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🏀8🏀

Thomas

Que me llamen idiota era un insulto grave, de ser mis amigos solo los mandaría al caño y los haría sufrir en la cancha, donde podía hacerlo con total libertad y permiso del entrenador; sin embargo, tratándose de Edgar podría perdonárselo, aunque me lo haya gritado estando realmente enojado. Pero esto, el beso, jamás me lo hubiese esperado, pero sí imaginado un par de millones de veces. Aun así, ni todos los escenarios posibles ni los miles de universos paralelos existentes, me habría podido dar la misma satisfacción que sentí al verlo acerarse a mí con esa sonrisita tan adorable y las intenciones reflejadas en su mirada.

Tan lento, tan cálido y exquisito que suspiré de puro placer. La suavidad de sus labios me tomó por sorpresa, pero tampoco lo iba a dejar ir así de fácil. ¿Cuántas veces tendría esa oportunidad? No lo sabía, consciente o no de lo que estaba haciendo, lo gocé como no tienen idea. Un beso que me llevó al mismísimo paraíso y me dejó allá soñando con él, con otro beso más, uno más largo y candente, de los que me dejan marcada el alma y el cuerpo caliente.

Este marcó mi corazón, un antes y un después en nuestra amistad, una luz de esperanza para mí en un futuro no muy lejano. ¿Calma y paciencia? Ya no, después de este beso, tenía más que luz verde para dejarme llevar por mis sentimientos y estaba casi completamente seguro que él lo quería igual. Si no, ¿por qué me besaría? ¿Por qué no se detuvo y lo siguió con tanta dulzura?

—¡Híjole! —susurró apenado, sus labios aun rozando los míos—. Me están llamando, ya vuelvo.

Su expresión aterrada se alejó con rapidez, dejándome atontado en medio de la cafetería y babeando por el deseo de otro beso. Sin embargo, y pese a darme cuenta que seguramente no fue algo planeado, solo pude sonreír como el idiota enamorado que era. ¿Qué más podía hacer? El que se haya sorprendido de lo que él mismo hizo, solo me decía lo mucho que le afecta mi presencia, en el buen y perfecto sentido de la palabra.

Me dejé caer sobre el asiento, recostándome en el largo banquillo de metal bajo la sombra de aquel techo. Y reí, como un loco desquiciado que acaba de recibir el mejor regalo que jamás imaginó. ¿Por un 4,2? Era más de lo que habría esperado recibir, mucho más; y lo peor, quería todavía más. Había evolucionado de un «quiero» a un «necesito con desesperación».

Regresé a casa tan ensimismado y en la luna, que solo sentir el golpe en mi costado me trajo de regreso a la realidad. Un chillido nada varonil salió de mis labios, y el dolor se extendió por todo mi torso hasta casi sacarme el aire de los pulmones. Solo un pequeño monstruo pelirrojo era capaz de golpearme así.

—¡Hija de tu reputísima madre! —murmuré, apretando los dientes y los ojos con fuerza.

—¡Ah, es que sabes que soy yo! —renegó molesta—. Como el idiota viene en estado vegetal y no escucha a nadie, creí que tampoco sentiría mi cariñito.

—Trágate tu cariño, moscorrofia —repliqué igual de molesto.

—¿Por lo menos sabes dónde estás parado, animal? —indagó indignada.

No respondí de inmediato, pero sí repasé con sutileza mi alrededor para poder hacerlo sin delatarme demasiado.

—Estaría ya en mi cuarto si cierto mosco no me hubiese golpeado como su saco de boxeo —vociferé.

—Ojalá pudiese cogerte como saco de boxeo pa' que hables con gusto, pendejo.

Nuestras miradas llenas de furia e indignación chocaron sin reparo, ninguno de los dos quería ceder ni mucho menos bajar la guardia. Estaba recién regresando del paraíso, ¿qué esperaba que hiciera? Mi cerebro a duras penas estaba cargando los datos básicos.

—¿Me trajiste algo? —preguntamos al unísono.

—Un mapa de la luna a la tierra es que te voy a dar, por idiota —replicó entre risas replicó entre risas—. Ya entra, y espero me cuentes el chisme.

—Espero me pagues terapia por el golpe —contesté pellizcando sus mejillas.

—Perdona, delicada flor del campo —se burló.

Entramos casi a empujones a la casa y directo a mi habitación, donde solo pude tirarme de brazos abiertos y boca arriba con un largo y relajante suspiro. A ojos cerrados su rostro volvió a aparecer en mi mente y el sabor de sus labios me hizo estremecer; una sonrisa se escapó y no pude evitarlo más, volví a reír como en ese justo momento.

