🏀5🏀
Edgar
—Eres adorable, ¿sabes?
Lo escuché como un susurro lejano, al igual que el resto de nuestra conversación desde el momento en que cometí el error de bajar mis ojos a sus labios. Pero es que... Describir el paraíso como un lugar hermoso y pacifico era decir poco frente a su boca, labios rosados y carnosos, dientes perfectos y una sonrisa que me tenía idiota.
Decir que estuve ido era suavizar la situación para mí, pero de nada servía cuando me había delatado y puesto en bandeja de plata ante Thomas.
Cuando quise entrar en razón, estaba tan cerca que sus labios pasaron a segundo plano y sus ojos ocuparon cada parte de mi atención. Sabía que eran claros, pero los detalles era lo que lo hacían aún más irresistible, un azul celeste tan claro que podía ver mi propio reflejo paralizado en ellos, y un brillo singular y cálido resplandeció en su mirada.
Jamás había visto algo igual, una mirada que me transmitiera tanta calma y serenidad, que me hiciera sentir vivo de nuevo. Quería eso para mí, de alguna u otra manera esperaba poder tenerlo solo para mí, lo necesitaba.
Sin embargo, el sonar de un silbato muy cerca de nosotros me sobresaltó sacándome de mi segunda ensoñación en menos de diez minutos.
—¡Dije que no los quería volver a ver, zape de aquí! —gritó el entrenador.
—Tengo que irme, nos vemos mañana, pasado, la siguiente clase, practica —expresé con rapidez entre titubeos—. Nos vemos después, adiós.
—Hasta pronto, Edgarcito —dijo con esa misma sonrisa cada vez más amplia.
Salí corriendo como alma que lleva el diablo, como si la muerte me estuviese persiguiendo, o como si hubiese pasado la mayor vergüenza de la vida y quisiera tirarme de cualquier edificio para acabar con mi mala suerte. Lo que ocurriese primero.
Llegué a casa con comida en mano y Thomas fuera de mi cabeza, por lo menos había logrado dejar de pensar en él por los siguientes veinte minutos.
—¿Pollito, pollito, pollito? —gritó de alegría Natalia, rodeándome en busca de la comida.
—Hola, hermanito, ¿cómo estás? Yo muy bien, gracias por preocuparte, también te extrañé —repliqué, alzando las bolsas fuera de su alcance—. Mocosa grosera.
—Sí, sí, te quiero, pero tengo hambre —expresó, saltando tratando de alcanzarlas—, ¿trajiste pollito?
—Con papitas cocidas y bollito, ¿era lo que querían?
—Aleluya, traes algo bueno —celebró Elizabeth haciendo acto de presencia.
—¡Poshito! —canturreó Valeri al mismo tiempo.
Preparé y calenté la comida mientras Elizabeth se encargaba de prepararlas para cenar, no me preocupe siquiera por preguntar por mamá porque sabía que no estaría, de lo contrario ellas no estarían fuera de su habitación con tanta confianza.
Nos sentamos a comer mientras veíamos la tele, pero al ser tan pequeña aún, debía ayudar a Valeri a comer sin ensuciarse tanto o regar la comida. Tenía solo cuatro años, pero era un mini terremoto lleno de energía y ocurrencias, al parecer estaba en los genes. En mi bolsillo, el teléfono empezó a vibrar.
En la pantalla, su nombre brillaba como su misma sonrisa. Era Thomas.
«Hola, ¿llegaste bien a casa? Te veías un poco alterado.
Espero hayas pensado bien la oferta, así que podríamos empezar estos días para no acumular tantos temas.
Pásame tu horario de clases y así podré ajustar el mío para darte esas clases.
Nos vemos en las prácticas».
No estaba seguro de lo que estaba sucediendo, no había ignorado por completo el mensaje de los corazones, por el contrario, el primero de los suyos fue una cita a ese mismo. Sin embargo, lo único que tenía como certeza absoluta, eran las enormes ganas de contestarle y seguirle la corriente. No solo porque de verdad necesitaba esas tutorías, sino por la desesperante necesidad de volver a tenerlo cerca. Con él, los gay panic se estaban saliendo de control como jamás había experimentado.
