🏀3🏀
Edgar
Hola, soy Edgar, espero puedas disculparme por ese mensaje, no fue mi intensión, en realidad… Borrado.
Te habla Edgar, el mensaje anterior fue un fallo del celular, espero eso no… Borrado.
Mis dedos se habían quedado paralizados sobre el teclado, bajo su nombre el En línea y el visto azul me tenían al borde de un colapso. Ya lo había leído, no había marcha atrás más que disculparme o decir cualquier estupidez. Pero no pude, la vergüenza se apoderó de mi como un parásito en mi interior que revolvía todo.
No era su culpa, Natalia era solo una niña muy inquieta y necia, no tenía malas intenciones. Aun así, me había puesto en una situación sin nombre ni apellido.
Dejé de lado mi teléfono, apagándolo para evitar que siguiera enviado mensajes accidentales de los que deba preocuparme. Saqué mi lista de quehaceres, la mantenía al día y ordenada según el calendario para no olvidar nada. Agendé un fin de semana el llevarlo a mantenimiento, esos colapsos no eran normales y la garantía ya había expirado, así que tocaba por otros lados.
—Ed… —murmuró Natalia desde el umbral de la sala.
Se mantuvo con las manos en frente y la mirada baja, miraba sus pies mientras removía uno de esto sobre el suelo. Conocía esa expresión, algo le había pasado y se sentía triste por ello. Todas mis alarmas reaccionaron, no podía permitir que algo les pasara por mínima que fuese.
—¿Qué pasó, Naty? —Me acerqué a ella acuclillándome y levantando su rostro—. ¿Qué tienes, mi niña?
—No quería meterte en problemas, solo quería jugar un latito —se excusó haciendo un puchero—. Lo siento.
—¿De qué hablas? —indagué confundido.
—Del celular, lo volví a dañar —susurró, volviendo a bajar la mirada con tristeza.
Su expresión me era tan tierna que me derritió, adoraba a mis hermanas como a mi propia vida y me encantaba estar en todos sus momentos, en especial cuando son pequeñas y dulces, había que aprovechar antes que se convirtieran en rebeldes adolescentes. Son mis hermanas, es algo que me temo sucederá.
—No te preocupes por eso, princesa. —La abracé, sintiendo el alivio regresar a mí—. Es solo un teléfono, igual debo llevarlo a reparación, no es normal que se descontrole así.
—Pero te metí en problemas —volvió a decir, alejándose de mis brazos.
—¿De donde sacaste eso? —pregunté curioso.
—Te escuché decir algo de un mensaje y que era mala suerte —explicó, y un pinchazo de culpa me atravesó.
—No te preocupes por eso, a veces puedo exagerar un poco. Fue solo una tontería a un compañero de clases, él sabe que fue un accidente así que todo está bien, ¿sí? —Asintió con una sonrisita tímida en su rostro—. Bien, vamos a dormir, mañana hay clases, ¿hiciste tus tareas?
—Sí, las hice todas yo sola, incluso la de mates —expresó llena de orgullo.
Se veía tan diferente a mí y a Elizabeth, más dulce e inocente, menos peleonera y quisquillosa. De las tres siempre ha sido la más calmada y menos problemática, tan solo tenía ocho años y sabía hacer muchas más cosas que yo a esa misma edad. Me dolía aceptarlo, pero era demasiado autosuficiente para su corta edad. Valeri era demasiado pequeña para verlo, pero también estaba tomando el mismo rumbo que sus hermanas. Hacía todo lo posible por ellas, pero entre estudios y búsqueda de trabajo, la labor de papá se me hacía demasiado difícil.
«Dios, como haces falta, papá», pensé con tristeza.
—Excelente, deberías enseñarme, soy un poco burro para las matemáticas —me burlé, tratando de salir de mi burbuja depresiva.
—Dije que la hice, no que la hice bien, no me pidas más —refunfuñó, cruzándose de brazos con un puchero.
—Está bien, listilla, revisaremos eso después, ve a dormir. —Me dio un suave beso en la mejilla—. Hasta mañana.
—Hasta mañana, Ed.
