🏀15🏀
Thomas
—Regresen a la cancha —exigió el entrenador y el silbato volvió a sonar.
Fue su turno para sacar la pelota, por lo que de buenas a primeras estaba en manos de Kevin. Al parecer, el equipo entero tenía toda su fe puesta en ese idiota. Mal hecho, porque una furia de lindos ojos cafés estaba sedienta de venganza y yo iba a apoyarlo.
Para que decir que las cosas mejoraron, por muy partido amistoso que fuese, era sangriento a más no decir. Hubo empujones sutiles, más zancadillas y varios pelotazos en la cara. Edgar se dio gusto centrándose solo y únicamente en Kevin sin dejar de lado su preciosa sonrisa, mientras este, harto de toda la situación, se desquitaba conmigo. Pobre alma en desgracia, eso lo ponía más en el ojo del huracán Edgar.
—Uno más —dijo Edgar sonriente.
Faltaba poco para terminar el tercer tiempo, el marcador iba muy pareja pero aún teníamos la ventaja del partido. Los abucheos eran cada vez más sonoros a medida que íbamos ganando, pero de malas, merecían perder.
Juan y Evaristo iban codo con codo, con este último llevando el balón listo para lanzarlo en cuento llegara nuevo marcaje a él. Por mi parte, tenía a dos de ellos tapando mi vista. Kevin estaba con Edgar, al parecer se olvidó de mí para centrarse en él. Ya lo estaba tomando personal.
Llegando a mitad de cancha, uno de los contrincantes se fue contra Evaristo en busca del balón. No sin antes, caer en su amague magistral. Evaristo dio un pequeño salto como si lo quisiese lanzar por encima de la cabeza del contrincante hacia la canasta, sin embargo, al ver al otro saltar con él, lo lanzó a su lado a Juan. Este corrió todo lo que sus pies le dieron, esquivando a Kevin y a los que me marcaban, dejándome libre y rodeándolo a él.
—Estos niños me llenan de orgullo —dije entre risas.
Con una sola mirada, entendió. Lanzó el balón de regreso hacia atrás, mis manos. Con la misma rapidez, corrí hacia el frente despejado, pero un Kevin salvaje apareció con su sonrisa desgraciada. Sin embargo, el mismo impulso me sirvió para lanzar el balón a un costado hacia detrás de él mientras yo lo rodeaba del otro lado, atrapándolo una vez más detrás de un confundido Kevin. Tan rápido que no lo vio, asi como tampoco vio mi salto y la canasta.
—Tienes que enseñarme eso —exigió Edgar llegando a mí.
—Cuando quieras quiero. —Le guiñé un ojo, y el gruñido de fastidio de Kevin fue demasiado evidente—. Te lo dije, también tengo nuevas mañas.
El silbato sonó, el tercer y penúltimo había terminado con la ventaja en nuestro marcador. Poco apoco la paciencia de Kevin iba cayendo en picada y sus movimientos se hacían cada vez más, como decirlo, violentos. A pesar de los años, su peor defecto seguía siendo el mismo; odiaba perder, y más si era contra mí.
—Bien, mis niños, ganemos o perdamos este partido, estoy contento con los resultados, se han sabido manejar bajo esta extraña y nada conveniente situación —suspiró con resignación—. Thomas, se supone que lo conoces mejor que nadie aquí, explota todo lo que sepas y trata, por favor, de no seguir buscándole pleito.
—¿Yo buscando pleito? —inquirí indignado.
—Sí, tú y tu copia —me riñó—. Por si acaso, es contigo, Edgar.
—¿Yo qué hice? —se quejó.
—Lo estás haciendo demasiado evidente, niño —replicó con obviedad.
—Él también, es en defensa propia —expresó, y caso reí con su ocurrencia.
—Defiéndete con más disimulo, entonces. —El silbato volvió a sonar—. Bien, último tiempo y el decisivo. No quiero faltas, disimulen y ganen.
Edgar volvió a sonreír con malicia, y tuve que reprimir mi propio suspiro por el bien del resto de mi vida universitaria. Muy cerca los chismosos de quienes se hacían llamar mis amigos. Una vez más, los capitanes nos veíamos cara a cara para un último encuentro y el definitivo. La rabia se notaba en sus ojos, pero estos se intercalaban entre Edgar y yo.
—Sigues con eso, ¿eh? —se burló.
—No sé de qué hablas y no me interesa —respondí con tono neutro.
—De tu noviecito, llegué a creer que era una etapa más —se burló con sorna—. Veo que no, si eres un desviado.
—¿Y eso en que te afecta? Segundas oportunidades no doy, lo siento —respondí con indiferencia.
—No dije nada de...
