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🏀14🏀

Thomas

El bullicio de las risas y la música de los parlantes del parque era fastidioso, a decir verdad, poco me gustaban ese tipo de lugares tan escandalosos y llenos de gente. Sin embargo, las circunstancias eran especiales y ameritaban hacer un sacrificio. Lo valió por completo, el ver la sonrisa de Edgar y saber que estaba confiando en mí para permitirme conocerlo era tan satisfactorio, me llenaba de tanta ilusión; aun así, pese a lo divertido del día y lo lindas que son las niñas, me hacía falta una tarde con él, siquiera una hora a solas, me moría por besarlo hasta el cansancio.

—¡Totoooooo! —gritó Valeri desde la gran resbaladilla.

Se deslizó lo más rápido que el juego le permitió, cayendo en mis brazos entre risas estridentes. Al mismo tiempo, Elizabeth y Natalia salieron disparadas juntas por la misma resbaladilla gritando de felicidad.

—¡Ota vez! —gritó Valeri una vez más, desprendiéndose de mis brazos y corriendo a la resbaladilla.

Las tres corrieron de regreso a la parte de atrás del juego, subiendo a toda prisa por sus escaleras y recorriendo los pasadizos que conformaban aquel aparato.

—¡Vaya, ya tienes apodo! —expresó Edgar entre sonrisas.

—¿Eso es bueno? —indagué, contagiado por su sonrisa.

—Mucho, le caes bien.

—Genial, ya tengo su aprobación —dije con mi típica sonrisa coqueta, dejándolo pensando en el significado de mis palabras y regresando al final de la resbaladilla, esperando a la pequeña Valeri.

El resto de la tarde fue un sueño, caminamos recorriendo todo el parque, decorado con brillantes luces de colores y algunas botargas de caricaturas andando por ahí. Con Valeri sobre mis hombros, Natalie y Elizabeth caminando casi entre brincos, y Edgar a mi lado sonriendo con dulzura, me sentía lleno de un calor embriagante que jamás había sentido.

Sin embargo, todo tiene un final y el día estaba llegando al suyo. Las niñas, por muy bien que la hayan pasado, se veían cansadas. Incluso nosotros estábamos agotados, felices, pero cansados.

—Llegó el momento de despedirse, niñas —dijo Edgar.

—¿Nos visitarás? —me preguntó Natalia con sus grandes ojos brillantes y con pucheros. Tan parecida a su hermano que me dio ternura.

—Si Edgarcito quiere, podría visitarlas y jugar juntos —les dije, mirando de reojo a Edgar y su precioso sonrojo.

—¿Ed? —expresaron las tres al unísono.

—Toto puede ir a casa, ¿cierto, Edgarcito? —dijo Elizabeth con su tono burlón.

—Sí, un día de estos volveremos a salir, ¿les parece? —contestó, recibiendo los saltitos de felicidad de sus hermanas—. Pero por ahora nos vamos, así que, ¿cómo se dice?

—¡Glacias, Toto! —expresó Valeria dándome un fuerte abrazo.

—Fue divertido, muchas gracias —secundó Natalia con una enorme sonrisa.

—De nada, todo un gusto —contesté, dirigiéndome una ultima vez a Edgar mientras las niñas recogían sus cosas—. Por cierto, ¿existirá la posibilidad de volver a vernos mañana a solas?

Su mirada se intercaló entre ellas y yo, y de cierto modo me sentí un poco mal por eso. No quería que pensara que lo estaba haciendo elegir entre ellas y yo, jamás pensaría en algo como eso. Ellas son prioridad, por encima de quien sea, pero también es cierto que quería pasar tiempo a solas con él.

—Sé que debes cuidarlas, no tengo problemas con eso, pero me gustaría pasar un rato contigo —insistí viendo la duda en sus ojos—, aunque sea solo una hora.

—También me encantaría, solo que... —Hizo una pausa pensativo—. Debo pedir un par se permisos, si puedo dejarlas con mi tía podría salir mañana.

