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🏀4🏀

Thomas

Debía hacer algo para controlar esta necesidad de tener su atención, o de poner la mía solo en él. Se me estaba yendo de las manos esto de coquetear, porque incluso para ciegos como Emilio me estaba mostrando demasiado obvio y no me convenía, no con esa parranda de payasos cerca. Siempre había sido fácil para eso, casi que se me daba al natural y por ello creían que era un egocéntrico, y lo acepto, mi ego estaba un poco por las nubes; sin embargo, coquetearle a él no lo era, me ponía extrañamente nervioso y, por si fuera poco, el verlo titubear y sonrojarse me la ponían difícil. Se me hacía adictivo.

Aun así, quería seguir haciéndolo sin importar los efectos colaterales, como los regaños de mi padre al distraerme en la práctica o las burlas de mis supuestos amigos. De esos podía cobrármelas después, pero de la furia militar que representaba el coronel Ramírez estaba siendo complicado.

Esa práctica la gocé como nunca, tener a Edgar frente a mí con esa expresión decidida y concentrado en su tarea había sido una delicia para mí. Un par de veces había dejado resbalar el balón en mis terribles intentos por detener su paso, pero en otras ocasiones lo había hecho adrede para verlo festejar con esa amplia sonrisa en su rostro.

-Último intento y espero no me decepcionen -vociferó el entrenador dando un silbatazo.

Nos colocamos una vez más en posiciones, Edgar con su semblante serio sin despegar la mirada del balón y en posición de ataque; mientras tanto, yo movía el balón de un lado a otro buscando distraerlo. El silbato volvió a sonar y se lo lancé, lo atrapó en el aire driblando un par de veces antes de dirigirse mí con rapidez. Trató de ir por la izquierda, pero le corté el paso con manos abiertas, sonreí. Sus ojos conectaron con los míos, pero al instante siguiente solo vi su espalda en un borrón amarillo mientras se desviaba al lado contrario, rodeándome por completo.

-Vaya truco, Vivar -exclamó el entrenador-, o eres muy bueno o alguien está en Narnia sin mi permiso.

-Salúdame a Aslan -gritó alguien, probablemente Evaristo.

-Lo hizo bien -repliqué.

-¿Pasar tu defensa así de fácil es hacerlo bien? -se quejó el entrenador con un tono indignado-. Ya veremos eso, divídanse en dos y hagamos un pequeño partido, a ver si lo sigue haciendo igual de bien, de lo contrario, habrá castigo doble al final de la tarde. ¿Entendieron todos?

-Sí señor -contestamos al unísono.

-¡Ups! -susurré, dándoles a mis amigos una sonrisa amplia cargada de inocencia.

-Ya nos la cobraremos, no te preocupes -me dijo Emilio.

-¡Ustedes empezaron!

Nos colocamos cada quién en su respectiva posición, siendo el capitán debía estar en el centro para marcar el saque inicial del partido. Edgar por su parte, se mantuvo no muy lejos de mi lugar esperando el desvío el balón. También quería ver de que era capaz así que, rezando para mis adentros, lo desvié justo a su posición pese a ser del equipo contrario.

Ni tonto ni perezoso, aprovechó la oportunidad para tomarlo y correr sin mirar atrás. Esquivó a Juan y Evaristo, los más altos y fornidos del equipo con una facilidad que me impresionaba. Sin embargo, mi papá no presumía mi defensa por nada. Edgar saltó con gracia lanzando el balón directo a la cesta, pero mi mano se interpuso en su camino desviándolo a las manos de Emilio.

-Casi, casi, Edgarcito -dije con una sonrisa ladeada-. Mejor suerte la próxima.

-¡Ya veremos! -contestó en tono retador y se alejó.

-¡Dios, no me pongas más distracciones! -susurré para mí.

Uno tras otro, intentó varias veces pasar por encima de mí con los gritos del entrenador de fondo instándolo a superarme, e ignorando todos mis esfuerzos por no dejarlo pasar. Varias veces mi mirada llena de reproche le llegó de frente, pero como buen padre latinoamericanos que es se lo pasó por el sobaco. Sin embargo, las tácticas de Edgar estaban dando frutos, porque sus últimos intentos fueron un completo éxito.

