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Thomas
El sonido del teclado inundaba toda mi habitación, mientras mis oídos se deleitaban con la preciosa voz de Jeon Jungkook a través de mis auriculares. Sí, escucho su música, su voz y talento es impresionante, además, no me pueden negar que las letras de las canciones del grupo en general son arte puro. Y sí, lo acepto, fue por influencias de una Army desquiciada a la que llamo mi mejor amiga y adoro con mi alma, soy culpable.
Durante esas semanas y parte de mis vacaciones, se había convertido en una rutina el escuchar sus canciones mientras redactaba lo que sería mi tesis de pregrado. Ya estaba en los últimos semestres de mi carrera, por ende, debía presentar el inicio de mi proyecto de grado y de paso, buscar las practicas laborales. La vida me empezaba a respirar en la nuca, y lo peor de todo, no había escapatoria por ningún lado.
Esperaba poder seguir dedicándome al deporte, no en la misma frecuencia que estando en la universidad, pero era algo que no estaba en mis planes dejar de lado. Tal vez si consigo practicas directamente dentro de la universidad pueda tener más facilidad para jugar, podría incluso seguir ayudando a mi padre con las practicas del equipo, aunque no tenga pago por ello.
En realidad, más que por amor al arte, había llegado una motivación extra para seguir frecuentando el equipo de baloncesto. No voy a negar que el baloncesto siempre me gustó, pero como casi todo en mi vida había sido por influencias externas. A mi padre siempre le gustó el deporte, y como fue asignado al equipo de baloncesto, me instruyó en él desde muy pequeño. Ahora, con Edgar en el equipo, la tentación subía al mil por ciento. ¿Cómo iba a irme cuando por fin algo de interés propio sucedía?
La pantalla de mi teléfono brilló y el tono de mensaje sonó lejano, estaba aún concentrado en mi labor con la música inundando mis oídos. No pretendí revisarlo, estaba en el auge de la inspiración y me sentía lleno de nuevas ideas que podía agregar a mi proyecto; sin embargo, aquellos preciosos ojos cafés atraparon mi atención una vez más desde mi celular.
Mensaje nuevo de: Edgarcito.
—Esto debe ser una señal divina —murmuré con una creciente sonrisa en mi rostro.
En la pantalla, el mensaje no tenia más nada que una serie de corazones rojos con pequeñas estrellitas a su alrededor. Apareció un escribiendo en cuanto entre en el chat, desapareció al instante y volvió a aparecer otro, pero volvió a desaparecer hasta quedar inactivo. Mis ojos no se despegaron de ese aparato por los próximos minutos, el visto azul había aparecido hace mucho, pero ni él ni yo escribimos nada.
No podía imaginar nada más allá de un accidente, un error del teléfono quizá, pero no un mensaje intencional. Su expresión seria no parecía ser de los que enviaba corazones por mensajes, mucho menos sin haber interactuado antes, y por desgracia, nuestra interacción no había ido más allá de un par de palabras. Sin embargo, las casualidades no existen y ésta me estaba encantando como no tienen idea.
Puede que me haya tomado algunas libertades, atrevimientos diría mi padre, pero haber robado su número de teléfono de la planilla de contactos del equipo me había tranquilizado un poco. Había quedado picado con esa escasa interacción, solo un par de palabras, su expresión seria tratando de tapar los nervios y su voz, jamás me había encantado tanto la voz de alguien.
Intenté volver a concentrarme en mi trabajo, pero mis ojos se devolvían a la pantalla de celular donde su foto permaneció en grande, dejándome apreciar cada detalle de su rostro. ¿Cómo era posible que con solo una mirada se clavara de esa manera en mi cabeza?
Dejé de lado mi computador y volví a tomar mi teléfono, la concentración se había esfumado por completo y se había llevado consigo todas mis ideas. Volvería, eso estaba seguro, así que no me preocupé por ello y lo tomé como un merecido pequeño descanso. Entré en mis redes sociales e inicié una pequeña búsqueda, cosas básicas para no pasar como acosador. Había límites, y no pensaba cruzarlos por nada del mundo, quería que las cosas se dieran bien, sin forzarlas, que él también lo quiera.
Me había, de cierta forma, acostumbrado a tener muchas cosas en mi vida solo porque sí, porque yo las quería, porque era el único hijo de la dulce enfermera Clara, o porque el intimidante coronel Ramírez así lo hubiese querido. Ya no quería eso, siempre quise tener cosas por mi propio mérito, y porque me nacía quererlo. Edgar se estaba convirtiendo en eso, justamente, un deseo creciente en mi interior que me llenaba de tal calidez que no había sentido antes. Lo quería, y lo necesitaba.
—¡Usooo! —exclamó desde el umbral de la puerta—. ¿Y esa cara? ¿Tenemos novia, novio, novie?
—Violeta Pancracia, ¿a ti quien te invitó? —repliqué, bloqueando la pantalla de mi celular y percatándome de la boba sonrisa que había en mi rostro.