Su réplica fue interrumpida por el silbato y el balón en el aire, esta vez cayendo en manos de Evaristo después de haberlo alcanzado a tiempo. Ventajas de distraerlo, pude tomar ventaja y adelantarme a los hechos.
Evaristo había pasado el balón a Juan en cuanto el marcaje se le acercó, Kevin estaba casi encima de Edgar una vez más sin despegar sus ojos de mí. Una pequeña señal a Juan y el balón volvió a mis manos, momento que aprovechó Kevin para dirigirse hacia mí con rapidez. Corrí solo un poco, esperando se acercara todo lo posible, y tan solo a dos pasos de mí, reboté el balón a Edgar.
—Como dice mi querido Pietro, ¿no lo viste venir? —me burlé al tenerlo en frente.
—Idiota —bufó y corrió de nuevo hacia Edgar.
Su camino hacia la meta se vio ralentizado por varios marcadores a los que esquivo poco a poco y con gracia, era magnifico el verlo jugar con tanta pasión y desbordando todo ese talento. Sin embargo, Kevin logró alcanzarlo e interponerse frente a él faltando tampoco para llegar.
Y una vez más, aquel talento nos sorprendió a todos. Edgar me imitó, lanzó el balón por un costado hacia atrás de Kevin mientras él lo esquivaba por el lado contrario, capturando una vez más el balón detrás de un estupefacto e indignado Kevin. Dos pasos más y canasta.
—¿En serio quieres que te enseñe algo que ya sabes? —indagué con una amplia sonrisa.
—Solo por si acaso —contestó y guiñó un ojo con picardía.
—¡Idiotas presumidos! —murmuró Kevin indignado.
—Y lo que te hace falta ver —repliqué con diversión.
Regresamos al juego con todas las ganas, nuestra ventaja estaba aumentando y el tiempo acabándose. Pero, por desgracia, la rabia de Kevin no hizo más que aumentar y ponerse en nuestra contra. Nuevos empujones que evitaron varios de nuestros puntos llegaron no solo de su parte, sus compañeros se unieron a la batalla con violencia. Y con ello, llegaron tres canastas a su favor llegando al punto de empate. Eso no podía seguir así, estábamos a mitad de último tiempo y no podíamos perder estando tan cerca de la victoria, menos contra él.
Con una sola mirada Edgar entendió; mientras me dirigía hacia el frente recibiendo el balón de Emilio, el marcaje liderado por el odioso se acercaba a mí. Le hice una seña a Emilio para que se quedara junto a mí, solo por si acaso. Al mismo tiempo, Edgar venía corriendo desde la parte de atrás hacia mi costado contrario.
—¡De aquí no pasas! —dijo Kevin.
—Yo no —susurré.
Con un solo movimiento, llevé el balón a mi espalda listo para lanzarse en dirección a Emilio. Este, listo para recibirlo, tomó la posición correcta. Sin embargo, el balón salió disparado en el sentido contrario siendo atrapado por un veloz Edgar. Este, ni corto ni perezoso, corrió aprovechando la confusión de los demás hacia la meta. Canasta.
—¿Decías algo? —me burlé.
Con rabia, hicieron el saque del balón lo más rápido posible, corriendo entre empujones y zancadillas hacia nuestro lado de la cancha. Y sin poder evitarlo, volvieron a empatar. Estaban desesperados, jugando sucio y anotando cada que nosotros lo hacíamos.
—¡Dos minutos! —gritó el entrenador.
El tiempo se acababa y el marcador estaba empatado, la tensión empezaba a subir a niveles desesperantes. Incluso el público lo sentía, gritando y vitoreando a su equipo. Con un empujón, Kevin sacó el balón de la cancha, dándonos la oportunidad de sacar nosotros. Treinta segundos, su sonrisa de suficiencia era desesperante. De quedar en empate, iríamos a tiempo extra hasta que el ganador se designe con una anotación.
No vi de otra, Edgar hizo el saque pasándome el balón a mí. Un paso corto, toda la fuerza puesta en mi brazo y un solo lanzamiento directo a la canasta desde el otro lado de la cancha. El silbato sonó dando por terminado el partido y con ello, el balón entrando a la canasta.
—¡Dios! ¿Cómo...? —exclamó Edgar sorprendido.
—Tienes mucho por aprender, primor —le dije con todo el derecho de presumir.
—Tienes que enseñarme, ese no me lo sé —exigió entre risas.
A mitad de cancha, los gritos y bitores de los chicos resonaban por encima del murmullo del público. La victoria era nuestra y eso era más que suficiente para celebrar. Aun así, el ver el gesto de derrota de los demás me hizo sentir un poco culpable. No habíamos jugado muy limpio, aunque ellos hayan iniciado toda la jugarreta.
