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🏀12🏀

A ver

Repetiré esto de DPT pero me vale
Necesito cinco años más de madurez en este capítulo por el amor al señor de las tinieblas
Así que gosenlo pero no tanto ;)
Con esto te hablo a ti, niña, ya sabes que eres tú
Cumple los 18 rápido, me siento culpable we
ʕ⁠ಠ⁠_⁠ಠ⁠ʔ

Thomas

—No sean idiotas, será solo una conversación y nada más —exclamé exasperado.

—Y habrán besitos, y más besitos —se burló Emilio.

Las carcajadas de todos resonaron en mis oídos. Lo único que agradecía de la situación era que, al ser temprano aún, Edgar no había llegado a las canchas. A nuestro alrededor, muy pocos de los nuevos y viejos del equipo se iban acomodando. Solo llegaban, se sentaban y miraban lejos. Suspiré, retomando mi atención en los que se supone son mis amigos. Idiotas.

—Miren, está bien, lo acepto —repliqué exasperado y desesperado a partes iguales—. Quiero besarlo hasta el cansancio, pero solo me limitaré a invitarlo a salir. ¿No fue lo que me sugirieron?

—¿Podrías hacerlo de verdad? —indagó Juan burlón.

—Si me dejan, me permiten y me lo facilitan largándose temprano, lo haré con gusto, ustedes me ponen nervioso —acepté y ellos solo se rieron—. ¿Podrían? Es en serio, solo por una vez en sus vidas, hagan lo que les pido, por favor.

—¿No se ve lindo? —intervino Evaristo—. Llora y te creo.

—Los odio, en serio.

—Estamos jugando, sí lo haremos —volvió a burlarse Juan—. De todos modos necesitábamos irnos temprano, quiero comprar boletos para el estreno de la siguiente de Marvel, se agotan rápido.

—Pero ojo, Thomasito, solo invitarlo a salir, ¿eh?

—Gracias, en serio, se los agradezco.

Por fin pude suspirar de alivio, solo eso necesitaba; el valor para hablarle e invitarlo a salir estaba, ellos eran mi único obstáculo en mis planes. Era simple y sencillo, quedarnos de último en los vestuarios, hablar con normalidad con él y zas, invitarlo al cine o a cualquier otra cosa, con tal de estar a solas con él por fuera de la universidad me daba por bien servido.

—Cual gracias, nos debes una —replicó Emilio.

—Retiro lo dicho.

—Favor con favor se paga —canturreó Evaristo, hermanos tenían que ser.

—Lo de ustedes es chantaje, no favor —me quejé.

—Llamémoslo un soborno, suena mejor —me corrigió Emilio.

—Eso suena peor, ¿de qué hablas? —se quejó Juan y no pude más que reírme a carcajadas.

—Pues es lo que siempre hacen ustedes, hijos de…

—Buenas, buenas, Edgarcito —exclamó Emilio con esa mirada perversa y risa burlona, dándole palmadas en el hombro al recién llegado—. ¿Qué tal tus clases? Tiempo sin verte.

Hice todo lo posible por no jalarle las orejas, porque de aquí a Plutón era más que obvio que lo hacía adrede y para buscarme la lengua. No le iba a dar gusto, ni a él ni a los demás. Que los escupa un burro.

—Bien, creo, fueron solo dos días —contestó extrañado, con su mirada llena de sospechas clavada en Emilio.

Y con solo verlo, el poco aliento que tenía se esfumó como vapor en un único suspiro silencioso. Seguía sorprendiéndome de mi mismo y mis reacciones cuando él aparecía, y al parecer con aquel dulce beso la cosa había empeorado. Yo, Thomas Ramírez, capitán del equipo de baloncesto, popular y un poco egocéntrico, estaba nervioso ante la presencia de una única persona. Jamás creí que pasaría, pero me encantaba esa nueva sensación.

—Ya oyeron, los quiero escupiendo los pulmones al terminar —dije, salvado por la campana, y dando rienda suelta suelta a mí enorme necesidad de tocarlo—. Contigo hablo después, mugroso.

No saben lo que me tomó controlarme y no besarlo en ese momento, tenerlo al alcance de mis dedos, tocándolo y sintiendo su fresco aroma.

Regresé al presente con un silbatazo del entrenador, quien me miró con todas las amenazas habidas y por haber, tanto de padre como de profesor. Qué combinación más terrorífica.

—Siete vueltas a la cancha trotando y den las gracias —anunció el entrenador.

Empezamos con el castigo, nada hacíamos con replicar más que empeorar las cosas. De todos modos, aquello sirvió para mantener las cosas como de costumbre, sin nervios evidentes ni ninguna clase de incomodidad. Suspiré aliviado.

