🏀Especial Segunda/primera cita🏀
Thomas
Con sonrisas cómplices y caricias disimuladas, recorrimos todo el trayecto en la parte de atrás de autobús, aprovechando la poca gente que había alrededor. Me sentía en una nube de felicidad, contemplando la preciosa sonrisa en su rostro y el suave sonrojo que aparecía cada vez que me descubría observándolo. No podía negar, me tenía babeando por él y literalmente no había hecho nada para lograrlo, solo aparecer en mi vida y sonreír.
—Llegamos —anunció, sacándome de mi ensoñación—. ¿Y ahora qué procede?
—Vamos a... —dije pensativo, solo estaba previsto una película y comérmelo a besos, no vi más allá—. Veamos que hay de nuevo, hace tiempo no vengo.
—¿Película? —sugirió.
—La de Marvel está agotada, pronto escucharás el lloriqueo de Juan por no poder verla —me burlé—, así que tocó ver lo que hay y tener fe.
El aire frío del aire acondicionado del centro comercial nos pegó de frente, refrescando el calor que no solo el ambiente exterior había provocado. Debía aprender a controlarme, esto se me estaba saliendo de las manos. No estaba necesitado, de él sí, pero... No tengo salvación.
—Últimamente no he visto mucho buen material —suspiró con desgana.
—Que hombre de poca fe —me reí, dejándome llevar y pellizcando sus mejillas—. Menos mal estoy aquí, confía en mis gustos.
—Lo intentaré, pero no prometo nada —contestó.
Nos dirigimos de buenas a primeras a la taquilla, los videos promocionales de diferentes películas se reproducían una y otra vez sin parar. Así mismo, la fila para comprar los tiquetes era casi inexistente. Al parecer, habíamos llegado muy temprano.
—No veo nada muy prometedor, la verdad —comentó Edgar—. ¿Seguro que quieres ver una película?
—¡Oh, sí! —respondí con una amplia y coqueta sonrisa.
—Sospechoso —murmuró mirándome con ojos entornados.
—Mejor elijamos la más próxima y listo, un salto de buena fe —dije, tomándolo de los hombros y guiándolo a la fila.
—Lo que lo hace aún más sospechoso —se burló, pero se dejó llevar.
Muy pocas eran las opciones que teníamos, y las que estaban próximas a proyectarse no se veían muy llamativas. Sin embargo, para mí eso era lo de menos, pasar tiempo con él era lo primordial y literalmente me daba igual en qué usáramos ese tiempo. Bueno, no tanto, ideas daban vueltas en mi cabeza, pero necesitaba privacidad.
—Bienvenidos, ¿qué película desean ver? —preguntó la joven tras la taquilla.
—Pues... —murmuré, mirando de forma fija a Edgar.
—¿La que venga más pronto? —se limitó a decir con un encogimiento de hombros.
—Es dentro de dos horas, se llama Soltera, casada, viuda y divorciada, es una comedia —explicó con mirada expectante.
—Bueno, ni modo, dos boletas para esa —dije casi aguantando la risa.
En la pantalla, una serie de mini asientos se mostraron para señalar nuestra ubicación dentro de la sala. Solo dos estaban con color azul brillante, ¿estaba llena la sala?
—Pueden elegir cualquier asiento, ¿dónde los ubico? —preguntó.
—O sea, ¿cómo? —inquirió Edgar confundido—. ¿Los ocupados son los azules?
—Sí, el resto está libre —contestó la muchacha.
—¿De verdad quieres verla? —volvió a indagar, esta vez dirigiéndose a mí.
—Aún es temprano, supongo que se ira vendiendo en el transcurso de la hora, ¿no? —sugerí.
—Es posible —dijo ella con una sonrisa.
—Bien, confiare en ti —suspiró con resignación.
—No tienes de otra —me burlé.
Recibimos los dos boletos y nos alejamos de ahí, no sin antes volver a ver el video promocional de la película elegida. No se veía tan mal, un poco de humor y escenas absurdas, pero así era el cine americano, puros chistes malos.
—¿Qué hacemos en dos horas?
—Se me ocurren muchas cosas, pero no aquí, mientras tanto podemos almorzar —dije, tomándolo de la mano sin darle chance a entender—. Ese partido me dejo cansado y hambriento.