-¡De eso hablo, carajo! -celebró el entrenador con su reciente anotación.

-Y yo invisible -me quejé a viva voz.

-¡Envidioso! -gritaron ellos.

-Cierren el pico, sapos.

-Listo, vengan al centro y cállense -gritó, dando un silbatazo.

Nos acercamos como siempre después de cada práctica, escupiendo un pulmón tratando de respirar y convertidos en sopa instantánea, todo sudor y sal. Nos sentamos en el piso frente al entrenador formando un círculo, tomando mi lugar casi junto a él, posición desde donde podía verlo con mucha facilidad.

-Bien, esperpentos, por primera vez desde que los estoy aguantando puedo decir que hicieron un buen trabajo, no se amañen, dudo que lo repita algún día -recitó con una creciente sonrisa malvada-. Aun así, solo por hoy se merecen que les levante el castigo, estaré esperando para ponerles uno nuevo, los recién llegados necesitan saber el significado de «penitencia al estilo Ramírez».

-¿Siempre es así de... cariñoso? -susurró Edgar cerca, demasiado cerca de Emilio.

-Se pone mejor, es militar después de todo -se burló este.

-Creí que era broma -se espantó Edgar, clavando su mirada en el entrenador.

-¡Ay cosita! -volvió a burlarse, mirándolo con simpatía.

Un carraspeo automático salió de mi garganta, mis ojos estaban enfocados en Emilio con cierto enfado que me negué a controlar. El entendía esa mirada, sabía que me debía una explicación muy seria y como era de esperarse, solo se burló en mi cara desde su puesto.

-Para terminar, solo les recuerdo a los nuevos, deben mantener promedio académico por encima de 3.5 y no perder ni una sola asignatura, de lo contrario me veré obligado a cortar cabezas, así que hagan sus perras tareas bien juiciosos, niños. Me entero de todo. Ahora sí, no los quiero volver a ver hasta la próxima práctica, a las duchas que contaminan mi aire -gritó el entrenador-. Thomas, tú te quedas.

Un cuchicheo burlón se expandió entre los demás, yéndose en cuanto mi mirada retadora empezó a buscar a los culpables. No debía buscar mucho, los idiotas estaban a una respiración de partirse de risa a mis espaldas. Pero no importaba, como dice el dicho, en juego largo hay desquite y yo iba a disfrutar mi momento.

-¡Thomas! -llamó el entrenador.

-¿Mande? -dije en cuanto el último de mis compañeros desapareció.

-¿Qué te traes? -indagó sin preámbulo, pero opté por la salida fácil, hacerme menso.

-¿De qué? -devolví la pregunta con falsa confusión.

-Thomazo, hijo mío, no me hagas perder la paciencia, ¿quieres? -Se acarició las sienes como si le doliera-. ¿Qué te traes con el nuevo? ¿Te incomoda, te distrae, te lo quito de encima? ¡Habla!

-¿Cuál nuevo?

Me miró como si fuese una cucaracha que quisiera aplastar, misma mirada que les daba a sus soldados cuando la estaban cagando, así como yo, buscándole la tercera cola al gato mutante.

-No seas idiota, Edgar, ese nuevo, nadie pasa tus defensas así de fácil, ¿qué te distrae tanto? -suspiré para mis adentro, «si supieras»-. Mira, no te puedo prohibir nada, pero sí te voy a pedir que mientras estén en la cancha te concentres en el juego, no en él.

-Tampoco estoy...

-No, si estás, eres demasiado obvio, te pareces a mí -escupió con fastidio, incoherente es su segundo nombre-. Ya lárgate, antes que te acuse con tu mamá.

-Eso es chantaje.

-Empieza a trabajar bien entonces, zape de aquí.

Caminé con prisas a las duchas, una idea fugaz había pasado por mi cabeza en cuanto el entrenador dio su última amenaza-anuncio, excusa perfecta para poder acercarme lo más casual posible. Debía ser precavido, y con aquella reunión me había quitado preciosos minutos.

