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🏀ESPECIAL🏀





Thomas
No podía decir que estaba bien con lo que sucedía, pero tampoco estaba del todo mal, era bastante contradictorio, pero no podía esperar más cuando de la recua de payasos se trataba. Aun así, estábamos pasando un buen rato celebrando nuestra victoria y por si acaso, todo bullying estaba siendo registrado en cámara para próximos reclamos.

Me hubiese gustado estar a solas con mi Edgar desde el inicio, pero tenía rato que no pasaba un poco de tiempo con ellos, no los podía dejar fuera y mucho menos sabiendo a la mayoría le quedaba poco en la universidad.

Sí, no era el único en las últimas escalas de su vida universitaria; Juan y Evaristo habían ingresado antes que yo, por lo tanto, solo les bastaba con conseguir las prácticas para poder cumplir con todos los requisitos y graduarse. A diferencia de mí y de Emilio, ellos ya tenían su trabajo de grado bastante avanzado, en etapa de resultados y discusión, y ya habían pasado todo su tramo académico. En resumen, ese era literalmente su último semestre académico en la universidad, lo mismo que me esperaba a mí para el siguiente.

No solía pensar mucho en eso con ellos relacionados, pero viéndolos ahora riéndose y conversando, me entró un poco la nostalgia. Después de todo, eran años de amistad alimentada por la misma pasión por el baloncesto, las únicas amistades que me habían durado tanto tiempo. Mucho bullying y todo, pero eran mis amigos de verdad.

Y luego está mi dulce niño de ojos cafés, con esa preciosa sonrisa que me desestabiliza el alma y entra en mi corazón sin forzar nada, tan fácil y sencillo que abrumaba un poco. Verlo tan contento me llenaba de tranquilidad, en especial con esos días tan extraños que han pasado. Aun no se me quitaba de la cabeza la idea de que algo sucedía, pero debía esperar a que él mismo me lo dijera, no podía obligarlo. Quería ser de ayuda, no un estrés más.

Después del partido nos habíamos quedado en los alrededores, esperando poder comer algo y recuperar energías. Mientras tanto, risas y burlas por doquier como era costumbre.

—¿Y desde cuando ustedes son tan...? —Juan hizo una pausa pensando en su siguiente estupidez—. ¿Como decirlo decentemente?

—¿A qué te refieres con decentemente, idiota? No hay nada de indecente en un beso —me quejé con fastidio, escuchando la risilla mal disimulada de Edgar.

—Eso fue lo que vimos, pero, ¿qué tanto nos hemos perdido? —replicó, mirándome con el ceño fruncido—. No es exageración cuando digo que se delatan solos, no más mira la sonrisilla pecadora de Edgarcito.

—¿Pecadora? —se carcajeó Edgar.

—No quiero saber, la verdad, su cursilería ya me da para estresarme media vida —intervino Emilio con un suspiro de desgana.

—Ustedes se hacen unas historias de la nada —se burló Edgar reteniendo una nueva carcajada.

—De la nada no es, ustedes dan mucha papaya y malos pensamientos, así que no me vengas con ese cuento, Edgarcito. —Y ese fue el turno de Evaristo, porque nadie se podía quedar con el hocico cerrado.

—Eso es verdad, demasiado para mi gusto, masita de pan —añadió Emilio burlón y malicioso.

—¿De verdad soy una masita de pan? —indagó Edgar confundido y divertido.

—En efecto, y de los dulces que no es lo mismo —expresó, fingiendo un estremecimiento de asco.

—¡Exagerado! —repliqué.

—En serio, de esos que son tan dulces que me dan diabetes, asco —reiteró, con más sarcasmo del que debería, mientras las ganas de darle un zape aumentaban con cada palabra—. Es más, ábrete de aquí mejor, no se me vaya a contagiar.

No pude más que poner los ojos en blanco, no es que estuviesen equivocados, pero como les encantaba sacar provecho de todo para volarme la paciencia. Ni de que quejarme, algún día extrañaré esos momentos, pero por ahora, solo queda odiarlos al máximo y hacer malas caras por gusto.

—¿Y si mejor nos vamos a comer antes que los mande a volar solo por gusto? —sugerí con algo de fastidio.

—Creo que llegó la hora de presentar a Edgarcito nuestro lugar —expresó Emilio con exagerada solemnidad—, porque claro, ya es parte oficial de la familia, ¿o no, Thom?