La plaza de comidas estaba un poco más ajetreada, con personas caminando de un lado a otro buscando lugar donde sentarse. Nosotros, en cambio, preferimos entrar a uno de los locales adyacentes de comida mexicana. Muy lindo, bien decorado y ambientado. No había demasiadas personas, aún así, escogimos una mesa de las del fondo sentados uno al lado del otro.
Ordenamos y nos quedamos conversando, la idea era conocernos un poco más, no solo lo obvio o básico, quería saber todo de él. Cada detalle de su vida, de su entorno, sus virtudes y defectos, aun con ellos estaba dispuesto a amarlo con todo loque daba mi corazón. Y estábamos bien con eso, riendo y acariciándonos por debajo de la mesa, suaves caricias a lo largo de sus muslos. Tersos y duros músculos. Sin embargo, sentía que había algo más.
—¿Qué pasó? —pregunté curioso—. ¿Dije algo?
—No, no, no es eso...
—¿Entonces? —indagué, viendo la duda pasar por sus ojos—. Sea lo que sea, dime, lo resolveremos.
—No es nada malo, es solo una duda —respiró profundo y me miró con intensidad—. ¿Qué ta hace feliz?
—¿Esa es tu duda? —sonreí, sus nervios no eran más que curiosidad sobre mí, no podía con tanta ternura.
—Sí, sé que suena tonto, pero... —titubeó nervioso, pero con firmeza en sus ojos—. Me gustaría conocerte bien, quiero que me enseñes todo sobre ti.
—¡Dios, ¿por qué haces esto justo cuando no puedo besarte?! —expresé con desesperación, mordiéndome el labio para evitar morder el suyo.
—Porque te pasas, te doy el dedo y me arrancas la ropa —se burló, con su sonrisa de coqueta suficiencia.
—Y... ¿No quieres que me pase?
Su sola expresión y mejillas coloradas dio paso a mi carcajada, era tan lindo ponerlo nervioso que no podía evitarlo. Rompió el onceavo mandamiento, y a papaya puesta, papaya partida. Esos momentos eran los que más quería explorar, ver esa expresión, conocer todos sus gestos; me moría por volver a escuchar sus jadeos y más que eso, intensos gemidos causados por mí.
Aun entre risas, tomó un par de sorbos de agua para bajar su propio nerviosismo. Respiró profundo y me miró fijo, con intensas preguntas brillando en sus ojos.
—¿Y bueno? —insistió.
—Bueno, no hay mucho que contar, mi vida ha sido relativamente aburrida —expresé con algo de indiferencia.
—¿Aburrida? —exclamó, sin terminar de creer mis palabras—. La vida de uno de los chicos más populares de toda la universidad, ¿es aburrida?
—Irónico, ¿no? —me burlé—. Digamos que, a lo largo de mi vida, he tenido casi todo lo que quiero solo porque sí. Soy hijo único, después de todo, sumado que al parecer es fácil conseguir cosas con solo dar el nombre del teniente general Ramírez.
—¿Teniente dijiste? —asentí—. ¡Tu papá es teniente de...! ¿Era verdad?
La pura sorpresa en su rostro me hizo reír hasta doler el estómago, jamás alguien había dudado de la veracidad del rango de mi padre, mucho menos después de conocerlo en vivo y directo como él. ¿Acaso no era obvio?
—¿Por qué lo dudabas? —le pregunté aun entre risas.
—Tenia cierta esperanza que no fuese más que solo un cuento para meter presión, pero Emilio dijo lo mismo y pues... —suspiró—. Esperaba fuese una broma.
—Ojalá, pero no, es teniente general del ejército condecorado por el mismo presidente. —De vez en cuando, incluso yo presumía de sus logros, y ese fue uno de esos momentos—. Aunque está jubilado por lesión, sigue metiendo miedo y pateando traseros donde quiera que vaya.
—¿Lesionado dónde? —exclamó con sarcasmo—. Tiene más energía que nosotros.
—En el hombro, fue una misión de rescate, creo, y pues, fue un éxito, pero salió herido. —Me encogí de hombros, apretando su muslo por debajo de la mesa, siempre inquieto—. Lo jubilaron después de eso, pero es como si nada hubiese pasado porque parece más sano que un caballo.
—¿Por qué decidió dar clases?
—Fue lo que estudio, a ellos se les obliga a estudiar una carrera profesional dentro del programa. Le gustan los deportes, asi que eligió la decencia. Aunque, le guste o no a mamá, de vez en cuando lo llaman para dar clases y asesorías a nuevos reclutas y eso. Incluso los elige, cuando hacen el examen él mismo hace un análisis y preselección a los que tienen madera para ir al profesional.
