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🏀29🏀

Thomas

—¿Lo has visto? Esta para chuparse los dedos —murmuró una chica, primípara al parecer—. Ayer se quitó la camisa, y, Dios, lo hubieses visto todo sudado.

—Siiiiii.... Mili me dijo de su clase de deporte formativo y ¡wao! —Ambas rieron con complicidad.

Aquellas chicas siguieron su camino, hablando y riendo como lo que eran, sólo adolescentes viendo el mundo más allá de lo que mostró el colegio. Eran niñas entrando al mundo adulto, maravillándose con lo que este aparentemente les puede ofrecer. Porque todo era solo eso, apariencias.

Edgar era uno de esos, porque no había que ser muy inteligente para saber qué se trataba de él de quién hablaban. No era la primera vez que escuchaba algo parecido, desde esa tarde en que discutimos se había dado a la tarea de crearse una fama a base de mentiras. El cambio radical en él no había sido solo su físico, más que solo cortar su cabello, había algo en su semblante que no era el mismo de antes. Ahora también había optado por, de la forma más despreciable posible, tomar conductas intimidatorias.

Cada vez estaba peor, no se limitó a hacerlo en las prácticas con los miembros nuevos del equipo, de los que dos se fueron por esa misma razón. También lo hacía por fuera, a sus compañeros de clases, empujones suaves, tropiezos, burlas pasivo-agresivas, y cada vez aumentaba su repertorio. Más aún, cuando algunos a su alrededor celebraban con él sus «hazañas».

No puedo decir que eso era lo peor, de todas las cosas posibles era menos doloroso saber eso, que verlo perderse a sí mismo de la peor forma posible.

—Te puedo dar clases, gratis y privadas, ¿qué dices? —le preguntó a una chica a su lado—. La pasaremos más que bien.

Por desgracia, ese día había pasado por nuestro lugar especial en la cafetería, porque en el fondo había albergado la esperanza de que llegara al mismo lugar y pudiéramos hablar como personas civilizadas. Vaya error, porque sí fue a la cafetería, muchos metros alejado de nuestro lugar, pero tampoco solo. Una chica lo acompañaba, sonrojada y sonriente, nerviosa y expectante.

—Sería genial, los números no se me dan tan bien como a ti, por lo que veo —contestó ella entre risas coquetas.

—Tuve un buen maestro —contestó, levantando la vista y notando mi presencia, pero desviandola casi al instante—, pero no soy egoísta, puedo compartir mis conocimientos.

Las risillas de aquella chica siguieron, más cuando de forma insinuante, Edgar rozó su mejilla al pasar tras su oreja un mechón de cabello. Un gesto que, al parecer, era su idea que yo viera, ya que me miró de soslayo al hacerlo.

Me resigné, levanté mis cosas y me fui de ese lugar. Las lágrimas se aglomeraron en mis ojos, los latidos de mi corazón resonaron incluso en mis oídos de los fuerte que latía, pero no me dejé llevar por el dolor. Pese a que había sentido aquello como un mensaje directo y personal, no quería darlo todo por perdido. Me había herido profundamente, sí, pero si algo estaba seguro era que ese no era mi Edgar. No sabía que lo había empujado a hacer tal cosa, pero algo dentro de mí me impedía rendirme con él.

—¡Este culicagado, me da es...! —se quejó Emilio—. No me digas, el efecto Edgar se venció.

—No sé de qué hablas —negué, tirando mis cosas sobre la mesa y sentándome frente a él—. ¿Ya fuiste?

—No me cambies de tema, lo viste, por algo estás que lloras —exigió con seriedad—. ¿Qué pasó?

—Su nuevo yo está ganando, solo eso —suspiré, esperando no dejar salir las lágrimas.

—En algún momento lo tendrás que ver, así que te lo cuento para que te prepares psicológicamente —advirtió, tomando una pausa tan larga que me asuste—. Tu Idiota se las quiere dar de Don Juan, coqueteando con chicas y haciéndose el badboy irresistible.

—Tarde, ya lo vi —dije, en un suave hilillo de voz.

Centré mi atención en cualquier cosa, sacar mi portátil para continuar con mis deberes, mirar la mesa como si fuese lo más entretenido, cualquier cosa que me permitiera desviar la atención del recuerdo de Edgar. No quería terminar llorando, no aquí ni con él ni por él.