—Eso sería genial —sonreí a más no poder—. Estaba pensando en que...

El estruendo de nuestros celulares me interrumpió, que ambos sonaran al mismo tiempo nos pareció un poco extraño y alarmante en partes iguales. Y no era para menos, era un correo del entrenador.

«Buenas tardes. Mañana partido amistoso en la cancha de la universidad, jugaremos contra los Abejorros de la Estatal de Buenavista. Los quiero allá a las once de la mañana, listos y preparados».

—¿Partido? —indagó Edgar sorprendido—. ¿Desde cuándo...?

—Bueno, al parecer nos íbamos a ver mañana sí o sí —me burlé—. Llevaba una semana esperando respuesta del entrenador de esa universidad, me extraña que le hayan dado el sí de un día para otro, pero ni modo.

—¿Después del partido podríamos...? —preguntó entre titubeos nerviosos.

—Podemos salir, caminar, comer por ahí, hacer lo que quieras, pero juntos —sugerí, deleitándome al acariciar sus mejillas—. ¿Te parece bien?

—Me encanta la idea —suspiró, acariciando mi mano en su rostro.

—Y otra cosa —añadí—. Lo que dije iba en serio, ¿eh? Puedes pedirme lo que quieras, de todos modos, algún día seremos familia.

Su sonrojo aumentó gradualmente ante el significado de mis palabras, no pude evitar decirlo mucho menos sonreír ante aquella imagen. Me mordí la lengua y contuve mis ganas, era desesperante no poder besarlo aún en momentos tan lindos como este, cuando su carita me provocaba todo tipo de sentimientos y sensaciones.

—¿Ya nos vamos? —preguntó Valeri, sacándonos de nuestra pequeña burbuja.

—Sí, ¿recogieron todo? —preguntó nervioso.

—Listo el pollo —se burló Natalia.

Con un último abrazo, las niñas se despidieron de mí; mientras, Edgar aun con pena en su rostro, medio un suave beso en la mejilla y un hasta mañana susurrado en mi oído. De no haber estado apoyado sobre algo sólido, mis rodillas habrían cedido ante el precioso sonido de su voz.

—Adiós, cuñadito —se despidió Elizabeth casi entre susurros burlones.

—Adiós, cuñadita —le sonreí cómplice.

—¡Adió! —gritó Valeri con un ademán enérgico de sus manitas.

Un largo y lento suspiro salió de mis labios mientras, a lo lejos, los veía desaparecer entre el tumulto de gente. Tomé de la misma manera mi camino de regreso a casa, y por si no lo había pensado antes, llegó el momento de ponerse serio. La chismosa del año iba a estar cerca y no estaba hablando de mamá, siempre había alguien que le ganaba en eso. Violeta.

Su idea, sugerencia e incluso exigencia de ir lento, se había ido por el caño muchos días atrás. Y, por si fuera poco, jamás en la vida iba a ver arrepentimiento en mí. ¿Para qué si todo me estaba saliendo más que perfecto con mi amorcito?

—¿Te gusta hacer lo contrario a lo que te digo? —me riñó Violeta—. Familia, en serio tú... ¿Qué más sigue? ¿Pedirle matrimonio?

Misión fallida, si me vio, si vio a través de mi enorme sonrisa y terminé soltando la sopa. ¿Qué puedo decir en mi defensa? Nada, a veces me gustaba oír en voz alta mis buenos momentos, y todos con Edgar habían sido mágicos.

—Bueno...

—Mira, cállate mejor, ni contestes eso porque me asustas de verdad —bufó con exasperación—. O sea, es que, no te entiendo, apenas llevan como dos meses o menos conociéndose y ya te lo comiste.

—A medias, técnicamente —le corregí—. Aún no me doy ese gustazo completo.

—Pero es la idea, ¿no?

—Pues...

—Cállate el hocico, no necesito saber eso. ¡Santo aguacate rey de las frutas, contrólalo! —suspiró—. Ni siquiera puedo decir que le bajes dos rayas, al parecer ni porque te lo comas con miel se espantará.