Su cabeza ladeada y gesto pensativo solo llevó a más dudas, casi podía ver las conexiones cerebrales ir a toda maquina con cada pregunta silenciosa que cruzaba su rostro.
—¿Y tú? ¿No quisiste prestar el servicio? —indagó lleno de curiosidad.
—Bueno, de querer o no, eso le daba igual —contesté con una mueca—. Casi me obliga a hacerlo, pero mamá le bajo esas ideas, aparte que estaba prohibido por ser hijo único. ¿Sabías eso?
—Algo, mi papá hizo esas diligencias porque quería que prestar el servicio militar, pero le dijeron que no por ser hijo único varón.
—¿Y tú mamá? —pregunté con genuina curiosidad, pero al parecer, el tema no era de buen agrado por el gesto de disgusto que hizo. Fue leve, casi imperceptible, pero ahí estuvo de forma fugaz y pude verlo.
—Ella se lo prohibió, por lo menos en ese tiempo no quería que lo hiciera, le daba miedo —dijo, desviando sus ojos a sus manos.
—¿En esos tiempos? O sea que ahora...
—Ahora ni ella sabe que quiere con su vida —se encogió de hombros indiferente—, además que ya pasé la edad, asi que no puede hacer nada.
Antes que pudiera decir algo más, fuimos interrumpidos por la llegada de la mesera con nuestra comida. Recibimos como si nada, con una sonrisa de gratitud y un gracias a la chica, pero su expresión de tristeza no pasó desapercibida incluso para ella. Volteó a mirarlo dos veces, mientras él solo mantenía la mirada gacha de forma pensativa, y luego me miró a mi con muchas preguntas y acusaciones en su rostro.
Tal vez era así, yo y mi bocota habíamos sido los culpables de esa expresión en su lindo rostro. No quería más de eso, de llegar el momento el mismo me contaría sus problemas, podría desahogarse conmigo; pero no ahí, solo por ese día haría lo posible por desviar el tema, uno más alegre y divertido. Uno solo para los dos.
Al terminar, llenos y satisfechos con el servicio, nos quedamos un rato reposando la pesadez de la llenura y riéndonos cada tanto. Sin embargo, la dicha nos duró muy poco, ya que a esa hora ya empezaba a llenarse de gente el local y todo el centro comercial. Al mirar la hora, aún nos quedaban cuarenta minutos para la película. ¿Qué más podíamos hacer? Vitrinear.
Pasamos de un local a otro, solo mirando de reojo y comentando estupideces. Bromeando sobre cualquier cosa y haciendo planes a futuro, tal vez salida más para llevar a ese mismo lugar a las niñas, había muchas cosas que él mismo señaló podrían gustarles.
Me conmovió eso, sus hermanas estaban tan inmersas en su vida que cada cosa era un recuerdo de ellas para él. Eran realmente importantes, y así mismo, quería serlo yo para él. Quería que me viera en las cosas simples, en su día a día, que me recordara con una de sus preciosas sonrisas y le dieran ganas de buscarme. Quería que el tambien se muriera por querer besarme, tanto como me queman los labios a mí por hacerlo.
—Llegó el momento —expresó Edgar señalando su reloj—. Yo digo que será mala, ¿y tú?
—Yo le doy un voto de fe, hay que ser más... —dije con gesto dudoso.
—Ni tú te lo crees, ¿quieres apostar?
—Contigo, todo lo que quieras, primor.
Con esas mismas ansias divertidas, me tomó de la mano y caminamos directo a la sala de cine. No había pasado mucho tiempo desde nuestro almuerzo, aun así, compramos un par de refrescos y entramos. En la gran pantalla ya se estaban reproduciendo los videos promocionales de próximos estrenos, iluminando tenuemente las escaleras y nuestro camino a lo más alto y lejano de la sala. En derredor, poco se veía, sin embargo, era más que obvio que la sala está prácticamente vacía, salvo por nosotros y otras tres personas.
—¿Aún tienes fe? —indagó Edgar con ese tono burlón que me enloquecía.
—Apenas está entrando la gente, verás que no es tan mala —expresé entre risas.
Nos acomodamos y esperamos la gran función, en ese transcurso muy poca gente entró a la sala hasta antes de empezar la película. Mal contadas, unas siete personas incluyéndonos a nosotros habíamos pagado por esta función. ¿Era alguna especie de mensaje subliminal?
