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Thomas
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Opción tras opción, ninguna era favorable para el postulante, solo y únicamente para la empresa, menos salario, más carga laboral, demasiado lejos, no adecuado a mi perfil e intereses, y muchas más trabas en el asunto. Tampoco podría dármelas de exigente, pero tenía dos dedos de frente como para diferenciar una oferta laboral y una oferta de explotación. Primer trabajo oficial, sí, pero no me iba a regalar.
Sin embargo, mis esperanzas de encontrar algo sólido en la universidad estaban en pie. No perdía la fe en la influencia de mi apellido, que por más que sea profesor de deportes únicamente, se ha hecho de una fama dentro de los directivos que a veces asusta. Claro está, no usaba eso para nada, salvo ahora.
No podía dejarlo pasar, quería estar cerca de Edgar más tiempo y ya conocía el funcionamiento de muchas cosas dentro de la universidad, no solo la parte deportiva, así que se me haría bastante sencillo llevar a cabo esas labores. Y, aun así, las cosas no eran seguras, ni dentro ni fuera de la universidad. Así es la vida.
Después de esa deliciosa tarde con Edgar, cumplí mi palabra de acompañarlo a buscar a las niñas, comimos un poco por allí y los acompañé hasta su casa. O más bien, hasta algunas cuadras cerca de su casa, la alarma que había olvidado sonó en medio de nuestra conversación. Tocó regresar y hacer la tarea pendiente, aun así, me di mi gustico del día por todo lo alto.
Después de eso, la semana había corrido tan rápido que lo sentí vertiginoso, el final de semestre estaba cada vez más cerca, a una semana. Los finales eran esa semana, casi todos los días un parcial diferente o un trabajo por entregar. En mi caso, con las escasas asignaturas que me quedaban, era poco lo que tenía por hacer, pero Edgar sí tenía bastante carga por aligerar. ¿Qué hice? Le ayudé, ¿por qué no hacerlo? Su éxito es mío también, además que usaba ese tiempo para estar con él, premio doble.
—¿Cómo amaneció la cosita más deliciosa y preciosa de esta universidad? —indagué, dándole un fuerte y tierno abrazo por la espalda, aspirando mi primera dosis de Edgar del día.
Su solo aroma era tan refrescante que me endulzaba el día, una esencia adictiva y revitalizante para mi cuerpo. Con solo tener eso, mi cerebro automáticamente libera endorfinas por todo mi sistema. El efecto Eddy era todo un deleite.
—No lo sé, tú dime, ¿cómo amaneciste? —dijo entre risas, acariciando mis manos pegadas a su abdomen.
—¡En serio te quiero tanto! —susurré, dándole un pequeño beso en el cuello—. ¿Preparado para las finales?
—Me agrada más ese término referente a partidos de baloncesto y no exámenes —suspiró con desgana—, pero sí, me maté estudiando.
—Soy testigo, y sé que te irá más que bien —respondí, girándolo entre mis brazos son despegarlo de mi cuerpo—. Esta vez quiero más de 4,5 en cálculo, ¿estamos?
—Creí que me querías, ¿por quieres así? —replicó entre pucheros.
No me pude resistir ante esa linda imagen, lo besé hasta cansar mis labios, mordiendo los suyos como si quisiera comérmelos. Y a cambio, un suave pellizco en mi costado me hizo separarme de él.
—¿Si recuerdas que estamos en la universidad? —me riñó.
—Yo nada más decía —me burlé entre quejidos.
—No te oí hablar en los últimos dos minutos —expresó con fingida molestia.
—Es que se me cruzó una boquita deliciosa... —De nuevo, un pellizco en mi costado—. Bien, me comporto, pero te irá peor cuando nos volvamos a ver, ¿eh?
—Tambien espero que te vaya bien, juchele. —Con un pequeño beso en los labios, se marchó rumbo a su aula de clase.