—Bien, hay algunas cosas que mejorar así que atentos, mis niños —explicó el entrenador—. Tres rondas de pases largos y bloqueos; Emilio, pendiente a los puntos ciegos; Eva…

Las risitas disimuladas de Emilio y Juan no pasaron desapercibido, ni siquiera para el entrenador quien suspiró con resignación.

—Eva, apunta y dispara, hay que afinar esa puntería —continuó ignorándolos—. Juan, bloquea como si tú vida dependiera de ello, aprovecha esa estatura para algo; Edgar, hay más jugadores, solo por si acaso; Y Thomas, por el amor a tu madre, más atención, ¿quieres?

—Como diga, capitán —dije, ignorando mis propias ganas de reírme.

—Ustedes son una pesadilla, largo de aquí —se quejó y la acción empezó.

Nos separamos por grupos para hacer lo que nos ordenó, podríamos reírnos pero tampoco abusar de nuestra suerte.

Una hora después, con nuestras respiraciones aceleradas, nos tomamos cinco minutos de descanso para tomar agua. Mala idea para mí, ¿saben por qué? Imagínenselo, tienen a la persona que les encanta tan cerca que pueden escuchar cada una de sus erráticas exhalaciones, con gotas de sudor bajando por su suave piel y el rostro colorado. Más que tierno, era condenadamente sexi y me estaba desquiciando el no poder hacer nada al respecto.

De todos modos, ¿qué tanto podía hacer? La lista es larga.

—Pilas que esto no es spa —gritó el entrenador—. Los equipos de siempre y saca el amarillo. Un partido de veinte minutos y se largan.

El silbatazo fue lo último que nos hizo reaccionar, regresando a la cancha con un poco más de energía recargada. Lo último que teníamos.

El partido empezó bien, tranquilo, pero en cuestión de segundos las cosas empezaron a ponerse serias. Evaristo se encargó de recuperar el balón y pasarlo a Emilio, quién se apresuró a llevarlo más allá de media cancha. Sin embargo, la defensa del otro equipo estaba tomando fuerzas. Y fue ahí donde entramos nosotros.

Edgar le hizo señas a Emilio, quién no dudó en pasarle el balón al otro extremo de la cancha y este corrió hasta acercarse a la meta. Pero, una vez más, fue rodeado por varios jugadores, todos con la perfecta capacidad de desviar el balón en cuanto tomara vuelo.

Edgar miró hacia atrás, le hice una muy sutil seña y este solo sonrió. Saltamos al tiempo, él como si lanzará el balón a la cesta, pero lo redirigió a mis manos, que ya estaban a medio camino de la postura correcta, por lo que el balón solo voló a mis manos, rebotó con la misma fuerza de mi salto y entró a la canasta. Punto extra, lo habíamos hecho de nuevo.

La fuerte carcajada del entrenador resonó incluso más que su silbato infernal, cosa que creíamos era imposible. Aplaudió un par de veces y nos señaló a ambos, dejándonos tan confusos como al resto.

—Sigan así y puede que les perdone la vida a todo el equipo —se burló.

—Vaya, papaya —murmuró Juan sorprendido—. Los milagros existen.

Con aquello, dimos por terminada la jornada y recuperamos el aliento.

—Ducha rápida y se largan, ¿estamos? —murmuré con todo el cuidado de no ser escuchado por Edgar.

—Déjanos respirar, calenturiento —replicó Emilio.

—Cierra el pico.

Los vi entrar a las duchas sin poder siquiera reírse de la situación, nos habían dejado más que secos y sin aire. Si tenía suerte, Edgar demoraría un poco más reposandose antes de meterse al agua, era su costumbre. Al mismo tiempo, los demás se estarían duchando y saliendo cuento antes. No me preocupaban los demás, ellos hacían eso siempre. Un chantaje menos, digo, un favor menos.

Al cabo de solo diez minutos, los vi salir entre risas cómplices y miradas de pura diversión, macabra y terrorífica diversión. Con ellos aplica a la perfección el dicho «con estos amigos, para qué tener enemigos». Son dos en uno, los desgraciados.

—Buena suerte, capi —se burlaron Emilio y Evaristo.

—Pero no te olvides de nosotros cuando tú Edgarcito te diga que sí, ¿eh? —exigió Juan—. Amigos primero siempre, puto.

—Pierdanse.

Sin nadie más alrededor, entré a las duchas quedándome pasmado una vez más en el unbral de la puerta. Sin embargo, está vez podía dar rienda suelta a todas mis emociones y no lo iba a desaprovechar. Sé que dije que sería una conversación y ya, pero los planes siempre pueden cambiar sobre la marcha, ¿no?