—¡Dios bendito, la esquizofrenia está fuerte! —replicó ella sarcástica.

—¡Vi, hija del diablo, déjame ser feliz! —dije entre risas.

—Tú buscas, solo te dejo cinco segundos, marica, cinco perros segundos y te vas de regreso a la tierra de nunca jamás.

—No, querida amiga, a la tierra dominada por Edgar y sus deliciosos besos —suspiré.

—¡No estás...! —Se detuvo en seco viendo con perplejidad mi tonta expresión soñadora—. Sí, lo dices en serio. ¡Idiota!

—¡Si supieras!

—Empieza a soltar la sopa, ¿quieres?

Le conté todo con pelos y señales, tal como siempre eran nuestras sesiones de chisme intenso con fines de toma de decisiones importantes. Esta vez, con el fin de recordar aquel maravilloso momento. Sé que puede que esté sonando ya muy intenso, pero así es la magnitud de lo que estoy sintiendo por él. Es preocupante, lo sé; un poco apresurado, sí, a pesar de haber dicho que medaba igual; sin embargo, él mismo me da las alas para llevar esto a nuevos niveles y eso me encanta.

—¡Creo que me enamoré! —suspiré profundo terminando mi relato—. No sabes las ganas que tengo justo ahora de ir a su casa directamente a comérmelo a besos.

—No lo pongo en duda, más bien evitaría que lo hagas de verdad, Beto a' saber si ya no sabes donde vive el pobre chico. —Me dio un golpe en el costado lastimando el anterior, a lo que respondí solo riendo a carcajadas—. Te perdí, definitivamente.

—Estás en lo cierto, así que distráeme antes que lo haga de verdad —me burlé, viendo su expresión de sorpresa, tan divertido—. Sirve para algo.

—Tan idiota, enséñame mates, es lo que es.

A regañadientes me levanté en busca del dichoso tablero, uno tamaño mediano con el cual he tenido la tentación de darle a un par de personas cuando me sacan de quicio, siendo ella una de esas tantas. Sin embargo, solo lo usaba con fines educativos, monetarios y distractores. Esta última sería la razón principal, debía despejar mi mente de la carita de Edgar y sus besos, de la sensación de su piel y la dureza de sus muslos; debía sacar eso de mi cabeza o lo duro seria otra cosa, y ahí sí tendría problemas con la zanahoria con patas.

Empezamos con lo pesado, las inecuaciones con exponentes mayores a dos, su mayor debilidad. Con estos temas siempre trataba de poner toda mi atención, requerían de mayor paciencia y explicación al ser algo que se le da muy difícil a ella. Aun así, siempre aparecía su dulce rostro en mi mente al recordar nuestras tutorías. El corazón se me aceleraba con solo recordarlo, con las ansias de volver a tenerlo enfrente de mí y con cierto temor de fregar las cosas tan pronto.

¿Saben lo que podría llegar a dolerme eso? Puedo ser muy seguro de lo que hago, pero nunca es cero la probabilidad de que algo desfavorable pase. Rezo para que ese no sea nuestro caso, porque de verdad me encantaría poder intentar tener una relación con él.

—¿Puedo irme tranquila sabiendo que no saldrás a media noche a secuestrar al pobre hombre? —inquirió Violeta con todos sus motetes encima y con ese tono de reproche de mamá regañona.

—¿Por quién me tomas? —repliqué indignado.

—Por idiota, y es decir poco —respondió con seguridad.

—Y no te equivocas —me reí—, pero no saldré, debo terminar una exposición para mi clase de oratoria de mañana.

—Más te vale, animal —me volvió a reprochar—. Me largo, me estresas.

—También te quiero.

Salió no sin antes darme su última advertencia con la mirada, provocando que casi me ahogara al retener la carcajada de mi vida. Era broma, no iba a salir por más que quisiera, pero sí estaba más que tentado en escribirle. Lo que fuese, un simple «hola» podía ser un inicio, como si nada hubiese pasado de momento. Podía estar casi seguro que, pese a que fue él mismo el de la iniciativa, no había terminado de digerir aquello y estaría hecho un mar de confusión. Conclusión: no era buen momento para eso.

Un calor placentero recorrió mi cuerpo al recordarlo, rocé mis labios como si fuesen los del él moviéndose tan cerca míos que casi pude verlo. Mal hecho, el calor se expandió por lugares inadecuados.

—¡Dios, que hiciste conmigo, Edgar! —me reí, viendo con incredulidad el resultado de pensar en él.

Una ducha fría no funcionó, tocó arreglar el problema manualmente y a trabajar. Un refrigerio suave para reponer energías, y ya estaba fresco como una lechuga.