Me acerqué a Kevin, cabizbajo y molesto como estaba, esperaba poder tener una conversación civilizada con él. No ponía mucha fe en ello, pero podía intentarlo, tal vez así y de una vez por todas, la rencilla entre ambos se acabaría. Ojalá, en serio esperaba eso.
Me acerqué esperando notara mi presencia, clavando su mirada molesta en mí. Ladeé la cabeza con gesto conciliador, sonriendo solo un poco para que viera que no tenía intenciones de pelear. Y cuando lo tuve en frente, solo estiré mi mano a modo de tregua.
—¿Que? —inquirió perplejo mirando mi mano frente a él.
—Ya es hora de dejar eso atrás, ¿no crees? —contesté—. Pasado pisado.
—¿Y si no quiero?
—¿De verdad quieres estar toda la vida así? —repliqué indignado—. Recuerda quien traicionó a quien, no deberías ser tú el molesto.
—Tan ególatra como siempre —se burló.
—No soy el único —contesté con el mismo tono.
—Bien, te perdono —dijo y me dio un apretón de manos.
—¿Estás bromeando? —me quejé, suspirando—. No importa, como quieras.
Me encogí de hombros y empecé a alejarme, una zanja cerrada por fin después de tantos años. Se sentía bien, un poco de paz en mi interior.
—Bien jugado —dijo después de unos segundos.
—Lo sé —contesté con diversión.
—¡Idiota! —se burló.
Al alejarme y regresar con mi equipo, la mirada seria de Edgar estaba puesta en mí, pero en ese mismo instante la desvió al resto del grupo. Me sentí confundido, hace unos minutos todo estaba bien, pero ahora, después de... Sonreí amplio, ¿acaso estaba celoso? Me enternecía y emocionaba si mis suposiciones eran correctas, porque significaba que era importante para él. Nada me haría más feliz que eso.
—Bien, se lo merecen, jugaron duro y muy bien, me siento satisfecho con estos resultados así que... —dijo el entrenador, haciendo una pausa mirándonos a todos con seriedad—. Tómense el lunes libre, nos vemos el miércoles en el entrenamiento. Disfruten el día, pero con cuidado. A las duchas, ya apestan.
Entre risas y disparates, todos nos fuimos directo a las duchas. Solo por ese día y para evitar cualquier altercado, a los abejorros se les permitió usar la ducha de las chicas. Gracias al cielo se les ocurrió, no quería estar en esa situación incómoda compartiendo ducha, completamente desnudo con Kevin y todos sus compañeros.
Aun así, el semblante de Edgar no era el mismo. Se duchó con los demás, conversando como si nada e ignorando mis miradas. Ya me estaba asustando, tenía tantos planes para ese día que no quería que la presencia inesperada de Kevin lo arruinara. No tuve de otra, acercarme mientras se estaba cambiando sin importar las miradas burlonas de los idiotas.
—¿Listo para salir? —indagué, muy cerca de su oído y con mi mejor sonrisa.
—Creo que debería ir por...
—Eddy, no seas así —le interrumpí casi con suplica—. De verdad quiero salir contigo, sea lo que sea que te haya hecho sentir molesto conmigo, dímelo y te lo explico.
—No estoy molesto, no te preocupes —contestó con una sonrisa forzada.
—¿Entonces? —insistí con un puchero, levantando su rostro obligándolo a mirarme—. Tengo muchos planes para hoy, será divertido, ¿sí?
—Está bien —suspiró, distrayéndose con mis labios—. Pero no puedo regresar tan tarde, debo ir por las niñas.
—Más que perfecto, podría acompañarte si quieres, me gustaría saludarlas. —Las risillas de fondo fueron la primera alerta—. Y mejor démonos prisa, o estos idiotas se nos pegaran como garrapatas.
Miró detrás de mí, sabiendo que hablaba justo de ellos y soltó una risa, suave y dulce risa divertida. Me sentí aliviado por un segundo, era buena señal si dejaba aquella expresión seria y volvía a sonreír. De todos modos, era un malentendido que pensaba resolver en cuanto ellos estuviesen lejos.
Nos duchamos y alistamos como si nada del otro mundo estuviese pasando, nada que pudiese mantener mi corazón latiendo como si fuese un niño emocionado. No, solo disimulo y más nada. De reojo, lo vi sonreír varias veces, contenerse y sonrojarse suavemente. Iba a ser nuestra primera cita y no podía esperar más por ello, la del día anterior no contaba, fue más un paseo familiar.
Saliendo de la universidad, nos quedamos de último esperando que los chismosos no se dieran cuenta. Sería algo improbable, pero esperaba tener que aguantarlos el lunes que en ese preciso instante. Envié un mensaje rápido a mi papá, para que no esperara por mí y solo se fuese a casa. Tendría que dar explicaciones después, pero no importa, mientras piense que estaré con todos mejor, aunque sea solo de momento.