La verdad es que lo dejé así, me dio igual si era mala o digna de un Oscar, lo que me importa era su presencia junto a mí. Dejé mi refresco en el reposabrazos contrario a él, para tener la completa libertad de tomar su mano y por qué no, darle un par de besitos cada que se me antojara.
La película inicio bien, presentando a las protagonistas, sus vidas y el problema principal de la historia. Nada del otro mundo, como cualquier película de comedia americana. Tenía sus momentos, uno que otro chiste medianamente bien hecho y doblado; sin embargo, más de media película fue suficiente para saberlo, Edgar estaba ganando esa apuesta, apestaba de lo mala que era. Lo sentí reírse a mi lado, mientras sus dedos acariciaban mis nudillos de forma distraída.
—Esto es... —dije con un suspiro, dejándola idea al aire.
—Malísima —concluyó Edgar entre risas—. Ya se me hacía raro que no hubiese mucha gente, esto está casi vacío.
—Y puedo jurar que hubo gente que se fue —me burlé, dándole la razón.
Levanté el reposabrazos que me separaba de Edgar, dejando del otro lado su propio refresco para no tener ningún tipo de obstáculo. No necesitaba nada en medio, solo espacio abierto y acomodarme sobre mi asiento para quedar en la postura perfecta. Mientras me movía, él solo me observaba con curiosidad hasta que, con todas las preguntas brillando en sus ojos, abrí mis bazos solo para él.
—¡Ven, quiero darte mimos! —expresé con mi sonrisa.
Sonriendo, dulce y precioso, se acomodó entre mis brazos permitiendo que lo abrazara y pegara a mi propio cuerpo. Era tan cálido, tan suave, perfecto para el frio dentro de aquella sala. Lo rodeé con mis brazos acariciando su abdomen, a lo que él respondió con suaves caricias en mis brazos y pequeños besos. Me estaba derritiendo y no de calor, era tan lindo que no podía controlarme mucho.
Tenía la accesibilidad de poder respirar su aroma, su cabello sedoso me hacía cosquillas en la nariz, podía besar su cabeza mientras lo acariciaba sin parar. Incluso, con solo ladear la cabeza un poco, podía tener acceso completo a su delicioso cuello y hacer de las mías. Podía y quería, pero había dicho mimos, dulces y suaves mimos.
—¡Me haces cosquillas! —expresó, entre suaves suspiros.
—¿Solo cosquillas? —dije, con ese tono ronco lleno de exitación.
Lo sentí estremecerse al escucharme, darme un suave mordisco en el brazo y suspirar. Él mismo se estaba aguantando, ¿por qué debía hacer lo mismo?
Me fui directo a mi más grande tentación, su cuello, y empecé un lento y sutil recorrido por su piel con mis labios. Un suave roce que, poco a poco, esperaba le hiciera perder el control. Sin embargo, la victima de eso fui yo mismo, no pude soportarlo más y simplemente lo besé; largo, húmedo y fuerte. Un beso que me aceleró el corazón y me calentó la sangre, más aún cuando de sus propios labios salió un gemido tan delicioso que me hizo suspirar.
—Thomy, que... —balbuceó Edgar entre sus propios jadeos—. ¿Qué haces?
—Darte mimos —contesté con un susurro sin dejar de besarlo y morderlo.
—Esos mimos tuyos están un poco... —Lo mordí y lamí sin darle tregua, haciéndolo gemir una vez más—, calientes.
—¿Tú crees? —me burlé.
Con suavidad, metí mis manos bajo su camisa arañando sumamente la piel de su abdomen. Sus temblores no pasaron desapercibidos, al parecer le había encantado de más mi ruda caricia. Desde allí, podía ver el resultado de todo ello bajo su pantalón.
—Thomy, contrólate, podrían vernos —se quejó, aunque sin mucha convicción, ya que solo se estremecía y jadeaba con mis caricias, pero no hacía nada para detenerme.
—¿Quién? —pregunté con burla—. Esto está casi vacío y estamos hasta atrás, nadie vera nada con esta oscuridad.
—Es que... —Lo interrumpí, girando un poco si cabeza buscando la suavidad de sus labios.
Lo besé, intenso y extenso, comiéndome su boca con tanta necesidad, como si fuese lo único que me daba vida. Y así era, con él, me sentía más que vivo, con deseos intensos de seguir y vivir con él. ¿Cómo es que pude haberme enamorado tanto?