—¿Y eso es malo? Porque me gusta la...

Con un sonoro golpe en el brazo, silenció cualquier cosa que estuve por decir, aunque era más que obvio lo que de mi boca iba a salir. La verdad, purita y deliciosa verdad, incluso puedo imaginármelo. ¿Para qué me da ideas si sabe cómo soy?

—Que te calles, carajo —volvió a regañarme mientras yo me partía de la risa—. Pa' ti es la mejor idea, aunque debo aceptar que me sorprende, debes gustarle mucho para que se deje llevar tan fácil.

—Tengo mis encantos, lo sabes, nadie se puede resistir a mí.

—Por lo que veo tú eres quien menos puede hacerlo, así que deja de alardear.

—Es su culpa, toda suya —expresé con una enorme e ilusionada sonrisa—. Me es irresistible cuando lo tengo tan cerquita, me dan ganas de darle y no consejos.

—Agradezcamos, entonces, que el niño te sigue la corriente y que, de paso, entre espadazos no hay embarazos —se burló haciendo una mueca de desagrado—. Imagínate un mini tú corriendo por ahí, tendríamos un batallón en un par de años, ¡Jesús, que horror!

—Ay, no seas tarada, suenas a mi mamá.

—Mentiras no he dicho.

Con todo listo para el día siguiente, esperé a que el sueño me llevara consigo, pero el recuerdo de su preciosa sonrisa durante la tarde se adueñó de mis pensamientos. Con eso en mente, pude dormir profundamente y soñar con él, un hermoso sueño donde estaríamos juntos siempre.

—¡Arriba, soldado! —gritó mi papá—. Tenemos partido, así que empieza a alistarte y a desayunar.

—Sí, sí, ya, despierto —murmuré entre asustado y nervioso.

—Te espero abajo —dijo y salió con la misma brusquedad con la que entró.

—¡Dios, como odio que haga eso!

El regaño durante el desayuno no fue para mí, una vez más mamá tomó el mando de la relación y le riñó por hacer eso de nuevo. A ella tampoco le agradaba mucho que me despertara de esa forma, no lo decía seguido, pero todo ese tema del ejército y las armas le era fastidioso. Ironías de la vida, se casó con un teniente general, uno de los más altos rangos del ejército.

Aproveché aquella pequeña distracción de ambos, su discusión seguiría por un par de minutos hasta que papá cediera y se besaran como siempre. Escribí un rápido mensaje.

«Buenos días, mi Edgarcito precioso, ¿listo para tu primer partido?».

Sonreí ante mi propia cursilería, ser coqueto no iba con el hecho de ser así de meloso, pero con él todo ello salía tan natural que me parecía cada vez más a mi papá. Antes era un poco escéptico ante ese tipo de cosas, pero ya no, ahora si tenía mi propia razón para serlo, de lindo rostro y preciosos ojos cafés.

«Buenos días, mi Thomy, estoy un poco nervioso, pero no es nada del otro mundo. ¿Cómo estás?».

Su respuesta me hizo sonreír demasiado, el que me llamara Thomy me calentaba el alma entera. ¿En serio me había enamorado tan rápido y tan fácil? Sí, porque es él, porque sé que él es mi persona. Y por ello, la discusión de esos dos terminó en un silencio repentino en el que clavaron su atención en mí, mirándome con extrañeza.

«Yo ya estoy extrañándote, pero nos veremos en un rato, ganaremos ese partido y celebraremos juntos. Besos».

—No diré nada, así que no pregunten —dije mientras escribía y antes de que ellos dijeran algo—. ¿Nos vamos o seguirán discutiendo?

—Tu hijo trama algo —replicó mi papá dirigiéndose a mamá.

—¡Exagerado!

