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🏀9🏀

Edgar

«Yo de verdad lo siento, no quise...», borrado, sí quise, para qué mentir.

«Espero que no estés molesto conmigo, sé que no debí, pero...», borrado, tampoco debía disculparme por mensaje sino cara a cara, pero soy tan cobarde.

Dejé de lado el teléfono y me di topes en la cabeza, aquel desliz podía costarme más de lo que estaba preparado a pagar. ¿Y si ya no quería saber nada más de mí? No solo dejaría las tutorías, que bastante provecho le he sacado; sino que también perdería cualquier oportunidad con él, siquiera de ser amigos.

Una presión en mi pecho aceleró los latidos de mi corazón a tope, estaba al borde del pánico. Aun con todas las indirectas, las sonrisas, los coqueteos entre los dos, la perplejidad que vi en sus ojos en ese momento me dejó frío por dentro. ¿Y si la regué de verdad? Porque de verdad que me gustaría volver a intentarlo, esta vez con su permiso y sabiendo lo que estoy haciendo.

No podía negarlo por más que me insista en que no debo tener distracciones, Thomas me encanta más allá de solo una tracción y decirme lo contrario es como pedirme que no respire. No se puede negar lo obvio. Respiré profundo y le marqué a Elizabeth, no había nada más por hacer el resto del día que ir a casa y llevarle de comer a las niñas.

«Su llamada ha sido redireccionada al buzón de voz, deje el mensaje después del tono».

Un segundo intento y tal vez lo conteste, puede que se haya quedado dormida o esté atendiendo a Valeri. Tres, cuatro tonos y de nuevo el buzón de voz. Mis pasos se hicieron un poco más apresurados de lo normal, puede que sea una falsa alarma, pero no me gustaba ni un poco el que no contestara la llamada. ¿Teniendo el celular casi todo el día pegado a la mano?

La comida podía esperar, solo me centré en llegar a casa cuanto antes y asegurarme de que todo estuviese en completo orden. Eso esperaba. Inhalé y exhalé con cada paso, contando cada uno de ellos para lograr calmar el temor que estaba creciendo en mi pecho. Solo unos diez pasos más y la puerta estaba frente a mí.

—¡Eli! —la llamé, nadie contestó.

Fui directo a su habitación, cerrada con llave desde dentro y un pesado silencio tras ella. Sin embargo, un fuerte golpe y un quejido de dolor se escuchó del otro lado del pasillo. Era la habitación de mamá, también cerrada y con una corbata colgando en el pomo. Un jadeo me dejó congelado donde estaba, solo unos pasos de aquella puerta y luego, dos golpes más y gemidos de mujer.

—Mamá, ¿estás bien? —me atreví a preguntar.

—Sí, ve a tu cuarto —gritó ella desde dentro.

No hacía falta que dijera más nada, ya sabía que estaba haciendo; con quién era lo de menos, podía ser el mismo del mes pasado o uno nuevo, ya me daba igual. Regresé a la habitación de las niñas y abrí, siempre tenía encima una copia de todas las llaves de la casa, pero procuraba que la única copia de la habitación de ellas la tuviese yo, más nadie.

—¿Eli? —indagué.

Las tres estaban recostadas sobre la cama, tapadas de pies a cabeza y echas bolita con las frazadas. Habían tapado sus oídos con los tapones que les di, todo con tal de no escuchar el escándalo vergonzoso de su propia madre. Un escalofrío de repulsión y asco recorrió mi cuerpo al volver a escuchar más gemidos de ella, tan bajo había caído.

Con cuidado, me acerqué a Elizabeth llamando su atención con delicados roces. Dudo que me haya escuchado entrar, así que debía evitar que se asustara.

—¡Eli, soy yo, Edgar! —dije un poco más fuerte.

Con un salto, Valeri se destapó y se lanzó sobre mí. Sus suaves sollozos me rompieron el corazón, de solo imaginarme lo asustadas que debieron estar ese tiempo solas y encerradas me llenaba de rabia.

—¡Polque te demolaste tanto! —sollozó, al mismo tiempo que las demás se descubrían poco a poco y sus miradas se llenaban de alivio.

—Lo siento, tenía clases que atender, no sabía que se aparecería con ese de nuevo —contesté, acurrucándola sobre mi pecho.

—Es uno nuevo —dijo Natalia asustada—, y este me da miedo, tiene cara de malo y huele feo.

—A cigarrillos y cerveza —añadió Elizabeth—, es bastante desagradable y grosero.

—Lo que faltaba —repliqué con un suspiro—. No vayan a salir, iré a la tienda un segundo y vuelvo corriendo. Cualquier cosa, me llaman, ¿vale?

—¡Llévame! —suplicó Valeri.

—No demoraré nada, estarán bien mientras no abran la puerta a nadie —susurré con calma—. Tranquila, mi niña.

Volví a salir dejando a las niñas acurrucadas y encerradas en su habitación, todo con la certeza de que nada malo podía ocurrir en solo quince minutos que saliera por comida, ¿cierto?