Pese a sentirme completamente feliz por ese breve momento, no podía sacarme de la cabeza el hecho de que podían reducirse por un largo periodo de tiempo y eso, era inevitable. Y era preocupante, ya lo había pensado antes, pero mi cabeza lo descartó como si no tuviese importancia. Cada vez me estaba haciendo más dependiente de él, no era malo, pero tampoco era sano.
Aun así, lo de las practicas sí debía preocuparme en serio, más por mi propia vida laboral futura. Cada día que pasaba perdía un poco de fe, solo me quedaba hasta el siguiente semestre para conseguirlas, más allá de eso ya iba retrasado. Contaba con un poco de suerte, la tesis se divide en cuatro materias, una por semestre, de las cuales ya estaba dando la segunda y la cuarta era solo la presentación de la tesis. El fin.
Era innecesario tanto teatro para algunos tesistas, incluido yo, pero me estaba valiendo de eso para seguir con esta nueva rutina junto a Edgar.
—Bien, al finalizar la semana tendrán la sustentación del avance de su proyecto, todos sin excepción —anunció el profesor—. Estará un comité curricular que evaluará los avances y como se están desempeñando en ello, asi que preparen los posters, deben enviarlo a más tardar el miércoles para su revisión. ¿Dudas?
Ya se me hacía tedioso entrar a clases, pero era obligatoria la asistencia, por ello no me quedaba más que asistir y resistir. Esperar a los entrenamientos o las horas de descanso, no solo por Edgar, también me gustaba pasar tiempo con mis amigos por muy cansones que se pusiesen. Árbol que nace torcido no se endereza, así que ni modo, retrasados se quedan toda la vida.
—¿Y entonces capitancito? —saludó Evaristo—. ¿Y tu amorcito?
—¿Y tus clases? —repliqué.
—¡Ay, pero que genio! —se burló—. Las clases terminaron hace siglos, esto no es más que relleno, ni sé pa' que tanto seminario en esta mon...
—¡Wenas! —gritó Juan—. Con W de «llegó por quién lloraban».
—¿Y dónde está la W ahí? —indagó Evaristo, error.
—En lo «wapo» que estoy. —Y estalló en carcajadas.
Estar con ellos era como estar con niños de kínder, la mayoría de veces. Había que vigilar que no se mataran, o que yo los quiera asesinar de tanta estupidez que decían. Pero era divertido, cuando no estaba de mal humor.
—¿De qué se ríen o qué? También quiero reír pa no llorar —dijo Emilio llegando como un zombie andante.
—¿Quién te apaleó? —me burlé.
—¿Sabes en cuanto nos saldrá el chiste del poster de mierda ese para una sola perra exposición? —expresó con amargura.
—Y los que faltan —suspiré, nuevo golpe de realidad.
—Les podemos pasar el contacto del lugar donde los mandamos a hacer, si van con más gente les pueden hacer un descuento —comentó Evaristo.
—Cierto, a veces olvido que ustedes están en sus últimas —me burlé una vez más, no podía vivir sin eso—, y no hablo de la carrera.
Y con eso, más que una discusión se generó hasta llegada la hora del entrenamiento. Sudor, sangre, lágrimas y mocos. Bueno, no tan exagerado, pero sí nos sacaron hasta el alma del cuerpo con el entrenamiento.
En vacaciones empezaban los torneos preliminares para los nacionales universitarios, así que quería sacarnos todo el jugo posible para poder ganar. Tanto así, que la noche casi cayó sobre nosotros aún en la universidad. Por desgracia, Edgar no se puedo quedar, las niñas estaban esperando por él y yo tenía cosas que hacer también.
Nos despedimos con un dulce beso y la esperanza de volver a vernos al día siguiente, tan cursi como me sentía por dentro. De ser visto por Violeta, sería cruelmente golpeado y sermoneado por calenturiento. Y fue eso que encendió mis alarmas.
Al llegar a mi habitación, allí estaba ella sentada leyendo un libro con la expresión más seria que podía tener.
