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Me había tocado un día de perros. Salí del colegio más tarde de lo normal, y encima tuve que aguantar a la pesada de Estefanía, que me acompañó en el club de jardinería. Ella hacía todo lo que yo, pero mejor, con una perfección irritante que me sacaba de quicio.
Y por si fuera poco, resulta que vivimos en el mismo barrio; nuestras casas son casi gemelas. Ella es mi vecina desde hace un año, pero nunca le presté atención; hasta ahora, que se empeñó en superarme en todo.

...

Llegué a mi casa de dos plantas, que por fuera parece una ruina. Su color blanco desteñido y sus ventanas con rejas negras le dan un aspecto de casa encantada. Pero por dentro es otra historia, parece un palacio, con las paredes blancas y amarillas, el suelo de cerámica brillante y los cuadros originales que adornan cada habitación. Es una casa de contrastes, sin duda.

Nada más abrir la puerta, me recibió la escalera de madera, que lleva al piso de arriba, donde están los dormitorios. La escalera estaba recién barnizada y olía a nuevo. Subí y me encontré con el pasillo amplio que conduce a mi habitación, la de mi tía y el baño; los tres en fila. Por eso cuando mi tía se trae a uno de sus ligues a casa no puedo pegar ojo, porque se oye todo.

Me dirigí a mi cuarto, y antes de abrir la puerta, vi unas hermosas plantas de laurel a cada lado de la entrada.

- ¡Tía! -grité llamándola.

- ¿Qué? -me respondió desde el baño.

- ¡Me encantan las nuevas plantas que pusiste! -volví a gritar un poco más bajo.

- ¡Gracias! -me agradeció la mujer antes de salir del baño y caminar hacia mí para saludarme con un beso en la mejilla. -¿Qué tal te fue, princesa?

- Bien, tía. Gracias. -respondí con una sonrisa fingida.

- No tienes cara de estar bien. -me dijo cogiéndome las mejillas con sus manos - ¡Ya sé! -exclamó dando una palmada. -Podemos ver una película de esos vampiros sexis que tanto te gustan, ¿Qué te parece?

- Suena bien... pero ahora estoy algo cansada, y me gustaría irme a dormir si no necesitas que te ayude en algo. -expliqué con los ojos entrecerrados y una débil sonrisa.

- Está bien, cariño. -dijo con dulzura mi tía. -Duerme tranquila, te despertaré para la cena.

- Gracias. -agradecí entrando en mi habitación y cerrando la puerta.

Lo bueno es que no tengo nada pendiente, porque hice todos mis deberes, incluyendo la tarea de todas las asignaturas. Cuando digo que soy perfecta y que nadie es mejor que yo, lo digo en serio.

Me eché en la cama y al poco tiempo me quedé dormida, volviendo a tener la misma pesadilla de siempre. Era yo de pequeña, una casa abandonada, el frío recorriendo todo mi cuerpo, y luego una oscuridad escalofriante que me hacía gritar de miedo.

Desperté gracias a que mi tía estaba a mi lado sujetando mi mano, diciéndome que me calmara y que solo era otra pesadilla. Y tiene razón, eso es solo otra pesadilla de mi pasado que aún no puedo olvidar.

Después de que la calma volviera a mí, miré mi celular, eran las ocho de la noche; y la vecina de al lado, es decir, Estefanía, estaba con música a tope; parecía que había una fiesta. Me asomé curiosa a la ventana de mi cuarto, que justo me da una vista perfecta del jardín de la casa de mi rival y su habitación; efectivamente había organizado una fiesta, y todo el colegio estaba ahí, menos yo.

Llena de rabia, cerré la ventana y también las cortinas.

- ¿Cómo es que nadie me avisó de esto? -me preguntaba a mí misma sentándome en la cama.

- ¿De qué?, ¿Hablas de la fiesta de al lado? -había olvidado que mi tía seguía aquí. - Ah, sí. La vecina vino hoy por la tarde para invitarte, le dije que estabas dormida; pero que irías en cuanto despertaras.

- Maldito sueño profundo -me quejé mientras me levantaba de la cama. -Gracias tía, ahora si me permites voy a ducharme y a ponerme mona para ir a la fiesta -dije saliendo de mi cuarto y yendo al baño, luego volví sobre mis pasos y abracé a la mujer. - En serio, gracias.

