Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

🏀27🏀

Thomas

Número, letras, ecuaciones y más números, peor aún, identidades trigonométricas. En eso se había resumido todo lo que llevábamos de semestre, casi entrando a parciales de primer corte. Aunque sonó desalentador, de cierto modo me sentía bien con los sucesos hasta ese día, Edgar estaba avanzando bastante bien en cálculo dos, el que creí que le daría más problemas. Preferí creer que, más que darle buenas bases, él se estaba acoplando perfectamente con sus clases.

Y ni hablar del trabajo, había empezado más que bien siendo auxiliar de deporte formativo. Hacía sus deberes, colaboraba con las actividades y le rendía el tiempo para todo. Papá incluso me resaltó lo bien que le estaban hablando los profesores de él, y eso era decir demasiado para un estudiante de primeros semestres. Estaba cada vez más orgulloso de él.

A solas en nuestro lugar predilecto, habíamos estado repasando las derivadas para su parcial. Concentrado en sus ejercicios, desarrollándolos casi sin errores, sentía que ya no necesitaba de mis tutorías. En el fondo, esperaba que sí, todo con tal de seguir pasando el mayor tiempo posible con él.

—¿La derivada de un cociente? —le pregunté.

—Esa me la sé, es... —murmuró pensativo, alejando su cuaderno de él—. La derivada del numerador por el denominador sin derivar, menos, el numerador sin derivar por la derivada del denominador, todo eso dividido con el denominador al cuadrado.

—Muy bien, muy bien —expresé con una sonrisa—. ¿Derivada del logaritmo natural de x?

—Uno dividido con x, independiente de lo que sea x —contestó con confianza.

—Vaya, estamos picantes en derivadas, así que supongo que las integrales será pan comido para ti, pronto serás tú quien me de clases, duraznito sabroso —aseguré, apoyándome de más sobre la mesa e inclinándome hacia él, sonrisa amplia y expresión coqueta.

Me seguía sorprendiendo la facilidad con la que lo ponía nervioso, solo ver el suave sonrojó en sus mejillas y la forma en que se queda viendo mi boca era una maravilla. Y me encantaba jugar con ello.

—Claro que sí, doy clases los jueves y no cobro mucho —titubeó con una sonrisa dulce, sin despegar sus ojos de mis labios.

—¿Vas a cobrarme? —repliqué, relamiendo sensualmente mi labio inferior.

—Negocios... —carraspeó, repitiendo mi gesto—, son negocios, mi Thomy, ni modo.

No pude evitarlo, me reí tan fuerte que agradecí estar casi a solas con él, de lo contrario nos estuvieran mirando como bichos raros, y por esa misma razón, no hubiese podido disfrutar del momento. Lo tomé del cuello y lo termine por acercar a mi, ambos apoyados sobre la mesa frente a frente y nuestros rostros demasiado cerca.

Suave y lento, un beso en sus labios que me derritió el corazón, lo amaba tanto que no podía controlarme con él tan cerca. Y al parecer, a él le pasaba lo mismo, dado que sus manos subieron desde mi cuello hasta mis mejillas, tomándome con delicadeza pero besándome con ansias.

—Te amo, mi rayito de sol —susurró sobre mis labios, con esa sonrisa que me desarma.

—Y yo te adoro, tanto que haría lo que sea por ti, lo sabes, ¿verdad? —afirmé, con la mayor sinceridad que podía expresar.

Edgar me besó una vez más, pero no sin antes captar la humedad creciente en sus ojos y sé que no era de emoción. Pese a verlo un poco tranquilo y sonriente estos días, esa espina que tenía hace meses dentro de mí volvió a incrustarse más profundo en mi pecho. Había visto una profunda tristeza en sus ojos que no podía ocultar, no del todo y no de mí.

Desde inicio de clases estaba demasiado extraño, un poco alejado de mí, incluso se le vio paranoico. Por más que traté de consolarlo o que me dijera que sucedía, siempre obtuve la misma respuesta: —Estoy bien, no pasa nada, no te preocupes.

—Lo sé, Thomy —susurró, okis cerrados y frente pegada a la mía.