Edgar estaba de espaldas a mi, rebuscando entre sus cosas para poder ducharse. Aún estaba sudado, con el cuello y posiblemente sus mejillas sonrojadas, toda una sexi y deliciosa dulzura.

—¡Hola! —suspiré, dejando florecer una sonrisa en mi rostro.

—¡Hola! —titubeó nervioso al verme acercarme con cada paso—. Yo, este… Ya casi me iba, solo…

—¿No te vas a duchar? —indagué divertido por su expresión.

—O sea, sí, pero… —Hizo una pausa mirando la pared, respiró profundo y volvió a centrar sus ojos en mi—. No te quiero incomodar, es todo.

—No estoy incómodo en absoluto, pero… —sonreí para darle confianza—, sí me gustaría hablar contigo algo importante.

El terror se vio reflejado en sus ojos, más que nervioso estaba ansioso tal vez por salir corriendo, y no lo dejaría. No iba a perder mi oportunidad así de fácil, menos por algo que precisamente quería solucionar.

—Con respecto al otro día, ¿cierto? —preguntó y solo asentí—. Bueno, antes que digas cualquier cosa, yo lo siento. Debí haber dicho algo antes, pero estaba un poco avergonzado por lo que hice, sé que no debí y no entiendo por qué…

—No hay problema, tranquilo —le interrumpí entre risas.

—¿De verdad? —exclamó perplejo—. ¿No estás molesto conmigo?

—Claro que no, para nada —contesté una vez más eliminando de a poco el espacio entre nosotros—. De todos modos, pensaba tomarlo como mi regalo por ser tan buen tutor.

—¿Era en serio? —El sonrojo en sus mejillas se acentuó un poco más, con cada lado hacia él y cada una de mis palabras, y quería ver más de eso.

—Muy en serio, es más… —Espacio cero y con ello, mis manos en sus acaloradas mejillas—. ¿Podemos repetir?

Intentó decir algo, pero la sorpresa de mis palabras lo dejaron más que mudo. Solo alcanzó a titubear algo sin sentido, muy bajo y ronco. Me encantaba dejar a la gente sin palabras, pero a él, lo callaría de ahora en adelante de otras formas. Por ejemplo, con un nuevo y delicioso beso.

No lo dudé ni esperé más, ¿para qué? Preciosos segundos que podía aprovechar saboreando sus labios, dándome el gusto que me negó esos dos interminables días esperando por verlo.

Atrapé su labio con un suave mordisco, haciéndolo gruñir tan ronco y bajo que me descarriló por completo. Acaparé su boca por completo, como su futuro y único dueño, todo mío.

Lo besé, como si la vida misma dependiera solo de él, como si no hubiese un mañana, como si todo el mundo se fuese acabar en ese solo instante. Y lo disfruté como no tienen idea, tanto así, que no pude evitar dejar salir un suave gemido contra sus labios.

—Jamás podría enojarme contigo, todo lo contrario —susurré, esparciendo pequeños besos en sus mejillas y labios—, me tienes más que encantado y con unas ganas…

—¿Ganas de qué? —suspiró, sintiendo mis labios en todo su rostro.

—¡Averígualo!

Me reí, suave y ronco, tan caliente y cautivado como solo él me tenía. No lo dejé contestar, volví a adueñarme de su boca con un profundo y más candente beso. Cada uno más firme y exigente que el anterior, robándole el poco aire que había recuperado después de la práctica.

Estaba más que inspirado, más que deleitado y embelesado con el exquisito sabor de su boca. Metí mis manos por debajo de su camisa, sintiéndolo estremecerse bajo mi tacto. La suave piel contrastaba con lo duro de sus abdominales, perfectos para pasar mis uñas y dejar la colorada marca de mi presencia en él. Pero me contuve de momento, solo seguí subiendo por su torso con suaves caricias.

Por su parte, me seguía el beso tan apasionado y dulce. Y sé que también lo estaba disfrutando tanto como yo, de no ser así, su manos no estarían apretando mi cintura, pegándome a la tentadora calidez de su cuerpo. Poco a poco, fui desviando mis besos por sus mejillas hasta su cuello, escuchando los suaves suspiros que se negaba a dejar salir.

—Es… Espera… Ahí no —gimió—. Aún estoy sudado.

—No importa, eso se arregla muy fácil con una ducha y qué crees… —Hice una pausa terminando de sacar su camisa por encima de su cabeza, sonriendo ante el deseo brillando en sus preciosos ojos—. Estamos en una.

Está vez fue él mismo quien, bajo los efectos, de lo que espero sea si atracción hacia mí, se lanzó hacia mis labios besándome con fuerza y determinación. Sus manos subieron a mi rostro, bajando por mi cuello hasta mi torso donde volvió a apretar mi piel con deliciosa fuerza. Podía llegar a hacerme adicto a esas caricias, rudas y calientes, como él mismo.