—No presto, no compro, no vendo y tampoco fio —dije en tono burlón, y en su rostro una sonrisa forzada apareció.
Esperaba un sermón, un regaño o lo que sea como era costumbre cuando hacía mis chistes malos para evadir temas, menos eso, que se pusiera a llorar.
—¿Vi? —murmuré preocupado, viendo cómo cada vez más lágrimas corrían por sus mejillas.
Me acerqué de inmediato, tan solo sentándome a su lado sin decir palabra alguna, mientras ella solo se deshacía en lágrimas. La abracé, mis brazos alrededor de su cintura acercándola a mi pecho de forma conciliadora. Acaricié con suavidad su cabello, esperando con algo de temor que se tranquilizara un poco. No podía impedir que llorara, sea lo que fuese que sucedió debió ser fuere, y por ello, debía dejar que se desahogara.
Poco a poco fue relajando su respiración, dejando de llorar hasta solo ser un sollozo amargo. Me temía lo peor, por muy joven que fuese siempre la había viso como una niña fuerte, que llorara de esa manera era de extrañarse.
—¿Mejor? —pregunté, aún acunándola entre mis brazos.
—No —sollozó—, no creo que lo esté de aquí en adelante.
—¿Qué pasó?
—Mis papás, eso fue lo que pasó —expresó entre llanto amargo, escondiendo su rostro en mi pecho.
Suspiré, cuando de ellos se trataba hasta yo perdía la calma y eso era difícil de conseguir. Por lo general me llevaba bien con ellos, hasta que sacaban su lado religioso más tóxico posible, rayando en lo homofóbico y racista. Eran desesperantes, pero no por mi orientación, sino por ella.
—Alguien les dijo, no sé hasta qué punto en realidad, que estoy teniendo «conductas sospechosas» con una niña de mi salón —explicó, con más serenidad—. Lo peor es que fueron tan específicos, que la describieron de pies a cabeza con tanta exactitud que ya me tienen nerviosa.
—¿Tienen a alguien vigilándote en el colegio? —exclamé horrorizado.
—No lo sé, tampoco tengo idea quién podría ser, a menos que sea un profesor cosa que dudo, compañeros de clase tampoco, nunca he visto que se relacionen con alguien de la escuela —dijo intrigada.
—Es el colmo, incluso para ellos —comenté.
—No lo es —expresó con tristeza—. Estoy amenazada, si siguen viendo ese tipo de cosas y llegan a confirmar que me gustan las niñas, no solo me sacarán del colegio, sino que me mandarán a un internado católico en yo no sé dónde.
Decir eso en voz alta tanto para ella como para mí fue un shock, demasiado drástico para algo que no tenía nada de malo. Violeta volvió a llorar con amargura, y esta vez la comprendía. Lo frustrada y herida que debía sentirse al ser despreciada por sus propios padres, peor aún, maltratada psicológicamente de esa manera siendo ellos los principales promulgadores del «amor al prójimo». La mayor hipocresía.
—Exagerado como siempre, pero la pregunta es, ¿qué fue lo que vieron exactamente como sospechoso? —indagué con curiosidad, y por primera vez desde que llegué, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios—. ¡Violeta!
—No es nada alarmante, en realidad, como mucho un beso en la mejilla y que nos tomamos de la mano en recreo —expresó tratando de evitar sonreír—. O sea, ¿eso es raro en amigas como para que digan que es malo?
—No, pero tus papás y al parecer para el sapo también, son más cerrados que un coco, así que para ellos es equivalente a sacrilegio —dije con obviedad.
—Lo sé, pero, ¿cómo iba yo a saber que hay un sapo en el colegio? —La rabia y tristeza volvieron a sus ojos—. Ya ni siquiera allá puedo sentirme segura.
—¿Y eso es cierto? —volví a indagar con reproche—. No lo supuestamente sospechoso, lo de esa niña que dices, porque no recuerdo que me hayas contado nada al respecto.