—Yo me invité, ¿algún problema? —Entró a mi habitación como Pedro por su casa, tirándose en mi cama y quitando sus zapatos por donde sea. Un largo suspiro salió de sus labios, se acomodó de costado mirándome ceñuda y con una sonrisa pícara, no me iba a librar de ella—. ¿Será voluntario o debo sacarte las palabras a pellizcos?
—Se supone que aquí te damos cariño, compresión y ternura, ¿por qué me maltratas, estúpida? —me quejé tratando de dar vueltas al asunto.
Es mi mejor amiga, confío plenamente en ella después de casi una vida conociéndola, pero, ¿qué le voy a decir cuando técnicamente aún no pasa nada relevante?
—No me hagas pelota, Thomas, conmigo no funciona. —Se sentó, lista para el ataque—. Ya escúpelo.
—Aún no ha pasado nada —dije por fin con un suspiro—, no realmente.
—¿En serio? Me río de Janeiro —expresó sarcástica—. No por nada tienes esa sonrisa de retrasado en la cara, menos mirando tu teléfono, ¿a quién conocimos?
—Eres desesperante —gruñí, tirándome a su lado en la cama.
—Me amas y no puedes vivir sin mí —se carcajeó—. ¿Cómo se llama? ¿Es guapo o guapa? ¿Dónde se conocieron? ¿Tiene hermanas?
Solo era menor que yo por un año, pero a veces era tan infantil que no podía con ella. La adoraba, era como la hermana que nunca tuve, pero al mismo tiempo esa piedrita en el zapato que te persigue por todas partes. Mi zanahoria con patas, le decía de cariño y cuando quería sacarla de quicio.
—Mira, zanahoria con patas —repliqué, riéndome con la expresión de aversión en su rostro—. No sé nada de eso, como mucho su nombre y es todo, así que chisme no hay.
—Que humor de perros tienes —se quejó, revoloteando hacia atrás su lacio cabello anaranjado, más largo de lo que nunca se lo ha dejado, y razón de su apodo—. Igual algo es algo, cuenta ya, no te hagas de rogar.
—Es que… —suspiré y sonreí—. No sé, solo no sé que sucede. Apenas lo conocí ayer en la audición del equipo de baloncesto, mi papá me pidió ayuda para seleccionar el nuevo equipo femenino, ya sabes cómo es.
—Sí, sí, don papucho militar, continua —exigió con interés, captando una mirada ceñuda de mi parte—. Calma, moscorrofio, es como un papá mandón para mí.
—Igual voy a ignorar eso —dije y continué—. Se llamada Edgar, y es raro, o sea, no él, la situación en sí, porque no hemos hablado como tal, solo un par de palabras nada del otro mundo, pero, aun así, es… Es confuso, me parece lindo, se ve intimidante y fortachón, pero parece más dulce de lo que aparenta. Tiene unos ojitos que… Y su voz, tienes que escucharlo hablar, es tierno cuando tartamudea.
El silencio cayó en la habitación, mis palabras se repetían en bucle dentro de mi cabeza como si me las repitiera para que analizara la sarta de tonterías sin sentido que había dicho. ¿Qué clase de espíritu chocarrero había hecho que vomitara todo ello? Esperé las risas de Violeta, era su oportunidad de oro para burlarse de mí como por dos años seguidos, y sabiendo como era, no iba a desaprovecharla cuando se la di en bandeja de plata. Para qué enemigos cuando está ella.
Pero nada, no dijo nada, levanté mi mirada centrándola en ella. Sus ojos grises estaban abiertos de par en par, su boca en una perfecta O, la típica expresión de sorpresa y estupefacción cuando no creía lo que sucedía.
—¡Thomas Alfonso Ramírez Alcocer! —expresó con una sonrisa, sabiendo que odiaba que me llamara por mi nombre completo.
—Jesús, sabes que detesto eso —repliqué.
—También odiabas las cursilerías del tipo amor a primera vista y mírate, hipócrita —se burló—. Te estas colando por alguien a quien solo has visto una vez, peor aún, que ni siquiera conoces más que su cara y nombre.
Tomó mi teléfono y lo desbloqueó como si fuese el de ella, tanto me conocía como para adivinar todas mis contraseñas antes que yo mismo. Nivel de toxicidad, dragón.
—Ah, bueno, una cara bonita, eso sí —expresó al ver la foto de Edgar, aun abierta en primera pantalla—. Y te escribió… ¿Corazones? ¿Cómo así?
—No lo sé, estaba de lo mas tranquilo haciendo mi proyecto para presentar en seminario y pues, llegó ese mensaje —contesté, con la mirada perdida en el techo—. Dudo que lo haya hecho a propósito, ¿sabes?
—Estoy contigo, pero esto me genera más dudas. —Se cruzó de brazos con mirada expectante—. ¿Cómo es que tiene tu número? No pregunto como tienes tú el de él porque ya me lo imagino, acosador.
—Debo mantener el contacto con todos los del equipo, así que no es acoso —le reclamé, pero sabía que tenía razón.