Había aceptado mi bisexualidad hace mucho, aún antes que aquel compañero de colegio me besara bajo las gradas de la cancha. Pero dada nuestra crítica vida los últimos años, había dejado todo lo relacionado a sentimientos de lado para centrarme en mis hermanas. Hasta ese momento, conocer a Thomas se había convertido en una prueba de fuego, salvo que no sabía si era para probarme así mismo o era el ángel que necesitaba para salir adelante.
Esperaba fuese la segunda opción, lo anhelaba.
—¿De qué te ríes, loco? —indagó Elizabeth.
Se había quedado ensimismado una vez más viendo sus mensajes y sonriendo como un tonto, así que se obligó a reaccionar de una buena vez.
—Nada que te interese, pequeña chismosa —contesté, recibiendo un pellizco de su parte—. Cosas de la universidad, ¿contenta?
—¡No!
—Pregúntame si me importa —me burlé.
—Después no preguntes de quien aprendo todas las groserías, ¿oíste? —Desvió su atención de regreso a la televisión con expresión ofendida, pero con una sonrisa mal disimulada.
Empecé a teclear un mensaje de vuelta, un par de borradores después me decidí por algo sin complicaciones, solo yo me daba mala vida por un mísero mensaje. Al mismo tiempo, le envié la imagen de mi horario de clases, esperando él hiciese la magia.
«Hola, llegué bien, no te preocupes, a veces me gusta salir corriendo.
No sé si lo dije, pero me parece excelente idea lo de las tutorías y de verdad te agradecería si me ayudas, quiero pedir una beca deportiva para el próximo semestre, ¿necesito algún promedio para este?».
Dejé de lado el teléfono y seguí en lo mío, habían pasado solo diez minutos desde que había escrito y no esperaba que contestara de inmediato. Aun así, volvió a sonar con mensajes entrantes.
«Espero no sea una mala noticia para ti, pero sí, necesitas un promedio por encima de 3,7 para tener la beca.
En un rato te paso el nuevo horario de tutorías.
Solo te advierto, pasaras bastantes horas soportándome, así que espero que tu novia no se vaya a molestar si me das más atención a mí».
Junto a los mensajes, mi horario modificado para agregar las horas de tutorías y me di cuenta de algo interesante, no mentía con eso de pasar mucho tiempo con él.
«Agradezcamos, entonces, que estoy soltero».
«¡Amén!», contestó Thomas.
¿Cómo podía tomarme esa respuesta? No sabía y no iba a darle más vueltas a algo que de momento no tenía sentido. Cero ilusiones, cero problemas a futuro. Alisté las cosas de la universidad y ayudó a las niñas con sus deberes, esas matemáticas sí podía resolverlas sin ayuda. Me fui a dormir con una última imagen en mente, el estado más reciente de Thomas acostado en su cama. Una bella sonrisa adornaba sus labios, el tatuaje de su cuello se marcaba aun mas sobre su suave piel, las gafas de nerd y sus auriculares lo hacían ver aún más tierno de lo que ya me parecía.
No lo pensé dos veces, un par de toques en la pantalla y la imagen se guardó en mi almacenamiento. Sabía que no era lo correcto, pero poco me importó si podía ver esa imagen en cualquier momento del día.
Un nuevo mensaje de Thomas, el celular brillando y vibrando en mi mano, y un repentino ataque al corazón me paralizó. ¿Acaso se había dado cuenta? Revisé rápidamente que había pasado, pero el alivio volvió.
«¿Qué haces?».
Respiré profundo, pero una vez más el corazón empezó a latir con demasiada fuerza dentro de mi pecho, tal vez reclamando el no estar cerca de él en ese instante. Aun así, el conversar con él me hacía sentir como si lo tuviese a mi lado y me reconfortaba.
