🏀20🏀
Thomas
Apreciado estudiante.
Mediante la presente se le informa que su anteproyecto titulado «El papel de la inteligencia artificial en la transformación del mercado laboral global: Desafíos y oportunidades», ha sido aprobado tanto escrito como oral.
Departamento de Consejo académico.
Un suspiro de alivio salió de mis labios al ver ese correo, y al mismo tiempo, un escalofrío de incertidumbre recorrió mi espalda. Estaba en el mejor momento de mi vida, conversando con Edgar casi todos los días y viéndolo así sea de reojo por la universidad el resto de ellos. Y eso, en parte, me daba un poco de miedo. ¿Desde cuando me era tan necesario saber de alguien para estar bien?
Tenía miedo de que, si seguía así, me volviera totalmente dependiente de su presencia y eso no era nada sano. No quería arruinarlo, mucho menos cuando las cosas iban tan bien. No era oficial, pero sí exclusivo y para mí era casi lo mismo. Con eso en mi mente, era más que feliz. Y por ello, solo por ese detalle, estaba creyendo que Violeta tenía toda la razón. Estaba rayando en lo obsesivo.
Debía relajarme un poco, solo disfrutar de su compañía y dedicarme a lo mío. Claro está, no iba a descuidar las tutorías, en esos momentos en cuando mayor concentración necesitaba. Si yo me distraía, era más fácil que él cayera en eso y entráramos en un circulo de tentaciones. La mayoría de veces no me quejaba, nos besábamos cuanto queríamos y lo mordisqueaba bien sabroso, pero había prioridades que atender.
Aun así, esa misma necesidad me hacía detallarlo más de la cuenta y por ello, o talvez porque es un poco obvio en los últimos días, me había percatado de algo poco usual: estaba nervioso. No fue solo cosa de un día, en las últimas dos semanas había estado en ese estado, nervioso y preocupado. Incluso, un poco asustadizo. Los primeros días me aproveché de eso, llegando por la espalda y abrazándolo hasta sorprenderlo. Sin embargo, más que sorpresa, era miedo lo que llegué a ver en sus ojos.
Mi cabeza lo atribuía a los finales de semestre, faltaba casi nada para eso y de ello dependía muchas cosas en su futuro. Y tenía razón, pero, ¿era solo eso? Había tenido la tentación de preguntarle, entre varias de muchas de nuestras conversaciones personales traté de sacar el tema, pero siempre medaba respuestas diferentes. Valeria enferma, su madre sin aparecer por días seguidos, sus notas. Y le creí, pero sentía que había algo más.
Primera alerta, algo en mi pecho me decía que algo faltaba en la ecuación, pero, ¿qué era?
—Thomy, Thomy —susurró Edgar—. ¿Está libre el resto de la tarde?
Lo había estado esperando un par de minutos, llegando por mi espalda y pegándose a mí en un tierno abrazo. Su rostro estaba apoyado en mi espalda, sintiendo casi en mi piel los suspiros que brotaban de sus labios.
—Para ti estoy libre de por vida, bombón —contesté con mi mejor voz seductora.
—¡Ocioso! —se burló, sintiendo su pecho subir y bajar rítmicamente con sus risas—. ¿Me puedo quedar contigo hasta que sea hora de ir a buscar a las niñas?
—Claro que sí, mi vida, yo siempre soy feliz de estar contigo —expresé, girando entre sus brazos para mirarlo a la cara, y una vez más, esa expresión de angustia—. ¿Qué pasa, Eddy?
—¿De qué? —indagó, levantando solo un poco la mirada.
—Siento que hay algo que te preocupa, ¿todo está bien? —Le di un pequeño beso en la frente, esperando que con eso se relajara lo suficiente.
—Todo bien, aunque... —Hizo una pausa, regresando su rostro a mi pecho.
—¿Qué? No me dejes en suspenso, animalito del monte —me quejé.
Una vez más, sus risas resonaron e iluminaron sus ojos con un poco de brillo. Amaba cada vez que eso sucedía, verlo sonreír, feliz, mejor aún si lo provocaba yo y podía comérmelo a besos.
—Me causa gracia dejarte en suspenso —se burló pegándose cada vez más a mi pecho—. Es divertido.
—A mí no me causa gracia, escúpelo o te lo saco a mordiscos.
—¿Premio o castigo?
—No me provoques, primor, estamos en la universidad, aquí no puedo hacerte todo lo que se me está ocurriendo en este instante. —Mordí su labio como una advertencia, estaba hablando más que en serio.
