🏀30🏀
Edgar
El temblor en mis manos aún no terminó, por más que tratara de respirar con calma y bajar mi ansiedad, no podía controlar mi cuerpo ni mi mente. De ser tan sencillo, en ese momento no habría estado sentado en el suelo con los nudillos de mis manos sangrantes. Había perdido por completo el control de todo, la rabia había bullido como un volcán cegando mi razón, saciandose a punta de golpes duros y cerrados contra la pared. Ni siquiera el dolor de mis manos era tan grande como el de mi pecho, por lo acontecido o solo por un posible paro cardíaco, no lo supe, pero me quemaba por dentro.
Después de eso, solo recuerdo haber caído al suelo tratando de respirar, ahogándome una vez más en mis propias lágrimas y llanto. Esta vez el daño era irreparable, dudé de que existiese poder humano o celestial que hiciera que Thomas me personaje después de eso. Ni yo lo permitiría, jamás me perdonaría ni olvidaría todo lo que dije. De todos modos, gran parte de eso era para mí mismo, por ser el inútil que fui.
Haberle dicho todo eso a Thomas me había dolido más a mi que a él mismo, había quemado a fuego vivo todo lo que una vez le dije y prometí. No dejaría de hacerlo, jamás dejaría de amarlo aunque me consumiera a mi mismo en el proceso, pero era mejor si él pensaba lo contrario. De todos modos, el ver su expresión de profundo dolor al escuchar todo lo que le dije fue más que suficiente para una nueva crisis. Lo había logrado, lo había alejado y herido de la peor forma posible. Y aunque no parezca, me había apuñalado en el proceso.
La única razón por la que seguía vivo a esas alturas de mi vida, era por mis hermanas, solo ellas merecían todo este sacrificio. Mi mamá podía irse al mismísimo infierno si así lo decidía, porque al parecer toda la mierda que ese sujeto representaba en nuestras vidas no le era suficiente. ¿Tanto nos odiaba como para dejarnos a merced de un desquiciado como Santiago?
Ese día no tuve más opción que levantarme y lavarme la cara, poner mi expresión más dura y seguir con la farsa. Mientras ese imbécil esté cerca, no podía hacer más nada que aparentar y seguir la corriente.
-Excelente trabajo, nene, tal vez papito Santi te de un par de puntos extra por esa muñequera -se burló Junior, siguiendo mis pasos al encontrarme por los pasillos de mi bloque académico-. Si no te conociera, te creería el cuento.
-Sí, que bueno, ahora piérdete y déjame en paz -repliqué en el tono más neutro posible-, tengo clases, ¿o también piensas entrar?
-No, que pereza, la uni es para maricas fracasados -se rio a carcajadas y se alejó, mirando de forma morbosa a cuánta chica se cruzara por su camino.
Cada vez le era más fácil encontrarme donde fuese que estuviese, e incluso, lo había visto merodear con otros sujetos alrededor de las canchas durante las prácticas. En resumidas cuentas, no podía respirar sin que ese idiota contara cuántas veces inhalé y se lo dijera a Santiago. De haber sabido que le vigilaba tan de cerca, muchos de estos problemas se habrían evitado a toda costa, pero ya era demasiado tarde para eso, porque al llegar a casa la felicidad era palpable.
-Te estás haciendo todo un hombrecito, ¿eh, Eddy? -expresó Santiago entre risas, medio borracho incluso, un poco drogado-. Deberías agradecerme, no hay mejor tratamiento para la homosexualidad que paloterapia. La letra con sangre entra, decía mi padre, muy sabio el don.
-A este le faltó una juetera de niño, una de esas y ni más salía con marcadas -comentó Junior-. ¿Sí o no, tío?
-Joda, que sí qué -exclamó con una carcajada-. Aprende de tu primito, él sí fue criado con mano dura y por un verdadero hombre, yo lo crié como mi padre lo hizo conmigo. Solo hombres de éxito, pero contigo no hay mucho que hacer ya, patético. Ya te puedes largar a encerrarte como cucaracha.
Cada viernes y después de cada entrenamiento, por desgracia, me obligaban a escuchar sus discursos narcisistas y absurdos sobre lo que era un hombre de verdad. Solo testosterona, alcohol, sexo y violencia. Así había sido criado Santiago por el alcohólico de su padre, y así había sido criado Júnior por propia mano de Santiago. Un ciclo sin fin de veneno y machismo en su máximo esplendor.