—Los detesto, en serio —bufé.

Y, sin embargo, en cuestión de minutos estábamos entrando a la calidez de Coffe Paté, el mejor restaurante de la ciudad. Claro está, en cuestión de comidas y atención, porque de ser justos, la presencia de su dueño arruina todo el ambiente. Y por ello, tanto ellos como yo teníamos la costumbre de persignarnos antes de entrar, con la malísima idea de no toparnos con ese sujeto, como si nos diera buena suerte. Lo que empezó como un chiste, se convirtió en costumbre.

—Por un día más sin ver al desgraciado, amén —recitó Juan con gracia, mientras hacía la pantomima persignándose y cerrándolo los ojos.

—¡Amén! —contestamos el resto imitando sus gestos, menos Edgar, quiñen observó todo con gesto divertido y confundido.

—Solo por si preguntan, no sé quiénes son —intervino Edgar entre risas.

—Costumbres que se te pegarán con el tiempo, aunque no quieras —replicó Emilio mirándolo ceñudo—, inmundo animal.

Nos ubicamos en la mesa de siempre, la más grande y central del establecimiento, sintiendo de paso el caluroso y divertido ambiente que había dentro. Buena señal, el ogro no estaba.

—¡Bienvenidos a Coffe Paté, están como en su casa! —saludó una chica rubia de buenas proporciones, pero expresión amargada—. Hola, niños, me alegra verlos. Karla, estos son tuyos.

—Nico, preciosa, ¿por qué siempre te quieres deshacer de mí? —lloriqueó Juan acercándose a ella.

—Te voy a acusar con Karla, infiel —se burló, caminando con gracia de regreso a su trabajo.

—Ya la oíste, pequeño bandido —añadió Evaristo en tono jocoso.

—Cierra tú el...

—¡Bienvenidos mis clientes favoritos! —saludó Karla recibiéndonos con los brazos abiertos—. ¿Mesa para... cinco?

La sorpresa en la expresión de Karla no fue un misterio, de tanto tiempo que llevábamos yendo allí era la primera vez que nos veía llegar con alguien extra. No era de extrañarse, éramos sociables, pero siempre manteníamos el grupo de confianza bastante cerrado. Sin embargo, Edgar era la excepción a esa ley, porque era más que solo confianza con el grupo, era el amor de mi vida y no había discusión.

De todos modos, él solito con sus encantos se abrió paso en el grupo. Aunque a veces pienso que fue demasiado, en especial cuando el tonto de Emilio entraba en acción. ¿Exagero? Sí. ¿Es necesario? No, pero se me sale lo dramático a veces.

—Karla, mi amor... —Con su tono más coqueto, el primero en acercarse a saludar fue Juan, típico.

—Atrás, pequeño bandido, no te hagas el inocente conmigo —contestó Karla con sarcasmo, mi heroína.

—¡Chúpate esa! —se carcajeó Evaristo.

—Kar, cariño, tenemos un nuevo miembro —intervine, esperando omitir las pesadeces de esos dos—. Te presento a Edgar, Edgarcito, mi amorcito.

—¿En serio? —se emocionó, saludándolo con un abrazo—. Es un gusto, lindo, y mi sentido pésame.

—¡Kar! —repliqué.

La expresión de fingido pesar de Edgar me causó tanta gracia, que mis quejas pasaron a segundo o casi tercer plano, y mi atención se centró enteramente en su carita. ¿Cómo podía hacer esos gestos y verse tan tierno?

—Gracias, es bastante difícil —contestó Edgar, modo melodramático.

—No le sigas la corriente, Eddy —le reñí, derritiéndome por dentro.

—Me agradas —se burló Karla—. ¿Los espero o me llaman para pedir?

—No nos llames, nosotros te llamamos —expresó Evaristo.

—Recuérdame poner cianuro en tu bebida —replicó Karla con fingida seriedad.

—¡Así es que me gustan, peligrosas!

—No te preocupes, en prisión tienes muchas opciones —me burlé.

Y con ello, empezó la discusión una vez más. Nada bueno que resaltar, nada demasiado interesante, pero todo lleno de estupideces. ¿Qué podía esperar de esa parranda de payasos? El gasto de energía en los entrenamientos y partidos los dejaban sin nada que alimentar el cerebro, resultado de eso, las marranadas que decían. Así los elegí como mis amigos, me tocó soportar.