—Eres un pervertido —jadeó.
—Tú lo causas.
Esa vez ni siquiera me importó si alguien estaba cerca, simplemente me dejé llevar por el momento y sucumbí ante la tentación: lo besé y mordí como tanto me encantaba hacer, sacando de sus labios un par de suaves jadeos.
—¿Y ahora? —dije casi sin aire.
—Mucho mejor, pero... —suspiró, dejando al aire la idea y volviendo a reír con mis mordiscos—. No me dejas terminar, esta vez no es mi culpa.
—Sí, claro, y yo soy el conejo de pascua —expresé con sarcasmo.
—Es una noticia en realidad —dijo por fin y me preocupé, la angustia me arrolló sin motivo alguno—, pero es buena, tranqui.
—Te escucho —suspiré con calma.
—Conseguí trabajo para las vacaciones —soltó de sopetón—, daré clases de deporte a un grupo de niños con problemas de atención y neurodivergentes.
Más que buena, era fenomenal la noticia y le caía como anillo al dedo. Recé y agradecía a Dios para mis adentros por eso, aunque sabía que podría significar no verlo cada día de vacaciones, mientras él pueda suplir sus necesidades y las de las niñas con eso me basta y sobra. Si él está bien, yo lo estoy.
—Eso es genial, me alegro tanto por ti, mi amor. —Lo abracé con más fuerza repartiendo besitos en su cuello—. Las cosas irán cada vez mejor, ya verás.
—Pero nos veremos poco en vacaciones, ¿no te molesta?
—Mientras nos veamos, lo demás se puede solucionar, no te preocupes por eso. —Acaricié sus mejillas con dulzura, terminando en un pequeño y dulce beso—. Aún están los fines de semana, los festivos y las vacaciones jamás duran mucho, lo digo por experiencia.
—Que chistoso, eres dramático cuando quieres.
—Hablando de eso, tambien tengo una noticia —me reí, para no pellizcarlo—. Me aprobaron la tesis, así que de todos modos era poco lo que nos íbamos a ver en vacaciones, hay trabajo de campo que hacer.
—Me vas a dejar solito —expresó con un puchero que casi me mata del corazón.
—¿Quién es el chistoso dramático ahora? —me quejé con un suspiro.
—Tú, obvio, yo solo trabajaré un par de días por semana —replicó con fingida inocencia.
—¡Este animalito!
Ya no había mucho que estudiar, así que podíamos buscar otro lugar para pasar el rato y poder besarlo sin presiones. Claro está, con el recordatorio permanente de estar en un recinto público y educativo, de lo contrario podríamos terminar en X-videos, cosa que ha pasado aquí varias veces.
Encontramos un salón vacío en los pisos más altos del edificio, siendo horario general, la mayoría de los estudiantes no tenían clases a esa hora y, por ende, estaríamos solos un buen rato. Por ello, decidimos recostarnos en el suelo sobre mi buzo. Única ventaja de esos salones, siempre estaban limpios y con aire acondicionado.
—¿Qué tal si después de tus finales vamos a celebrar? —sugerí con picardía—. Porque ya doy por sentado que esa beca es tuya, tienes notas impecables.
—Puede ser, podemos celebrar que tu tesis está casi lista, mi querido contador —comentó con burla.
—Eres diabólico —repliqué, subiéndome sobre él y mordiendo su cuello sin darle chance a defenderse—. Deliciosamente diabólico.
—Mentiroso, soy un ángel —con un dulce puchero, trató de defender su palabra, pero no iba a caer de nuevo.
—Eddy precioso —susurré con voz ronca, cada vez más cerca de su oído y rozando con suavidad su piel—, no olvides que los demonios también son ángeles.
—Touché. —Y con ello, se rio a carcajadas interrumpidas por mi candente beso.
No nos quedamos demasiado tiempo allí, no por el salón o las clases, por nosotros mismos y lo peligroso que se estaba tornando quedarnos solos y besándonos tan apasionadamente. Aun así, habíamos tenido una tarde esplendida, incluso me permití acompañarlo a buscar a las niñas y saludarlas. Un helado y sus sonrisas perduraron hasta dejarlas en casa, sin embargo, un poco de preocupación volvió al rostro de Edgar. Miraba de soslayo a la casa, talvez esperando que alguien saliera o se asomara, como aquel día con ese sujeto.
Un nudo de rabia incursionó en mi estómago, ¿acaso era él quien tenía a Edgar tan angustiado?