El cerrojo al otro lado del pasillo sonó y de la puerta, salió mamá envuelta en una bata toda despeinada y con marcas rojizas en su cuello, mejillas y brazos. Esos fueron los golpes que escuché, no tenía dudas al respecto. Estuve a punto de decir algo, pero detrás de ella un tipo alto y fornido apareció.

Jamás nos habían gustado los tipos que traía mamá, pero este me daba todas las malas vibras que podía tener una sola persona. No solo su apariencia, su piel curtida llena de cicatrices no auguraba nada bueno; mantenía poco cabello, de color negro opaco y muy fino; robusto y musculado, pero con esa barriga prominente de pura cerveza; ojos amarillentos, para nada agradable a la vista, pero de mirada oscura y penetrante. Y peligrosa, demasiado para ser alguien normal.

Valeri tenía razón, este tipo daba miedo.

—Así que este es tu hijo, ¿eh? —expresó el tipo con una sonrisa ladeada llena de sarcasmo—. Que risa, tráeme una cerveza fría.

Iba a replicar algo ante su desfachatez y risilla burlona, pero la mirada inquieta y asustada de mamá me retuvieron. De momento y mientras no sepa quién es el tipo me iba a morder la lengua, por ahora solo me quedaba poner los ojos en blanco e ir por su estúpida cerveza.

—Sin poner caras, niño. —Lo escuché decir entre carcajadas.

En la cocina, el refrigerador que casi siempre estaba vacío, ahora estaba lleno de latas de cerveza. Comida, cero; cerveza, casi toda una tienda.

—¡Esto es una maldita broma!

Regresé a la sala donde, tirado a sus anchas y usando solo unos cortos pantalones, estaba aquel tipo sobre el sofá mirando la televisión como si fuese su casa.

—Dame acá, te demoras mucho para tan poco, niño —replicó, arrebatando la lata de mi mano.

—Compórtate, Edgar —me riñó mi madre.

—¿Yo? —repliqué indignado.

—Sí, es mi novio así que compórtate —contestó con una sonrisita en sus labios, sentándose junto a este, quien no dudó en pasar su brazo libre de cerveza por encima de sus hombros—. No me hagas quedar mal.

—Tranquila, no tengo necesidad de hacerlo —le reproché y una nueva carcajada estremeció hasta las paredes.

—Te salió respondón el niño, ¿eh? —se burló, levantándose de su asiento y quedando frente a mí.

Era más alto de lo que esperaba, y olía peor de lo que habían dicho las niñas, incluso podía percibir un poco de hierbas de dudosa legalidad en su aliento. ¿No pudo conseguir algo peor? Cada vez se empeñaba en bajar sus estándares, pero este había llegado a las puertas del infierno.

—Santiago Niño, novio de tu madre, mayor general de divisiones especiales de la armada y... —Me miró de pies a cabeza juzgándome y sonriendo con desprecio—. Futuro hombre de esta casa.

—¿Perdone? —repliqué indignado.

—Esto será un gusto —se burló—, pero no seré tu padre, ¿entendido?

—Tampoco aspiraba a eso, no se preocupe. —Traté de alejarme, su aliento y presencia me tenían mareado; sin embargo, su fuerte agarre me detuvo reteniéndome por el cuello.

—Mucho ojito con lo que dices, niñito, por no portar el uniforme no significa que no me debas respeto —escupió en mi cara—. Lárgate.

Miré a mamá con incredulidad mientras el tipo mantenía su agarre en mi cuello, pero esta no hacía más nada que mirarme con reproche. Los anteriores eran desagradables, simples borrachos que posiblemente estuviesen usando a mi madre como el cuerno para sus esposas. Aun así, ninguno de ellos se había atrevido a ponerme una mano encima. ¿Por qué permitía esto?

—Respétalo, Edgar, lo quieras o no es mi novio y quien sabe, tal vez lo veas muy seguido aquí —aseguró con una amplia sonrisa—. ¿Cierto, cielo?

Me soltó de un solo manotazo, casi empujándome contra la pared y regresó a sentarse junto a ella a ver su partido de futbol con la cerveza a medio tomar.

—Esta casa necesita más masculinidad de la que pensé, y un par de retoques en la infraestructura de paso —se burló una vez más con malicia—. No te preocupes, niñito, no te cobrare nada, no a ti, claro.

—¿Cómo se dice, Edgar? —dijo mamá, sabiendo que esperaba un agradecimiento de mi parte.

—Iré un momento a la tienda para comprarla cena de las niñas, ¿van a querer algo? —dije, negándome a decir otra cosa.

—No, no... —sonríe con ironía—. Ya comí.

Salí con el estómago revuelto ante aquella última frase. Decir desagradable ya estaba siendo muy suave con aquel tipo, el peor de todos los que se había conseguido. Y sí, aquel estatus de arrogancia y su supuesto rango militar era de preocuparse, demasiado. Corrí lo más que me dieron las piernas, elegí lo que tenía más cerca para cocinar y pagué. Con la misma carrera regresé a casa en menos de veinte minutos, mientras menos sea el tiempo que deje solas a las niñas con ese sujeto en casa, mejor; aunque pareciese que me persigue el mismísimo diablo, me daba igual.

