🏀13🏀
Edgar
Muy en las nubes había quedado mi mente, la cabeza seguía dándome vueltas aún después de llegar a casa. Estaba, como dirían algunos, embobado. Pero es que, ¿cómo no estarlo después de semejante suceso? Ni en mis mejores y más húmedos sueños había imaginado algo de esta magnitud, mucho menos con otro hombre y ni qué decir de ser él precisamente el protagonista. Nada más y nada menos que el mismísimo Thomas. Pero no, jamás diré que me arrepiento porque sería la mentira más descarada que haya dicho en la vida. Todo lo contrario, me encantó como no tienen idea.
En cierto sentido, aún no podía creer todo eso. No lo sucedido, sino la suerte de que haya pasado en realidad, de que no haya sido solo un sueño húmedo producto de mi imaginación y que, para mayor deleite, haya sido por su propia voluntad. Esta vez no lo besé yo, fue él quien tomó la iniciativa, quién me besó hasta dejarme húmedo y duro, quién se desnudó frente a mí mostrando su propia excitación, quien confesó sus sentimientos por mí. Eso último me tenía tan emocionado, y al mismo tiempo aterrado.
Estaba en la mejor etapa de mi juventud, en la que una persona normal se enamora, vive su vida, se arriesga y se aventura en lo que más quiere. Quiero hacerlo, pero, ¿puedo? Me aterraba que, al dejarme llevar por eso y vivir mi vida, me distraiga de las cosas importantes, de mis hermanas. Ellas debían ser mi prioridad, pero también sabía que Thomas estaba tomando un lugar en esa reducida lista y lo estaba permitiendo con todo gusto.
El recuerdo de su perfecto cuerpo tonificado aún me calentaba, su viva imagen estaba impregnada a fuego vivo en mi retina. Tan suave, tan duro, tan sensible a mis caricias, tan cálido. Era una vista realmente deliciosa. Por primera vez en mi vida me sentía especial, sentía que era importante para alguien, todo porque el chico popular de preciosos ojos celestes se fijó en mí de esa manera. ¿De verdad lo merecía?
Además, por primera vez en años tenía nuevas esperanzas. El que corresponda a mis sentimientos me hacía creer que las cosas podían ir bien, podían mejorar. Así que, esa noche, aunque fuese solo esa, ignoraría todos los problemas que acarreaba en mi vida, lo que se reducía a ignorar a mamá y todo lo relacionado a ella.
Eso sí, jamás y nunca descuidaría a mis hermanas, por el contrario, está vez tenía una motivación extra para ayudarlas con sus tareas. Mientras más desocupado con deberes académicos estuviésemos los cuatro, porque las mías también contaban, más tranquilo podría irme a mí cita con Thomas. Y eso me llevaba a un punto más, ¿cómo se lo diría a ellas? Valeri no diría nada, tiene solo cuatro años y sería un paseo para ella; Natalia era más perspicaz en ese sentido, así que haría preguntas obvias; pero Elizabeth, la versión femenina de mí, la que siempre está sospechando de todos y todos, posiblemente sumaría dos más dos y se daría cuenta de algo. Claro está, no diría nada por el momento, están muy pequeñas para saber de ello, además, tampoco era nada oficial, solo un paseo.
No, era más que eso, una cita.
Cita.
Se sentía tan raro esa palabra, como si fuese algo tan lejano y desconocido que apenas observaba. Siempre había sido espectador, pero ahora, sería uno de sus protagonistas. Y gracias al cielo, Thomas era el otro precioso protagonista, mi príncipe de ojos celestes.
—¿Ya me puedo ir a dormir? —exigió Natalia.
—Sí, grosera —contesté entre risas.
—¡Fastidioso!
Entre reclamos y reproches, mandé a dormir a las niñas como todas las noches. Llevábamos dos días haciendo tareas como locos, y por ello, ya estaban cansándose de mi nueva rutina. No era de esperarse, cuando ya se aburrían les permitía irse a dormir sin terminarlas siempre y cuando no fuese para el día siguiente. Sin embargo, este fin de semana no estaba disponible para terminarlas. Así que era ahora o nunca, y la segunda opción no era viable. Me reí de sus quejas, no podía ocultarlo, pero tampoco les iba a decir lo desesperado que estaba porque llevará el sábado.
Siendo jueves en la noche, contaba las horas para el amanecer. Lo vería al día siguiente, una última práctica en la semana y de ahí, solo esperar horas para vernos una vez más. Suspiré y me quedé dormido con una sonrisa en mi rostro.
—Bueno jóvenes, hoy empezamos el tema de los límites que tienden al infinito —anunció el profesor arruinando mi buen humor—. Al final de la clase les dejaré ejercicios de límites básicos, así que estúdienlos, tal vez haga quiz la próxima clase.
—¡Mierda! —murmuré.