-No corras, jefe, tu barbilampiño no se va a ir todavía -se burló Evaristo.

-¿Quién? -exclamé contrariado.

-Mucho menos si está encuerado en las duchas -se burló Emilio-, ¿no vienes a ducharte con nosotros?

-Contigo hablaré luego, pequeño idiota -vociferé.

-¡Uy, alguien está celoso! -dijo Juan, perdiéndose de mi vista rumbo a las duchas con los demás.

Me desvestí y tomé mi toalla envolviéndome en ella, pero al parecer había pasado por alto ese enorme detalle que me salpicaron entre sus burlas. Todos estaban desnudos, no me importaba ninguno de ellos, pero eso incluía a Edgar en la ecuación. No pensé en ello hasta quedarme paralizado en la entrada a las duchas, con mis ojos paseándose peligrosamente por la espalda desnuda de Edgar; el agua formando riachuelos recorriendo su piel blanca y suave, su cabello castaño cayendo en largos mechones brillantes, los tersos músculos de sus brazos contrayéndose a la par de sus movimientos y esos glúteos, duro y moldeados.

Tragué en seco y salí de ahí, escuchando después una larga carcajada rezando para mis adentros no fuese de ellos, pero lo dudaba.

-Santo Dios, no sé si me odias mucho o me amas demasiado para mostrarme eso -murmuré, mirando el resultado de solo ese corto vistazo de Edgar como Dios me lo regaló-. ¿Premio o castigo?

Respiré profundo, una, dos, hasta veinte veces mientras me tranquilizaba y mi problema bajaba. No podía permitir que aquello volviera a suceder, faltaban muchas practicas más por venir y si sucedía en cada una de ellas, iba a quedar como el mayor pervertido de la universidad. Eso y sería la burla para ellos el resto de mi vida y todas las siguientes.

Regresé a las duchas, Edgar seguía bañándose por lo que desvié mi atención a la pared frente a mí. Por primera vez debía ser lo más interesante de todo el lugar, mirarlo sería volver a hacer en la tentación y aunque me encantaría, debía negármelo. Pensé en otras cosas menos agradables, como mi tesis, mis pendientes, las amenazas del entrenador, y todo eso. Funcionó, tal vez demás, porque cuando quise terminar él ya estaba por salir.

-Se te va el chikistrikis -se burló Evaristo.

-¡Voy a matarlos a todos! -expresé entre correndillas.

Me cambié tan rápido como pude, corriendo tras él como alma que lleva el diablo, y tal vez por eso me sentía incomodo. Creo que me puse el calzón al revés, pero lo ignoré, mi oportunidad se me estaba escapando.

-¡Edgar! -le llamé, llegando en dos zancadas más junto a él y medio pulmón fuera de mi cuerpo-. ¿Qué tal?

-Creo que te estás muriendo -se burló con una sonrisa mal disimulada.

-Tan poquito tiempo y ya estas cogiendo malas costumbres -le recriminé cruzándome de brazos-. Tendré que adiestrarte.

-No soy un perro -se quejó, haciendo un puchero accidental.

-Pero eres tierno, como un cachorrito. -Aquellas palabras salieron de mi boca sin pensarlo, primera embarrada-. Quería... darte una información con respecto a lo que mencionó el entrenador en la última reunión.

Estaba nervioso, lo acepto, demasiado para pensar con calma y claridad, así que las embarradas en ese estado serán muy comunes.

-Sus amenazas -corrigió él, optando por seguirme el cambio de tema.

-El prefiere llamarlo consejos obligatorios, pero sí, de eso quería hablar -sonreí con gracia-. Resulta que por lo general la universidad asigna tutores solidarios, son pocos para lo que representa todo el cuerpo estudiantil. Por eso, el entrenador nos obliga... nos recomienda tomar la iniciativa. Así que tenemos nuestro propio grupo de tutores si necesitas ayuda en algo, ¿te está yendo bien?

-Eh... Sí, muy bien -titubeó, la duda carcomiendo su interior, era casi un libro abierto frente a mí.