Sin embargo, y por extraño que pareciese, habían bajado un poco el voltaje en cuanto insultos y regaños. La pelea de ese día los había dejado más que satisfechos de momento, además, el mantener una línea bastante visible entre Thomas y yo los tenía saltando en una pierna. Ellos estaban felices, y mi vida estaba casi arruinada.
Lo más difícil de todo eso no era mantener la fachada de tipo rudo, por el contrario, era tan fácil hacerlo que parecía me salía natural. Y de cierto modo era real, en esos momentos y aunque no quisiera mezclar esos asuntos, no podía evitar dejar salir un poco de la rabia acumulada contra ellos. Cualquiera, el que sea, con tal de generar pleito me daba igual quien fuese.
Lo que sí me era difícil era alejarme de Thomas, muchas veces de forma inconsciente me iba a la cafetería donde siempre estudiábamos, casi a la misma hora y mismo lugar, pero cuando entraba en razón me iba inmediatamente. No quería que me viera allí y se hiciera falsas ilusiones, daría el mensaje contrario a todo lo que le grité esa última vez.
Sin embargo, lo único bueno de todo eso era poder verlo triunfar. Pese a todo, seguí estando al tanto de sus avances.
-¿Ya cuando es? -le había preguntado Emilio con interés.
Ese día había entrado tarde a las duchas como me era costumbre, trataba de cambiarme cuando estuviese solo para no desvestirme delante de mis demás ni ver a Thomas desnudo. No era pudor, solo quería evitar que se vieran los moretones de mi cuerpo. Daría mucho de qué hablar.
-El... diez de noviembre a las tres de la tarde -contestó Thomas, colocando sus zapatos y dándome la espalda.
Así nos habíamos mantenido, básicamente dándonos la espalda uno a otro como si no existiese nada más allá. Prefería morir.
-¿No es muy pronto? -indagó Emilio sorprendo-. A mi aún me faltan dos semana para la sustentación. ¿Dónde es? Quiero ir.
-Al rato te lo paso, yo mismo pedí adelantarlo porque tengo que irme -anunció, mirándome de reojo.
Me había distraído escuchando aquella conversación, rebuscando entre mis cosas para bañarse y quitándome los zapatos para hacer tiempo. No era solo esperar que se fueran, era estar atento a todo mientras Thomas estuviese allí. Llámenme chismoso, pero solo quería saber cómo iba su vida.
-No lo hiciste -susurró Emilio sorprendido y algo dentro de mi pecho dolió, no venía nada bueno.
-¿Por qué no? Es una multinacional, pagan bien y hay opciones de quedarse trabajando fijo -contestó encogiéndose de hombros-, que esté del otro lado del país no es impedimento, es hasta mejor.
Por un segundo me había quedado estático, rezando haber escuchado mal aquellas palabras. Pero no fue así, Thomas se iría aún más lejos de mí y aunque era lo mejor para los dos, no dejaba de arder en mi pecho.
-Sí, sí, sí, ya sé, nuevos lugares, nuevas personas, blablabla, lo mismo dijo Juan -bufó con incredulidad, tanto él como yo sabíamos qué había más allá de sus palabras-. ¿Ya tienes todo resuelto que te vas tan pronto?
-Sí, Juan me ayudó -aseguró.
-Bueno, por lo menos estarán juntos en...
-No, viviré en un apartamento en otro barrio, no estamos en la misma sede -le interrumpió, mientras me obligué a reaccionar y seguí como si nada-. Me hubiese gustado, pero bueno, aún podríamos vernos de vez en cuando si el tiempo lo permite. Ya ves que anda como zombie, perdido y sin hablar mucho.
-Pueda ser que te pongas en esas también, no me hagan sacar las cartas de mejores amigos para obligarlos a dar señales de vida -le riñó.
-No sé de qué hablas -se burló Thomas, con una risita tan forzada como triste.
-Mucho hijo de...