—Dios bendito, intenté hablar con ese idiota ayer, ¿sabes? —anunció, dañando toda mi fachada de indiferencia—. Intenté tomar el papel de buen amigo preocupado, interesado en ayudar y toda la mierda. ¿Para qué? Toparme con el imbécil más petulante de la vida, me zapateo como garrapata.

—Era de esperarse, la verdad —me limité a decir.

—¿Qué pasó? Hasta yo noto que hay algo raro aquí y soy pendejo para ver esas cosas, pero es obvio a kilómetros —afirmó tan seguro de sus palabras, que solo le enojé más—. Nadie cambia tanto en tan poco tiempo, o sea.

Todo el mundo lo vio, lo notó, lo saben, pero él sigue empeñado en negarlo como si su vida dependiera de la mentira. ¿Qué estaba ganando con eso?

—No lo sé, también lo creí —contesté encogiéndome de hombros—, tal vez ahora es que venimos a conocer al verdadero idiota que se escondía tras esa sonrisita.

—Sé que estás enojado con él y te doy toda la razón, hasta yo lo estoy, pero...

—No hay peros, si él quiso jugar eligió mal, no me va a tomar por idiota —le interrumpí.

—Lo sé y aunque sé también que lo dices por enojo, es mejor que te alejes de él —insistió—. Por lo visto no traerá nada bueno y tampoco se deja ayudar, él verá que hace.

Una batalla en mi interior quemó parte de mi razón, no sabía que hacer de ahí en adelante. Tenía razones de sobra para no rendirme y buscar la forma de ayudarle, lo amaba demasiado para dejarlo caer en ese abismo, pero en cierto modo Emilio tenía razón, ¿cómo iba a hacerlo si él no me lo permitía?

—No te preocupes, ya empecé con eso —repliqué enojado—. ¿Fuiste a la entrevista?

—Sí, por supuesto —suspiró, dejando morir el tema ahí—. Fue el típico «no nos llames, nosotros te llamamos», así que seguí enviando hojas de vida. ¿Tú?

—En eso trabajo, pero nada.

Una vez más, como en días anteriores, nos quedamos revisando diferentes portales de bolsas de empleo con la esperanza de obtener algún resultado. Eso mientras esperaba mi clase, solo una hora más de charlas y podría volver a casa. Necesitaba salir de ese ambiente, alejarme de todo lo que pudiese recordarme a Edgar, o lo más probable, evitar volver a verlo. Para mi corazón, en ese momento lo peor que podía presenciar era verlo coquetear descaradamente con esas chicas. No una ni dos, cada vez que pasaba era una diferente.

En casa las cosas no estaban mejores, trataba de fingir todo lo que podía mi ruptura con Edgar. Y aunque mi papá sabía parte de la historia, solo detalles que vio en los últimos días, no podía solo dejar salir mi frustración frente a ellos así a la ligera. Aún tenía orgullo, más del que pensé y menos del que debería tener.

¿Por qué? No podía evitar no llorar por horas seguidas estando a solas, en la oscuridad y silencio de mi habitación. La única persona en ese momento que estaba al tanto de las cosas era Violeta, y de la misma manera, en ese momento no había persona que más odiara a Edgar que ella.

—Muy tarde para conocer al niño, de verlo le parto esa geta por idiota —habia dicho aquella vez.

Sin embargo, y aunque su consejo fue el mismo que me dio Emilio, no pude evitar sentirme desesperado por verlo empeorar las cosas. Cada vez iba más allá de lo permitido, tanto así que se vio involucrado en una pelea con unos compañeros del equipo. Solo medio semestre iba, segundo corte, y su nombre ya empezó a generar miedo e incertidumbre entre muchos.

«Ven a mi oficina de inmediato», escribió mi padre.

Había recibido ese mensaje de papá con tanta urgencia que me había asustado, algo había pasado. Así que, para no hacerlo esperar más, simplemente fui trotando hasta el bloque deportivo donde, fuera de la oficina del decano, había un tumulto de personas esperando. Se me aceleró el corazón, solo podía ser un único motivo y esperaba equivocarme en eso.

—Dios, ¿qué pasó? —pregunté en cuanto entré, viéndolo tan furioso como no lo había visto en años.