—Entonces dime qué es lo que pasa, quiero ayudarte —insistí, me dolía el corazón de verlo así—. Te conozco lo suficiente para saber que algo pasa, solo dime.

—Los mismos problemas de siempre, discusiones con mamá y eso —contestó, desviando su mirada a mis labios, esta vez, no por distracción—. Ya estoy acostumbrado, pero te agradezco todo, es lindo que te preocupes por mí.

—Hay algo más, sé que eso no es todo —repliqué un poco dolido, pero tampoco podía obligarlo a hablar así que tocaba esperar.

—¡Eres tan lindo! —susurró, un poco perdido en sus propios pensamientos.

—Está bien, no me digas —expresé haciendo un puchero—, pero cuando nos casemos dormirás del lado del monstruo y no te daré cobija pa' que te jale las patas.

Sonrío con tristeza, con las lágrimas subiendo sus ojos y el sonrojo intensificándose en sus mejillas. Inmediatamente, me moví a su lado, dejando que apoyará su rostro en mi hombro y rodeándolo en un fuerte abrazo. La cosa debía estar bastante duras en su casa con su mamá, no por nada las ganas de llorar afloraron. Entre mis brazos, lo sentí estremecerse, respirando profundo y tembloroso.

—Todo estará bien, mi cielo —susurré a su oído, sintiéndolo reír suavemente.

—Contigo todo está siempre mejor, por eso te amo tanto —murmuró, mostrándome la nueva sonrisa adornando su precioso rostro.

—¿Acaso quieres hacerme llorar? —repliqué conmovido.

Volvió a reírse, tan burlón y dulce que me hice el indignado; y aunque haya sido a costa mía, preferí eso mil veces a verlo triste de nuevo. De momento, solo me quedaba esperar y ser paciente, no podía obligarlo a decirme nada hasta que no se sintiera cómodo con eso. Revelar tus más profundos pesares nunca es algo fácil, menos cuando personas como él están acostumbradas a hacer las cosas por sí mismas. Odié eso, odié a su madre.

Por más que hubiese preferido lo contrario, me tocó dejar ir a Edgar a su clase de deporte. Debía cumplir con cierta cantidad de horas a la semana para poder recibir su pago, un aproximado del 70% del salario mínimo, lo justo aunque aún no lo suficiente.

Teniendo el resto del día libre, una idea bastante loca empezó a formarse en mi cabeza. No sabía cuál era la magnitud del problema ni de qué se trataba, pero sí sabía quién era la causante principal de todo eso, su madre. Sin ella en la ecuación todo sería color de rosas, además, ya había escuchado de la propia boca de Edgar que pensaba irse de su casa. ¿Y si lo ayudo con eso?

Empecé a buscar en internet, lugares cercanos y económicos que podría ver después, precios de alquiler y tamaño aproximado. Apartaestudios, apartamentos pequeños de dos, interés habitaciones, gangas opciones y mucho por ver. Pude recopilar algunas opciones que se veían decentes, montan grandes pero sí lo suficiente para los cinco, porque claro, no iba a dejarlo solo en este nuevo paso. La idea completa era no solo darle la opción de adelantar la mudanza, sino acompañarlo en todo el proceso.

Sí, esperaba que sí aceptaba y se dieran las cosas, empezáramos a vivir juntos. Él trabajando y estudiando, y yo en mis prácticas empresariales, entre ambos podíamos mantener una casa pequeña y a las tres niñas. Sería difícil, ningún cambio jamás es fácil, pero sé que podríamos tener el apoyo de mis padres en cada etapa de esta relación.

Sin embargo, al ver los precios de alquiler y servicios mi ilusión se rompió un poco. Por más que hiciese cálculos, que tratase de aproximar más o menos cuánto podríamos gastar por mes en esas dos cosas más comida y otros gastos, se iba más allá de lo esperado. Eso sin contar el gasto inicial, ya que la mayoría de esos departamentos por muy pequeños que fuesen, pedían un mes como póliza más el primer mes de arriendo.