Sus palabras y quejas se perdieron en la lejanía, habían salido junto a otros más dejándome casi solo en medio de las duchas. Esperé lo que fueron casi mil años en silencio, hasta que estuve completamente solo. Suspiré y me levanté, me sentía entumecido, como un saco de carne sin alma. Me desvestí y entré a la ducha, dejando que el frío del agua me despertara poco a poco. Error.
La rabia volvió a hacer estragos en mi interior, una vez más me desesperé a niveles caóticos y por un segundo perdí el control. En un momento estaba estático tratando de silenciar mi cabeza, y al siguiente vi caer hilos de sangre en la pared. Había abierto las heridas en mi nudillos, esas mismas que estaba a punto de cicatrizar, estaban a flor de piel nuevamente.
Con el ardor y temblor de mis manos, terminé de ducharme y vestirme antes de perder la poca cordura que me quedaba. Recogí mis cosas y regresé a casa de mi tía donde, por desgracia, no podíamos quedarnos mucho tiempo. Al llegar a casa, Santiago estaba desparramado en la sala con cerveza en mano viendo un partido, mientras mamá estaba en la cocina haciendo la cena. No, para todos no, para su marido y nuevo sobrino. A eso había caído.
-¿Podemos cenar? -preguntó Valeri en cuanto entramos a su habitación.
-Claro, mi amor, ahora que desocupen la cocina les preparo algo -sugerí, viendo que se estaba haciendo un poco tarde para comer-. ¿O les compro algo mejor?
-Yo espero, no te vayas -suplicó nerviosa.
-No iré a ninguna parte, tranquila -la consolé, cargándola entre mis brazos.
Cuando las risas abajo se hicieron estridentes, dejé a las niñas encerradas para bajar y cocinar. Mamá ya había terminado, pero seguía en la cocina lavando los chismes que había ensuciado. Al inicio, después de ese día en que todo el desastre ocurrió, intenté reclamarle el peligro en el que nos encontrábamos por su culpa. Pero fue en balde, se hizo la desentendida y solo se fue a su habitación. Sin embargo, era obvio que ella tampoco la estaba pasando mal.
Los moretones en sus mejillas estaban cada vez más marcados, tonos morados tirando a enfermizos verdes. Esos colores solo eran señal de lo seguido que la golpeaba, tan fuerte como se escuchaba por toda la casa cuando sucedía. Ya no sé si solo durante el sexo o si lo hacía por otras cosas, pero golpe es golpe y no tiene justificación. Solo ella lo hace, solo ella le permite hacerlo, y solo ella es la culpable de todo lo que le suceda, por eso no meto mano para defenderla. No es resentimiento ni rabia, sigue siendo mi mamá, pero las niñas eran y seguían siendo mi prioridad, ni más iba a descuidar por alguien que no se preocupaba por no nosotros.
-Hoy cenaremos aquí, ¿vale? -sugerí, llevando la comida directo al cuarto-. Mientras, ¿nos vemos un episodio de los Simpson?
-Yo quiero la casita del horror -exigió Natalia.
-Es mi tulno, yo quiero elegi -se quejó Valeri.
-Esta bien, pero mañana elijo yo -rezongó Natalia.
-Quiero la casita del horrol -dijo Valeri entre risillas maliciosas.
-¿La estás viendo? -reprochó Natalia indignada.
Elizabeth y yo solo podíamos reírnos de su carita, esa risa malévola era tan tierna que nadie podía enojarse de verdad con ella. Aun así, ¿de dónde había sacado ese trucaso? Ni en mis mejores años habría sido capaz de idear eso, tan simple pero siendo una niña de solo cinco años, decía mucho del terremoto que estaba criando.
-Pequeña brujita -me burlé, pellizcando sus mejillas-. La casita del horror será, pero elijo yo el capítulo.
Una noche normal entre tanta mierda nunca nos venía mal, por lo que se están haciendo tradición el ver un episodio de la serie cuando no había tareas por hacer. Las niñas estaban en su último periodo del año, les estaba yendo de maravilla como siempre y yo estaba dándola toda en clases. Sabía que no tendría el mismo promedio que el semestre anterior, pero por lo menos podía seguir intentando no bajarlo demasiado para mantener la beca.