Y, aun así, una última mirada de soslayo y un asentimiento de cabeza fue lo único que vi de Kevin por ese día. Al parecer, de verdad iba a dejar toda esa tontería de la escuela atrás. Ya era hora de avanzar, nunca era tarde para eso, mucho menos para dar explicaciones. A mi lado, Edgar volvió a tensarse, su expresión seria moraba la lejanía casi sin parpadear.
—Supongo que conoces a ese muchacho desde antes, ¿no? —indagó curioso, sin siquiera mirarme.
—¿Quién, Kevin? —dije, como si no supiese de que habla—. Sí, desde el colegio, siempre fue una caspa.
—¿Nunca se llevaron bien? —Su curiosidad iba solo en aumento, pero no dejaba de lado esa expresión seria.
—Bueno, hasta el último año fuimos muy buenos amigos, la verdad, después de eso, pues... —suspiré haciendo una mueca—. Es un idiota.
—¿Qué pasó? —preguntó, esta vez centrando su atención en mí.
—Para hacer corta la historia, digamos que por su culpa me di cuenta que me gustan mucho más que las niñas —expresé como si no fuese la gran cosa—. Pero me engañó, fingió ser mi amigo por mucho tiempo, después empezó a coquetearme hasta que me gustó de verdad.
Estábamos muy cerca de la parada de buses, allí esperaríamos la ruta que nos llevara a nuestro primer destino, el cine. Un lugar oscuro, entretenido, con comida y posibilidad de besarlo tanto como quería. Sin embargo, su expresión fue decayendo un poco con cada palabra que salía de mi boca. Aun faltaba mucho por decir.
—Entonces fueron...
—No, él solo lo hizo para demostrar un punto, quería que las niñas vieran que no era el chico perfecto que ellas creían —le interrumpí entre risas—. Cuando se dio cuenta que me gustaba, solo lo divulgó a todo el mundo para burlarse de mí. Pero no le funcionó, después de eso fui igual o más popular que antes. Le salió el tito por la culata.
—¿De verdad hizo eso? —exclamó horrorizado.
—Por desgracia sí, por pura envidia. Desde ahí las cosas dieron un tanto hostiles, peleábamos cada segundo y me suspendieron un par de veces por él. Pero bueno, había tenido la buena suerte de no haberlo visto hasta ahora, de todos modos, tal vez esto era inevitable. —Me encogí de hombros restándole importancia al asunto.
—Y... —titubeó, un poco de tristeza se reflejó en sus ojitos.
—¿Qué? —insistí.
—Bueno, si te gustó tanto en ese momento, ¿aún podría...?
Hizo una larga pausa, dejando que el silencio y su sola expresión explicaran o que estaba atorado en su garganta. No voy a decir que hay razones para que crea algo tan estúpido como eso, pero tampoco voy a negar que fue divertido y lindo que sucediera. ¿Por qué tenía que verse tan adorable estando celoso?
—Eddy, mi amor, ¿en serio estás preguntando eso? —sonreí, colocándome justo frente a él y acariciando sus mejillas con dulzura.
—No, es que, bueno...
Lo interrumpí como tanto quise, comiéndome su boca con esas ansias y ganas que tanto me estaban consumiendo. Esperaba que, más que mis palabras, mis acciones le demostraran que no importa cuantas personas de mi pasado aparezcan, el único que quiero que este en mi futuro es él. Nadie más.
—¿Eso responde a tu pregunta? —susurré sobre sus labios.
—No quedó muy claro —jadeó, agarrándose a mi cintura como antes—, tal vez otro beso pueda...
Y una vez más di rienda suelta a mis más intensas necesidades, no me importaba si podían vernos, necesitaba más de Edgar, más de sus besos y sus caricias, más de sus suaves jadeos en mi oído, más de su suave piel rozando la mía, más de su delicioso cuerpo desnudo sobre el mío. Quería todo de él.
—¡Fuerte y claro! —susurró con una amplia sonrisa, mordiendo con suavidad mi labio.
—En serio me encantas, y esa sonrisita diabólica tuya me mata —dije, abrazándolo y pegándolo a mí.
—No debió meterse contigo —aseguró, haciendo un lindo puchero.
—¡Gracias!
Más besos llegaron, sin cansancio y sin tregua, hasta que el claxon del autobús acercándose nos hizo reaccionar. Había llegado el momento de disfrutar de nuestra cita, la primera a solas, juntos y llena de besos.
Y como cosa rara, este CAP es extensión del anterior
Ya van dos capítulos que salen extras de este libro
En fin, ni sé porque me extraña si siempre es lo mismo
Que les pareció?
Un partido disque amistoso, un idiota revelado y salseo por venir
Ay el amor
Los quiero pulguitas
Mamá pulga fuera... A llorar...
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