Mientras más pensaba en las posibilidades, más puntos en contra salían. ¿Carta de recomendación y certificado laboral? ¿Estábamos buscando dónde vivir o dónde trabajar? No terminé de entender las razones de todo eso, pero debía aceptar que eran las exigencias de los dueños de esos departamentos. Aun así, tiraron por la borda todas mis opciones. Yo aún no podía conseguir esa documentación, y la universidad tampoco lo hace ya que, aunque le paguen, sigue siendo algo de voluntariado y no cuenta como trabajo formal.

Regresé a casa con el ánimo por el suelo, la idea de conseguir las prácticas se tornó no sólo obligatoria, sino necesaria y urgente. Iba a dejar de lado la absurda idea de trabajar en la universidad, debía empezar a planificar bien las cosas y seguir mandando hijas de vida a las diferentes vacantes. Explotadoras o no, eran los que me podían dar el papeleo necesario para poder firmar contrato de arriendo. Solo eso bastaba para poder hacer realidad está idea, la única manera que se me ocurría para ayudar a mi Edgar, aún con el poco contexto que tenía.

Esa nueva opción podría tomarme un par de meses todavía, no solo por el tiempo que me lleve conseguir el trabajo, sino por el hecho de esperar a cumplir dos o tres meses de trabajo para poder pedir el certificado. Y eso, siempre y cuando no se fijen en que era un simple pasante. Si eso influye en la decisión del arrendatario, estaba perdido. De todos modos, no me iba a dar por vencido, seguiría pensando en opciones y posibles soluciones. La casa de mis padres no era una de ellas, por más cómoda que fuese no había espacio suficiente. De lo contrario, sería una salvación temporal para el escenario más urgente posible. Esperaba no tener que llegar a ese extremo, pero dada la situación, tampoco iba a descartarla del todo.

«Hola, mi duraznito, ¿qué tal terminaron las clases? Te tengo una idea revolucionaria, así que me avisas cuando estés desocupado y hablamos.

Un beso a las niñas de mi parte, ya las extraño». Dos mensajes enviados, uno tras otro y casi escribiendo un tercero, pero no estaba en línea.

Me dediqué el resto del día a mis deberes de trabajo de grado, la tesis estaba casi lista y en espera de correcciones. Los resultados habían quedó listos para ser analizados, lo que me llevó a iniciar la discusión y conclusión del proyecto. Era lo último y único que faltaba, de no tener que corregir nada de eso, podría mandarla a revisión oficial y esperar a tener la fecha de sustentación. Estaba nervioso, tanto por mi graduación tan cerca como por las prácticas inexistentes. Era este semestre o nunca.

«Hello, capitancito», recibí un mensaje.

Había saltado por un segundo, esperando fuese un mensaje de Edgar, pero en su lugar Juan se retiraba después de dos semanas sin saber de él. En otra ciudad, trabajando como burro, sin muchos descansos entre jornada no esperaba mucho.

«Creí que te habían sacado los órganos, como ni contestas ese aparato», le contesté con emojis molestos.

«Deja el estrés que sé que no me extrañas, ya tienes a ti amorsh para distraerte a lo salvaje», se burló.

«Hazte el chistoso», envié, mientras que él empezó a grabar un audio. Eso una para largo.

—Mira, animal del monte, aunque nos hayas cambiado sigues siendo mi mejor amigo así que prepárate porque hay noticias —anunció con una risilla—. Ya le dije al Emilio porque al parecer tampoco ha conseguido prácticas, así que pela el oído.

De fondo, el murmullo de voces y algo de música hacia eco en la llamada. Al parecer, estaba en el apartaestudio que compartía con otros estudiantes en su misma calidad de practicantes. No sólo eso, también provenían de otras ciudades del país.

—Acá donde trabajo están haciendo varios proyectos, todos con estudiantes de diferentes carreras donde les dan la oportunidad de hacer prácticas y la tesis, para quienes no tienen ideas aún sobre lo que quieren hacer —explicó—. Y por lo que escuché, en otras sedes también quieren hacer lo mismo así que, amigo mío, si de aquí a dentro de un mes más o menos no has conseguido ni que te mee un perro, envía la hoja de vida. Pagan bien, más que bien, y te dan descuentos en alquiler solo por trabajar con ellos. ¿Qué más quiere, perro?