Se metió en su cama junto a Valeri y tapó hasta de pies a cabeza, aún no lograba que perdiera el miedo a la oscuridad ni la creencia del monstruo bajo la cama. Por el contrario, yo mismo empezaba a preocuparme que ese monstruo un día llegase a casa por culpa de mamá, y no lo iba a permitir.
Me percaté que las tres estuviesen acostadas, durmiendo y con todo listo para la escuela al día siguiente. Terminado eso, limpié la cocina y revisé mi teléfono. 9:30 de la noche, era temprano y me daba algo de tiempo para hacer tareas. No había mentido cuando dije que era un poco lento para las matemáticas, pero jamás había perdido ni una sola vez la asignatura en el colegio, la universidad no podía ser la excepción.
Me senté en el escritorio frente a mi cama, abrí el cuaderno, un libro de repaso y encendí una pequeña lampara para que la luz de mi habitación, no molestara a las niñas. Me concentré en mi labor, eran cosas que ya había dado en el colegio y había entendido, sin embargo, había diferencias en el desarrollo.
¿No se supone que las matemáticas son universales y únicas? ¿Por qué no es el mismo proceso que aprendí en el colegio? ¿Entonces para que putas me maté el cráneo entendiendo eso si me lo van a embutir de otra manera? Les dejo este espacio para desahogarse.
Traté, lo juro que intenté, pero solo dos de diez ejercicios dieron el resultado correcto, no veía los fallos en las perras inecuaciones. Revisé cada signo, cada símbolo, pero el conjunto solución al evaluar el signo no era correcto. ¿Qué más quieren que haga? Lo peor de todo, al día siguiente había elección dedográfica para la humillación publica, es decir, pasar al tablero por elección del profesor. Y sí, soy tan de malas que de seguro seré el primero.
Me di por vencido y me tiré a dormir, eso sería problema de Edgar del futuro cercano.
Al despertar hice toda la rutina de siempre, desayuno, ayudar a las niñas, dejarlas en la escuela y, por último, irme a la universidad. No daba tiempo de repasar de nuevo, por desgracia, era mi primera asignatura del día.
—Bueno jóvenes, espero hayan repasado y estén ansiosos por pasar al tablero por voluntad, ¿cierto? —saludó el profesor con esa sonrisa maquiavélica que todo estudiante que no entendió un reverendo cuero de la clase ve y siente, aunque no esté ahí—. De lo contrario, ya saben que pasará, el señor bolígrafo elegiría por mí. ¿Voluntarios?
El silencio reinó en el salón, el corazón empezó a bombearme fuerte en el pecho y empecé a sudar, sentía mi muerte cerca.
—Bien, se los advertí. —Sacó la lista de la clase y el bolígrafo del diablo, miró enfrente y lo pasó por todo el papel hasta dejarlo caer en un punto cualquiera—. Bonifacio Enrique, al frente señor y hace la primera inecuación del taller.
El susodicho se levantó y un poco de alivio entró en mí, en el tablero había escrito cuatro inecuaciones una al lado de otra alineadas para que pasaran de a cuatro estudiantes. No me relajé, el taller era lo suficientemente largo para que callera uno a cada uno.
—Siguiente, Ferrer Gustavo, el tercero es Zamzar Daniela y por último —continuó el profesor haciendo la misma dinámica, y cada vez que golpeaba ese papel me daba un mini infarto—, Delgado Catalina.
Por un segundo respiré, no me tocaba pasar por esa humillación y los que iban pasando se tiraban su tiempo prolongado haciendo su tarea, más los que paraban por momentos para hacer preguntas al profesor. Este, como buen docente, sí contestaba a las dudas y explicaba un poco de ello, y se le agradecía de todo corazón.
Durante ese tiempo, aproveché para hacer algunas en mi propio cuaderno, viendo como lo hacían mis compañeros que le salía bien y escuchando las explicaciones del profesor, pero aún había cosas que se me escapaban de toda lógica.
—Siguiente, Vivar Edgar —dijo el profesor y el corazón se me paralizó—, al tablero y copie. 2x+5/7x-2 < -5.
Hice lo que me ordenaron, pero todo lo que había repasado se escapó de mi cerebro con los nervios. ¿Saben que es lo peor? Que una de las cosas que más me causaba problemas eran las desgraciadas inecuaciones con división, como esa. «Ya llévame, San Pedro».