Salimos de casa y llegamos a la universidad en cuestión de minutos, viendo que en el parqueadero había varios autos estacionados y un par de motocicletas, un poco raro que estuviese tan activa un domingo por la mañana. Desde la entrada principal seguían entrando personas, algunas de ellas con camisas de un equipo que no había visto. Al parecer, los abejorros tenían publico invitado. ¿Les había dado tiempo para eso y no de avisarle al entrenador a tiempo para el partido?

Empezamos mal.

Al entrar, la mayoría de los chicos ya estaban alistándose para el partido. Habíamos contado con la suerte de no tener demasiadas inasistencias, la mayoría estaban allí y los titulares estábamos completos. Y eso incluía mi precioso amuleto de la suerte, mi Edgarcito.

—Hola, Edgarcito, ¿listo? —le saludé con una enorme sonrisa, dándole la espalda a los demás, mientras menos vean, mejor.

—Más que listo, ¿algún concejo, capi? —se burló.

—Se rápido, ágil y anota cuanto puedas, que cuando salgamos de aquí me las cobraré —repliqué con mi mejor gesto coqueto—. Esas mañas no debes aprenderlas, ¿eh?

—Me es irresistible no llamarte así, lo siento —se rio con dulzura.

—¿Y las niñas cómo están? —pregunté siguiendo su sonrisa.

—Te mandan saludos y mucha suerte en el partido —contestó—. Las dejé con una tía, los domingos trabaja desde casa y hace manualidades, a ellas les encanta ayudarla.

Empezamos bien, una excelente noticia para motivarme en el partido no está demás, menos si es la esperanza de pasar una tarde asolas con él. El mejor premio.

—Genial, eso quiere decir que te puedo robar el resto de la tarde, ¿no? —sugerí con picardía.

—Depende, ¿me darás algo por cada anotación que haga? —respondió en el mismo tono.

—Un beso por cada canasta, ¿qué dices?

—Suena tentador, ahí vamos viendo... capi —se burló.

Las risillas de mis supuestos amigos detrás de mí, me impidieron gozar por completo de la conversación. Si para algo eran buenos todos ellos, era para ser un complejo de vigilancia tan avanzado que podían escuchar conversaciones lejanas. Así de chismosos son. Sin embargo, el abrir de la puerta me impidió reclamarles algo. Era el entrenador y no se veía del todo contento.

—Bien, muchachos, la oportunidad de demostrar que de verdad han aprendido algo estos semestres, o este mes para los nuevos, ha llegado por fin —anunció el entrenador—. Nome agrada la circunstancia, esperaba un aviso con más tiempo de anticipación, pero ya no se puede hacer nada, solo darlo todo en la cancha y demostrar que siguen siendo los mejores.

—¿No es un poco raro, entrenador? —indagó Evaristo un poco serio.

—No diré nada que pueda afectar directamente la actitud de ustedes frente al otro equipo, quiero un juego limpio, que quede claro —explicó—, ya hablaremos después. Los espero en cinco minutos afuera para empezar.

—Me sigue pareciendo raro —insistió Evaristo en cuanto el entrenador salió—, ¿no han visto toda esa gente? A duras penas y vinimos nosotros con ese aviso de último momento.

—Yo concuerdo —secundó Edgar—, ¿en qué momento les dio tiempo de avisar?

—Entiendo, también me parece muy raro, pero... —Hice una pausa suspirando—. ¿Qué más podemos hacer? Solo es un partido amistoso, así que aprovechemos como podamos y ganemos. Ustedes pueden.

—¡Qué motivador! —se burló Emilio.

—¡Alístate y cierra el pico!

Al salir para el calentamiento, una de las gradas del costado, la más grande de todas estaba casi al topo de personas. En la base, su entrenador y los jugadores se preparaban para el partido. De nuestro lado, como mucho un par de personas que vinieron a acompañar a algunos de mis compañeros. El contraste era demasiado notorio como para no ver algo raro, pero como se dijo antes, nada se puede hacer ni mucho menos creer de esto, serían meras especulaciones.

—Gracias por aceptar al último momento, fue un error de mi parte y me disculpo por ello —dijo el entrenador de los abejorros—. ¿Ya están listos?