Por desgracia, la sensación de tranquilidad me duró muy poco. Las risas y tropezones provenientes de fuera anunciaron la llegada de mi madre, salvo que esa vez no estaba sola. Sabía lo que venía, por lo que salí directo al baño donde guardaba los tapones para oído. Aquel tipo abrazaba a mi mamá desde la cintura, su vestido enrollado hasta el muslo mostraba demasiado, incluyendo algunos moratones que empezaban a desvanecerse.
No les presté atención, no demasiada como para no notar la corpulencia del tipo y su expresión inquietante. Un solo vistazo no me dio nada de buena vibra. Por su parte, ambos ignoraron mi presencia de lo ebrios que iban, pero poco me importó. Entré a la habitación de las niñas y les coloqué a cada una un par, aun no estaban dormidas y ya sabían la razón de eso, así que no preguntaron al respecto. Me quedé con ellas hasta que se quedaron dormidas y los gemidos empezaron.
Traté de sacarme esos ruidos de la cabeza escuchando música, siguiendo la conversación de Thomas, pero era demasiado desagradable como para que pasara por alto. Gracias al cielo, la edad no llegaba sola y al parecer ese tipo pasaba de los cuarenta, veinte minutos le bastaron y me tuve que tragar mi propia risa burlona.
Nada de eso quitaba el enojo que sentía, muchas veces le había exigido a mi mamá que dejara de hacer sus espectáculos, pero al parecer le entra por un oído y se pierde en la nebulosa de su ebriedad. Al despertar, me centré en la rutina de siempre, ignorando la puerta de su habitación. Era una adulta, no tenía por qué cuidarla.
—Se dice buenos días, ingrato —me riñó.
Estaba a punto de salir con las niñas ya preparadas para la escuela, mientras ella iba saliendo en bata de su habitación con el maquillaje corrido y el labio roto.
—Serían buenos si respetaras a tus hijas —me quejé.
—Esta es mi casa y puedo hacer lo que quiera —replicó enojada—, así que me dejas la grosería, sigo siendo tu mama, respétame.
—Eso te digo yo a ti, respétate y respeta a tus hijas, ellas están muy pequeñas para estar soportando a tus novios y los escándalos que haces. —La encaré, tomando a Valeri entre mis brazos para salir lo antes posible—. ¿No te da vergüenza?
—¿Por qué debería darme vergüenza? No eres quien para... —Su voz se fue haciendo lejana mientras salía de la casa—. Edgar, no me dejes con...
Y salí dando un portazo, no estaba para escuchar sus estupideces. Puede ser mi madre, sí, pero perdió todo mi respeto desde la primera vez que metió a un hombre desconocido en casa estando las niñas ahí.
«Buenos días, querido profesor».
Llegó a la universidad y se atrevió a enviar ese pequeño mensaje a Thomas, esperaba que con su inesperada conversación nocturna haya avanzado algo en la confianza. ¿Podía hablarle como si fuese su amigo? Rezaba por ello.
«Me encanta que estés de tan buen humor, porque hoy empezamos con tu tortura intensiva.
Digo, tus clases intensivas».
No podía pedir más que eso, una mejora instantánea a mi humor con solo ver su nombre en pantalla y su respuesta. Al parecer mi pregunta ya tenía respuesta, por supuesto que podía y lo iba a aprovechar al máximo.
«Deberías alentarme, no asustarme, que mal profesor eres, ¿eh? Empezamos mal».
«¡Acúsame si puedes, lindo!», contestó él.
Los nervios volvieron a mí, no solo por su evidente coqueteo sino por el hecho de tenerlo a solo un par de metros de mí. Estaba entrando a un salón de clases junto a varios compañeros, pero había levantado la mirada y sonreído tan dulce como siempre. Levantó su mano en un ademán de saludo, me había visto.
Sin embargo, las vergüenzas eran algo que se estaban convirtiendo en un habito cuando él estaba cerca. ¿Por qué? Por estar distraído contemplando su rostro y saludando de vuelta casi choco con una chica. Me disculpé rápidamente y salí corriendo. De nuevo.
«Lo de salir corriendo no era broma, ¿eh?».