Violeta suspiró y se recostó en la cama, mirada fija en el techo y evitando sonreír con emoción. Sin embargo, de mí no podía esconderse; en ese aspecto, ambos éramos demasiado obvios.
—Es que... no te había contado porque... —dijo entre pausas nerviosas—. Porque no estaba del todo segura, o sea, sí me gusta desde nace rato, pero no tenía en qué basarme para decir que hay algo.
—¿Segura, o solo porque podría regañarte, así como lo haces tú conmigo? —repliqué con diversión.
—No me vengas con eso, hay una clara diferencia entre yo y tú, no soy calenturienta y lanzada —replicó con indignación—. Yo sí voy despacio, pienso con la cabeza.
—Primero, se dice tú y yo, ya te tiene pendeja. —Mi momento había llegado—. Y dos, solo tienes una cabeza, no tienes de otra.
—Eres bestia, definitivamente.
La escuché reírse, suspirar y volver a sentarse mucho más tranquila que al inicio. Aún no se solucionaba nada, era muy difícil para hacerlo de un día a otro, pero por lo menos podía pensar con cabeza más fría y menos alterada. Y lo más importante, no estaba llorando tan desgarradoramente como antes, que era lo más importante de momento. Es mi mejor amiga, como mi hermana menor, me dolía verla de esa manera y no poder hacer algo de inmediato para solucionarlo.
—¿Qué puedo hacer? —suspiró afligida—. Con ellos es difícil hablar, menos cuando es algo diferente a lo que se metieron en la cabeza. Siempre quieren tener la razón en todo.
—Vamos por partes, como dijo Jack el destripador. Primero, ¿qué tanto te gusta esa niña?
—Demasiado, creo que casi tanto como te gusta tu Edgarcito —contestó risueña.
—Eh, error, a mí no me gusta Edgar —repliqué indignado—, lo amo, ubícate.
—Empiezo a entenderte, aunque no uso tus métodos. —Se enderezó hasta sentarse de piernas cruzadas—. Al inicio no estaba segura porque se comportaba normal, como una amiga más, pero de un tiempo para acá es más... dulce conmigo. Me busca, me escucha, comparte sus cosas y sus pensamientos conmigo, y cada vez quiere pasar tiempo a solas conmigo. De alguna manera, ha tomado la iniciativa a mayoría de las ocasiones. En serio me encanta, cada vez me tiene más ilusionada.
Le creí, nadie más que yo podía reconocer esa expresión de completa bobera, porque estaba en las mismas. Concentrada y centrada exclusivamente hablando de su amorcito, sonriendo cada vez más amplio y con un brillo intenso en sus ojos. Me parecía dulce verla así, pero al mismo tiempo me daba tristeza que no pudiese ser igual de libre.
—Bueno, en ese caso, solo te queda una cosa por hacer —suspiré, captando su atención esta vez con una nueva expresión seria y preocupada en su rostro—. Dudo mucho que a estas alturas de la vida esos dos vayan a cambiar su parecer con respecto a ese tema, lo sabes, ¿no?
—Ya me lo dejaron bastante claro hoy —dijo con susurros, temerosa de lo que venía.
—Entonces debes prepararte desde ahora, porque a este paso la única posible solución que veo es cortar y empezar de cero —sugerí con toda la seriedad que el tema ameritaba—. Dolerá hacerlo, pero es un duelo que irás pasando desde hoy y hasta el día que puedas librarte.
—Lo sé y entiendo, pero... —sollozó una vez más, más que amargura, un fuerte dolor y desesperación se reflejó en su rostro.
Entendía por qué estaba así, tener que desprenderte de personas que amas es difícil, pero son cosas que se debe hacer a veces por su propio bien.
—Te entiendo, de verdad, pero debes pensar en ti también —continué tratando de calmarla—. Una familia no es solo sangre, deben apoyarte y aceptarte como eres. Que te guste una chica no es un pecado, ellos son los que están rompiendo sus propias creencias tratándote de esa manera.