Estaba cerca del tercer corte, demasiado cerca de terminar el año y próximo a perder para siempre a Thomas. Recordarlo solo hizo un nudo en mi garganta, pero no podía permitirme llorar o decaer frente a las niñas. Para ellas todo estaba bien en lo que cabía, no necesitaba saber todos los pormenores de mi patética vida fuera de la casa. Ya tenían suficiente con soportar vivir en esa casa y los gritos de Santiago.
-Mejor sirve para algo y prepara mi maleta, me largo de aquí -vociferó, tirando la puerta de su habitación-. Junior, maldita sea, ¿dónde culo estás?
-¿Tenemos trabajo? -preguntó éste, corriendo escaleras arriba.
-Sí, inútil -gritó de nuevo-. Empaca, te quiero aquí en media hora para irnos. Me harta este lugar y esos putos mocosos, marica de mierda.
-No tardo.
-Para ya es tarde. -Sus gritos fueron alejándose a medida que bajaba la escalera con pasos pesados-. Marina, hijueputa mujer inútil, apúrate con mi maleta.
-¡Ya casi está! -le contestó ella asustada desde su habitación.
Durante todo ese escándalo, Valeri se había subido a mi regazo temblando del miedo, mientras Elizabeth y Natalia se mantenían pegadas a mis costados preparadas para saltar de la cama y esconderse en el armario por si acaso. Ya teníamos todo un protocolo de emergencia, porque al parecer el tener todas las llaves existentes de esa habitación no había sido suficiente. Son delincuentes, ambos, no debía sorprenderme el hecho de que Junior sepa abrir puertas sin usar llaves.
-Pueda ser, Marina, que me entere que metes a alguien o dejas que el marica de tu hijo lo haga, me vas a conocer de verdad -le reprendió, llenándola una vez más de amenazas.
-No te preocupes, estaré encerrada y no dejaré que eso pase -contestó obediente.
-Más te vale, regreso en cuanto días, solo voy a trabajar, no quiero lloriqueos estúpidos -vociferó y salió dando un portazo.
Al oír eso y escuchar a mamá encerrarse directamente en su habitación, las niñas suspiraron de alivio. Tendríamos cuatro días de calma y tranquilidad, sin esos dos idiotas cerca hostigandono. Solo quedaba mamá, pero ella era un cero a la izquierda, tan indiferente como silenciosa.
Esa noche las dejé dormir tranquilas en su habitación, sin dejar de lado el cerrar con seguro por si alguna cosa extraña pasa, no podíamos bajar la guardia. Por mi parte, regresé a la que supuestamente era mi habitación, donde solo dormía cuando ese tipo no estaba en casa o cuando sentía que las cosas estaban muy calmadas. Allí podía dormir en una cama, con las niñas me había acostumbrado a dormir en el suelo con una colcha. No me molestaba hacerlo, solo quería mantenerme cerca de ellas.
Acostado en aquella cama, recordé algunos de mis momentos más preciados, todos con Thomas a mi lado. Me levanté llevado por una necesidad desesperante, sacando el buzo azul celeste de entre mis cosas, tan sutil y camuflado como su hubiese sido mío desde siempre. No lo había perdido, pero tampoco quería devolver el único recuerdo que me quedaría de él. Aún tenía su aroma, aún podía fingir que estaba cerca de él y que nada de eso había pasado.
Abrazado a él, me volví a recostar aspirando su aroma, recordando los besos y caricias que nos hacíamos, todas las veces que reímos hasta doler el estómago. Tal vez había cometido el error de seguir aferrado a él aún cuando sabía que todo estaba terminado, pero no podía evitar querer sentirlo así sea un poco, el dolor de su ausencia era mucho más grande cuando los recuerdos me nublaban la mente. ¿Cómo aguantaría una vida entera lejos de él, estando en otra ciudad?
Sin darme cuenta, estaba llorando a lágrima tendida, con sollozos desgarradores salidos desde lo más profundo de mi garganta. Si no me controlaba, el ahogo de la ansiedad volvería a aplastarme de nuevo. Sin embargo, el click del cerrojo de la habitación de las niñas me sacó de ese oscuro vacío. Como pude, me levanté corriendo y limpié mi rostro de las lágrimas. Salí al pasillo, pero no había nadie, solo una tenue luz saliendo por debajo de la puerta de las niñas. Al instante, Elizabeth se asomó con sigilo.