—Sí, como digas, pero me llenas de orgullo —se carcajeó—. Ahora sí, escupe la historia. es todo o nada.
Cuando decía eso era todo o todo, no aceptaba un nada por respuesta. Por cosas como esa me quedaba claro que las apariencias engañaban, por fuera parecía una niña bonita, calmada y sencilla, por lo general introvertida y con poca capacidad para relacionarse con personas nuevas. Sin embargo, cuando la confianza salía a relucir, cambiaba de personalidad al monstruo que tenía en frente. Me sentía privilegiado de ser uno de los pocos que conocía esa parte de ella, la verdadera Violeta, pero no dejaba de ser intensa y quisquillosa. Así la queríamos, así la había convertido en mi mejor amiga.
Empecé a relatar lo sucedido, el arranque de galantería que me dio al ver la foto de portada de ese teléfono. Era muy común que cosas como esa pasaran, pero que sucediera con quién más quería ver de cerca era una oportunidad dada por los dioses. ¿Qué más podía hacer que aprovecharla al máximo?
—¿Buscabas esto? —había preguntado al verlo llegar, una vez más con la respiración agitada y jadeando.
Me había hecho una cantidad de imágenes a partir de no solo su imagen, sino ese sonido suave y ronco salido de sus labios que podía darme de topes en la cabeza por pervertido.
—Aaah, sí, es mío. ¿Podrías…?
—Claro, pero antes…
Su nerviosismo se me había hecho tan adorable que la sonrisa salió de mi sin previo aviso, el verlo más de cerca y sentir su piel me había perforado el cerebro de una manera desconcertante. Ni que decir de su voz, ese tono grave, pero suave al mismo tiempo, el timbre perfecto para endulzar mis oídos. Ni se imaginan lo que deseé que me susurrara cualquier cosa al oído, podría darme por bien servido para el resto de mi vida. Pero no, conociéndome, quedaría con ganas de cada vez más de él, me haría adicto.
Si solo escucharlo una vez causó todo eso, ¿qué pasaría con más?
—¡Aquí hay amoooor! —canturreó Violeta al terminar mi relato—. ¡Aquí hay amooooor, aquí hay amor, amor, aquí hay amor, amor…!
—¡No empieces, Zanahoria con patas! —Regresé a mi asiento frente al computador, esperando centrarme en algo diferente a sus especulaciones con fundamento, pero sin sentido—. No te hagas ideas, no es… Es muy pronto para…
—Sí, sí, como digas, pero ni tú mismo estas seguro de eso, guapetón —reafirmó con seguridad, como si dijera la verdad absoluta—. Si no, ¿por qué ese coqueteo desbordante y atrevido en ese preciso momento y con él?
—¿No decías que ser coqueto era mi naturaleza?
—No te hagas, lo eres, pero hasta tú tienes tus límites —recalcó, tomándome por los hombros hasta encararme—. Además, no lo haces en serio, solo por diversión o por pendejo, porque sé que no te gustan esas babosas llenas de maquillaje. ¿Por qué con ese chico es diferente?
De cierta forma tenía razón, pero por salud mental no lo iba a decir frente a ella ni loco que estuviese, darle la razón a Violeta era darle el arma mortal para enloquecerme. Sí, no tenía certeza de que me llevó a hacerlo, pero la necesidad de acercarme a él me ganó y quería seguir haciéndolo.
—No lo sé, no tengo idea —suspiré.
—Pero te gusta, ¿verdad? —insistió.
—Me atrae, no diré más —repliqué y di por cerrado el tema—. ¿A qué viniste, pequeña víbora?
—A veces no sé porque te quiero tanto —se burló—. Tengo quiz de cálculo el martes y aun no termino de entender las funciones con valor absoluto, ni las inecuaciones con valor absoluto, ¿me ayudas?
—Por eso es que me quieres tanto, interesada —repliqué, pellizcando sus mejillas.
—Sí, sí, como digas, ponte pilas y explícame —exigió.
Por un lado, me sentí mejor el hablarlo con ella, muchas veces me ayudaba a aclarar mis propios pensamientos como en momentos como ese, que ni yo me entendía en lo absoluto. Pero en esa ocasión, agradecía aún más la distracción que le daba su pequeña clase de cálculo, y, aun así, eso me llevó a tener la imagen de Edgar en mi mente una vez más.
¿Cómo sería una clase privada y a solas con Edgarcito?
Alto ahí, policía de abstinencia.
¿Aja, papa, que es esto, señor?
Mira, Thomas Alfonso, esto no es un versus de calenturientos.
¡Contrólate!
En fin, mis pulguitas, después de este regaño, ¿como ven la historia?
Conocen cada vez un poco a Thimasito de mi corazón y que creen....
Ese hombre es bello, bello, bello, peligroso y bello, mucho más de la cuenta....
Pero bue, así me lo dieron, yo que culpa.
Ya es problema de Edgar, ni modo.
Los quiero.
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