Con esos amigos, no era necesario hacer enemigos por el resto de mi existencia.

—Lo pensaré, de todos modos estoy recibiendo algunas referencias y citas para hacer entrevistas —contesté, con mentiras, pero era necesario—, igual lo tendré en cuenta, gracias, perro desgraciado.

«Ay, pero que genio, ahí te dejo el correo y la página para que estés pendiente, ahí suben siempre las ofertas laborales», respondió con un mensaje.

Por más que quisiese y que se veía tentadora la idea, no era una opción dado el giro de las cosas ese día. No iba a dejar solo a Edgar por nada del mundo, así que si abrían sedes en esta ciudad, aplicaría sin dudar. Sin embargo, y dada la hora, nos quedamos charlando un rato de los pormenores de su vida, hora tras hora hasta llegado el momento de ir a dormir. Todo ese tiempo y no hubo respuesta de Edgar.

«¿Todo bien, mi Eddy?», envié.

Traté de respirar profundo y dormir, los mensajes no le llegaban y no se había conectado desde que salió de la universidad. Tal vez, y esperaba así fuera, se había quedado sin datos para poder contestar. De todos modos, lo vería al día siguiente durante el día y en las prácticas. Sin dos de mis amigos presentes y el autoproclamada cocapitan, quedamos solo él y yo para entrenar a los nuevos miembros del equipo. Entrenarlos y acostumbrarlos a la peculiar calidez del entrenador, no queríamos que salieran corriendo del miedo.

«Buenos días, mi amor, ¿dormiste bien?», enviado.

Había pasado gran parte de la noche y ahora la mañana pensando en todo, pero él seguía sin contestarme. Era raro, jamás había demorado tanto en conectarse. De ser necesario, podría hacerle una recarga para datos y que no se quedará incomunicado. No quería pensar más allá de eso, solo esperar el transcurso del día y pensar en las posibilidades del fin de semana que se venía. Ya era viernes, y al parecer, un lunes festivo de agosto, el último antes de todo un mes sin festivos. Cómo me caía mal septiembre, mucho amor y amistad pero sin descansos.

«Eddy, amor, tenemos práctica, ¿dónde estás?», insistí.

Por más que traté de evitarlo y sobrepensar las cosas, ya era inevitable. Había pasado más de la hora de almuerzo, a esas alturas del día nos habíamos visto siquiera dos veces por muy fugaces que fuesen, y los mensajes seguían sin llevarle. De estar en la universidad, tendrían que llegarle, no hay rincón donde no llegase la señal del WiFi libre.

Dos, tres, cuatro tonos y se iba a buzón. No contestaba mis llamadas tampoco.

—Pilas, niñitos, los veo muy lentos el día de hoy —gritó el entrenador, la práctica había iniciado sin él, no esperaba a nadie—. Levanten bien las piernas, que se vea que están haciendo el ejercicio, no sean vagos.

Una punzada de dolor me atenazó el pecho, no era el ejercicio, era más que eso. Tenía un muy mal presentimiento con esto, su ausencia y silencio no eran para nada normales. Algo había pasado, estaba seguro, por desgracia y el entrenador se había dado cuenta.

—Descansen y van a las duchas —gritó, terminando con un silbatazo—. Thomas, vení.

Con el corazón en la mano, me acerqué hasta su puesto. Era obvio que notaría su ausencia, era uno de sus mejores jugadores y su yerno, no había pérdida.

—¿Dónde putas se metió? —indagó un poco molesto—. Que ni se le ocurra dejarme mal con el trabajo la semana que viene, porque pagarán los dos, ¿entendido?

—Claro, yo le digo —contesté con hilillo de voz, esperando atribuirlo a mi agitación.

—¿Pasa algo? —preguntó, esta vez curioso.

—No, todo bien —me limité a decir.

—Jummm, espero me avises si pasó algo, ¿estamos? —insistió.

—Sí señor.

Me alejé aparentando tranquilidad, solo agitado por el acelerado respirar. Sin embargo, sabía que era casi imposible estarlo. Había miedo en mi pecho, mucha preocupación y me estaba estresando. Tanto así que, aun con lo payaso que es, Emilio se dio cuenta de la situación.