Entre besos y caricias, la posición fue cambiando hasta que él quedó sentado en su asiento, conmigo casi encima de él devorando su boca. Mis manos recorrieron sin restricciones todo su torso, bajando con descaro hasta la pretina de su pantalón. Poco a poco y sin recibir quejas de ningún tipo, fui abriendo los botones y dejándolo al aire.
Cada vez me besaba con mayor fuerza, mordiendo mi labio y enredando sus dedos en mi cabello, ahogando sus jadeos sobre mi boca y estremeciéndose con locura al sentir mis caricias en su muy erecto miembro. Suaves y lentas, de arriba abajo, tocando la punta con el pulgar haciendo pequeños círculos que calentaban su cuerpo.
—Es que me aburrí —dije, continuando sus propias palabras, desviando mis labios por su cuello y bajando—, esa película es mala y tú me das hambre, más si me llamas Thomy, no puedo controlarme.
Poco a poco, fui bajándome de su regazo, recorriendo su pecho y torso con besos y mordidas. Quería dejar mi marca en su piel, que me recordara cada vez que se viera desnudo al espejo, dejar mi huella y hacerlo mío.
—Pero, Thomas, no es... —jadeó fuerte, al sentir mi lengua recorrer todo su falo—. ¡Carajo!
—¡Esa boquita! —me burlé, repartiendo pequeños besos en toda su longitud.
—¿La mía o la tuya? —dijo entrecortadamente, apretando con fuerza el reposabrazos cuando por fin me lo tragué entero—. ¡Santa... madre!
—La mía está muy ocupada —dije, continuando con mis maniobras.
—¡Sííí! —gimió, mordiéndose el labio inferior—. Se nota.
Su espalda estaba pegada con firmeza al respaldo de su asiento, con una mano aferrada al reposabrazos y la otra al cabezal del asiento. Su respiración era errática, muy irregular y no dejaba de morderse el labio para evitar dejar salir algún sonido. Estaba nervioso, no lo iba a dudar, pero lo estaba disfrutando tanto como yo.
No podía negarlo, grueso y grande como me gustaba, y tan duro que podía darme fácilmente una fuerte bofetada. Sin embargo, se dejaba manejar por mis caricias con tanta facilidad que nadie hubiese creía en sus quejas iniciales. De vez en cuando abría sus ojos, mirada todo alrededor antes de dejar salir un bajo gemido, mezclado con un gruñido ronco de placer. Amaba escucharlo, más aún, adoraba sus expresiones y desde esa posición, arrodillado frente a él, podía verlas todas con demasiada nitidez.
Mi cuerpo me pedía a gritos atención, pero con solo tener a él así, gimiendo y casi sin respirar, podía llegar a estallar.
Edgar jadeó, dejó salir un largo suspiro luego de asegurar de no haber atraído la atención de nadie y luego bajó la mirada hacia mí. Vio, con esa linda expresión de libido y pasión, como entraba y salía su miembro de mi boca tan deliciosamente que no pudo evitar gemir.
—Esto... es una locura —jadeó entre risas.
Vi en sus ojos como se rindió ante la situación, como si todo lo demás le diera igual justo en ese instante y solo quisiera dejarse llevar por mis caricias y atenciones. Sus manos recorrieron mi cabello, presionando un poco más mi cabeza sobre su entrepierna. No lo dijo verbalmente, pero sus acciones y su sonrisa lo pedían a gritos, quería más.
—¡Te gusta, ¿eh?! —indagué, jugueteando con mis manos en su miembro.
—Me encanta... —Volví a tragarlo todo sin esperar a que terminara de hablar, haciéndolo jadear y morderse la mano para mitigar sus propios sonidos—. Thomy, Dios, estoy muy cerca.
—¡Que rico! —murmuré.
Mantuvo su agarre firme en mi cabello, mientras se mordía cada vez con más fuerza la otra mano. Los temblores en su cuerpo me confirmaban sus palabras, estaba tan cerca del orgasmo que podía sentirlo. Y en cuestión de dos succiones más, descargó un chorro tibio de su esencia directo en mi garganta mientras temblaba y jadeaba sin parar.