La exposición era breve, era solo practicar la puesta en escena ante un público exigente hablando de cualquier huevada. No lo necesitaba, era experto hablando hasta con mudos, sin exagerar, el curso de lenguaje de señas fue optativo pero muy interesante. Sin embargo, esta clase de oratoria era obligatoria para estudiantes próximos a presentar tesis. Ni modo.

Regresé a la universidad con la esperanza de verlo, hablarle y esperando que el shock del momento se le haya pasado para poder besarlo de nuevo. Aun así, sabiendo lo «tímido» que podía llegar a ser no iba a ilusionarme demasiado. Y sí, muy entre comillas porque, ¿qué clase de tímido besa a alguien así tan de repente? Una parte extrovertida de él tomó el control en ese momento, y esperaba que esa y todas las partes que formaban la personalidad de Edgar, sintieran algo por mí.

—¡Bueno días, como verán, tenemos público invitado el día de hoy así que espero estén más que preparados para esta actividad! —saludó el profesor—. ¿Quién quiere empezar?

Detrás de nuestros asientos, un grupo de aproximadamente veinte personas esperaban atentos al inicio de la clase. Estaba tranquilo, pero a mi lado, una de mis compañeras estaba más blanca que el papel. Sé lo que es eso, pánico escénico. Preciso para eso era la clase, aun así, sé que requiere de unos minutos para que se mentalice, por lo que decidí lanzarme sin problemas ni salvavidas.

—Puedo empezar, si me permite —sugerí.

—Perfecto, adelante —aceptó el profesor con una sonrisa—. Mucha atención, señores, no es el tema a desarrollar, es la manera de expresar la información. Están por ver a uno de mis mejores estudiantes, así que atentos.

Empecé con un saludo cordial y una breve presentación de mi persona, movimientos sueltos y confiados, una postura segura de mi mismo y el toque matador, una sonrisa suave pero carismática. Eso era todo lo que necesitaba para retener la atención de la gente sobre mí, de inicio a fin, sin perder un solo segundo y sin importar el tema en cuestión.

No iba a negarlo, me gustaba tener toda esa atención sobre mí, me sentía importante, cosa que no le hacía muy bien a mi ego, pero aún podía mantenerlo a raya. A eso, habría que sumarle el ser víctima de mis supuestos amigos, muy colaborativos con la causa.

Terminado mi turno, los aplausos no se hicieron esperar; los invitados le dieron la razón al profesor al decir que soy uno de los mejores, y de paso, me cercioré de que el tiempo había sido justo el necesario para calmar los nervios de mi compañera. Ya se le veía más tranquila, respirando profundo y sin el suave temblor en sus manos.

Regresé satisfecho a mi asiento, una tarea menos por hacer. Lo malo de estar en últimas a nivel académico, era el tiempo libre entre clases. Al ser pocas lasque quedaban, la espera se hacía larga y aburrida. En esos momentos, por lo menos, tenía a los desquiciados de mi recua, así que solo bastaba con mandar un mensaje y nos reuniríamos a la hora del, almuerzo.

Al salir de clase, solo bastaron un par de minutos para estar reunidos todos juntos.

—¿Qué hay de nuevo, capi? —saludó Evaristo, tan desquiciante como siempre.

—Espera siquiera a que comamos para tener energía suficiente para mandarte a comer...

—De buen humor, por lo visto —me interrumpió Juan entre risas.

—Déjalo que se desahogue, tal vez solo le hace falta ver a su crush para tener un buen día —se quejó Evaristo—, como ya no le somos suficiente, nosotros que lo aguantamos tantos años.

—Que sacrificio, déjenme compensarles con algo —repliqué sarcástico—. Que tal unos tiquetes todo pago de ida a la verga, ¿te parece?

—¿Y a este que le picó? —se burló Emilio, el único que faltaba por abrir el hocico.

—¿Yo no tenía una conversación pendiente contigo? —inquirí mirándolo ceñudo.

Bien, estaba exagerando, eso está claro. Aun así, los malentendidos se aclaran antes que sucedan por lo que quería evitarlos de verdad, y esas mini interacciones entre ellos no me gustaban. No dudaba de Emilio, es mi amigo y me agrada, pero soy celoso, mucho por lo visto.

—¡Jumdaaaaa! —exclamó divertido—. ¿Desde cuando eres tan posesivo?

—No estoy siendo posesivo —mentí—, solo quiero evitar malos entendidos, ¿eso es malo?

—Tranqui, muñeco, tu Edgarcito no es mi tipo —contestó entre risas al ver mi expresión de indignación—. Puede verse muy rudo y todo loque quiera, pero es una masita por dentro. A mi me gusta lo contrario, que se vean masitas y sean rudos, morenos de ojos claros si no es mucho pedir.