A solo una calle, un carro blindado se alejó a toda prisa en dirección contraria, pero saliendo de la entrada de mi casa. Era extraño, no había ninguno parecido en cuanto salí. Y una vez más, el temor volvió a mí, entre como alma que lleva el diablo directo a la habitación. Ahí seguían ellas, tranquilas y esperando por mí.

—¡Tengo hambe! —dijo Valeri haciendo pucheros.

—¿Ya se fue? —preguntó Elizabeth.

—No sé, iré a cocinar, de todos modos, no salgan hasta que les diga, ¿vale? —aseguré con una sonrisa calma para no asustarlas, pero por dentro estaba hirviendo—. Si sigue aquí, cenaremos acá en el cuarto.

—Que fastidio —expresó Natalia y no le llevé la contraria.

Salí de la habitación con las bolsas en mano, casi chocando de frente con mamá. Su expresión tenía una sonrisa socarrona que nunca me gusto, como si hubiese salido con la suya en alguna travesura. La miré con todo el desprecio que pude, me sentí mal por ello porque seguía siendo mi mamá, pero ella misma se había encargado de desechar todo el respeto y amor que una vea tuve por ella. Eso ya no era mi mamá, era alguna loca que salió después de la muerte de papá.

—Ya se fue, deja el drama —replicó ella con un gruñido de fastidio.

—¿Drama? Ni siquiera te da vergüenza que tus propias hijas te escuchen gritar, no sé por qué me extraña que el del drama aquí sea yo. —Apreté los dientes de la rabia, su descaro podía ser el colmo—. Y al parecer te esfuerzas por conseguir uno cada vez peor que el anterior.

—A ver, niño, más respeto, que aquí la adulta...

—No eres tú y lo has dejado muy en claro, si lo fueses, no andarías como ahora buscando desesperada la atención de cualquiera —le interrumpí subiendo solo un poco la voz, siempre cuidando que las niñas no escucharan—. ¿Qué pretendías al traer a un tipo exmilitar aquí? Es peligroso.

—No lo es, es mi novio y te guste o no, posiblemente se mude aquí con nosotros —anunció.

Un pitido resonó en mi cabeza, esperando que mis oídos hayan captado las palabras equivocadas y fuese otra cosa lo que salió de su boca. De lo contrario, el problema iba a estar peor de loque imaginaba.

—¿Estas dementes? —vociferé enojado—. ¿Cuánto llevas con él, dos semanas y ya quieres meterlo aquí? Piensa en las niñas, el riesgo en el que las pones.

—Un mes, y lo amo —replicó con seguridad.

—Así como decías amar a papá y en menos de cinco meses ya estabas de fiesta en fiesta, y como del tipo del mes anterior, y el anterior a ese, que chiste —me reí con ironía—. Piensa en las niñas siquiera, el riesgo en el que las pones por tu propia promiscuidad y esa adicción a tener la atención de hombres que no valen la pena.

—Él no las va a tocar, deja de ser tan exagerado, por Dios.

—Exagerado yo —bufé—. Bien, no lo quiero aquí.

—La casa sigue a mi nombre, así que es mía y puedo hacer lo que me dé la gana, entendido. —Se encogió de hombros como si no fuese la gran cosa—. Tú no me mandas.

—El día que aprendas a vivir soltera y recuperes tu razonamiento, ese día dejaré de ser tan mandón contigo como dices, porque pareces más una adolescente rebelde que una madre de casi cuarenta años.

Se encerró de un portazo sin decir más nada, a lo que yo solo respondí con un suspiro cansado y me dirigí a la cocina, no sin antes revisar cada parte de la casa por sui algo raro había dejado. Estaba todo limpio, gracias al cielo. De rapidez, volví a revisar lo que compré, por la carrera ni siquiera pensé en que pudiesen combinar o ser algo comestible. Había papas, huevos, salchicha, queso, pan almohadilla, mantequilla, arroz y pollo.

—¡Vaya mierda! —suspiré.

Había comprado técnicamente para cena y tal vez desayuno, pero aun así hacían falta ingredientes. No quería dejarlas solas, así que tuve que arreglármelas con lo poco que había en casa, un tanto de especias y algo de verduritas. Cenamos tranquilos en la sala viendo la televisión, mamá no salió en toda la tarde y agradecí por eso, no quería más discusiones mucho menos frente a ellas.

El día terminó con ellas descansando tranquilas, con sus tareas hechas y todo listo para llevarlas al día siguiente a sus clases. Sin embargo, ese sabor amargo que me dejó la presencia de ese tipo no se fue en toda la noche. Me dejó de un pésimo humor.

Hola mis pulguitas

De antemano pido disculpas, si de aquí en adelante las cosas empiezan a ponerse difíciles

Créanme que duele, pero por fines de trama, pos toca

Además

Sufriré con ustedes, así que no estás solos en esto

Aquí les dejo un pequeño spoiler

Los amo, no me funen

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