrellas mismas hubieran descendido para celebrar con nosotros. El salón, elegantemente decorado con guirnaldas y flores, parecía un rincón mágico donde los sueños adolescentes se tejían con hilos de esperanza y deseo.

La música fluía como un río incontenible, arrastrando a todos hacia la pista de baile. Las risas se mezclaban con el aroma dulce de las velas encendidas. Los zapatos de tacón resonaban contra el suelo pulido, marcando el ritmo de la noche.

En medio de la multitud, Estefanía brillaba como una joya. Los ojos de todos estaban puestos en ella, pero cuando nuestras miradas se cruzaron, el mundo se redujo a un suspiro compartido.

Me acerqué a ella, nerviosa y emocionada.

— ¿Bailas? —pregunté, extendiendo mi mano.

Ella sonrió, y sus dedos se entrelazaron con los míos. Nos movimos al compás de la música, nuestros cuerpos flotando en una burbuja de complicidad. Cada paso, cada giro, era un secreto compartido entre nosotras.

Las luces giraban a nuestro alrededor, creando destellos en sus ojos. Había algo en la forma en que me miraba, como si también estuviera sosteniendo su aliento. "¿Qué somos?", quise preguntarle, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta.

En ese momento, nuestros cuerpos hablaban por nosotras. Cada apretón, cada caricia, era un mensaje codificado que solo nosotras entendíamos. El mundo exterior se desvaneció, y solo existíamos las dos, girando en un abrazo silencioso.

Así que nos quedamos allí, en ese rincón del salón, nuestras manos entrelazadas, hablando el lenguaje de los corazones. Lo que sea que fuéramos o íbamos a ser, teníamos toda la noche por delante para descubrirlo juntas.

Eran las tres de la mañana, mi cabeza daba vueltas, los pies me dolían, el peinado que tanto tiempo llevo hacer se había desarmado, pero todo eso no importa porqué estaba feliz y disfrutaba del momento.

Mis amigas me detuvieron un largo tiempo bailando, un par de minutos dónde me alejaron de mi chica en lo que ella iba a buscar agua para las dos.

El aire vibraba con la energía de la música, y las luces parpadeaban en un frenesí de colores. El salón estaba lleno de energía juvenil, sus risas y susurros creando una sinfonía de emociones. Pero mi atención estaba fija en Estefanía, que se movía con gracia hacia la cabina del DJ, pues él tuvo que ausentarse para ir al baño y Estefy fue la elegida para reemplazarlo.

El aroma a sudor y perfume flotaba en el aire, mezclándose con el olor dulce de las bebidas y el humo de las máquinas de niebla. Las paredes parecían palpitar al ritmo de la música, y el suelo vibraba bajo mis pies.

Estefanía se movió detrás de la mesa de mezclas, sus dedos ágiles deslizándose sobre los botones y las perillas. El cabello oscuro le caía en mechones sobre la frente, y su expresión estaba concentrada y decidida. Los ojos de todos estaban puestos en ella, como si el tiempo se hubiera detenido para admirarla.

Las luces se reflejaban en sus ojos, creando destellos de misterio. El sonido de los auriculares se filtraba por encima de la música, y su cabeza se movía al ritmo invisible que solo ella podía escuchar. Era como si hubiera entrado en un mundo aparte, donde solo existía la música y su pasión por ella.

Mis amigas me rodearon, sus rostros llenos de expectación.

— ¿Ya son novias de nuevo? —dijo Natalia, su voz temblorosa de emoción.

Negué con la cabeza.

— Pues dile. Espero que no hayas pasado toda la noche sin nosotras y estando con Estefanía sólo para que me digas que van a ser amigas —se quejó Romina.

Pero las palabras se atascaron en mi garganta. ¿Y si estábamos yendo muy rápido otra vez? ¿Y si ella sólo me quiere por la expectativa que genero de lo que podríamos ser? ¿Y si en cuanto volvamos a estar juntas se aburre de mí? No quería tener más miedo a compartir mis sentimientos. El que alguien más a parte de tu familia te ame es realmente aterrador, pues quiero mostrarle lo mejor de mí porqué no quiero que se aleje. Quiero ser perfecta para ella, pero...Cuando nos enamoramos antes yo nunca fui perfecta.

La vi girar un disco, ajustar el volumen y luego mirar al público con una sonrisa radiante. La música cambió, y todos se sumieron en un nuevo ritmo. Pero yo seguía allí, inmóvil, atrapada entre el deseo y el miedo.

— Necesitas un poco de aire, ven conmigo —me pidió Azul.

Fui llevada hasta el jardín del salón.
Bajo la luna plateada, el aire, frío y embriagante, se llenaba de risas y suspiros. Cristalinas fuentes danzaban en el centro del patio, sus aguas reflejando los destellos de las luces que adornaban los árboles.

Mis oídos se relajaron al estar fuera del rango de la melodía incesante de la música, un compás que guiaba a mis compañeros en su danza.
El murmullo de conversaciones se entrelazaba con el ritmo, creando una sinfonía de emociones.

El aroma a flores frescas y perfume flotaba en el aire, mezclándose con el sutil rastro de alcohol. Algunos habían bebido más de la cuenta, y sus risas eran dulces y desinhibidas. Otros, más recatados, se retiraban a los rincones sombreados, buscando un respiro en la noche.

Mis ojos se posaron en los rostros iluminados por la luna. Las sonrisas, los gestos coquetos, las miradas furtivas: todo formaba parte de un juego de seducción. Las luces parpadeantes creaban un mundo mágico, donde los deseos se tejían como hilos invisibles.

Y en ese jardín, rodeada de vida y pasión, me sentí parte de un cuadro efímero. Los cinco sentidos se entrelazaron, y supe que aquel momento, como las estrellas fugaces que cruzan el cielo, no duraría para siempre. Pero en esa danza de luces y emociones, encontré la belleza de la noche y la promesa de un recuerdo imborrable.

— Tengo miedo de lo que pueda pasar —comenté pero mi amiga estaba distraída escribiendo en su teléfono. Me quejé.

— Perdón, era algo importante —dijo, guardando el móvil. — Escucha, cuando me quedaba a dormir en la casa de Estefy ella hablaba de lo mucho que te ama y de que sigue sin entender que te diferenció del resto que los que la lastimaron, pero sabe que no quiere dejarte y que estar a tu lado, incluso como una simple amiga la haría muy feliz.

Sentí como si un millón de fuegos artificiales explotaran por todo mi cuerpo y, por fin, estaba decidida al cien por ciento.

— Bien, ahora sólo debo encontrar el momento correcto y

— Ay, por amor de Dios. Cállate y sígueme —me regañó Azul.

Antes de que pudiera protestar me encontré arrastrada en la penumbra del baño, el aire estaba cargado de una tensión que no podía disimular. Estefanía estaba frente a mí, preguntando confundida:

— ¿Sabes qué está pasando aquí?

— No tengo idea. ¡Azul! ¿¡Qué significa esto!? —cuestioné.

Las risas de mis amigas se oían fuertes al otro lado de la puerta.

— Laura, Estefy, nos tienen hastiadas con su jueguito de son novias, luego de que no —decía, Natalia.

— Las dejaremos ahí hasta que decidan de una vez por todas que carajos quieren ser —expresó, Romina.

— ¡Dejen que salgamos! —pedí a gritos.

— Si no comienzan a hablar y a arreglarse entonces esta será una noche muy larga.

— Estefy, ayúdame —me volteé a ver a la chica detrás mío, ella estaba evitando soltar su risa.

— Vamos chicas, alguien podría querer venir a usar este baño —replicó finalmente.

— Hay más baños, Estefy. Ahora callense y besense.

Las risas por fuera continuaron. Tenía la impresión de que eso era demasiado forzado. Me saqué los tacones y suspiré. Por algún motivo me sentí nerviosa.

El suelo frío bajo mis pies parecía absorber mi incertidumbre, y el zumbido de la música de fondo se filtraba a través de las paredes, como si quisiera ser parte de nuestra conversación secreta.

Estefanía, con sus ojos verdes y penetrantes, me miraba expectante. Su cabello caía en su rostro, y sus labios formaban una línea tensa. No había escapatoria. La puerta estaba cerrada, y yo estaba atrapada en este pequeño espacio con ella.

— ¿Qué? —cuestioné de mala gana.

— No tenemos que hacer esto.

— Ya sé —le dije.

— ¿Entonces por qué estás tan enojada?

— No lo sé —me quejé, sentándome sobre la tapa del excusado.

Así no es como lo imaginé. Pensé.

— Laura, no tengo problema en que nos quedemos como estamos, pero —Estefanía se arrodilló ante mí, buscando algo entre el cinturón de su vestido. — si quieres que seamos algo más...bueno...¿Te gustaría

— Cállate —la interrumpí.

Suspiré buscando con la mirada cualquier cosa que me sirviera para expresar lo que sentía. Al final, tomé uno de mis propios anillos y apreté con una rudeza nerviosa el brazo de Estefy. Ella puso una expresión de sorpresa que hasta el día de hoy me es inolvidable.

Mis manos temblaban ligeramente mientras respiraba hondo, tratando de encontrar las palabras adecuadas. El latido de mi corazón me retumbaba en los oídos, como un tambor que marcaba el ritmo de mi confesión inminente:

— ¿A ti...te gustaría ser mi novia? ¿Otra vez?


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