...

Cuando terminé de arreglarme me miré en el espejo por quinceava vez. Llevaba mis rizos rubios ondulados; un vestido negro brillante de gala, corto y escotado; unos zapatos del mismo color con una plataforma de tres centímetros y medio; aretes de perlas grandes y blancas; los ojos delineados; las pestañas bien maquilladas con el rímel y por último mis finos labios pintados con un labial rojo sangre.

Cuando miré el reloj ya eran casi las nueve, así que me di prisa, salí de mi casa y allí me encontré con algunos de mis compañeros de colegio; fumando y bebiendo en la entrada mientras la música sonaba a todo trapo. Entré y, literalmente, era como estar en una discoteca; sólo que sin vigilancia. Tan pronto como puse un pie en esa casa tuve un mal presentimiento de que algo me pasaría, pero lo pasé por alto y me metí más en la fiesta. Había un salón enorme, con sillones de cuero color crema, una alfombra roja rectangular, una mesita de cristal, la televisión colocada en el lado izquierdo de la casa, y junto a esta estaban los parlantes a punto de estallar por el gran volumen de la música. Se veía bien, tengo que reconocerlo.

Seguí caminando y cerca de allí había otras tres habitaciones, una era la cocina, la otra era el cuarto de lavado y más al fondo había otro comedor (solo que más pequeño), y además hay que mencionar que junto a la entrada de la cocina hay una escalera como la que está en mi casa que supongo que también lleva a las otras habitaciones de la casa.

Mientras entraba a la sala donde se hacía la comida, me encontré con mi nueva archienemiga; con mi mismo vestido, mi mismo peinado y el mismo labial; besando al idiota y fácil de mi novio. Las lágrimas brotaron de mis ojos, y con ellas la ira, los celos y el dolor. Pero me contuve de todo eso, no podía montar un espectáculo frente a todos los del colegio y menos en una fiesta; sería para ganar mala fama. Así que me acerqué y saludé a ambos interrumpiendo su beso.

- Bebé, no es lo que parece -intentó justificarse Tomás.

- No importa Tomi, ya es historia, igual que lo nuestro. Terminamos -le dije al oído para después ponerme a bailar al lado de Estefanía y charlar con ella -¡Linda fiesta! -grité, ya que por la música era probable que no me oyera.

- ¡Gracias! -me agradeció en un grito, bailando conmigo. Mientras tanto, Tomás nos miraba atónito.

- Lárgate -le amenacé al oído, asustado, el muy cobarde se fue y creo que de la fiesta también. -¡¿Podemos hablar?! -le pregunté a Estefi.

- ¡¿Qué?! -preguntó ella mientras seguía bailando.

- ¡Que si podemos hablar!

- ¡Perdón, no te escucho! -dijo a gritos para después ser arrastrada del brazo por Mariela, una de nuestras compañeras, alejándola de mí.

Me quedé sola, por lo que decidí caminar por la casa, a ver qué encontraba. No sé cómo terminé en el patio trasero, donde estaban algunas chicas en traje de baño al igual que los chicos y saltaban a la enorme piscina que deslumbraba entre todo.

Sin duda, su casa era más bonita, su actitud era más genial, ella era más bella que yo. Eres una maldita pesadilla Estefanía.

"Es capaz de superarme en todos los aspectos", pensaba mientras caminaba cerca de la piscina.

- ¡Cuidado! -gritó un idiota corriendo hacia mí, tomándome de la cintura y tirándome al agua.

Yo sin saber nadar, agité mis brazos pidiendo auxilio, me estaba hundiendo y la falta de oxígeno cada vez era más. Cerré mis ojos, sintiendo cómo mi pulso iba disminuyendo.

Hasta que unos delicados brazos me rescataron. Mi visión estaba un poco borrosa, así que no pude ver quién era, pero me levantó como a una princesa; subimos las escaleras y nos dirigimos a una habitación amplia y hermosa. La persona extraña que me salvó me acostó en la cama y, cuando recuperé la vista, no era otra que mi peor pesadilla personificada.

Estefanía, no sólo me deja en segundo lugar en todo, sino que ahora también me salva de morir ahogada. El mundo es verdaderamente injusto y cruel, podría haber sido cualquier otra persona, hombre o mujer, pero justo ella. ¿Por qué?