Por más preguntas que traté de formular para hacer lo mejor que podía, pasó lo que tenía que pasar. Un lindo y precioso cero en participación, y una excelente invitación a las consultas personales con el profesor. Salí de allí con el animo por los suelos, no sabía que hacer para mejorar aquello, podía poner en riesgo todo por lo que estaba luchando. Por una sola asignatura, podía perder el cupo de la universidad.
Taché una tarea más de mi lista, valer madres en cálculo.
El día siguió su curso, las demás clases estaban tranquilas y normales, me iba bien en todo menos en esa desgracia. Y, por último, la hora de la primera practica oficial con el equipo de baloncesto y, por ende, el momento para enfrentar a Thomas por aquella burrada. ¿Qué le diría? ¿Qué mi celular estaba poseído y mando mensaje como loco, solo a él y corazones? ¿Y si mejor entierro mi cabeza en el suelo como un avestruz? Suena mejor.
Me dirigí a las canchas no sin antes llamar a Elizabeth, las cosas en casa estaban bien, mi tía Rosaura había ido por ellas a la escuela y las había dejado en casa, les preparó el almuerzo y regresó a su trabajo. No podía pedirle más, con la muerte de papá ella había perdido también a un ser amado, su hermano, y de paso había caído sobre ella el cuidar de nosotros. No era su responsabilidad, sino de mi madre, pero incluso ella se había percatado del deplorable estado en el que había caído ella. no era solo depresión, era dependencia emocional y pavor a la soledad.
Traté de despejar aquello de mi cabeza, centrarme en el presente y dejarle lista las tareas a Elizabeth mientras regresaba a casa. Me cambié colocándome el uniforme asignado por el profesor, y con ello un poco de ilusión volvió a mí. Esto había sido un motor de unión con mi padre, aunque no fuese muy fan de ese deporte, vio en mi el gusto por ello y decidió darme gusto. Lo disfrutamos juntos, horas interminables de correr con el balón mientras mamá nos hacía porras con las niñas desde las gradas, cuando aún éramos una familia funcional.
«Ya basta, por Dios, te hundes tú solo», me regañé.
Salí a las canchas, podía desestresarme jugando y pasando el rato como un joven común y corriente, como debería. Quitar un poco el estrés de mi cuerpo era más que necesario, no podía seguir acumulando tanto a tan corta edad, ya me sentía de ochenta años. Y, sin embargo, un shot de ansiedad volvió a entrar en mi cuerpo cuando un par de ojos celestes se enfocaron en mí, con su sonrisa ladeada y un gesto de diversión.
Sí, llegó el momento de… fingir demencia.
—Atención, muchachos, nuevo, viejos y dinosaurios —expresó el entrenador—, ya todos me conocen, soy Enrique Ramírez, entrenador y docente de esta institución y su actual pesadilla. Espero que como nuevos y aptos para estar en el equipo oficial, tengan las agallas para quedarse por lo que les queda de carrera. Lo sé, apenas están empezando. En fin, a correr. Thomas, guía el calentamiento, gracias.
Lo vi acercarse al centro, seguido por todos los demás mientras el entrenador se iba a las gradas a llenar papeles. Me escondí como un cobarde detrás de otro de los nuevos, con Thomas enfrente mirando derredor y clavando una acusadora mirada en mí, claro está, sin dejar esa perfecta sonrisa que solo me ponía más nervioso. Ya había perdido la cuenta de cuantos gay panic había tenido con tan solo dos días viéndolo, ¿qué más seguía?
—Ok, los nuevos por favor presten atención, los demás solo hagan lo que ya saben, no sean flojos —explicó—. Primero calentaremos, luego daremos un par de vueltas a la cancha y después, si hay buen clima hoy, podemos iniciar con cosas básicas para ver cómo están.
—El mini clima está más que emocionado hoy, jefecito —se burló uno de sus amigos.
—Cállate, Eva —replicó mirándolo ceñudo.
No era el único, todos los nuevos estaban igual de confundidos que yo, ¿clima y mini clima? ¿Era alguna clase de código secreto? No más matemáticas, por favor.