No le di tregua, me aseguré de dejarlo limpio y firme, no sin antes repartir más besos en su pelvis y subiendo por su abdomen. Me encantaba besar su cuerpo, sentir su piel cálida sobre mis labrios y el desenfrenado latir de su corazón. Al llegar a su boca, me recibió con más desenfreno que antes, más de la que esperaba, por lo que gemí cegado por la fiebre de su pasión.
A su vez, me agarró las nalgas con firmeza, sentándome sobre su regazo y recorriendo todo mi cuerpo con sus temblorosas manos. Al parecer, quería pagarme con la misma moneda, debido a que sus manos llegaron justo a la pretina de mi pantalón queriendo abrirlo y liberarme de mi prisión.
Sin embargo, el subidón inesperado del volumen de la película nos sacó de nuestra calurosa nube. Ya había terminado, los créditos y el soundtrack final estaba corriendo en pantalla. Con rapidez, nos acomodamos en nuestros asientos y arreglamos nuestra ropa. Al mismo tiempo, puse en su lugar el reposabrazos tal y como estaba, tomando finalmente los últimos sorbos de mi refresco, más agua fría que bebida, pero era lo de menos. Su sabor seguía en mi paladar y la sensación de placer al verlo tan desinhibido conmigo, seguiría en mi pecho por el resto de mi vida.
Había logrado mucho, más de lo que había imaginado para esta velada y me encantó.
Los suaves cuchicheos de los escasos espectadores se escucharon, quejas y más quejas por haber elegido una película como esa. En ese instante las luces se encendieron, mostrando el lugar completamente vacío. Salimos como si nada hubiese pasado, viendo a lo lejos todavía a las pocas personas que se quedaron hasta el final, tal vez para no sentir desperdiciado su dinero.
Por mi parte, una amplia sonrisa adornaba mi rostro mientras caminábamos por ese lago pasillo; mientras tanto, amolado Edgar caminaba un poco rígido y moviendo demasiado sus manos por el pantalón. Al parecer, la emoción no había terminado de bajar.
Tomé el único sorbo de agua fría y lo jalé de la cintura una vez más pegándolo a mí, uniendo mis labios a los de él y gozando de un último beso, uno delicioso con su boquita fría.
—Eres un caso perdido, ¿sabes? —se burló Edgar.
—Y tú una cosita muy rica —expresé casi en un gemido.
Salimos de allí antes de perder el control de nuevo y ser atrapados infraganti, esta vez con la idea de hacer algo más amistosos con esta energía que habíamos recargado. Recorrimos todo el centro comercial en busca de alguna actividad, vitrineamos otros tantos locales solo riéndonos de nuestras ocurrencias. Encontramos una de esas cabinas de fotos, donde aproveche para inmortalizar aquel día como uno de los mas lindo que he tenido en la vida.
Hasta que, en uno de los pisos más altos, encontramos lo que buscábamos. Gravity Zero, un local de trampolines y obstáculos donde podíamos saltar de un lado a otro hasta el cansancio. Entre sus muchas decoraciones, una pequeña canasta de baloncesto y muchos objetos de goma espuma para aumentar la diversión. Esta demás decir lo mucho que nos divertimos allí, volviendo a ser niños mientras drenábamos toda esa energía.
Y para culminar con broche de oro, besos sabor a helado de vainilla en la azotea semi iluminada del centro comercial. El aire estaba bastante fresco y el sol había desaparecido, aún era temprano, pero la noche se estaba adelantando.
«Hola, mi niño, espero la hayas pasado bien en tu día libre, pero ya se está haciendo tarde. No queremos problemas con ya sabes quién, así que deberías venir por las niñas. Y porfa, ven más seguido, los echo de menos.»
—Y llegó la hora de irse —suspiró Edgar.
—¿Tan pronto? —me quejé con un puchero, haciéndolo sonreír una vez más.
—Hay que madrugar mañana, señor tutor —contestó, dándome un suave pico en los labios—, y debo ir por las niñas. ¿Aún quieres acompañarme?
—A donde quieras ir, voy contigo.
Nos dirigimos a la salida como dos amigos casuales, nada del otro mundo para disimular ante la gente. Da tristeza, sí, pero era a lo que teníamos que atenernos mientras las cosas sean asi, con tanta gente homofóbica por ahí.
Llegamos a la casa de su tía donde, con una enorme sonrisa y un abrazo, las niñas me recibieron.
—¡Toto! —gritó Valeri—. ¿Me estañaste?
—Claro que sí, princesa —contesté, cargándola entre mis brazos—. Y por eso les trajimos esto, helado.