- ¿Estás bien? -me preguntó mientras tocaba mis brazos y mi rostro. -Estás helada, vamos -me ayudó a levantarme. - Tenemos que quitarte esa ropa antes de que te resfríes.

- No tengo otra ropa -dije todavía débil.

- Yo te presto -exclamó con una sonrisa evitando cruzar miradas. -Traeré una toalla, ve quitándote el vestido y lo demás -habló de manera imperativa y, sin más, obedecí; no porque ella me lo haya dicho, sino porque estar con la ropa mojada me haría daño.

Mientras me bajaba la cremallera, observaba la habitación. Había una cama grande con una suave manta blanca sobre ella; a cada lado había dos mesitas de noche con lámparas de estrellas; en la cabecera de la cama se encontraban una ventana con vista a la piscina y otra hacia mi habitación; el suelo estaba cubierto de azulejos brillantes; en un rincón de la habitación había un armario grande; al lado de este, un espejo y luego la puerta. A un metro de los pies de la cama había un escritorio hermoso con una silla, me acerqué a él y vi varios libros y maquillaje, también había un pequeño espejo en el que vi mi cara; tenía todo el rímel corrido, parecía una loca.

En ese momento, escuché la puerta abrirse y entró Estefanía con una gran toalla. Me miró confundida y se acercó con rapidez.

- Creí haber dicho que te quitaras todo -habló un poco molesta. No me había dado cuenta de que todavía estaba en ropa interior.

- Lo siento, me distraje.

¿Disculpas? ¿Desde cuándo debo disculparme frente a una perra como ella por las cosas que hago o dejo de hacer?

- ¡No me hagas perder el tiempo, los chicos me esperan! -dijo impaciente dándome la vuelta y quitándome el sujetador.

-¡Oye! -me quejé apartándome un poco. -Puedo hacerlo sola -exclamé con mis senos al descubierto, luego me volví para quitar la prenda restante. Sentía cómo los ojos de la castaña recorrían todo mi cuerpo. - Deja de mirarme así y dame la toalla -pedí casi suplicando que dejara de acosarme con la mirada.

- Eres muy guapa -dijo entregándome la tela. - Entiendo por qué eras la chica más deseada hasta que llegué yo -expresó burlonamente.

- ¿Qué buscas con esto? -pregunté enfrentándola cara a cara.

- Tus senos chocan con los míos -habló tranquila mientras yo me daba cuenta de que lo que había dicho era verdad y, por actuar impulsivamente, había tirado la toalla. Me cubrí y alejé avergonzada, terminando de secarme. - No esperes que sea amable contigo.

- ¿Qué?

- Aquí tienes -dijo lanzándome un vestido blanco corto y con escote. -Ponte esto también -se acercó a mí con una ropa interior a juego en la mano. -Déjame ayudarte.

Se colocó detrás de mí y comenzó a ponerme el sujetador tocando mis senos por encima una vez que lo colocó.

- ¿Qué estás haciendo? -pregunté jadeante, confundida por su tacto.

- Relájate -me dijo antes de acariciar mi cuello.

Sus manos empezaron a tocar mi cintura y luego bajaron por mis piernas, hasta que me di cuenta de lo que estaba sucediendo y me alejé, empujándola también.

-¿Qué demonios estabas haciendo? - pregunté alterada.

- Yo... -habló haciendo una pausa - Lo siento, no debí hacer eso.

- Sí, exacto. ¿Qué diablos fue eso? -Estefanía no respondió, y salió de la habitación con una expresión pensativa.

La maldecí mientras terminaba de vestirme, secarme y ponerme los mismos zapatos, y arreglaba un poco mi rostro con el maquillaje que ella tenía.

Bajé las escaleras y me dirigí hacia la puerta, sin levantar ninguna sospecha. Caminé como si nada hasta mi casa. Cuando entré, corrí hasta mi habitación y me encerré antes de hablar peste de mi vecina en mi grupo de WhatsApp con mis amigas.

No entendía nada, no comprendía nada.

¿Qué es lo que ella quiere de mí? ¿Acaso trata de confundirme, distraerme? ¿Quiere volverme loca?

Te odio, Estefanía. Te aborrezco. No entiendo qué quieres de mí, pero te odio y te maldigo. Eres una pesadilla... ¡Eres una maldita pesadilla!

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