—¿Pelearon o algo? —indagó extrañado.

—No, en absoluto, solo dejaron de llegarle los mensajes —expliqué, terminando de vestirme.

—¿Te bloqueó? —exclamó sorprendido.

—Que no, puedo ver su foto, su última conexión, todo —repliqué, sin saber que más decir al respecto—, solo no tiene Internet. Me preocupa que se haya enfermado, eso es todo.

—Ve a su casa, si no tiene internet es mejor ir a lo seguro —sugirió, sus cosas empacadas y listos para salir—. Te acompañaría, pero tengo que preparar mi hoja de vida para mañana, tengo una entrevista de trabajo.

—Excelente, me recomiendas cuando entres, necesito también —expresé, esperando sonar despreocupado.

Salimos de allí rumbo a la salida, dejando todas mis cosas en el carro de papá y un mensaje de texto a su teléfono.

«Llegaré un poco tarde a casa, iré a ver cómo está Edgar, creo que está enfermo».

Esperaba que eso fuese suficiente para acusarlo sin levantar tantas sospechas, no quería que pensaran cosas que no pasaron o noten mi propio nerviosismo. Todo a su debido tiempo y con las pruebas debidas, hasta no verlo no diría más nada al respecto.

Primero me pasé por el vecindario de su tía, puede que allí se haya quedado sin internet y estuviese cuidando de las niñas. Pero no, la casa estaba cerrada y a oscuras. Si la tía no estaba, ellos tampoco estaría encerrados, no era propio de Edgar.

Con el corazón a mil y el miedo aplastando mi pecho, me apresuré a tomar un taxi directo a su casa. Demoraría menos y llevaría antes de las siete, a esa hora cualquier casa estaría abierta o con luces encendidas. Pero no, también estaba como la casa de tía Rosa, cerrada y a oscuras.

Por más que me hubiese gustado, no me atreví a acercarme y tocar la puerta, en su lugar. Desde una esquina de la casa lo llamé, una y otra vez le marqué desesperadamente a su teléfono, pero a diferencia de la mañana estás se iban directo al buzón. Estaba apagado.

Regresé a casa sin tener idea de qué más hacer, la desesperación estaba tomando control de mi. Durante todo el fin de semana pasé varias veces por su casa, le seguí escribiendo y llamando, pero era como tratar de saltar un muro de concreto de más de dos metros de altura. No lograba divisar nada, ni una sola señal de su presencia tras esas ventanas azules, todas nuevas y pulcras a comparación al estado de la casa antes de las vacaciones. ¿Eso tendrá algo que ver?

—¿Alguna noticia? —indagó Emilio, uno de los pocos enterados de la situación actual.

—Nada, sigue apagado y parece que no hay nadie en casa —suspiré, una nueva sensación empezaba a crecer en mi interior, revolviendo mi estómago—. Ni siquiera ha venido a clases, pero parece que mandó una incapacidad por correo para toda la semana.

—¿Decía algo, está enfermo?

—Resfriado, congestión, migraña, algo así, se veía bastante borroso —expliqué, lo raro que se veía aquel documento—. No sé, hay algo raro en todo eso.

—¿Quieres llamar a la policía? —sugirió, captando por completo mi sorprendida atención—. Pueden pasarse por ahí y preguntar, si crees que no puedes entonces alguien más puede hacerlo. Una llamada anónima y listo.

Aquella idea se quedó pegada en mi cabeza, toda la noche y hasta el día siguiente pensando en ello como una buena posibilidad. Pero desistí, si no podía hacerlo yo por no darle problemas con ese supuesto primo, ¿qué me hace pensar que la policía lo resolvería?

Esperaría, endría la tendría la suficiente paciencia como para esperar el tiempo límite de la dichosa incapacidad para verlo, encararlo si hacía falta, pero sobre todo, saber que estaba bien y que solo estaba exagerando. Aun así, mientras ese día llegaba seguí yendo a su casa algunas noches más.

—¿Hoy si viene? Su excusa se venció —preguntó Emilio.

—Eso espero, pero aun no lo he visto —contestes, tratando de mantener el control de mis impulsos.