Era lindo verlas así, llenas de emoción y felicidad ante esas cosas pequeñas, y, además, ver el brillo de orgullo en los ojos de Edgar. Era simplemente perfecto.
Sin embargo, la ducha nos duró muy poco. A pesar de haber conocido a su tía y llevarme una muy buena imagen de ella, no pude decir lo mismo del resto de la familia al llegar a su casa.
—¿Y este quien es? —preguntó en tono burlón un tipo.
Su sola presencia causó un disgusto en mí, no solo al ver la reacción de Edgar y el miedo de las niñas cuando apareció, sino por las mismas vibras que me daba. No era demasiado mayor, pero parecía tener mucho kilometraje y no del sano.
—Soy Thomas, compañero de la universidad y del equipo de baloncesto —contesté con tranquilidad.
—Ah, vaya, con que el niño tiene amiguitos de verdad —se burló con una estruendosa carcajada, acercándose a Edgar y pasando su brazo por sus hombros—. Junior Niño, el hombre de esta casa, ¿no, primito?
Una sensación de rabia y malestar me recorrió todo el cuerpo, Edgar estaba tan incómodo con su contacto que me dieron ganas de apartarlo de él con un empujón. Pero me contuve, al parecer había algo más detrás de todo eso.
—Se supone que soy tu primo favorito, deberías presentarme a rus amiguitos, ¿no? —dijo con prepotencia.
—No tengo porque hacer eso —se apresuró a decir Edgar, quitándoselo de encima—. ¿Mamá está?
—Adentro, esperándote todo el día, hay explicaciones que debes dar, ¿eh? —Miró de reojo a las niñas, sonriendo con una expresión desagradable—. Ya despídete, nos vemos dentro, nene.
Lo vimos entrar por la puerta y dar un portazo, seguido de una fuerte carcajada desde dentro de la casa. A mi lado, Edgar se estremecía de rabia y trataba de controlar todas emociones que eso le género. Asco, repulsión, ira. Todo lo pude ver en sus gestos.
Y detrás de él, las niñas se habían mantenido al margen lejos de aquel sujeto, eso me daba aún más mala espina.
—¿Quién es ese tipo? —No pude evitar preguntar.
—Es el sobrino del nuevo novio de mi mamá, viene cada que le da la gana —contestó con aparente tranquilidad.
—¿Qué tanto lo conoces?
—Nada en realidad, solo lo he visto un par de veces y esta ha sido la interacción más larga, a decir verdad. —Un largo suspiro salió de sus labios—. Solo porque estás aquí, dudo que sea por gusto.
—No me gusta para nada —dije, atrayendo su atención.
—A mí tampoco, créeme.
—Eddy, lo que dije es en serio —insistí, mirando de soslayo hacia las ventanas de aquella casa—. No dudes en pedirme ayuda, si necesitas algo pídemelo y con gusto lo haré. ¿Vale?
—Lo sé, gracias por eso —contestó con una sonrisa, limitándome a solo apretar su hombro con firmeza. No quería causarle problemas.
—Nos vemos en la universidad —me despedí, dirigiéndome a las niñas—. Nos vemos después, las extrañare.
—Vendrás por nosotras, ¿verdad? —preguntó Natalia con tristeza.
—Por supuesto que sí, princesa, vendré por ustedes cuando quieran —contesté con una sonrisa sincera, haciendo una promesa.
Un último beso y abrazo de las niñas y con todo el dolor de mi alma los dejé entrar, hasta no perderlos de vista no seguí mi camino.
Había algo en esa casa que no terminaba de cuadrarme, fuera de su infraestructura un poco descuidada, había algo que no lograba encajar ni mucho menos gustar. Y ahora, sabiendo que posiblemente ese tipo no sea nada bueno y las niñas están ahí, la preocupación se hacía cada vez más palpable.
¿Qué me estaba ocultando Edgar?
Y hablando de pasarme, esta vez sí me pase
Es que, o sea, como van a salir tres capítulos de lo que originalmente era uno solo?
Ñah, ni modo
Mi escaleta llora
En fin, no me quejo porque lo gocé muajajajajajaj
Nos vemos pronto, mis pulguitas
Recuerden entrar al canal, el link está en miGracias a snowflakehaddockIII por este banner especialmente bonito biografía
Unanse al lado oscuro...
Digo, al grupo de niños buenos y tendrán buena suerte (?)
Los amo <3
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