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🏀31🏀

Thomas

—Ya basta, no puedes dejarte morir sólo porque ese niñito rompió contigo —me regañó mi padre, luego de dejarme llorar sobre su hombro largos minutos. Aún había más dolor por sacar, pero antes que dijera algo, simplemente continuó—. Y ni se te ocurra decir que no he pasado por lo mismo, porque sí, tu mamá y yo no llegamos a esta relación de un día para otro. Así como tú, una vez la lloré hasta quedarme dormido.

—Pero te casaste con ella, ¿en qué se parece a esto? —indagué en un hilillo de voz.

—En que no seguirás llorando como Magdalena, te levantarás de ahí, limpiarás esas lágrimas e irás a casa a seguir tu vida —enumeró punto por punto haciendo énfasis en cada uno de ellos—. Eso implica seguir con la búsqueda de trabajo, terminar tu tesis y salir de esta universidad. Te quiero fuera de aquí el próximo semestre, y por si no entendiste, tampoco te quiero en el equipo.

—Eso no es...

—Sí es necesario y si te sigues quejando, te juro por mi medalla que tanto a ti como a ese energúmeno les sacaré hasta la última gota de sangre —amenazó, está vez tan serio y seguro que no hubo de otra más que obedecer—. ¿Estamos claros?

—Sí, papá, está bien —suspiré, respirando profundo y tomando el control de mis emociones—. No le vas a sacar hasta la última gota de sangre a Eddy, ¿cierto?

—Obvio no, a Eddy no —contestó con una sonrisa maliciosa.

Y antes de que dijera algo, me sacó casi a empujones de la oficina. Luego de eso solo fue llegar a casa y desplomarme en la cama, dejar que mis pensamientos me engullera con su fría oscuridad. ¿Había algo más que hacer?

Luego de aquellos mensajes y su instantánea respuesta, volví a llorar como un idiota. ¿Qué esperaba que pasara? ¿Que me pudiera vernos para devolvermela y que mágicamente el amor volvería a él y me besaría como cuando hacíamos el amor? No, puras fantasías vacías y sin sentido.

Pero algo de realidad sí ocurrió esa noche, revisando mis notificaciones encontré varios correos recientes. Dos de ellos de ofertas laborales, más que todo, el anuncio de haber sido seleccionado para hacer pruebas médicas como último filtro para mis prácticas. Era lo que estaba esperando desde el semestre anterior, sin embargo, una fuerte encrucijada se veía venir.

Ambas eran tentadoras, con buenas referencias y posibilidades de crecer laboralmente, con buenos pagos y posiciones a futuro, pero una de ellas y la más importante era al otro lado del país. La oferta que me envió Juan había dado sus frutos, habiendo hecho el intento solo por si acaso, por enojo y despecho. Aun así, jamás pensé que sería seleccionado para esa. Peor aún, para dos ofertas. La segunda era tan buena como esa, con la diferencia que pagaban el 70% del salario como en casi todas las empresas, y la facilidad de ser en mi propia ciudad.

No sabía qué hacer, lo más lógico y seguro para mi corazón era irme lejos, lo más lejos que pueda de Edgar. Pero también debía pensar en mis padres, en Violeta, no solo en mí y en él.

—¿Crees que te vamos a detener? —expresó mi padre extrañado—. Mejor oferta ni encontrarás, así que acepta.

—Tu papá tiene razón, mi amor, es lo mejor para ti —le secundó mamá—, piensa primero en ti y en tu futuro, solo así podrás avanzar.

—No pienses en ese idiota, no vale la pena poner una decisión tan importante en la existencia de ese —me regañó al ver la duda en mi cara.

—Enviaré mi respuesta, mañana mismo me hago los exámenes —aseguré y con eso, mamá se lanzó a abrazarme entre lágrimas.

Regresé a mi cuarto a esperar, rezar para mis adentros y que todo saliera como Dios quisiera. No iba a poner nada según mi juicio, ya había entendido que nada de eso servía. Así que respiré, me quedé como idiota mirando un punto fijo en el techo y volví a pensar en él.

Cuando ya no quedaban opciones por sortear, sólo podía rendirme. No quería, por más que me obligara a hacerlo mi corazón se negó rotundamente a seguir mis órdenes. Aún quería ayudarlo, pero, ¿cómo hacerlo si no quería aceptarla?