—Me avisas, debo ir a hacerme los exámenes médicos, casi puedo saborear el primer pago —celebró Emilio.

Siendo casi hora de almuerzo, me dirigí a nuestro lugar predilecto para las tutorías con la esperanza de verlo allí, pero no estaba. Sin embargo, a lo lejos su cabellera castaña y sus ojos cafés por fin aparecieron. El alivio empezó a crecer en mi interior, descargando días enteros de estrés y preocupación, hasta que lo note. Mis pasos hacia él quedaron paralizados, se veía tan diferente que no parecía el mismo.

Su característica cola de caballo había desaparecido, en su lugar un corte casi militar había reemplazado su estilo; sus ojos estaban opacos, sin ese brillo que me encantaba; y las ojeras eran notorias, más que nunca. Por un segundo nuestras miradas se cruzaron, la mía sorprendida y preocupada, la de él indiferente, sin pizca de emociones. Desvió su mirada, apretó la mandíbula y continuó su camino rumbo a los bloques de salones, dejándome con un sabor amargo en la boca y un dolor punzante en el pecho.

Me obligue a reaccionar, por más que no entendiera que había sucedido, necesitaba respuestas a todos mis interrogantes. O por lo menos, a una de ella y la más importante, ¿qué pasó? Pese a todos mis esfuerzos, no pude alcanzarlo, como si el mismo bloque se lo hubiese tragado.

Esperé hasta la llegada de la práctica, ya había faltado lo suficiente como para ser expulsado del equipo. Sin embargo, su presencia fue tan silenciosa y vacía que el entrenador supo desde el único que algo no encajaba en todo eso.

—Rápido, rápido, les traigo un energizante o qué, hijos míos —gritó el entrenador—. Tres vueltas más, Edgarcito, estás atrasado en la cuota.

—¡Sí señor! —se limitó a decir.

Con rapidez, Emilio se acercó trotando a mi lado, observando casi boquiabierto el comportamiento ermitaño de Edgar y su nueva pose. Por más que quiera no verlo, no creerlo, estaba más que claro.

—¿Estas seguro que ese es Edgar y no nos lo cambiaron por otro idiota? —indagó estupefacto—. Ni siquiera me refiero a su cambio físico drástico, ¿sabes que entró a las duchas empujando a todo el mundo?

—No estás...

—Dios, ojalá estuviera brindando —bufó—, no hay persona que más odie en la vida que los bullys, y tu novio por desgracia, se quiere parecer a uno a mucha fuerza. Dile que no le queda el papel, solo parece idiota.

Durante el partido de práctica las cosas se pusieron aún más raras, dado que muchos de nuestros compañeros tuvieron extraños «accidentes», cayendo de bruces, tropezando y recibiendo balonazos en la cara. Si el entrenador notó todo eso, no dijo nada al respecto, pero se mantuvo pensativo y al igual que todos, bastante confundido con todo eso.

No pude soportarlo más, verlo actuar de esa manera era como verlo perder poco a poco su propia esencia. Estaba dejando de ser él mismo, pero, ¿por qué llegar tan lejos?

Esperé en las duchas, todos ajustándose con rapidez para evitar quedarse demasiado tiempo con él encerrados ahí. Murmurando a sus espaldas mientras el entrenador lo obligaba a hacer flexiones como castigo.

—¿Te quedas? —prefuntó Emilio preocupado.

—Tengo que hablar con él, u obligarlo a decirme que le pasa —contesté decidido.

—Bien, si necesita entender mejor las cosas me avisas, puedo ser bajito pero pego duro —insinuó.

—Espero no sea necesario —murmuré.

—Con esa actitud, terminará pasando....

Se fue y tras él, varios de nuestros compañeros empezaron a salir muy apresuradamente. Los nuevos principalmente, los viejos si se tomaron su tiempo sabiendo que estaría un poco demorado. Aún así, ellos eran quienes más murmuraban y me miraban de reojo. Era insoportable.

Al entrar Edgar, estaba a media ducha y casi solo. Sin embargo, no le tomó más de siete minutos despejarse todo el lugar y terminar su rutina de baño. Al parecer también quería salir lo más rápido posible de ahí, pero no lo iba a permitir.