—Más que listos, no se preocupe.

Ambos capitanes nos dirigimos al centro de la cancha, mientras que los demás se esparcían y tomaban sus lugares a lo largo y ancho de la misma. Solo al tenerlo en frente algo de toda la situación me hizo clic en la cabeza, era Kevin, la última persona en el mundo que quería ver.

—¿Me extrañaste, capitancito? —expresó con burla.

Sus enormes ojos verdes seguían siendo los mismos, llenos de malicia y perversidad. Jamás había conocido a alguien como él tan rencoroso e infantil, haciendo bromas y jugarretas nada limpias como si fuese algo divertido. Era y seguía siendo un bully en todo el sentido de la palabra.

—Había tenido la fortuna de olvidarme de tu existencia, ¿desde cuando eres capitán? —indagué curioso.

—¿Por qué? ¿Es un delito ser capitán? —se burló—. El puesto no es exclusivamente tuyo, capitancito.

—Jamás he dicho eso.

—Pero tú cara lo dice.

—Espero juegues limpio, recuerda que aún me sé tus artimañas —le advertí.

—Solo las viejas, actualízate, anciano —se jactó y el silbato sonó.

Desde el colegio no había visto su cara, después de la graduación de bachiller había tenido la gran fortuna de no volver a cruzarme con el odioso de Kevin Gutiérrez. En aquellos días, no había nada queme distrajera de una buena compañía femenina. Siempre estuve rodeado de gente, tanto amigos como admiradoras. Tuve muchas citas, pero como ahora, ninguna me llenaba ni me hacía sentir ese amor que mis papás se demostraban. Eso, claro está, hasta que conocí a Edgar. Pero para esos días, era un poco pica flor.

Sin embargo, Kevin apareció para hacerme dudar de todo lo que creía. No podía negar que tenía buena apariencia, alto, moreno, de piel tostada y unos ojos verdes intensos. Era atractivo, y lo seguía siendo. Pero éramos unos niños inmaduros, nos hicimos muy buenos amigos y jugábamos en el mismo equipo de baloncesto.

Empezaron los coqueteos, las salidas a solas, las conversaciones hasta altas horas de la madrugada, todo lo que no hacía con una chica me encantaba hacerlo con él. Sí, Kevin me gustaba mucho. Con él, descubrí que había un mundo más allá en cuestiones de sentir y de amar. Entendí que no era extraño que me gustase un chico, que más allá de las niñas el abanico de posibilidades podía extenderse hasta dar con quién elegiría el resto de mi vida. Quería intentarlo con él, creí que él también pensaba lo mismo.

Hasta que, como todo en la vida, llegó a un punto de declive.

—No seas payaso, claro que no me gusta —replicó Kevin.

—Pero todo el mundo los ha visto juntitos de arriba para abajo —se burló su amigo.

—Eso, brutos, es para que las chicas vean que su perfecto Thomasito no es lo que ellas creen —se quejó—. Dios, es desagradable ver cómo babean por ese, ni que tuviese oro en la cara.

—O sea que...

—¿De verdad creíste que saldría con él? —soltó una carcajada irónica—. No estoy tan desviado, por favor.

Y con aquellas simples palabras, me di cuenta de lo idiota que había sido todo ese tiempo. Las cosas entre ambos se volvieron incomodas, y de ahí en adelante, más hostiles que de costumbre. Siendo sincero, nunca pude perdonar aquel engaño. Soy rencoroso, sin embargo, a estas alturas del partido, ¿de qué me servía tal cosa?

Nos graduamos, nos separamos, cada quien tomó la oportunidad de ir a una universidad diferente y así había sido feliz hasta ese momento. No se crean, verlo no me afecta en absoluto, pero sí sé que significa que él podría estar detrás de aquella jugarreta sucia.

¡Ring! El partido había iniciado.