—¿Puedes decirme qué mierda es lo que le pasa a Edgar? —indagó entre dientes apretados—. Ocasionó una pelea en el equipo, y está a punto de colmarme la paciencia.

—Me encantaría saber lo mismo, te lo juro —me limité a contestar.

—¿Cómo no vas a saber? —replicó indignado.

—Solo no sé —reiteré, encogiéndome de hombros.

Dos suaves toques en la puerta interrumpieron su siguiente retahíla, por lo que el susodicho entró sin siquiera esperar invitación. Era él, tan serio y tan desaliñado como quien acaba de salir de una pelea. Incluso, un leve moretón se podía apreciar en su pómulo izquierdo. No tenía la finalidad rojiza o morada, era más un poco amarilla y verde. Se veía fatal pese a ser solo una sombra.

—¿Me llamó? —dijo, ignorando mi presencia.

—¿Estás idiota o solo quieres saber hasta qué punto de idiotez llegas en un solo semestre? —le reclamó.

—Ellos empezaron, no esperaba que dejara que me insultaran así como así, ¿verdad? —se excusó, sin terminar de entrar y sin mirarme una sola vez.

—Entra y siéntate —exigió—. Te he tolerado varias este semestre, pero peleas dentro de mi equipo no, así que si quieres mantener este trabajo y tú puesto de titular, deja toda esa mierda. Llegó a saber que te estás saliendo de control de nuevo, y vamos a tener problemas muy serios, Edgar. Aún no me conoces enojado, y sigues siendo un primiparo aquí. ¿Lo olvidas?

—No señor —afirmó, obedeciendo y sentándose a mi lado.

El entrenador suspiró con pesadez, se pasó las manos por el cabello como en un intento de calmarse. En todo ese momento había pasado de mi como si fuese aire, tan evidente que hasta él lo noto. Nos miró de forma acusadora e intercalada, pasando de uno al otro en un intento por entender el ambiente. Se rindió, gruñó con fastidio y se levantó.

—Voy a salir por esa puerta y los dejaré solo, y espero que como personas civilizadas que se supone que son, arreglen sus putos problemas, no quiero que lleven toda esa mierda a la cancha —anunció y salió dando un portazo.

Al instante, Edgar se levantó, estiró su cuerpo en toda su longitud y soltó un quejido como de dolor. Sin embargo, lo desestimó al instante recogiendo su bolso y mirándome por primera vez.

—Hagamos esto rápido porque no quiero estar aquí —se limitó a decir—. No tengo ningún problema contigo, fin.

—Pero sí con todo el mundo, ¿a dónde quieres llegar con esa actitud? —le reclamé, con la rabia empezando a fluir en mi interior.

—Lo que haga o deje de hacer es cosa mía, no te incumbe ni tiene que ver contigo —replicó—. ¿Estamos?

—¿Seguro? —insistí.

—Si tengo opción de elegir, sí, muy seguro, mientras menos contacto tenga contigo mejor para mí —expresó con una sonrisa forzada.

—¿En serio? —me burlé cada vez más molesto, si quería jugar al tira y jala, lo haría—. Porque no te creo, ni una sola palabra.

—Y a mi me resbala —se encogió de hombros, caminando directo a la salida.

—Si tan poco te importa, repítelo —exigí, distendido su huida.

—No quiero...

—Repítelo mirándome a los ojos —le interrumpí, marcando una diferencia en mi tono de voz—, dime en mi cara que me desprecias tanto como crees, así como antes me dijiste que me amabas, dilo y te creeré.

Lo escuché gruñir con fastidio, dándose la vuelta con rabia y centrando su mirada enojada en mí. Y ahí estaba de nuevo, esa mirada de miedo y arrepentimiento que hacía cada vez que golpeaba a alguien, la vergüenza que sus ojos no podían ocultar cada vez que se hacía el bully con los demás. Había creído que era imaginación mía, pero ahí estaba, cubriendo su mirada y llenándose de lágrimas.

Apretó la mandíbula, mantuvo las manos empuñadas a sus costados. Y aunque sus ojos decían una cosa, la determinación en el resto de su postura daban otro mensaje totalmente opuesto. Y el miedo empezó a doblegarme.