Recordaba el tema de los límites por el colegio, a duras penas los entendí allá, pero estos, eran como la reencarnación vengativa de todos los ejercicios matemáticos que ignoré y encontré ya resueltos. Venían por mí y está vez no había salvación.
Y sí, estoy exagerando y divagando al mismo tiempo, pero básicamente así me sentí. Los nuevos temas me eran un suplicio, sin embargo, tenía mi as bajo la manga. Un lindo tutor.
Volví a sonreír.
Salí de la clase con mi portafolio lleno de ejercicios, más de cincuenta de cada tipo y nivel de estrés, rumbo a la cafetería donde me encontrarían con Thomas. Dejé de lado, con toda mi fuerza de voluntad, la enorme sonrisa que la expectativa de volver a verlo y hablarle. En su lugar, opté por poner mi mejor cara de tragedia.
Al acercarme, ahí estaba él esperándome mientras miraba la lejanía con aires aburrido. Se veía tan serio, imponente, con su precioso rostro de mandíbula marcada y piel suave. Me derretí por dentro con solo mirarlo.
Su Mirada perdida se posó en mí, apareciendo una lenta, ladeada y pícara sonrisa en sus labios. Se relamió el labio inferior terminando en un no tan disimulado mordisco, todo mientras me reparaba de pies a cabeza sin dejar de sonreír.
«Gracias, Dios, por las bendiciones de este día», dije para mis adentros.
Lo vi tragar fuerte, suspirar y tomar su maletín colocándolo sobre sus piernas. Estaba cada vez más cerca, mirándolo con ojos entornados llenos de sospechas. Él solo se rio a carcajadas, y mi expresión volvió a ser de tragedia.
—¿Y esa cara, mi Edgarcito? —se burló sin cambiar su postura rígida—. Parece que trajeras una tragedia nueva.
—¿Quién dice que no la tengo? —repliqué.
—Solo son matemáticas —bufó.
—Por eso, demasiado problemas para mí gusto. —Una nueva carcajada resonó y me deleité con ese sonido.
Miró al rededor, casi dando una vuelta completa observando todo el lugar. Como era de esperarse, estábamos casi solos en la cafetería con muy pocas personas bastante alejadas de nuestro lugar. Se cambió de lugar, sentándose junto a mí de forma ladeada.
—¿Quién es el payaso ahora? —me acusó Thomas.
—Me junto contigo, después de todo, ¿qué esperabas? —repliqué divertido.
—Estás aprendiendo muy malas mañana, Edgarcito —chistó con fingida indignación.
—Corrígeme. —Me encogí de hombros, acercándome un poco más, tentado por sus labios.
—¿Me estás retando?
—Tal vez.
Sus manos soltaron el maletín que aún sostenía, tomando en su lugar mi rostro entre ellas con dulzura, frotando sus pulgares sobre mi mejilla. Sus labios, igual de suaves y deliciosos, atraparon los míos en un incansable beso intenso.
—¿Esto es un premio o castigo? —susurré sobre sus labios.
—Premio para mí, tú te aguantas.
—Ah, sí, claro. —Mordí con suavidad su labio, sacándole y leve gemido—. Ya, hay que concentrarse, necesito entender esto para el quiz o tendrás que ir a hacerlo tú por mí.
Un último beso fugaz y yo mismo opté por cambiar de asiento, así como estábamos no aseguraría ningún tipo de concentración que no fuese en la boca del otro.
—No le doy al fraude, lo siento —se burló.
—¿Y a mí? —dije sin pensarlo.
—Por horas y duro —expresó con picardía.
—Estoy hablando de matemáticas, ordinario —le reñí, entre sonrojado y curioso.
—Por eso, te daría mis clases por horas, jornadas duras para que te memorices los métodos —explicó entre risas con su mayor expresión de inocencia—. ¿Qué pensaste, Eddy?
—Nada, empecemos.
Mis cuadernos y lápices llenaron la mesita poco a poco, y de esa manera, empezamos de verdad lo importante. Pasar tiempo con él también lo era, mucho, pero a veces hay que ver prioridades momentáneas y hacerlo cómo era debido.
Al inicio funcionó, todo bien y más que perfecto, las ecuaciones fueron hallando solución y los límites estaban brillando con toda la facilidad que el profesor no mostró. Sin embargo, mis ojos empezaron a desviarse al hipnótico movimiento de sus labios. Su explicación seguía entrando por mis oídos, pero cada palabra se iba quedando atascada en el limbo. Hasta que, tan obvio como siempre, me quedé embobado mirando su boca con altas ganas de comérmelo a besos.
—A ver, Eddy precioso —murmuró con sonrisa coqueta, acercando su rostro al mío—, si no vas a besarme mejor deja de mirar tanto mis labios, porque me estas provocando y desesperando al mismo tiempo.