No podía negar que lo estábamos pasando bien, riéndonos y conversando como si ninguna preocupación de la vida adulta nos fuese a molestar. Con Edgar así de tranquilo, riendo y disfrutando, me era fácil admirar su preciosa sonrisa. Por debajo de la mesa, las caricias furtivas iban y venían. Lo tenía al lado, así que era imposible no aprovechar la oportunidad. Nada fuera de lo legal o lo puritano, aunque no tengamos nada de eso, pero no pasaban de suaves caricias en su muslo o solo tomarnos de la mano.

Y, sin embargo, el zumbido de mi teléfono no me decía nada bueno. Era un mensaje de mamá.

«Hijo mío, necesito que vayas a casa. Tu papá y yo tuvimos que salir y nos vamos a demorar un poco, ¿puedes hacer la cena?».

Mis ojos saltaron directo a Edgar a mi lado, y la sonrisa que apareció en mi rostro al instante lo dejó con las mil dudas resplandeciendo en sus ojos. No era para menos, la malicia e ideas picantes que estaban surgiendo en mi cabeza de forma tan acelerada me daban esa aura de fuck boy que tanto me reclaman. Y con ello, una sonrisa de respuesta apareció en sus labios. Estaba seguro que no sabía nada de lo que estaba pensando, pero de la misma manera también sabía que no podía decirme que no.

«Claro, ma', no te preocupes. En un rato voy y la preparo. Que les vaya bien». Enviado.

—¿Buenas noticias, capitancito? —indagó Emilio al verme sonreír.

—Nada que de tu incumbencia, sapo —suspiré con una enorme sonrisa de satisfacción en mi rostro.

—¿Ya qué pasó y que se te ocurrió? —susurró Edgar a mi lado, sin dejar la sonrisita de picardía y opacando las quejas de Emilio.

—Nada malo, mi niño, solo una muy buena oportunidad que no pienso desperdiciar —murmuré, acercándome tentadoramente a él—. Y tú estás incluido en ella.

—¿De verdad? ¿Como por qué? —preguntó aún más curioso.

—Hay un premio pendiente que saldar —dije y le guiñé un ojo, dándole un piquito en la mejilla.

—Ay wacala, quien sabe que cochinada le dijiste a esa pobre alma en desgracia —expresó Emilio con su cara de culo—. No más mira como lo dejaste todo colorado, ya se descompuso.

Dicho y hecho, Edgar trataba de disimular su enorme sonrojo tomando lo último que quedaba de su bebida, con tal de tapar su rostro lo más que pudo. Era divertido hacerlo, y adorable al mismo tiempo, más sabiendo que esa velada estaba a punto de terminar para mejorar con creces.

—¿Se saben la de pagar y cerrar el culo? —les reclamé, mirando a Emilio con el ceño fruncido.

—Me sé la de «mírame bonito o no me mires» —respondió este mostrando el dedo medio.

—Ya sabes qué hacer con eso...

Y antes de que Karla nos echara por exceso de bullying, ruido y malas palabras, salimos del restaurante con el estómago casi a reventar ya sea por comida o risas, una de las dos. Estábamos bien con ello, y seguramente querían seguir con el plan sin rumbo, pero juntos; aun así, dentro de mí estaba la expectativa y las ansias por dejar todo allí y seguir nuestro propio camino. ¿Dejar a mis amigos para ir a coger? Obvio, ustedes también lo harían porque, ¿cuántas veces tendrían esa maravillosa oportunidad en bandeja de plata?

—Bueno, estuvo chévere y todo, pero haremos como Nicolás —exclamé con un suspiro—. Ya comiste, ya te vas.

—¿Y a donde si se puede saber? —indagó Juan de brazos cruzados y mirada acusadora.

—A recoger a las hermanas de Eddy, cerdo pervertido —le reñí, ignorando las risas de Edgar y los demás—. Y si no les importa, nospi.

Sus cuchicheos de quejas y regaños quedaron en un segundo plano, las risillas malévolas de Edgar se llevaban toda mi atención, de todos modos, me había seguido el juego en la mentirilla piadosa.

—¿Recoger a mis hermanas? —se burló, habiendo llegado a la parada de buses—. ¿Cuándo acordamos eso?