Aquella idea me estaba robando la poca tranquilidad que tenía, incluso mi madre se llegó a alarmar por un segundo, solo con eso pude controlar la rabia que había dentro de mí. Claro está, no la eliminé por completo, nada lo haría salvo saber la verdad. Esperaba equivocarme, rezaba internamente para que solo fuesen exageraciones mías, pero desde ese día que lo conocí algo dejó de cuadrarme.
«Thomy, a veces no sé si el entrenador nos tiene demasiada fe o simplemente le gusta vernos sufrir. Revisa el correo, aunque sospecho que sabias de esto y no me dijiste, condenado animal».
Un mensaje de texto de Edgar había llegado sacándome de esa nube de fastidio, y regresando a mi rostro una sonrisa.
«O me insultas o me tratas bonito, pero los dos en un solo mensaje no puedes, decídete, amorcito mío». Enviado.
No hacía falta revisar el correo, ya sabía a qué se refería y sí, se supone que ellos ya sabían de ese partido, solo se les estaba recordando. Hace dos semanas había estado a cargo de coordinar un partido amistoso con los linces de Estavén, aprovechando que estarían esos días en la ciudad y serían uno de nuestros mayores contrincantes durante las nacionales. ¿Por afianzar relaciones con otros equipos? No, estrategia y análisis.
«Nos vemos en el partido de mañana, animal del monte, te quiero».
—¡Dios, en serio te amo! —exclamé, ahogando con la almohada mis suspiros.
«Me hieres, pero lo acepto, también te quiero mucho». Enviado.
Dormí con sus palabras en mi cabeza, era mejor esa dulce sensación de confort pensando en su sonrisa burlona que, por muy cierto que llegué a ser, la rabia dentro de mi pecho al recordar a ese tipo. Mi imaginación a veces no conocía limites, así que tampoco podía hacerme falsas historias a la loca solo por la ira. Debía respirar y pensar con calma.
Al despertar, el olor del café de mi madre invadió toda la casa, mi habitación incluida. Y eso significaba una cosa, ella iría con nosotros al partido solo por una única razón: conocer a Edgar. Sí, si yo era impaciente, mi madre era desesperada. Soy su hijo después de todo, de tal palo tal astilla, como dice el dicho.
Durante el desayuno, vi a mamá ir y venir preparando cosas que no sabía para qué eran, pero que según ella eran super necesarias para un partido. Sin embargo, no me tragaba ese cuento por lo que mi mirada indagatoria cayó sobre mi papá.
—Necesito que alguien grabe esto en video, ¿de qué te quejas? —expresó con burla y malicia.
—Solo este partido, el anterior no, aja —comenté con un deje de sarcasmo.
—Traga rápido —replicó amenazante.
Un sospechoso silencio viajó con nosotros en el auto, por lo general mamá hablaba hasta por los dos, pero ese día estaba inusualmente silencioso y quieta. Red flag, esa mujer no sabe lo que estarse quieta un segundo. ¿Qué estaban tramando?
Y al llegar a la cancha, sus ojos se movieron derredor en busca de algo o de alguien. Por inercia y curiosidad, los míos hicieron el mismo recorrido deteniéndose en un único punto, mi Edgar. Sabía que era eso lo que quería ver ese día, pero esperaba poder presentarlo de una manera más adecuada y con el título ya puesto. Como mi novio oficial.
Los chicos nos estaban esperando para ingresar a la universidad y los vestidores, sin embargo, incluso ellos vieron con gran sorpresa la compañía extra que nos llegó. Desde esa distancia, pude ver con algo de irritación como Emilio y Evaristo codeaban a Edgar, le susurraban algo y este se ponía tenso.
—Muchos hijos de...
—¡Thom! —me riñó mamá—. Qué he dicho de las groserías en público.
—¡Perdón! —expresé, mordiéndome la lengua con la lista de groserías que querían salir.
—¿Qué esperan para entrar, una invitación? —gritó papá, señalando a Edgar de forma tan sutil que casi me pareció haberlo imaginado, pero no, la sonrisa socarrona de mamá me lo confirmó.
—¡Los espero en la cancha, mucha suerte, mi niño! —dijo y se fue con una radiante y amplia sonrisa, pasando por el lado de los chicos y un muy nervioso Edgar.
—Eso fue adrede y no me lo puedes negar —reclamé a papá al estar solos.
—A las duchas o adrede será otra cosa.