—Lo sé, pero... —Su voz se quebró con la desesperación—. No quería llegar a eso.
—Nadie quiere, pero no eres la única que debe poner de su parte para superar esto, ellos son los que se niegan a aceptar las diferencias. Hay que entender que muchas veces, por muy duro que sea, el árbol genealógico también se poda.
—¿No hay otra solución? —preguntó con tristeza.
—Si ellos dejarán a un lado su lado religioso extremista, y aceptaran que el amor no es solo heterosexual, sí, de lo contrario no. —Volvió a llorar desgarradoramente, pero debía entender eso desde ahora y empezar a ver por su futuro—. La paz mental tiene un precio, pero los resultados siempre son mejores.
Esperé una vez más a que se calmara, mientras la consentía y pensaba que se podía hacer desde ese momento en adelante. Donde ayudarla se trataba, iba a hacer lo que fuera necesario para sacarla de allí.
—¿Y ahora? —indagó entre sollozos—. Estoy por graduarme, con esta decepción que traen conmigo será difícil que me dejen estudiar en la universidad.
—¿Tienes algo en mente?
—Quería estudiar gastronomía en tu universidad, pero no sé si pueda pagarla —susurró.
—Haz la de mi Eddy, estudia mucho para ganarte la beca completa —sugerí con orgullo—. El primer semestre te puedo ayudar a pagarlo, espero poder empezar a trabajar pronto y si no, tengo ahorros también.
—No te gastes tus...
—Si debo, lo haré, el dinero no es para guardarlo y tú necesitas ayuda —le interrumpí—. Mientras tanto a ponerse las pilas en el colegio y el examen de estado, y disimular un poco más mientras averiguamos quién es el sapo. ¿Te parece?
—Bien... No se oye tan difícil por ahora, pero... —Hizo una pausa, cambiando un poco su semblante de triste a uno de divertida acusación—. A diferencia de otros, yo sí estudio mucho, no me distraigo disque con tutorías. Beto a' saber cuántas veces se han ido por otro lado.
—¡Oigan a mi tía! —me quejé con fingida indignación, pero con verdadero alivio de verla mejorada, aunque sea de momento.
Discutimos, por supuesto que lo hicimos, tal acusación no iba a pasar impune ni mucho menos a la ligera. Aproveche ese instante para cambiar el ambiente, pensar con calma y con precisión era lo mejor para ella en ese momento. Las cosas se iban a poner difíciles de verdad, aunque nunca habían sido demasiado fáciles para ella con sus padres.
Había que pensar en todo, un posible trabajo los fines de semana, sus horas de estudio, próximas prácticas, donde podría trabajar, que tanta posibilidad había de tener salidas en diferentes partes y así, solo así, conseguir la libertad financiera que necesitaba para no depender de nadie, solo de ella misma.
Debía mentalizarse desde ese momento, que más allá de una familia, se tenía así misma de forma incondicional y que, por más que la sociedad lo dijera, la familia no siempre es la solución.
Esa noche se quedó a dormir conmigo, después de excusas y más excusas sobre talleres de matemáticas accedieron a dejarla quedarse. Y, aun así, creyendo que su sexualidad era una abominación, se atrevían a sugerir de más.
—Pero ya sabes, damas y cuartos separados, por favor —exigió el padre de Violeta—, un hombre no debe dormir en la misma habitación de una mujer sin ningún compromiso que los una. y no duerman tarde, ¿bien?
—No se preocupe, mis padres están en casa —dije y colgué, susurrando para mí mismo—: Imbécil.
Luego de tres semanas enteras, una crisis existencial, dos más de pobreza, mi espalda obligándome a ir a urgencias, mi pc fallando cada vez con más teclas, he llegado a dos cosas:
1. Por fin hay cap nuevo de esta madre, disfrútenlo mientras podamos, nos estamos poniendo serios ya.
2. VALGO TRES HECTAREAS DE CHORIZO.
Un día de estos me les voy.
En fin, los quiero pulguitas y los extrañé.
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