«Suerte en tus clases, Thomas», le contesté y me reí para mis adentros.
«Nos vemos en la cafetería principal a la hora de la tutoría».
—¡Buenos días, jóvenes! —saludó el profesor de cálculo—. Ya tenemos las fechas de los parciales y subida de notas al sistema, así que prepárense con las asistencias y las participaciones, muchos van quedados en esa parte.
Primera mala noticia del día, exámenes en tres semanas. Thomas tendría que hacer magia para que en mi cabeza entren todos esos temas, pero debía hacerlo, tenía una meta que cumplir y este solo era un primer obstáculo. Pasar cálculo sería difícil, pero no imposible, ¿cierto?
Respiré profundo y puse toda mi atención en la clase, era de vital importancia entender o por lo menos hacerle menos trabajosa la tarea a Thomas de enseñarme. Nos fuimos a las siguientes clases con un taller de repaso de mas de cincuenta ejercicios de los cuatro temas que iban a entrar en el parcial, simple y sencillo a palabras del profesor. Las demás asignaturas no me preocupaban, estaba preparado para ellas y me estaba yendo muy bien. ¡Easy!
—¿Y esa carita, Edgarcito? —indagó Thomas, llegando a mí con esa amplia sonrisa burlona—. Cuéntame tus desgracias.
—Te recuerdo que mis desgracias, serán tus desgracias a partir de ahora —respondí, sin dejar ese tono burlón en mi voz, pero fingiendo enfado—. Fue tu elección, después de todo.
Le mostré mi cuaderno, la letra no era la más pulcra, pero era legible para cualquiera. De todos modos, lo que importaba eran los apuntes de los parciales, los temas y el dichoso taller.
—Esto es... pan comido, baby —se burló de nuevo, mirándome con picardía.
—Necesito ser como tú para mis clases de cálculo —suspiré, y seguí quejándome—. ¿Cómo ves eso fácil?
—Es solo cuestión de práctica y de encontrar la maña, las matemáticas son exactas y como un robot, siempre tienen un patrón —explicó tan natural, que le creí—. Verás que lo encontrarás, y cuando pase, no me necesitarás.
—Entonces es mejor no encontrarlo, ¿ta vez? —sugerí, tentando mi suerte y tratando de disimular una sonrisa en mi rostro.
—Espero sigas diciendo eso cuando me ponga intenso —susurró acercándose peligrosamente a mí y dándome esa preciosa sonrisa ladeada.
—Más que mis hermanas, lo dudo, tengo practica —contesté nervioso, tragando en seco.
—Ya veremos eso.
Nos pusimos manos a la obra, sin embargo, los coqueteos y las miradas furtivas acompañadas de sonrisas poco disimuladas continuaron hasta que se hizo hora de mi siguiente clase. Pero las cosas no se quedaron allí, quedamos para almorzar juntos junto a sus amigos. Según él, era bueno que me integrara al equipo ahora que sería un halcón oficialmente. Era divertido, me sentía en compañía y como lo que era, un estudiante común y corriente con amigos. Y eso se lo debía a Thomas.
Durante las prácticas, por más que estuviésemos en equipos separados al ser nuevo, trataba de darme todos los consejos que se le ocurrían. Me corregía la postura, los saques, me enseñaba trucos de amague, como predecirlos movimientos del oponente, tantas cosas que me encantaba el ver como se desenvolvía en la cancha. No era un aficionado, era todo un profesional en lo que hacia y demostraba que le encantaba el deporte. Y a mí, para beneficio o desgracia, me estaba encantando él.
Entre Thomas y Marcos, ¿quién tiene una forma más extraña de ligar?
Ahora con todo esto, con este poco de contexto sobre la vida de Edgar, ¿aún lo odian, los que leyeron DPT?
Espero les esté gustando la historia, la escaleta esta completa, solo resta seguir escribiendo y...
Pase o no pase el ONC, esto va a seguir y con ello
Una noticia...
La cagué!
Leo sus comentarios mis pulguis
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