Con rapidez, corrí tras los chicos tratando de alcanzar a Edgar antes que le dijeran algo más y le diera un infarto a mi casimerito. Sin embargo, los silbatazos estaban sonando cada vez con más insistencia; al parecer, los linces ya estaban allí desde hace varios minutos y no podíamos hacerlos esperar más.
—¿De casualidad esa era tu mamá? —indagó Edgar nervioso.
—En efecto, mi estimado —contesté—, vino para grabar el partido, solo eso.
—¿Seguro? —expresó preocupado.
—Sea lo que sea que dijeron esos idiotas, ignóralos, solo son burradas —expresé, mirándolos con todo el veneno posible en mis ojos, pero estos desgraciados solo se partieron de risa.
—O sea que no vino a conocerme, ¿verdad? —tanteó con un poco de calma.
—¿Eso dijeron? —suspiré—. Bueno, no están tan equivocados, al parecer. Pero no te preocupes, es solo curiosidad, no hay nada que temer.
Íbamos detrás de todos, de últimos, mientras caminábamos rumbo a las canchas. Y por ello, me atreví a tomar con suavidad su mano, acariciarlo y darle un poco de tranquilidad. Sí, fue algo imprevisto, pero tampoco era el fin del mundo. Conocía a mamá y el tipo de persona que le caían mal, así que era imposible que Edgar estuviera en esa lista. De todos modos, ¿por qué desaprovechar esta oportunidad?
—Bien, te tomaré la palabra —dijo con un suspiro.
—Calma, bombón, tenemos un partido y debemos ganar, es más... —Detuve su andar colocándome en su camino, dándole la espalda a los demás y, con mi mirada más coqueta, continué—: Estaba pensando que, si ganamos y anotas la mayoría de canastas, podría darte un buen premio. ¿Qué dices?
—¿De qué clase de premio estamos hablando? —Logrado, cero nervios y pura picardía en sus lindos ojitos.
—Una cita tú y yo solitos, donde quieras —sugerí, viéndolo sonreír con dulzura y luego, el bombazo—. Y después quiero darte como y cuantas veces quieras, toda la noche si es necesario. Está en tus manitas, mi amor.
—¡Jesús! —exclamó con un jadeo tembloroso.
Continué mi camino sin esperar a que dijera algo más, los demás nos habían rebasado por mucho y eso podría traernos problemas, más estando mamá allí.
Al llegar a la cancha, el silbato sonó una última vez y ambos capitanes fuimos a nuestros lugares luego del respectivo saludo. Y en cuestión de segundos, el balón ya estaba rondando por la cancha de mano en mano en busca de la primera canasta. Cinco minutos después, los linces ya habían hecho una anotación.
La mirada furibunda del entrenador cayó sobre mí, luego de ver a un muy nervioso Edgar. De nuevo, estaba preocupado por alguna razón y esta vez no entendía por qué.
—¡Tú puedes, nene! —gritó mamá, pero no para mí.
Su mirada y sonrisa estaba centrada en Edgar, y este, me miraba pidiendo auxilio. Era tan tierno que me reí, no por mucho tiempo, porque el balón se iba acercando una vez más a nuestro lado de la cancha.
Quien llevaba el balón era un chico alto, más que yo incluso, podía fácilmente medir los dos metros completos; y, aun así, no hubo mayor impedimento para mí que solo dar un buen salto para interceptar su lanzamiento.
Con la misma rapidez que lo intercepté, corrí media cancha esperando que Edgar entendiera. Lancé el balón con la esperanza de que reaccionará, y lo hizo, atrapándolo con un gran suspiro y entrando en acción. Avanzó, pero no pasó demasiado para ser marcado una vez más por dos de ellos.
—¡Aquí! —gritó Emilio, tan cerca de la canasta que podía saborear ese punto.
Edgar hizo todo lo posible, amagó como solía hacerlo para despistar y lanzó el balón en su dirección. Sin embargo, tambaleó en el último segundo apuntando más arriba de lo debido.
—¡Mierda! —Le vi susurrar.
Vi casi que en cámara lenta como el balón se elevó en dirección a la canasta, pero en un ángulo en el que era muy poco probable que entrara. La única salvación en ese momento, era que Emilio reaccionara y lo atrapara para tener una nueva oportunidad. Sin embargo, el balón rebotó en el costado de la canasta y cayó sobre su cabeza.
¿Lo peor de todo? Rebotó de tal forma que dio a parar dentro de la canasta. El silbato sonó como señal de anotación, pero seguido a eso las risas sonaron muy por encima de cualquier reprimenda.