-¿Pasó algo? -pregunté preocupado.
-No, todo tranqui -contestó.
-¿Entonces qué haces despierta? -le reñí por el susto.
Se acercó a mí con suaves pasos y me abrazó, su cuerpo tembloroso no me decían nada bueno. ¿Acaso era otra crisis?
-Tengo miedo, no quiero seguir aquí -sollozó y mi corazón se hundió más-. No quiero que te sigan lastimando, ¿tía no nos puede ayudar a irnos de aquí?
-Lo siento, mi niña, pero de poder hacerlo créeme que lo habría hecho hace años. La única que puede hacerlo es mamá, pero bueno -le consolé, acariciando su cabello-. Estoy tratando de hacer lo posible por trabajar y reunir para poder irnos, pero es costoso.
-¿Puedo ayudarte? Podría vender cosas en el colegio, incluso puedo...
-No, mi cielo, aunque me gustaría y te lo agradezco, te puedes meter en problemas en el colegio, eso está prohibido -le dije, de cuclillas mirándole fijo a los ojos-. Deja esto es mis manos, ¿sí? Te prometo que saldremos de esta.
-¡Quiero a Toto! -sollozó con amargura y casi seguí su gesto.
-Creeme que yo también, pero es mejor mantenerlo lejos de la locura de ese señor, ¿vale?
-Lo sé, pero lo extraño y tú también, te he visto llorar con su buzo -sollozó.
-Sí, lo echo de menos, pero no te preocupes, todo estará bien.
La lleve de regreso a la habitación donde se durmió en cuestión de minutos, Natalia y Valeri estaban tan profundas que no se percataron de nada de eso. Y lo agradecí, Elizabeth tenía el suficiente razonamiento para darse cuenta de algunas cosas, preocupantes para una niña de su edad, pero ellas no, y prefería mantener esa inocencia más tiempo.
Con los días siguientes, pudimos estar tranquilos hasta cierto punto, dado que estaba en finales no podía darme el lujo de dejar cosas para después. Incluso el entrenador lo sabía, dándonos una semana de gabela más que todo para poder estar con Thomas, quien había dado su sustentación y estaba listo para irse a hacer las prácticas. Me alegré muchísimo por él, me sentí tan orgulloso de lo bien que se desenvolvió en su exposición que me contuve para no aplaudir y revelar mi presencia. Mientras menos supiera de mí sería mejor, pero tampoco me iba a perder de ese momento tan importante para él. Desde allí, me permití llorar en silencio, esta vez de orgullo.
Sin embargo, esa tranquilidad no duró mucho, tarde o temprano ambos idiotas regresaron a casa a desbaratar la calma que había. Mamá se apresuró a atenderlos, recibirlos como si fuesen dioses encarnados solo para no ser objeto de su ira. Era tan lamentable que no parecía la mujer que alguna vez fue, la que de verdad era mi madre, esos despojos de persona me eran irreconocibles.
-Escúchenme bien, niñitos de mami -vociferó el entrenador enojado-, ya les di sus vacaciones para estudiar, de ahora en adelante se viene la adrenalina pura. Durante más vacaciones, que ustedes no tendrán, habrán partidos amistosos con varios equipos locales, todos esperando clasificar el próximo semestre a las nacionales, así que olvídense de salir de la ciudad. ¿Entendido?
-Sí, señor -contestamos al unísono.
Esos días estaba con el humor por el suelo casi llegado al infierno, desquitando conmigo la frustración de ver partir a su único hijo lejos de la ciudad. Lo entendía, incluso lo apoyaba en su venganza, merecía eso y más. Aunque claro, ese más venía de vez en cuando de la enfermera, quien demostró aún más potencial para reprimendas silenciosas. Sabía de anatomía y dolor, era obvio.
-Como los viejos sabrán, o los que quedan -recalcó esas últimas palabras mirándome con rabia-, este semestre se desvinculan dos de mis mejores jugadores, uno de ellos el capitán por temas de prácticas, así que me vi en la obligación de incluir un par de personas más. Así que, señoritos... Mejor presentense y entren en fila.
-Mi nombre es Deyner Salcedo, soy de ingeniería mecánica y estoy en tercer semestre -dijo el primero, tan temeroso que iba a ser fácil molestarlo.