—¿Q-qué? —titubeé nervioso.
—So —estalló en carcajadas.
—¡Animal!
Esta vez, mis manos se movieron casi por iniciativa propia. Se dirigieron a su rostro estampando un beso más en sus labios, largo, lento, delicioso.
—¿Dónde quedó el «vamos a estudiar»? —indagó entre jadeos, dejándose llevar por sus propios deseos.
—Tú me distraes, mi Thomy. —Lo mordí con suavidad sacándole un jadeo.
—¡Jesús, me encantas! —jadeó, casi un gemido.
Cuando estaba con él, las horas pasaban demasiado rápido para mi gusto, sin embargo, cuando estaba lejos de él se ralentizaba como si cada segundo fuese minutos.
Esa tutoría la sentí tan corta, pero tan placentera como nunca. Deseando que el sábado llegase lo más pronto posible, solo restaba una práctica más, dormir a las niñas y despertar en un nuevo y bello día. Estaba seguro que iba a ser increíble, todo con Thomas auguraba buena suerte.
Sin embargo, previo a eso nada se podía asegurar. En casa, las niñas estaban solas y tranquilas, una vez más mamá había salido quién sabe por cuánto tiempo. De momento, lo vi como una buena señal, sin molestias ni preguntas el día de mañana.
Al amanecer, me apresuré a limpiar la casa; con la ayuda de Elizabeth, las tareas de las niñas acabaron en un santiamén y me ayudó con el resto de los quehaceres. Hasta el momento todo estaba tranquilo, mamá ni había dado señales de vida, pero sí de su presencia en casa: la puerta de su cuarto cerrada con la misma corbata colgada en el pomo. Mala señal, el tipo estaba allí con ella.
—Bien, apresurémonos, niñas —dije con prisas.
—¿A dónde tan temprano? —se quejó Elizabeth.
—A dónde sea, pero rápido —expresé y al instante entendió.
—Yo las ayudo a cambiar, ve tú a lo tuyo —sugirió, llevándose a las niñas consigo ignorando sus quejas.
Estaba nervioso, por alguna razón no quería despegarme de la puerta de su habitación. No tuve más remedio que hacerlo, ellas de demorarían mucho más que yo cambiándose, por lo que pude seguro a su puerta para evitar sorpresas. Puede que haya estado un poco paranoico, pero la presencia de ese tipo no me daba buena espina.
Al terminar, regresé a la habitación de las niñas esperando fuera. Sus risas y cuchicheos se escuchaban aún tras las paredes, estaban haciendo de las suyas. Toqué la puerta con insistencia.
—¡Sí, sí, ya vamos! —exclamó Natalia entre risas.
—¿Pal' mundial? —repliqué divertido.
—¡Shiii! —gritó Valeri.
El chirrido de llantas derrapando en la calle reverberó en las paredes, demasiado cerca para ser algo lejos de casa. Asomándome por la ventana, vi aquella misma camioneta estacionándose en nuestra entrada. Sea quien sea, había llegado por ese tipo. Esa era nuestra salida.
—Niñas, apresúrense —expresé con ansias.
—Ya casi.
Busqué lo que necesitábamos para salir, mis documentos, mi cartera, dinero y pañuelos, nunca se sabía los desastres que podía hacer una niña de cuatro años. Con prisas y algo de confusión, vi salir a las niñas de la habitación tomando a Valeri entre mis brazos. Sin decir nada, siguieron mis pasos rumbo a la salida donde, por desgracia, aquel sujeto estaba entrando por la puerta.
—Mira nada más —expresó con burla—, ¿a dónde van las niñas más bonitas de esta casa?
—No es de tu incumbencia —respondí, dejando a las niñas detrás de mí.
—La niña mayor saca las garras, que divertido —se burló, desviando su atención a Elizabeth.
—¡Con permiso! —exigí con firmeza.
El tipo hizo más que hacerse aun lado, así que me interpuse entre él y la salida, por donde salieron las niñas esperando por mí. En todo ese trayecto, no quitó ni por un segundo su atención de Elizabeth, y eso me enojó aún más. Al igual que ese sujeto, me daba muy malas vibras en especial cuando las niñas estaban en medio.
Por dentro, la rabia de ese pequeño momento me desconectó por minutos, tal vez todo el camino a nuestro destino. No podía simplemente ignorar la forma en la que ese sujeto las miraba, era repugnante y alarmante. Demasiado alarmante.
Sin embargo, dentro de aquel enorme parque su brillante sonrisa nos saludó a lo lejos. Suspiré, no debía traer problemas de casa a nuestra primera cita, debía relajarme y pasar un buen rato. Para eso estábamos ahí, ¿cierto?
—Hola, ¿llegaste hace mucho? —indagué en cuanto llegamos a su lado.
—No, recién llegué —sonrió, mirando a las niñas—. Hola, niñas, soy Thomas, es un gusto conocerlas.