Por inercia, tanto Edgar y yo miramos al entrenador con expresiones entre divertida y angustiada.
—¡Fue un accidente! —se apresuró a decir Edgar llevado por los nervios.
—¡No me digas! —replicó el entrenador con ironía—. ¡Va una!
—¡Dios! —me reí—. Eddy, relájate, no es nada del otro mundo.
—¡Eso intento! —lloriqueó.
El partido continuó, pese a las risas del momento los linces no bajaron su nivel, no por nada siempre habían sido el mayor obstáculo en la carrera. Pero esta vez no estaba preocupado, porque a pesar del divertido incidente, estaba seguro de las habilidades de mi equipo y de mi dupla, mi Edgar.
Lo vi relajarse poco a poco, pasando el balón e interceptándolo cada vez que podía. Aún no había hecho ninguna canasta, pero apenas era el primero de cuatro tiempos. Para el segundo, las cosas mejoraron mucho más.
Era mi turno de sacar el balón, pasándolo a Emilio quien me lo devolvió al instante. Y, como era de esperarse, me marcaron dos de ellos casi al instante, sin darme mucho espacio para poder avanzar o pasar el balón. Muy a su pesar, pude vera Edgar con la mirada llena de determinación y una leve señal, estaba preparado. Esta vez sí.
No lo pensé dos veces, me preparé y puse toda mi fuerza en el brazo derecho para, de un solo movimiento, lanzarlo directo a sus manos desde un costado del rostro del marcador. Con solo verlo, se preparó al mismo tiempo para saltar y atraparlo en el aire, con ello solo bastó un empujoncito y entró a la canasta.
—¡Así se hace, carajo! —gritó el entrenador eufórico.
Esa fue una de tantas canastas conjuntas, y con cada una la emoción tanto de mamá como de papá iba en aumento. En mi interior, una llama de esperanza creció hasta casi ser un incendio descomunal. No solo sabía que mamá lo estaba adorando sin siquiera intercambiar una sola palabra cono él, además, estábamos perdonados por ese pequeño error. Las risas no faltaron, pero pudo significar nuestra muerte más próxima.
El silbato sonó, esta vez más estridente y marcando nuestra victoria. Con una sonrisa, le guiñé el ojo a Edgar sacando un poco más de color a sus mejillas. Esa sola visión de él, sudado y colorado, respirando agitado y con la camisa marcando su abdomen, dañó todo buen pensamiento en mi cabeza. Pero me controlé, estábamos en público y despidiéndonos de nuestros compañeros.
—¡Buen juego, hijos míos! —expresó el entrenador con una sonrisa casi obligada—. Pero esa me la pagarán de todos modos, ¿estamos?
—Pero señor, ganamos y... —inició Emilio, rodeando a Edgar y a mí para señalarnos—. Ahora tenemos al mejor dúo de la UNABU, o eso dijeron los linces.
—¿De donde sacaste eso? —indagué.
—De ellos directamente, estaban hablando maravillas del dúo estrella del partido y blablablá —se burló—. Estoy seguro que les harán club de fans o algo así.
—Escuchar para creer, mientras tanto están castigados y punto —expresó ceñudo, centrándose una vez más en Edgar—. Mientras tanto, felicidades Edgarcito, serás titular de ahora en adelante, pero un chistecito más, cabrón, y te mando a banca el resto de tu existencia.
—Sí señor —murmuró nervioso.
—¡Enrique! —exclamó mamá, llamando la atención de todos—. Dales un respiro, acaban de ganar, ¡caray!
Con su típica sonrisa radiante se acercó a nosotros, y con ello, el semblante de Edgar volvió a ser nervioso. Los demás, al ver el cambio, volvieron a reírse esta vez moderadamente. Intentaron muy en valde retener la carcajada, pero las risillas se les escapaban por mucho que lo intentaron. ¡Iban a ser hombres muertos!
—Felicidades, niños, fue un partido excelente, si siguen así estoy segura que las próximas competencias las ganarán —expresó orgullosa.
—Gracias, señora Clara —contestaron los demás.
—Sí, sí, eso, nos vemos en el entrenamiento el lunes, largo que apestan —replicó una vez más el entrenador.
—Thom, quédate un momento —dijo mamá al vernos marchar—. Edgar, tú tambien, cariño.
Los chicos fueron alejándose, regresando la mirada solo un poco antes dependerse de nuestras vistas y entrar a las duchas. En su lugar, miraron con gran interés a nuestra pequeña e improvisada reunión, hablando entre ellos quien sabe que barrabasadas.