-A ver, sé que soy el hijo del entrenador y todo eso, pero ya viste que no tiene favoritismos con nadie y yo tampoco soy rajón -expliqué con calma y mi sonrisa coqueta-. Puedes confiar en mí, todo lo que me digas quedará entre tú y yo. ¿Te parece?

-Perfecto -suspiró, un poco de alivio mostrándose en su lindo rostro.

-¿Y entonces? ¿Te está yendo bien? -insistí.

-Bueno, puede que tal vez, en algún momento de esta semana, solo en caso hipotético...

Me reí un poco, su expresión de culpa y vergüenza era un poema, tierno y cómico, sumado a lo nervioso que lo ponía mi presencia estaba frente, estaba frente a un manojo de incoherencias y enredos.

-¡Edgar! -le interrumpí-. Sin rodeos, primor, no te voy a morder.

Acto seguido, le guiñé el ojo y le di esa sonrisa ladeada que tan bien estructurada tenía, salvo que esta vez y siempre que se trata de él, me salía de forma natural. Y por ello, sus mejillas empezaron a tornarse sonrosadas, no sé si por el comentario o mi gesto, pero no iba a perderme cada detalle de su expresión. Era preciosa.

-Me gane un cero en participación en mi clase de calculo porque no doy con las inecuaciones -escupió casi con prisas-. No me van a sacar por eso, ¿verdad?

-No, el entrenador puede ser pesado a veces, pero tampoco es extremista -me burlé-. Él espera al final de semestre y mira tus notas, ahí si podría sacarte si llegas a perder la materia, y eso sería una lástima porque vaya que juegas bien.

-¡Ah, gracias! -murmuró apenado.

-Así que, da la enorme casualidad que para calculo en general yo mismo doy las tutorías. -Maravillosa casualidad le llamaría yo-. ¿Qué dices, me permites ser tu tutor?

«Y el amor de tu vida también», pensé muy en mis adentro, o eso esperaba.

-Sería... genial -expresó con una de sus dulces sonrisas, bajando su mirada poco a poco a mis labios.

-Entonces quedamos así, ¿no? -Oportunidad de oro, me relamí los labios y amplié mi sonrisa.

Puede que sea jugar sucio, pero su concentración se había perdido en un punto tan importante y tan comprometedor para él, que me daba todas esperanzas y oportunidades que jamás en la vida pasaría de largo. Las iba a usar, todas y cada una de ellas, aunque no sean conscientes. Eso sería aún mejor, no le era tan indiferente.

-Sí, claro -murmuró, sin despegar sus ojos de mí.

-Yo seré tu tutor -dije, dando un paso a él.

-Aja, eso -contestó entre susurros sin cambiar su mirada.

-Te daré clases privadas. -Tanteé el terreno, seguía inmerso en su distracción, en mí, así que seguía acercándome con pasos lentos.

-Estoy de acuerdo -dijo, relamiéndose esta vez él sus labios.

-En mi casa -susurré, distraído por un segundo con sus labios.

-Entiendo -asintió, distraído.

-Eres adorable, ¿sabes? -Estaba a solo centímetros de él, tentado con un gran deseo por besarlo, una quemazón en mis propios labios que me obligó a morderme, suave, pero me obligué a reaccionar.

Y con ello, el mismo Edgar reaccionó, notando mi nueva cercanía a él, mi mirada intensa sobre él y su propia distracción en mis labios. Sus ojos se abrieron a su máxima expresión, clavándose en los míos con tanta sorpresa que parece que apenas se da cuenta de todos e incluso de sus propias palabras.

No lo pude evitar, verlo tan perdido en mí me calentó más que el sol de medio día. Tan adorable como excitante, y tan tortuoso al mismo tiempo. Tan deseable y tan prohibido de momento, pero lo haría, lo tendría solo para mí.

No hace mucho leí uno de sus comentarios

Una acusación muy real

Thomas abusa de su poder muajajaja

Pero, ¿qué creen?

¿De verdad es tutor o estudiará de más solo para explicarle a su Edgarcito?

Empieza nuevo mes, pronto resultados de quienes pasaron a la última ronda de ONC

Deséenme suerte.

Los leo mis pulguitas

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