—Confirmo, lo describió en su última carta a Santa —se burló Evaristo.

—¿Quién? —replicó.

—Tú, ¿quién más?

—¿Te preguntó, sapo?

Y con ellos, se desató una nueva discusión de la cual era totalmente inocente. Por otro lado, estaba más tranquilo de saber todo ello. Sin embargo, tal vez Evaristo no estaba tan alejado de la realidad, sí me hacía falta ve a mi Edgarcito. Suspiré.

—Perdone, señor, por no ser tan interesantes —se quejó Juan terminado el almuerzo.

—Ya vas a empezar, déjame reposar la comida siquiera, nojoda —repliqué.

—Pregúntame si me importa —se quejó de nuevo.

—Tranqui, solo voltea muy disimuladamente y me agradeces después —sugirió Emilio entre risas sospechosas.

Si han visto la película del exorcista sabrán el modo en que giré mi cabeza, y con un solo vistazo, bastó para girar todo mi cuerpo en esa misma dirección. En los pasillos del edificio de enfrente, iba Edgar caminando muy tranquilo con la mirada pegada a un par de hojas impresas.

Era completamente consciente de que ellos estaban aquí y lo usarían en mi contra, pero por más que traté de tomarlo por el lado de la indiferencia no pude evitar la enorme sonrisa que apareció en mi rostro.

—No puede ni negarlo —se burló Emilio y los demás estallaron en risas.

No les di importancia, solo me centré en verlo caminar hasta que se perdió subiendo las escaleras rumbo a su clase. Regresé mi postura a la normal antes que ese pequeño vistazo alegrara el día, porque mi atención se había ido por completo con él. Ellos seguían riéndose y comentando sobre mi actitud, pero poco me importaba.

—Espera... —vociferó Juan mirándome fijamente—. Esa cara de idiota es nueva, ¿hay actualización del chisme?

—No les voy a decir ni mier...

—Pero trátanos bonito —replicó Juan.

—A ver, Thomacito, prometemos que tomaremos el asunto con toda la seriedad, y no nos burlaremos —interrumpió Emilio—, pero nos cuentas que pasó. ¿Sí?

—¿Cómo es que lo viste, animal?

—Dios, no otra vez.

—Ni yo estoy tan pendiente.

—Mira, baboso, estoy literalmente de cara al pasillo, todo el que pasa por ahí lo puedo ver con el rabillo del ojo incluso —reclamó con fastidio—. Deja la paranoia.

—Quien diría que alcanzas a ver hasta allá, chistoso —me burlé.

—¿Disculpa? Me pareció escuchar algo sobre mi estatura —discutió Emilio—, es que desde acá abajo no logro oír bien, poste de luz meado.

Obviamente no lo decía en serio, pero cualquier cosa me servía con tal de dejar el tema hasta ahí y no contar nada. Confiaba en ellos, pero no estos temas, el bullying abundaría hasta el día de mi muerte, incluso a veces no sabía si eran amigos o enemigos.

—Aja, ya basta, escúpelo —exclamó Juan, todo intenso como siempre—. O como mínimo acéptalo, me tienes obstinando ya.

—No tengo nada que aceptar —aseguré.

—Oigan a mi tío, que no —se burló Evaristo—. Mira, pejelagarto, estas babeando casi que literalmente por ese niño desde que lo viste, así que acepta que te gusta e invítalo a salir, tan sencillo como eso.

—Eres tú, no debería ser trabajo difícil —añadió Emilio.

—Era fácil cuando era cualquiera —repliqué ante su acusación—, pero Edgar no es cualquiera.

—Oh... Está enamorado —exclamaron al unísono.

—¡Wacala! —replicó Emilio.

Los ignoré por mi propia paz mental y para no delatarme aún más, decidí regresar a casa y pensar en lo que había hecho, o lo que quería hacer, o lo que esperaba poder hacer de ahí en adelante. Suspiré, esa noche los sueños fueron color de rosa y sabor a dulce vainilla. Soñé con él, con sus labios y su sonrisa. No quería despertar.

Mi bello ojo alegre ha regresado

Y con él, yo también

Pero tengo una excusa razonable esta vez

Estuve presa un tiempo

En la cárcel de tu indiferencia ahaaaa...

Ok no, jajajaja

Pero si, casi casi, la cárcel se llama universidad del Atlántico

Un estrés total y tortuoso hasta el ultimo día de clase

Pero bueno

Aquí estamos, sin pc y tratando de recuperar el cargador para sacar mis docs de ahí

Y poder, obviamente, seguir está historia

Lloro por ahora

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