—Supongo que ya sabes quién soy, pero no está de más presentarme. Soy Clara, tu futura suegra. De verdad quería conocerte, Thomas ha hablado tanto de ti que me moría de curiosidad —confesó mamá con una mirada soñadora y tomando su mano con dulzura—. Y de verdad que eres guapo, ¿cuánto mides?
—¡Mamá! —le reproché.
—¡Me largo! —bufó mi papá y se marchó, típico.
—El gusto es mío, señora Clara —contestó Edgar entrecortadamente—. Mido metro con noventa exactos.
—¡De verdad eres una dulzura! —exclamó entre risas—. Pueden tomarse la tarde para celebrar, yo me encargo de Don Cascarrabias y espero volver a verte pronto, un almuerzo tal vez.
—¡Claro! —suspiró con alivio.
—¡Gracias ma'!
—Diviértanse, pero con cuidado, ¿eh? —dijo burlona, guiñándonos el ojo con complicidad.
La vimos marcharse toda sonrisas y pensando quien sabe qué, nada alejado de lo que probablemente no hubiese imaginado ya, pero eliminando las escenas para mayores de edad. O eso esperaba.
Regresamos a las duchas, esta vez con una enorme sonrisa en el rostro de Edgar y la total tranquilidad de haberle caído bien a mi mamá. Yo lo sabía, era imposible que una persona tan dulce como mi Edgar le cayera mal a alguien, y a mamá menos.
Y a pesar de esa buena vibra, las miradas burlonas y susurros misteriosos entre los chicos al llegar a las duchas despertaron mis alertas. ¿Qué estaban tramando esos desgraciados? Una más e iba a convertir las duchas en zona de guerra.
—Y aquí tenemos a las estrellas del momento, la pareja ideal, el dúo de la UNABU —se burló Juan—. ¡Thom y Edgarcito!
—Ya cierren el hocico —les reñí.
—¿De verdad dijeron eso? —indagó Edgar curioso.
—¿Por qué lo dudas? Si cada vez que juegan el mismo lado pasa eso, tan alineados que... —Emilio dejó la idea en el aire haciendo gestos tan ridículos como él—. ¡Uff!
—¿Celosito? —lo enfrenté.
—Eres insoportable —se burló, haciéndome mofa.
Sus payasadas eran divertidas, pero en ese momento no quería que volvieran a dejar nervioso a Edgar. Habíamos ganado, teníamos tarde libre para hacer lo que quisiéramos donde nos viniera en gana y una promesa de premio por saldar. Esa no me la iba a perder por nada del mundo.
—A ver, a ver, pongamos las cosas en orden —interrumpió Evaristo las casi incontrolables risas de los demás—. Ya se ganó un apodo y uno bueno, es titular sin haber terminado el semestre, posiblemente ya se ganó a mamá Clara y el entrenador lo ha felicitado más que a nosotros, ya nómbralo cocapitán, ¿no?
—Oye... —se quejó Juan—. Ese puesto aún es mío, me niego.
—Autoproclamado, no por mérito —intervino esta vez la copia a medias, Emilio—. Además, nadie aquí ha logrado lo que este animalito hizo desde que su carita apareció en las audiciones.
—¿Qué? —preguntó el mismo Edgar sin entender.
—Ganarse al mini entrenador, no más mira como lo traes de idiota —me señaló, estallando en carcajadas al ver mi expresión de indignación.
—Ya viene este hijo de...
Me vi interrumpido al ver cómo, de forma gradual y sin esperarlo, el rostro de Edgar empezó a tornarse colorado una vez más y esta vez, no es por el ejercicio del deporte. Y con ello, la ilusión volvió a mi como un rayo, no pude evitarlo. Sin importarme nada, me acerqué a él tomando su rostro entre mis manos, y lo besé. Lento, dulce y largo.
—¡No inventes! —Estallaron en exclamaciones y risas.
—Bueno, no es como si no lo hubiésemos imaginado que pasaría —comentó Emilio—. Tarde o temprano, más temprano que cualquier cosa, porque con esa calentura que se trae el capitancito.
—¡Vivan los novios! —exclamó Juan.
—¡Cállense, mierda!
Tarde pero seguro
Ya tengo luz pero no internet, llevo 4 días esperando a los de servicio técnico
En fin, los que están en el canal saben el desmadre y la saladera que me cargo
Esperemos hoy sí arreglen esa mmda
Los quiero pulguitas
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