Empezamos con la actividad, sintiendo la adrenalina y todas las sensaciones recorrer mi cuerpo con la actividad física. Y sí, mi humor estaba mejorando del infierno al cielo. Más aún, sabiendo que cierto moreno no despegaba su atención de mí. ¿Qué debía hacer, acercarme y hablarle al terminar el entrenamiento? De solo pensarlo empezaba a sudar de más, otro gay panic.
«Céntrate, tienes trabajo que hacer, nada de distracciones», me reñí una vez más.
—Bien, niños, tomen un balón e iniciemos con las bases. —El silbatazo me acribilló los tímpanos, esa cosa era horrible—. Los viejos hagan una alineación y los nuevos elijan a su verdugo, digo, a su acompañante.
Dicho y hecho, todos hicimos caso, quedando frente a un chico un tanto más bajo que yo y delgado, un rubio castaño de ojos verdes y mirada curiosa. Conocía esa forma de mirar, algo se tramaba el enano.
—¿De casualidad eres Edgar, el nuevo? —me preguntó.
—Sí, soy yo —contesté con extrañeza, en especial al ver su creciente sonrisa burlona.
—Un gusto, compañero, soy Emilio. —Se presentó estrechando mi mano—. Bienvenido al equipo.
—Gracias.
—Emi, el entrenador dijo que te colocaras con ese chico de la esquina —expresó Thomas llegando a su lado, con una seriedad que al mismo Emilio le pareció extraña.
—Pero ya estoy…
—¡Largo! —le interrumpió.
Este solo lo miró con la cabeza ladeada, mordiéndose el labio para evitar reírse y se fue haciéndole señas a los demás amigos de este, quienes a su vez trataron de mirar a otros lados para no mostrar la risa contenida. Sin embargo, nada de eso funcionó por una carcajada colectiva sonó entre ellos llamando la atención del entrenador.
—¿Me cuentan el chiste pa’ reírme también? —los regañó, mirándolos ceñudos mientras el mismo Thomas también los regañaba con la mirada y las manos en la cadera—. Pilas que para hoy es tarde.
—O se ajuician o los ajuicio —exclamó Thomas, haciéndolos callar, pero no dejar de reírse.
—Sí, capitán, estamos listos —gritaron al unísono.
—Hijos de…
—¡Qué bonito, esperemos estén listos para la primera penitencia del año! —Y con ello, dejaron de reírse, pero aún querían seguir haciéndolo—. Y va para los nuevos también, pa’ que vean lo que les pasa a los chistocitos.
Era bastante peculiar verlos, Thomas indignado tratando de regañarlos y ellos como niños bromistas haciendo rabiar a su hermano mayor. Los demás, al igual que yo estaban confundido y otros, casi al borde de las risas con ellos.
—No se les puede decir nada —se quejó Thomas entre susurros, sin despegar la mirada de su amigo.
—También te queremos, jefe —contestó este.
—Primero, tomen distancia cada pareja para que no choquen —explicó el entrenador, todos con la mirada centrada en él—. Ahora, los vejetes aquí presentes les lanzarán el balón, ustedes bebés deberán tratar de pasarlos sin perderlo. Obviamente, ellos harán lo posible por quitárselos, pero no quiero manos necias, nada de faltas. ¿Está claro?
—Sí señor —contestaron todos al unísono.
Frente a mí, Thomas volvía a mirarme con ese creciente interés y un brillo peculiar en sus ojos. Desvió su mirada en cuento nuestros ojos se encontraron, pero aquella sonrisa no hacía más que ensancharse, retractándose solo cuando sus amigos lo cachaban. No quería emocionarme, ilusionarme, hacerme ideas equivocadas, pero creo y cualquiera podía decirlo, que era demasiado evidente para ocultarlo.
¿Me estaba coqueteando?
Saben que es lo peor?
Que tengo quiz de cálculo de verdad, pero para cuando se publique esto ya iré por funciones así que...
Deseenme suerte, todos los viernes quiz.
Amonos a la vrga.
En fin, recemos por el menso de Edgar, que al parecer es el único que no ve lo evidente.
Ya quisiera yo a un Thomas coqueteandme.
Listo, le fui, a shorar
Los quiero, mis pulguitas.
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