—¿Yo dije eso? —expresé con falsa inocencia—. Creo que escuchaste mal, Eddy precioso, yo dije que iríamos a casa nada más.

—Oh, ¿en serio? —rio a carcajadas, toda una ternura—. ¿A qué vamos?

—Para que conozcas mi casa, ya conocí la tuya, así que estaríamos a mano... —Hice una pausa, viendo cómo me miraba con ojos entornados esperando una respuesta real—. Y porque mi mamá me lo pidió, mira, pa' que veas que no son solo excusas mías.

Le mostré el mensaje, llegando justo a la puerta de la casa. Y mientras sacaba las llaves, él solo leía el mensaje y me miraba de reojo esperando que algo más pasara. Las sospechas y la tensión estaban en el aire, pero no era una mala sensación, era calurosa y exquisita.

—No veo mi nombre por ningún lado, bandido —se burló, devolviendo mi teléfono con reproche.

—Mi mamá tampoco se tiene que enterar —dije al cerrar la puerta tras de él, quedando completamente a solas—. Te acompañaré después a buscar a tus hermanas, pero te quedas conmigo, ¿sí?

—Si me chantajeas así, jamás diría que no.

—¡Anotado para futuro!

Las manos de Edgar rodearon mi cintura y acercó su rostro al mío, no tuve que decir ni hacer nada porque él mismo tomó la iniciativa. Sí, el mismo que me estaba mirando hace no mucho con ojos juzgadores estaba iniciando el juego. En fin, la dulce hipocresía.

—Oye, pero, ¿no es muy temprano para la cena? —susurró, dándome un suave beso en los labios y apartándose de mí.

—Mucho hijo de... —susurré lleno de asombro.

¿Fue adrede o le salió sin querer? Me ilusionó de la forma más candente posible, para luego alejarse y chismosear por la sala de la casa. Qué maravilla.

Se detuvo en varias fotos enmarcadas en las paredes, la más grande era una del matrimonio de mis padres donde se podía ver lo más raro del mundo, a mi papá sonriendo. Siendo sincero, esa misma sonrisa de tonto enamorado me la heredó, porque, así como mira a mamá es como yo miro a Edgar.

Así mismo, en la mesita decorativa observó otras de tantas fotos que mamá desperdigo por la sala, siendo la mayoría de ellas mías de bebé. De haber predicho que esto pasaría, las habría ocultado, pero no, estaba pasando pena.

—Eras una ternurita... ¿Dijiste algo, mi amor? —preguntó con inocencia.

—Nada, en absoluto —contesté con fingida calma, tomando nota para mi venganza más luego—. Y sí, aún es un poco temprano para eso, por lo general mamá empieza a cocinar tipo seis de la tarde, algo sencillo, más como una merienda así que... ¡Listo!

—¿Qué cosa? —Su mirada pasó de la ternura al ver mis fotos, a la curiosidad al escucharme decir eso.

—La alarma —dije y me fui acercando a él.

—¿Para qué?

—Para que me avise cuando sea la hora de cocinar. —Me encogí de hombros con tanta naturalidad que casi me lo creo.

—¿Por qué necesitas que...? —le interrumpí, abrazándolo y besándolo con las ganas enormes que me carcomían por dentro.

—Porque estaré muy, pero muy ocupado en las próximas horas, mi Eddy —susurré en su oído, aprovechando para dejar correr mi cálido aliento sobre su sensible piel—. No te me escapas, bomboncito.

—¡Thomy...! —gimió en mi oído, ronco y sexy, prendiéndome aún más.

Logrado, su cuerpo se estremeció entre mis brazos al sentir mis labios en su cuello y escuchar mis intensiones para con él. De un solo movimiento, me lo eché al hombre yendo directo a mi cuarto porque no hay mejor manera de celebrar una victoria que comiendo mi postre favorito. Sus risas eran mi néctar, la dulce señal del buen camino que iba tomando nuestra relación. Si él era feliz, yo lo iba a ser también.

Este... como les explico lo innecesario que es este capítulo?

Bueno, no innecesario, más bien relleno

Mucho fanservice (creo) así que...

Espero les guste, se rían un poquis y sigan leyendo... muajajajjajaja

Los quiero mis pulguitas.

Universitaria en modo tesis estresada, fuera... 

De la vida...

Ok no, mis traumas mis chistes

*cállenme por favor*

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