—No tienes que hacer nada de eso, sea lo que sea que esté pasando, podemos ayudarte —expresé antes que él dijera algo—. Sabes que te amo y que haría todo por ti, cualquier cosa, solo déjame hacerlo.

Inspiró profundamente, lo vi tragar en seco y negar ante cada una de mis palabras. Estaba más que perdido.

—Te odio —dijo por fin, con voz suave y temblorosa, pero cargada de tensión—, todo lo que pasó antes fue una completa estupidez, pero tranquilo que no pienso cometer el mismo error dos veces, así que piérdete, graduate de una jodida vez y déjame en paz.

Salió lo más rápido que pudo dando un portazo, dejándome atrás con el corazón destrozado y un estado de shock que me mantuvo pegado en mi sitio sin mover un músculo. Afuera, la voz de mi papá resonó por enésima del bullicio, y Edgar respondiendo de fondo.

—¡Edgar, maldita sea!

—Lo siento, tengo clases.

Mi cabeza aún no era capaz de procesar lo que escuché, porque por muy serio que no haya dicho, recé a Dios y todos los santos porque haya sido una vil pesadilla. Pero no, eso acababa de pasar. El portazo de mi papá entrando de nuevo a la oficina no hizo más que confirmarlo, seguía despierto, entumecido y saliendo del estupor. Todo el dolor me estaba cayendo encima de forma aplastante.

—Este hijo de... ¿qué mierda pasó? Supongo que no hicieron lo que les pedí, par de... —Sus palabras se vieron interrumpidas al ver mi deplorable estado.

Empecé a temblar, una corriente fría abrazó mi cuerpo llenando cada rincón de este con su manto. Creí que iba a morirme, esperé a que eso pasara, pero no tuve tanta siente.

—Thom, ¿estás bien? —indagó preocupado, colocando su mano en mi hombro, pero solo pude negar con la cabeza, no podía hablar—. ¡Dios bendito!

Suspiró con pesadez, pero esta vez sin reclamos ni regaños, ésta vez no como el entrenador Ramírez, solo como Enrique, mi padre. Me abrazó fuerte, cubriéndome con sus brazos mientras golpeaba mi espalda.

—Todo va a estar bien —susurró.

Pero yo sabía que no lo estaría, ni ahora ni nunca más. Aquello había marcado un fin definitivo en nuestra historia, y por ello, no pude soportarlo más. Me deshice en llanto como nunca lo había hecho, frente a la única persona que posiblemente me juzgaría por ello. Pero me equivoqué, la fuerza de su agarre solo me dio confianza y confort, pero nada de eso era suficiente para sanar el daño dentro de mí.

Como pude, calmé mi llanto y regresé a casa en completo silencio. Papá prefirió no tocar el tema ni mencionar nada aún a mamá, aunque ella haya insistido en preguntar qué había pasado luego de verme llegar en ese estado. Tan lamentable y patético como podía ser un corazón destrozado.

En mi habitación, volví a llorar mientras sus palabras regresaban a mi cabeza, clavando puñales llenos de veneno en mi atrofiado corazón. ¿De verdad era él o solo la situación hablando por él? Ya no sabía qué creer.

Decidí escribirle, por el medio que sea pero quería intentarlo. Aun así, me detuve con el celular en la mano. ¿Qué iba a decirle? ¿Le rogaría más que lo que ya le insistí? ¿De verdad quería caer tan bajo? Por él lo iba a hacer, pero en el fondo sabía que todo eso caería en saco roto. Por el contrario, me limité a pedir lo que era mío de vuelta.

«Devuelveme mi buzo, lo dejé en casa de tu tía», le envíe, mensaje de texto como alternativa al tenerme bloqueado en sus redes sociales.

«Ups, lo perdí, y gracias por recordarme que por acá también te puedo bloquear, bye», contestó casi al instante.

No esperaba su respuesta mucho menos esas palabras, pero a esas alturas del partido ya nada podía sorprenderme. Peor aún, no había nada más que hacer, me había enamorado de una falsa ilusión, me dejé intoxicar con su dulce esencia y engañar con esa sonrisa brillante. Y ahora, mi corazón pagó el precio más alto por su engaño. Había perdido.

Cuenta regresiva

Solo 3 caps más

Y después, mi corazoncito dejará de sufrir

Los amo ❤️

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