Por primera vez en mi vida, preferí no seguir luchando por algo que deseo con toda mi alma. Esta vez me tomaría al pie de la mera sus palabras; si dijo que me graduara, lo haría lo más pronto posible; si quería que lo dejara en paz, me iría de la ciudad; pero, a pesar de todo, si decía que me odiaba, yo no lo haría por más que quisiera. Bajo estas circunstancias y con todo el dolor de mi alma, no podía odiarlo pese a todo lo que me dijo. Lo amaba demasiado, me era difícil sentir cualquier otra cosa por él más que amor, ni siquiera era capaz de resentirme con él. Así de patético y dependiente era.

El estridente timbre de mi teléfono empezó a sonar una y otra vez, no estaba de humor para socializar, pero continuaron entrando llamadas urgentes. Era Violeta. La confusión me cayó como una lluvia cálida, un distractor del dolor de mi corazón destrozado.

—Thom, ayudame, por favor —sollozó con amargura, resonando la llamada un poco entrecortada.

—¿Estás bien? ¿Qué pasó, por qué lloras? —indagué levantándome de un salto y preparándome para salir.

—Mis papás me quieren echar de la casa, están tirando mis cosas a la sala —dijo entre llanto desconsolado.

—Maldita sea, voy para allá —dije y colgué, saliendo a la sala y avisando con rapidez—. Voy a casa de Violeta, posiblemente necesitemos de su ayuda, así que por favor, estén pendientes.

—¿Cómo así, que pasó? —preguntó mamá yendo tras de mí.

—La están corriendo de la casa, si es posible la traeré aquí, así que prepárense.

—¡Bendito Dios! —exclamó aterrada.

Salí de casa casi corriendo, atravesando la calle y recorriendo esas dos cuadras que nos separaban en un santiamén. Al llegar, el barullo en el interior estaba más que caliente, al parecer la discusión se había salido un poco de control. Incluso para religiosos como ellos, se estaba tornando demasiado difícil para procesar.

—Bonito cuento tuyo, uno haciendo lo posible por darte una buena crianza y buenos valores, para que resultes lesbiana —vociferó su papá—. ¿Qué carajos, Violeta? ¿Tanto que te hemos dado y así es como nos pagas?

—Que Dios se apiade de tu alma, sucia pecadora, solo él tiene el poder y la potestad para perdonarte, porque nosotros no lo haremos, agarra tus porquerías y te vas —continuó su madre con rabia—. No quiero ver tu cara de lesbiana aquí en mi casa, no quiero pecadoras, prefiero que andas en el...

—¡Ya basta! —grité más que furioso, sin poder soportar escuchar más.

El desastre allí dentro era peor de lo que me había imaginado, ropa y zapatos tirados por todas partes, sus cuadernos del colegio magullados por el suelo, accesorios y muchas de sus pertenencias en pérdida total. Más rabia de la que ya tenía subió a mi cabeza, había llegado el momento de desquitar todo lo que había acumulado desde la primera discusión con Edgar, y aunque ellos no tenían nada que ver en eso, se lo merecían.

—¿Se supone que este es el amor al prójimo que tanto alardean? ¿Así es como su sagrada religión les pide tratar a sus hijos? —les grité.

—Más respeto, Thomas, no te metas en esto, no te incumbe, muchacho —replicó su papá.

—No merece respeto si trata de esta manera a su hija, deberían recordar que hay un círculo completo en el infierno dedicado a ustedes —vociferé—. Se están pasando de calidad, hipócritas religiosos es lo que son y ni se preocupen, ya medio vecindario lo pensaba. Porque claro, como solo quieren vivir de apariencias, metidos en la iglesia todos los domingos desde temprano, dando el diezmo, creyéndose mejor que los demás, y no son más que...

—Thomas, contrólate —me interrumpió mamá.

—Clara, educa a tu hijo, no sabe lo que es respetar —se quejó Maritza, la mamá de Violeta.

—Sí sabe respetar, también sabe que eso se gana, no se exige —replicó mi mamá—. Vivi, cariño, ven.