-Yo soy Sergio Blanco, primer semestre de derecho -se presentó el segundo de ellos.
-Yo... -titubeó el siguiente, mirando de soslayo al anterior-. Me llamo Cristian Rosales, segundo semestre de contaduría.
-Y yo soy Sebastián Benítez, odontología -concluyó el último-, primer semestre también.
-Puro primiparo, pueda ser -expresó el entrenador, amenazas directas hacia mí.
Ese día él entrenamiento había sido duro y conciso, dejándome tan adolorido como cansado. Al estar tan ocupado Santiago «trabajando», me podía dar la libertad de mantener un bajo perfil, tranquilo y sin pleitos. Tanto así que, una vez más, estaba relacionándome con los nuevos integrantes del equipo. No era como antes, cuando las estupideces de los chicos me hacían reír, pero era algo tranquilizador en días de mierda.
Aun así, iba a lamentar volver a mis días de matoneo, no quería que fuesen víctimas de eso, pero tampoco quería involucrarlos. De todos modos y de forma implícita, la opción estaría en la mesa, dejando la decisión final en sus manos.
-Corran, dos vueltas más y se largan -gritó el entrenador-. Arriba esas patas, Edgarcito. Da el ejemplo.
Al terminar, los músculos me palpitaban tanto que no podía caminar del todo bien. Descanse un rato después de entrar a las duchas, pero antes de irme a buscar a las niñas y tragándome todo mi orgullo, decidí ir a la enfermería por alguna pastilla. Esperando, no sé, un analgésico o un veneno, los dos servían.
Sin embargo, tuve que esperar detrás de la puerta al escuchar murmullos dentro. Estaba acompañada y no quería interrumpir su conversación, pero aquella voz era tan familiar que no pude evitar pegarme a la puerta paga escuchar.
-No de inmediato, esperaré a que se gradúe y tenga un trabajo estable -dijo Thomas, su dulce voz sonó apagada y ronca-. Para ese momento espero tener también algo fijo, así que no te preocupes, mamá.
Hacía tanto que no escuchaba su voz tan cerca, que hacerlo de nuevo me había recargado un poco de energía. Ese era el efecto que él tenía en mí, tan cálido y acogedor. Pero aquellas palabras me eran desconcertantes, ¿me iba a esperar?
-Como no me voy a preocupar, esto no está bien y lo sabes -le riñó, sonado preocupada.
-Pero lo hago por ella, no puedo dejarla sola ni desamparada y tampoco será ipso facto -reiteró-. Pero sí, a este paso podríamos casarnos dentro de unos años, tres o cuatro tal vez. Cuando regrese.
-Pero, Thom, escúchame...
El sonar de mis pasos corriendo pudo opacar por un segundo el zumbido en mis oídos, después de esa frase me había desconectado al entender lo que sucedía. Y no lo podía creer, no quería creerlo, falso o no, era una pesadilla que no quería seguir presenciando.
Salí de aquel bloque alejándome lo más que pude aún con mis piernas adormecidas, tal vez el shot de adrenalina del momento evitó que me desplomara ahí mismo. No sé, pero me permitió alejarme antes de dejarme al descubierto.
Con el frío aire de la noche entrando a mis pulmones y estrellándose en mi cara, pude por fin ver dónde me había metido. Una vez más estaba en aquella parte oscura de la universidad, tan alejada que ni los vigilantes llegaban hasta ahí. Y sólo así, dejé salir todo. Maldije a Santiago, por creerse dueño de vida; maldije a Júnior, por ser tan sapo y meter su nariz donde no le incumbe; maldije a mi madre, porque todo era culpa suya, mi mala suerte, mi maldita mala suerte y todas las desgracias que habían acontecido, todo era solo culpa de ella. Incluso eso era su culpa, haberme arrastrado a hacer todas esas estupideces, a decir todas esas mentiras, por toda esa mierda él estaba haciendo eso.
Thomas se iba a casar y no era conmigo.
Y henos aquí
Un CAP más
Una cascada de lágrimas más
Sorry, pero las cosas debían ser así
Aún así, solo piensen que nada queda impune
Los quiero mis pulguitas
Solo dos caps más
31 y epílogo
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