El balón, por desgracia, había caído en manos de los abejorros. Pasó por varias manos hasta llegar nuevamente a las de Kevin, a medio camino hacia nuestro lado de la cancha. Su mirada y sonrisa abierta se posaron en mí, sin embargo, por un costado ya estaba Evaristo buscando la forma de marcarlo. Un paso más y el balón sería nuestro.

—Ni lo creas —dijo y lanzó el balón al costado contrario.

Uno de sus compañeros estaba listo para recibirlo, pero Edgar con un salto logró interceptarlo y pasarlo a mis manos.

—También tenemos trucos nuevos, actualízate —me burlé en su cara.

Con rapidez llevé el balón al otro lado, esquivando varios contrincantes con cierta facilidad. Sin embargo, se acumularon varios de ellos y no vi de otra que pasarlo. Emilio se encargó de acercar aún más el balón a la meta mientras Edgar y yo nos quitábamos el marcaje de encima.

Con un rápido movimiento, pude salir de ahí y recibir una vez más el balón en mis manos. Solo basta un salto y apuntar, sería nuestra primera anotación. Aun así, su pie se interpuso en mi camino haciéndome tropezar. Como pude, lancé el balón directo a la canasta antes de caer y salir de la línea de la cancha.

¡Ring! Primer punto para los Halcones de la UNABU.

—¿Quieres jugar sucio? —le reclamé a Kevin, quien me miraba con desprecio—. Recuerda quien te enseñó, no me provoques.

—No te tengo miedo —replicó entre dientes.

—Tampoco estoy solo, somos un equipo —le recordé con suficiente, haciéndolo rabiar más.

—¿Eres idiota o te haces? —vociferó Edgar molesto, dándole un empujón a Kevin.

De un salto, me levanté interponiendo me entre ellos. Lo que menos quería era que tan solo iniciar el partido nos sacaran alguna amonestación, menos a Edgar.

—¿A ti quién te llamó? —escupió con rabia.

—Vuelve a empujar y...

—Suficiente, ¿qué pasa aquí? —nos riñó el entrenador de los abejorros.

—A formación todos, ahora —exigió mi padre, el entrenador—. Tomemos dos minutos, rápido.

Sin dejar las miradas amenazantes, nos dirigimos cada equipo a su lado de la cancha mientras el público abucheaba la situación. A nosotros, más que todo, aunque ellos hayan sido los de la falta.

—Edgar, mijo, ¿debo darte clases de control temperamental o qué? —vociferó el entrenador.

—Él empezó, le metió el pie para hacerlo caer, eso es...

—Ya lo sé, niño, no soy ciego —le interrumpió.

—¿Va a dejar esto así? —indagó Juan sorprendido.

—¿Qué esperan que haga? ¿Qué los acuse con su entrenador? El tubo que haber visto todo y ni me sorprende si en vez de decir algo, solo los felicita. —Las miradas confusas de los demás estaban paseándose entre uno y el otro, nadie entendía aquella actitud, y antes que Edgar volviera a replicar, él continuó—. Escúchenme bien, en especial Edgar y Thomas, sobre todo tú, lo conoces muy bien y sabes que no juega limpio, no por nada está de capitán hoy así que ya sabes lo que se viene. Solo estén atentos y listos para esquivar.

—¿Solo eso? —replicó Edgar.

—Tranquilo, niño, esto apenas está empezando —dijo con calma—, y en juego largo siempre hay desquite.

Una amplia y ladeada sonrisa misteriosa apareció en el rostro de Edgar, se fue ampliando poco a poco mientras sus ojos se iluminaban con malicia. Al parecer, habían despertado cierto poder oculto dentro de él y eso me encantó. Aquella sonrisita diabólica era tan sexi como solo él podía serlo, deliciosa maldad.

Ustedes no me pueden descuidar un minuto porque hago desmadre

Y este quien es?

No, mejor dicho, ni sé quién es pero me cae mal

Kevin tenía que ser

Sorry si hay algún Kevin leyendo, tú si me caes bien

En fin

Los quiero pulguitas

y sí, el pov de Thomas va a continuar porque me alargué

ya ni para que discuto, no?

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