Violeta corrió en medio de lágrimas a los brazos de mi mamá, quien la recibió con el mismo cariño que siempre le había demostrado. Mamá siempre quiso una niña, pero por cosas del destino más allá de mi nacimiento no pudo darse otro embarazo. Sin embargo, eso solo la llevó a ser aún más dulce con ella, la única niña que podía ver con ojos de madre.

—Clara, jamás te he dicho cómo debes criar a tu hijo y te pido por favor no me digas cómo debo criar a la mía —exigió Maritza enojada, pero tratando de controlarse.

—No la estás criando, la estás adoctrinando, y si no lo sabes, todo esté show que estás haciendo de sacarla de tu casa siendo menor de edad es un delito —argumentó mamá con el mismo enojo—. ¿No decías tú que la gente de religión era la mejor y que los delincuentes eran los demás?

Pese a que eran amigas de años, mamá siempre estuvo en desacuerdo con la extraña actitud de Maritza con la religión. Ella era consciente de los pleitos y prejuicios a los que había llevado ese pensamiento radical, esa obsesión de ambos por la religión. No estaba en contra de ninguna, pero si estaba en contra de esas actitudes justificadas bajo el sello de una iglesia. Odiaba con mi vida todo eso.

—Le estamos enseñando a hacerse cargo de sus errores, ella decidió ir por el camino del pecado, que pague por ello —reviró Agustín, el papá de ella.

—¿Según ustedes cuál fue su error? —indagó mamá cada vez más ofuscada con sus comentarios.

—La vieron besar a otra niña, ¿te parece poco? —exclamó Maritza tan espantada que parecía haber confesado un asesinato—. No queremos lesbianas aquí, va en contra de la palabra de Dios.

—La palabra de Dios que está plasmada en la biblia también dice: amarás a tu prójimo como a ti mismo, también dice que tú como mujer debes callarte y mantenerte en la cocina, criando los hijos, también dice...

—Ya —le interrumpió Agustín con un grito—. No aceptaré más blasfemias en esta casa.

Papá, por muy tranquilo que hubiese estado en medio de todo ese escándalo, jamás se habría metido de no ser necesario. Sin embargo, Agustín había metido la pata al gritarle a mi mamá. Solo bastó un paso hacia delante de mi papá, para que Agustín retrocediera tres más y se decidiera tras su esposa.

—Mas blasfemia es esto, juzgar a su propia hija solo porque algún chismoso malintencionado les vino a decir cuánta cosa se le ocurrió —sugerí, aún lleno de rabia y sólo así, la duda surgió en sus rostros, mirándose mutuamente por primera vez—. ¿No pensaron en eso? ¿Les trajeron fotos o algo que comprobará que eso pasó de verdad?

—No es necesario —se excusó Agustín nervioso, manteniendo el peso de su palabra.

—Ah no, ¿prefieren creerle a cualquier externo más que a su propia hija a quien decían amar con su vida? Porque si mal no estoy eso es lo que hablan de dientes para afuera, como la familia perfecta que quieren dar a ver —les reproché.

—Irrespetuoso —vociferó Maritza.

—Ustedes me obligan a eso, no quería que se enteraran de esta forma, pero si prefieren creer a un externo entonces créanme a mí. —Por un segundo solo el tictac del reloj de pared era el único sonido presente, hasta que por fin hable de nuevo—. Violeta no es lesbiana, y lo puedo asegurar porque somos novios.

—¡Thomas! —intervino mi papá por primera vez—. ¿Qué crees que haces?

—Confesando, no voy a permitir que la traten como se les venga en gana —insistí, poniendo toda la seriedad posible para hacer más creíble la historia.

No había persona dentro de esa casa que no se había quedado boca abierta con la noticia, claro está, solo mis padres y la misma Violeta sabían que era mentira, pero dada la situación ninguno iba a negarlo. Sin embargo, nada me aseguraba que me iban a ayudar a mantenerla. De todos modos, eso lo hablaríamos después, primero lo primero, sacarla de allí.

—Por el poder de Cristo, ¿qué barbaridad es esa? —lloriqueó Maritza estupefacta—. La hemos dejado dormír en su casa, bajo el mismo techo, quien sabe que...

—Más respeto, señora Maritza, pareja o no hemos criado a Thomas como un hombre de valores, así que no se atreva a sacar ningún tipo de especulaciones —le interrumpió papá con moderación, pero mucha dureza en su voz—. Cualquier cosa que diga sin pruebas, son solo calumnias y es penalizado por la ley.

—No se preocupen, no ha pasado nada indebido porque a pesar de todo, Violeta es más que mi mejor amiga y mi novia, es una mujer y como tal la respeto, porque a mí sí me enseñaron a hacerlo sin importar religión ni nada, respetar a todos por igual cuando se lo merecen —aseguré cada vez más indignado.

Sus rostros estaban en una combinación de colores, pasando del rojo endurecido al rosa de la vergüenza. Al mismo tiempo, abrían y cerraban la boca como peces fuera del agua a punto de ahogarse.

—¿Y qué pretendes, que la dejemos ser novios así como así? —replicó Agustín recobrando la compostura.

—No, solo vine a llevarla a casa conmigo —dije y sin esperar a que dijeran nada, empecé a recoger ropa del suelo.

—Sobre mi cadáver, no voy a permitir que deshonres está familia con sus cochinadas —gritó Agustín ofuscado, provocando a la imponente presencia de mi padre una vez más.

—Señor, le recuerdo que usted acaba de echarla de su casa, si mal no estoy eso le hace perder toda potestad de padre sobre ella —le enfrenté, acercándome a él haciendo uso de los dotes heredados de mi padre—, no puede decidir a dónde va después de aquí, y yo como buen samaritano que sí soy, no la voy a dejar en la calle.

Recogí un maletín lleno de ropa que ella había estado llenando cuando llegamos, todo ese tiempo silenciosa y sollozando en los brazos de mi mamá. Él solo verla de esa forma, tan vulnerable y dolida por todas las estupideces que dijeron sus padres, me llenaban la sangre de rabia una vez más. Por primera vez en mi vida tuve el deseo más grande de golpear a alguien, pero me contendría, no valía la pena y podía salirse todo de control.

—Violeta —la llamó Maritza exigente—, empieza a recoger y te encuentras en tu cuarto, ya.

—Vivi, cielo —le dijo mamá con cariño, limpiando las lágrimas de sus mejillas—, te ayudo a recoger algunas cosas y te vienes con nosotros, hasta que no se calmen y se disculpen no regresas aquí.

—No puedes hacer eso, Clara —se quejó Maritza—. Desacreditas todo mi trabajo como madre.

—Una madre no echa a sus hijos de casa por un simple rumor, así que sí puedo hacerlo, ¿o quieres que llame a la policía para reportar que echaste a la calle a una menor de edad? —le amenazó y por primera vez, la vi trastabillar—. Hablo en serio, Maritza, esos malditos prejuicios tuyos van a terminar por dejarlos a ambos solos y en la ruina, no habrá religión que los salve de su propia intolerancia. Así que escucha bien, hasta que no te disculpes con tu hija no te la regreso.

Un gruñido bajo salió de su garganta, mirando a mi madre con tanta rabia e impotencia que no le quedó de otra más que obedecer. Miró a su esposo en silencio, y como si de una conversación silenciosa se tratase, ambos nos miraron con el mentón en alto.

—Bien, pero nada de contacto físico, ni cargarla ni sentarse en su piernas, lejos como personas civilizadas —exigió Maritza, como si hubiese derecho a decir algo más.

—Los incivilizados demostraron ser otros —expresó papá, dejando a ambos callados definitivamente.

En silencio, mamá y yo recogimos algunas cosas de Violeta mientras la cargaba el maletín lleno del resto de sus cosas. Ella solo sollozaba y lloraba en silencio, tratando de mantenerse en pie pese a las circunstancias. Salimos de allí bajo la atenta mirada de sus padres, quienes no dijeron más nada hasta que nos perdieron de vista. Fuera de eso, solo sabrá Dios qué pestes habrán hablado de nosotros.

Al llegar a casa, mamá habló en privado con ella sobre el asunto, dado que ya yo sabía todo, era el turno de mamá por enterarse de las cosas. Mientras tanto, papá y yo nos quedamos a la espera en la sala.

—¿Es verdad? —preguntó papá.

—Claro que no, pero fue lo único que se me ocurrió para...

—Eso no, tarado —me interrumpió.

—Ah, sí, aún no sabemos quién es el soplón, pero no es la primera vez —suspiré con cansancio—, ya antes la habían amenazado con echarla si se enteraban de algo más, solo que ni yo creí que serían capaces de tal cosa.

—Jamás me dieron buena espina, solo porque es amiga de tu madre la tolero —confesó mi papá y lo apoyé en eso.

Mamá y Violeta salieron de su estudio más tranquilas, incluso ella con una sonrisa en su rostro. Aun así, el miedo en sus ojos me decía que eso aún no terminaba allí.

—¿Van a seguir con eso o piensan cambiar de estrategia? —preguntó mamá.

—Hago lo que me pidas, Vi —le dije.

—¿Podemos mantenerla hasta que se les pase el berrinche? —suplicó.

—Claro, seguiremos la historia hasta donde sea necesario —acepté y la abracé.

Aún en mis brazos, sus sollozos continuaron y el temblor de su cuerpo persistió. Los nervios los tenía a flor de piel, con semejante espectáculo era de esperarse. Nos metimos a mi cuarto, donde dormiríamos juntos como siempre sucedía. Nada iba a cambiar sin importar prejuicios de nadie, mucho menos de los narcisistas de sus padres.

La vi suspirar temblorosa y tirarse en mi cama, tan decaída y decepcionada comnubca antes. Me dolió verla así y por un momento me olvide de todas mis desgracias, ya había algo en lo que pensar y distraerme mientras estuviese aquí. Los pocos días que me quedaban los usaría en eso, velar por su bienestar y seguridad, si podía, trataría de convencer a mis padres de dejarla vivir allí mientras estudiaba y cumplía ls mayoría de edad. Al trabajar yo, podría mandar dinero para su manutención.

Así, miles de ideas se cruzaron por mi cabeza, maquinando y planificando un futuro que antes había pensado para Edgar y para mí. Para lo único que me había servido tal ilusión era para eso, tener una idea aproximada de lo que podía hacer para ayudar a Violeta.

Tan ensimismado me quedé, que no me di cuenta de lo que hacía hasta que estuve totalmente recostado en la cama, con mi cabeza apoyada en su regazo mientras ella acariciaba mi cabello y me miraba atentamente. Una mezcla de dulzura y tristeza inundaron sus ojos, esperaba solo fuese por su situación, pero al parecer la mala suerte nos perseguía a ambos.

—¿Estás seguro que quieres seguir con esa idea? —indagó preocupada.

—Claro que sí, haría lo que sea para ayudarte —aseguré, tratando de mostrar toda la seguridad posible.

Aún había mucho por planear, tantos huecos en la trama por llenar para que la historia fuese más creíble, y si todo funcionaba, un proyecto a futuro por sacar. Literalmente de eso dependía su vida.

—Lo sé, pero... —titubeó, dudando de su palabra, pero suspiró y continuó—. ¿Y si él quiere volver?

—Tranquila, eso no pasará —murmuré, tragándome el nudo que volvía a crecer en mi garganta—, ni en mis mejores sueños.

—¿Estás bien? —preguntó, esta vez preocupada por mí.

—Sí, estoy bien —contesté simple y llanamente.

—No, no lo estás, te conozco y sé que te duele —insistió—, solo háblame y sácalo de ti, ¿si?

—No hay nada que hacer Vi —expresé con la voz quebrada y las lágrimas ardiendo tras mis ojos—, ya todo está perdido.

—Siempre hay una alternativa, algo más que hacer, la cosa es, ¿quieres hacerlo?

—Solo lo quiero a él.

Una vez más, el llanto y el dolor pudo más conmigo. Abracé su cintura escondiendo mis sollozos en su regazo, esperando de verdad y de una vez por todas sacar todo ese veneno que me estaba carcomiendo por dentro. Quería, aunque parecía imposible, sacarme el veneno de sus besos del pecho.

Amo este cap, no sé, dejar que Thomas tome las riendas de su ira hacia esos dos me es tan...

Satisfactorio.

Amo a mi niño, me duele verlo sufrir.

En mi defensa, cuando planifiqué esto Edgar me valía rábano

Pero ahora es diferente

Mis bebés

En fin

Los amo, mis pulguitas

SOLO QUEDA UN CAP

Pd: recuerden que hay canal de WhatsApp donde subo memes, anuncios, adelantos de caps y el caos que es aveces mi existir

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