—¿Puedes siquiera decirme qué te pasa? —le reclamé, viendo cómo terminó de colocarse los zapatos y se irguió en toda su longitud.

—Si tengo opción, no —se limitó a contestar empacando sus cosas.

—Estoy hablando en serio, Edgar, necesito una explicación —exigí, tratándome el nudo que se estaba formando en mi garganta—. ¿Qué fue lo que pasó?

—¿Por qué tendría que pasar algo? —replicó con enojo, sin siquiera verme una sola vez.

—¿Cómo qué por qué? Faltaste más de una semana con una excusa que se ve rara, pero regresas como si no conocieras a nadie —repliqué, buscando su mirada—. No contestabas mis mensajes ni llamadas, luego sonaba siempre apagado. Creo que eso merece una explicación, a mi parecer.

—Esperala sentado —dijo y empezó a marcharse.

Me interpuse en su camino, evitando que saliera sin decir lo que necesitaba. Su actitud y su indiferencia debía tener un origen, y sabía muy bien que no era mi culpa. Entonces, ¿qué? Solo él podía decírmelo.

—¡Quita! —exigió.

—¿Qué te pasa? —murmuré, sin poder evitar humedecer mis ojos.

—Bien, para que me dejes en paz es mejor que dejemos las cosas así, vale, terminamos —escupió con fastidio, su mirada clavada en un libro detrás de mi cabeza, no en mí—. Y para que no me llames más, te tengo bloqueado.

—¿Por qué? —pregunté en un hilillo de voz.

—No podemos seguir en esa estupidez, somos hombres, ni siquiera debió pasar ni debí seguirte el juego —reiteró con calma, pero sin mirarme y apretando los puños a su costado—. Te agradezco las tutorías, pero ya no van más, tampoco soy tan imbécil Para no hacerlo porque me sirvió de mucho, pero ya es suficiente, no por eso debo pagarte de esa manera, así que será mejor que lo dejemos así.

Me apartó con cuidado, sin tocarme más de lo necesario como si temiera contagiarse de alguna enfermedad. Y por dentro, mi corazón se hacía polvo con cada palabra que dijo.

—¡No estás hablando en serio! —sollocé, evitando inútilmente que mis mejillas se mojaran.

Se detuvo en seco al escucharme, con un atisbo de querer regresar dejando caer su maleta de forma pesada. Se giró lentamente, suspiro profundo y volvió a apretar la mandíbula.

—Sé que no quieres decir nada de eso, no de forma voluntaria, no serías el Edgar del que me enamoré —expresé dolido y molesto—, pero no te preocupes, para mí desgracia soy bastante paciente, así que esperaré a que dejes de ser un niñito miedoso y me explique que mierda te pasa. Aún puedo ayudarte, solo...

—Cállate, ¿quieres? ¿No te cansas de ser tan hostigante? No ha pasado nada, solo no quiero seguir con esa estupidez, ¿qué parte no quieres entender? —replicó enojado.

—La parte en la que me decías que me amabas, eso es lo que ahora no entiendo —dije, teniendo la respuesta a eso.

—Errores que uno comete, pero hasta ahí, no seré tu juguete.

Vicio a recoger sus cosas, dando dos pasos lejos de mí y levantando el rostro con la barbilla en alto. Tan imponente como quería verse, pero tan aterrorizado por dentro. Él podía decirme todo eso, pero sus ojos ni mentían, mismos ojos que jamás se atrevieron a conectar con los míos en todo ese momento.

—Di lo que quieras, aún pienso ayudarte —me encogí de hombros.

—No te creas tan especial, no puedes cambiar a la gente ni salvar al mundo —aseguró, esta vez mirándome a los ojos, con una risa siniestra que más parecía un sollozo ahogado—. Nadie puede hacerlo.

Salió con pasos pesados sin mirar atrás, dejándome hecho un mar de lágrimas rodando por mis mejillas y un vacío oscuro dentro de mi pecho, donde hace unos segundos estaba el corazón que salvajemente me arrancó y se llevó.

Lo dijo en serio.

Mis bebes no merecen eso, i know

Pero....

No hay mas opción

Quedan 5 caps. mas

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro