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Narra Laura
Desperté temprano en mi habitación oscura y silenciosa. Afuera, los pájaros cantaban una dulce melodía.
Azul se había estado quedando con nosotras, pero en el cuarto de mí tía, pues sabía que yo no estaba de humor para hablar con nadie.
Me levanté y hurgué entre un cajón donde guardaba cosas viejas. Saqué una libreta roja. Era un forrado de cuero y dentro contenía escrito en cursiva: Laura Montenegro.
Solía leer mi viejo diario cada vez que tenía que reunir fuerzas después de una decepción. No lo había abierto en mucho tiempo.
Hace 7 años:
Hoy fue un día importante para mí. Llegué a casa con la nota de mi examen en la mano, un 8 de 10. Estaba emocionada, pero también un poco nerviosa por la reacción de mis padres.
Mi madre, siempre absorta en su hobbie de pintura, apenas levantó la vista cuando entré. "Laura, no me molestes ahora. Ve a jugar afuera", me dijo con desgano. Me sentí pequeña y desapercibida. Mi nota no parecía importarle en absoluto.
Decidí buscar a papá. Él trabaja duro todos los días, aunque no tiene estudios. Pero siempre me escucha y me anima.
Lo encontré en la cocina, cansado pero sonriente. Le mostré mi nota y esperé su reacción.
Sin embargo, su sonrisa se desvaneció al ver el 8. "¿Por qué no es un 10, Laura?" preguntó, frunciendo el ceño. "Debes esforzarte más. No puedes conformarte con menos". Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. ¿No era un 8 suficiente?
Papá fue a hablar con mamá y comenzaron a discutir en voz baja. Escuché partes de su pelea mientras me quedaba en la puerta de la cocina. Mamá decía que no quería presionarme demasiado, que debía disfrutar mi infancia. Papá argumentaba que necesitaba ser exigente para que yo fuera la mejor.
Me sentí atrapada en medio de su conflicto. ¿Por qué mi nota causaba tanto problema? ¿Por qué no podía simplemente sentirme orgullosa de mi 8? Sentí lágrimas arder en mis ojos. No quería ser una decepción para ninguno de ellos.
Finalmente, mamá se marchó a su estudio de pintura, y papá se sentó a mi lado. "Laura, cariño", dijo suavemente, "no es que no te amemos. Solo queremos lo mejor para ti". Sus ojos cansados reflejaban preocupación y amor. "Sé que puedes hacerlo mejor".
Asentí, sintiendo un nudo en la garganta. Me prometí a mí misma que me esforzaría más. No quería ser una decepción para mis padres. Quería merecer su cariño y orgullo. Así que, con la nota en la mano, me dirigí a mi habitación. Abrí mi libro de matemáticas y comencé a estudiar. Tal vez, con un poco más de esfuerzo, podría alcanzar ese ansiado 10 y hacer que mis padres estuvieran orgullosos de mí. Pero en el fondo, me preguntaba si alguna vez sería suficiente.
...
Tres meses después:
A veces me pregunto si alguna vez fui un tesoro para mis padres. No lo entiendo. ¿Cómo pueden amarme tanto y, al mismo tiempo, abandonarme?
Fue un día soleado cuando todo cambió. Mamá y papá me sentaron en el sofá, sus rostros serios y cargados de tristeza. "Laura", dijo mamá, "siempre serás nuestro mayor orgullo. Pero necesitamos que entiendas algo importante". Papá asintió, su mirada perdida en algún lugar lejano. "Nos vamos, cariño. No podemos cuidarte como deberíamos".
Al principio creí que los tres nos iríamos de vacaciones, pero me equivoqué. Eran ellos los que se irían para siempre.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. ¿Por qué? ¿Por qué me dejaban? ¿No era suficiente? Me abrazaron, me dijeron que me amaban y que siempre estaría en sus corazones. Aún así, durante la noche de ese mismo día se fueron.
Una vecina lejana, que vivía cerca de nuestra antigua casa antes de mudarnos a una vivienda más pequeña, a quien siempre llamé "Tía", estaba allí. Una mujer amable con cabello castaño y ojos cálidos. Ella me tomó, cuidó y me llevó a su casa. Ahora vivo allí. "Laura, mi pequeña", susurró, "te cuidaré como si fueras mi propia hija". Y así, me quedé con ella.
Ayer en la noche lloré por el hecho de que me hayan abandonado, y empecé a tener una pesadilla muy fea.
Al principio, me rebelé. Intenté volver a mi vieja casa, pero todo intento fue inútil.
Ni hablar del colegio. Me cambiaron a uno privado.
Me uní a las chicas malas en la escuela, las que se burlaban de los demás y rompían las reglas. Sentía que mi esfuerzo en la escuela había sido en vano. ¿Para qué estudiar si mis padres me habían dejado atrás? No había podido conseguir lo que tanto quería: una familia unida y cariñosa.
Si la vida era mala conmigo, ¿Por qué todos los demás merecen ser felices mientras yo no lo soy?
Un día, las chicas comenzaron a molestar a una niña gordita.
Quería sentirme incluída en ese grupo, incluso si eso significaba ser una persona horrible.
Empujé a esa chica, con la intención de hacerla tropezar y burlarme de ella, así todas las chicas me alabarían. Pero cayó por las escaleras. Salió sangre de ella. Vi el miedo en sus ojos mientras rodaba hacia el piso inferior y algo en mí hizo clic. Aparté a las chicas, que salieron huyendo y corrí hacia la víctima. Mi compañera no reaccionaba. Tuve mucho miedo y pedí auxilio.
Después de que llegara la ambulancia y se llevara a esa niña, la directora me llamó a su oficina. Estaba en problemas, y no me sentí bien por ello. Todo lo que quería era a mis padres de vuelta. Me hizo una nota y me castigó, diciendo que esperaba más de mí.
Parece que la única manera de agradar a la gente es ser buena, pero eso no funcionó. Mamá y papá se fueron y yo nunca fui tan mala hija, ¿O lo habré sido?
Aprendí algo en esa oficina, la directora hablaba mal de una maestra que en cuanto llegó la trató muy bien, y la maestra dijo que la quería mucho a la directora. Entendí que para merecer el amor de los demás, para merecer sus halagos debía de ser una mentirosa.
Practiqué en el resto de las clases la sonrisa que le debería de poner a mi tía, y la cara de arrepentimiento que de seguro ella querría verme poner.
Salí y nos abrazamos como de costumbre, y le advertí que había hecho algo malo. Al llegar a casa le mostré la nota de la directora.
Estaba segura de que Tía reaccionaría igual que papá. Se quejaría de mi conducta.
Esperaba una reprimenda, pero en cambio, me encontré con los brazos abiertos de Tía. "Laura", dijo, "a veces todos cometemos errores. Pero lo importante es aprender de ellos, ¿Sabes que lo que hiciste está mal?".
Asentí y me puse a llorar de la culpa. Era un arrepentimiento sincero. Prometí ser buena. Me permitió faltar a la escuela por dos días y me abrazó con fuerza.
Pasé esos dos días siendo mimada como nunca antes. Me portaré bien para que me sigan tratando así.
Cuando volví al colegio, la culpa me atormentó. Quería disculparme con la chica a la que lastimé, pero cuando fui a buscarla, descubrí que se había mudado de colegio. No tenía manera de decirle cuánto lamentaba lo que había hecho.
Desde entonces, he tratado de ser mejor. De ser la mejor. Siendo la mejor los demás me querrán y tía también me querrá, y así nadie se irá de mi lado, nunca más.
Tiempo después, cuando la pesadilla de ser abandonada me perseguía en las madrugadas, Tía me dijo que no tenga miedo y que siempre estará cuando la necesite.
Fingí creerle. A mí nadie me quería. Seguro que Tía dice amarme sólo porqué prometí ser buena.
Pausé mi lectura y me reí de lo ingenua que era en ese entonces. Mi tía me ama, no importa lo que haga, ella realmente me ama.
Continué leyendo:
Me saqué un 9 y tía me felicitó, diciendo estar orgullosa de mi esfuerzo. Pero no es suficiente. No era lo suficientemente buena como mi compañero que siempre sacaba dieces y obtenía los halagos de los maestros. Yo también quería eso.
Si me convierto en alguien de muchas cualidades, siendo perfecta en todas ellas, entonces nadie podrá querer abandonarme. No me importaría cambiar mi personalidad, la misma que ha hecho que mis padres se aburran de mí. Si era así de mala, entonces nunca me mostraría al mundo otra vez.
...
Hace 3 años:
Conocí a una chica llamada Azul. Se ve interesante. Quiere que seamos amigas. Tengo la sensación de haberla visto antes.
No tengo completa confianza en ella. Lo mejor será fingir como he hecho hasta ahora.
...
Hace 1 año:
Por fin tengo un grupo de amigas, sin embargo los pensamientos traumáticos que me persiguen se manifiestan como una constante sensación de desconfianza y vulnerabilidad. El recuerdo del abandono de mis padres, que se fue gestando a lo largo de mi infancia, ha dejado una profunda cicatriz en mi corazón. La sensación de haber sido dejada atrás, sola en un mundo desconocido, ha sembrado en mí un temor paralizante a confiar en los demás.
Cada vez que alguien intenta acercarse a mí, siento un muro invisible que me separa de ellos, una barrera que me impide abrir mi corazón y mostrarme tal y como soy. El miedo a ser lastimada nuevamente se convierte en un constante recordatorio de la fragilidad de mis emociones, de la vulnerabilidad que siento al permitir que alguien entre en mi vida.
Las dudas y la inseguridad me acechan, creando un torbellino de pensamientos negativos que nublan mi juicio y hacen que dude de las intenciones de quienes me rodean. El deseo de ser amada y aceptada choca contra la barrera del miedo, impidiéndome experimentar una conexión plena con los demás.
Cierro mis alas, me aferro a la soledad como un refugio seguro, temiendo que cualquier atisbo de confianza pueda llevarme de vuelta al abismo del abandono y la traición. Aprender a confiar, a abrir mi corazón sin reservas, se convierte en un desafío constante, un camino lleno de obstáculos y retos que debo superar para poder sanar las heridas del pasado y permitirme encontrar la verdadera felicidad y el amor genuino.
...
Dejé de leer.
Usualmente recordar el pasado me ayudaba a ser fuerte y seguir adelante, pero ahora no estaba funcionando.
Las cosas que Estefanía hizo y lo que dijo me habían pegado muy duro, sobretodo porque confié en ella. Creí que estaba siendo amada por lo que era, pues nunca me mostré perfecta ante Estefy y eso era algo que jamás llegué a entender.
El recuerdo del abandono y el recuerdo de la mentira se mezclaban como...lo que sea que se mezcle demasiado, hasta formarse una única emoción: miedo.
Tenía miedo de que todo se repitiera otra vez. El confiar y el ser dejada. Pero, si ella me deja será por mi culpa, yo la dejé primero.
"Bueno, eso es lo que quería. Dejarla antes de que me deje, así yo no saldría herida. Pero, ¿Por qué duele tanto?" Pensé.
En eso, mi tía entra al cuarto, trayendo una bandeja con leche y galletas.
— Gracias, pero ya no soy una niña.
— Sigues actuando como una —expresó Tía entre risas. — ¿Cómo estás?
— Bien. —mentí.
Ella tomó una galleta y la puso en mi boca. La tragué tan rápido que me provocó una tos, haciendo que soltara el diario por accidente. Tía lo vio.
— ¿Sigues escribiendo en eso?
— Sólo lo leo. Me ayuda.
— ¿Te ayuda a qué? —la mujer tomó mis manos con dulzura. — ¿No es ya bastante doloroso para ti?
Asentí con la cabeza, dejando escapar un suspiro pesado.
— Pensaba que esforzarme y tratar de ser perfecta era la mejor opción para ser aceptada. Pero con Estefanía nunca fingí y ella se enamoró de mí. O eso dice, no sé si pueda creer en sus palabras que en un inicio me las dijo con intención de manipularme. —dije, cansada de guardar mis emociones.
Tía me abrazó fuerte diciendo que todo estaría bien.
— Si esa chica sufre tanto como tú y dice que te ama, entonces es verdad. Lamento haberte hecho creer que tenías que ser perfecta para recibir cariño. Intenté criarte lo mejor posible. Creí haber hecho un buen trabajo.
Esa vez fui yo quien la abrazó. Pedí perdón, expliqué que no era su culpa, pues ella siempre me ha tratado con mucho amor y dado lo mejor, a pesar de mis berrinches.
— Es por culpa de mamá y papá —susurré.
— Tus padres te amaban tal y como eras. Ellos te tuvieron muy jóvenes. Era demasiada responsabilidad criar a una niña. No te abandonaron por no ser suficiente, ellos se fueron porque sabían que nunca podrían darte el estilo de vida adecuado para que crecieras bien.
Mi corazón se negaba a escuchar a la razón y a saber la verdad. Me había metido tanto en mi mente que me era imposible ver la luz y la gran confesión que tía estaba haciendo. Todo lo que quería era desaparecer.
— ¿Pero tenían que desaparecer así? ¿Y si ahora Estefanía también quiere dejarme de esa manera?
— Ellos no desaparecieron. Te siguen amando, siguen preguntando por ti.
— ¿Cómo lo sabes?
— Sólo lo sé. Lo presiento. Lo más importante ahora es que le hagas caso a tu corazón.
— Mi corazón quiere ser amado pero no humillado. Estefanía me descompuso de tantas formas. No sé qué es lo que siento.
Tía plantó un beso sobre mi cabello. Dándome una leve caricia.
— La confusión y el dolor son parte de la vida. Planteate qué es lo que quieres y si estás dispuesta a dejar pasar todo. Pero, antes de decidir, recuerda que lo primero eres tú. ¿Si?
"Lo primero soy yo" repetí en mi cabeza.
Tía me dejó sola con mis pensamientos. Guardé el diario en su lugar, lista para dejarlo encerrado unos cuantos años más.
Me levanté para ver por la ventana, tal vez así obtendría alguna novedad de Estefanía. Pero sus cortinas estaban cerradas.
Tomé el celular para enviarle un mensaje:
« Hola», no, «¿Cómo estás?» Tampoco, «¿Todo bien?» Menos.
Lo borré todo y opté por no mandar nada.
Mi cabeza estaba demasiado caliente todavía. Debía dejar que el tiempo hiciera lo suyo.
Antes de acostarme me pregunté si podría volver a confiar en Estefy como antes. Si ella mentiría de nuevo. Si me manipularía.
Tenía un revoltijo de emociones y sentimientos confusos. Una parte de mí quería perdonarla, pero en lo profundo, el miedo incesante de ser parte de su juego me atormentaba.
Confianza. Es tan difícil darla.
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