—Hola —dijo Elizabeth un poco apenada.
Natalia, detrás de mí, se mantenía al margen un poco temerosa de ver a alguien nuevo; en cambio, Valeri que aun estaba entre mis brazos, lo miró con cautela pero mucha curiosidad.
—No tengan miedo, soy amigo de Edgarcito —insistió, sacando de su pequeña mochila un par de regalitos—, y les traje esto.
Un pequeño peluche para Valeri, una muñeca para Natalia y un libro para Elizabeth. Las tres, asombradas y maravilladas, le agradecieron con una amplia sonrisa y se presentaron de forma adecuada. Tímidas, pero muy educadas.
Entramos y buscamos donde sentarnos, el lugar era tan amplio y lindo que me sorprendía el nunca haber ido. Aunque claro, con qué tiempo y dinero. Había paredes de escalar, juegos mecánicos para niños, carritos chocones, puestos de comidas y otras atracciones muy entretenidas. Almorzamos entre conversaciones triviales, las niñas se estaban acostumbrando muy bien a la presencia de Thomas. Se reían, le hablaban con soltura y se veían felices.
No estaba siendo una cita romántica como se esperaba, pero estaba siendo un momento bastante agradable para todos. Me ilusionaba mucho más el simple hecho de verlas siendo ellas, siendo niñas, divirtiéndose.
—¿Qué quieren hacer ahora? —indagó Thomas con una sonrisa.
—Jugal, jugal, quielo jugal —canturreó Valeri, tomándolo de la mano.
—También quiero subir a un juego, si se puede —expresó Elizabeth con algo de timidez.
—¿Podemos? —preguntó Natalia.
—Claro, ustedes elijan —contestó Thomas.
Caminamos hacia los primeros juegos mecánicos, subiendo al tren los cinco juntos. Thomas cargó a Valeri en uno de los vagones principales, a su lado se mantuvo Natalia como si fuese la capitana del locomotor, y detrás de ellos Elizabeth y yo. Las risas estaban siendo la orden del día, más que cualquier otro de nuestras vidas.
Poco a poco, y mientras avanzaba la tarde, los juegos fueron pasando sobre nosotros divirtiéndonos hasta doler la panza. Subimos a los carritos chocones, las niñas subieron solas al gusanito y luego, los carritos voladores. Solo en ese instante, nos sentamos a solas observando la profunda diversión de las niñas. El aire estaba más que fresco y el sol empezaba a alejarse.
—¿Qué tal el día? —preguntó Thomas, acercando su mano a la mía.
—Ha sido más que... —contesté, haciendo una pequeña pausa tomando su mano—, perfecto. De verdad te agradezco todo esto, hace mucho no había visto a las niñas tan felices como ahora, no desde...
—¿Desde qué? —indagó preocupado, dando un pequeño beso en mis nudillos.
—Desde que papá murió, fue atropellado por un conductor borracho hace tres años —expliqué, con la mirada perdida en las niñas y sus sonrisas brillantes—. Vale apenas tenía un año, pero igual... Es como si hubiesen dejado de ser niñas.
Un poco de tristeza se camufló en mi voz, pero a mi lado, la firmeza de su agarre en mi mano y el sentirlo pegado a mi me reconfortó como no tienen idea. Por primera vez desde ese día, no me sentía tan solo.
—De verdad lo lamento —logró decir.
—No hay nada que lamentar, son cosas que pasan por desgracia —expresé con una sonrisa triste—, solo hay que seguir y ya.
—¡Gracias!
—¿Por qué? —indagué sorprendido, centrándome en aquella suave sonrisa en su rostro.
—Por tenerme la suficiente confianza de decirme eso, sé que no debe ser fácil y aún así lo hiciste —contestó con una amplia sonrisa y ojos brillantes—. Te lo agradezco, además, me gustaría que no lo pensaras dos veces antes de pedirme ayuda.
—No creo que sea...
—Puede que no lo parezca, pero siempre es bueno recibir un poco de ayuda —me interrumpió, acariciando mis mejillas con dulzura—. Lo has hecho bien, se nota que adoras a tus hermanas y las cuidas con tu vida, pero aun así tú también necesitas descansar. No sé lo que es tener hermanos, pero puedo ver el gran esfuerzo que has hecho por ellas y estoy orgulloso de ti.
Un suave beso se impregnó en mis labios, tan ligero y fugaz que casi lo creí un sueño, un dulce y precioso sueño cumplido.
—¡Gracias, Thomy!
¿Qué tal, mis pulguitas?
¿Ya entraron al canal de whatsapp?
Se vienen adelantos de los nuevos capítulos solo por ahí, pueden encontrar el link en mi biografía (linktree)
Mientras tanto, ¿qué les pareció este capítulo?
La cita aún no ha acabado, solo digo
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