—Deberiamos… deberíamos estar duchandonos, nos pueden regañar —dijo Edgar, entre titubeos.

—Tranqui, bombón, no hay nadie cerca —contesté, dejando susves mordiscos a lo largo de su mandíbula—. ¿O te quieres ir?

—No, quiero quedarme… —gimió al sentir mis dientes clavarse en su cuello—, contigo.

—Me encanta oír eso, además, solo será una ducha como todas las demás… —Poco a poco y bajo su atenta mirada, fui desvistiéndome hasta dejar a la vista mis enormes ganas. Reí ante su reacción—. Con algunos… firmes detalles.

Me alejé rumbo a las duchas, esperando Edgar hiciese lo mismo y me acompañara. Rezaba para que lo hiciera, de todos modos, dudaba que a esas alturas de la situación y con lo mucho que lo estaba disfrutando, saliera huyendo.

Escuché sus pasos acercarse y su voz murmurar, estaba sumamente nervioso y de cierta forma, eso lo hacía ver más apetecible. Ese hombre era mi perdición, mi descontrol total.

—Es solo una ducha, solo un baño, uno más… caliente —murmuró para sí mismo.

Bajo la regadera, el agua logró calar con su frío hasta mis huesos empapándome de pies a cabeza. Y aun así, no fue capaz de bajar el fogaje que consumía mi cuerpo en ese momento. La razón estaba detrás de mi hecho un mar de nervios, podía sentir el peso de su mirada clavada en mi espalda.

Con su típica y dulce timidez, se instaló a mi lado con ambas manos cubriendo su visible erección. ¿Para qué ocultarlo si yo estaba igual o peor? Me sentí tan lleno de energía al verlo así, porque sabía que no era indiferente, una prueba más aparte de todas las que me ha dado. El cuerpo no suele mentir, reacciona a lo que quiere aunque quieran ocultarlo. El me quiere, y ahí estaba el resultado. Uno grande, firme y rico resultado.

No pude más sino soltar una risa, era divertido todo esto, jamás había sentido tan bonito y divertido al mismo tiempo. El efecto Edgar seguía sorprendiéndome. Así que no me resistí más, con las mismas lo jalé hacia mí besándolo una vez más.

—Solo detalles, muy ricos y calientes detalles —muermuré contra sus labios, apoyándolo cada vez más contra la pared.

Sus brazos rodearon mi cuello con una delicadeza que me estremeció, enredó sus dedos en mi cabello y jaloneó un poco para abrirse paso a mí cuello. Sentí sus labios presionar sobre mi piel y todas las sensaciones recorrieron mi cuerpo desde ese punto, tan placentero y estremecedor. Y ese fue su turno de reírse, una risa ronca y baja. Aquel sonido no hizo más que calentarme el doble, si es que era posible que aquello pasara.

—Ahora sí, a lo que vinimos, ¿no? —Dejé salir una mezclada de suspiro y gemido.

—Ducharnos —sugirió, sin despegar sus labios de mi piel.

—Claro, ducharnos —me reí una vez más—, con agüita y jabón.

Con suaves caricias, esparcí jabón líquido sobre su pecho, sintiendo los suaves estremecimientos de su cuerpo bajo mi tacto. Al mismo tiempo, él hacia lo mismo conmigo de una forma un poco torpe, las manos le temblaban y titubeaba al hablar. Jamás me cansaría de eso, era embriagante saber que estaba así por mí.

Nos reímos un poco, no solo de la situación sino de nosotros mismos. Estábamos nerviosos, ambos, incluso yo, y eso era raro de ver. Pero era lindo, aunque quisiera no estábamos teniendo sexo como tal, pero si era un momento bastante íntimo y placentero. Ese en definitiva, estaba siendo un día increíble.

Lo besé una vez más, me encantaba la sensación de sus labios sobre los mío, el delicioso sabor del paraíso en su boca. Continúe con su cabello, tan sedoso como se veía, enredándose entre mis dedos mientras la espuma envolvía su cabeza.

—A ver, cierra los ojitos —susurré muy cerca de sus labios, volviendo a besarlo hasta hacerlo suspirar.

Abrí la llave y continúe con su cabello, dejando que la espuma corriera con el agua recorriendo todo su cuerpo. Por primera vez en mi no tan pura vida, tenía celos de algo inanimado, porque aún no me atrevía a ir más allá de donde mis ojos estaban clavados.

«Que rico voy a comer», pensé, «no, sucio pervertido, contrólate, no eres así, no lo trates así, merece algo mucho mejor que eso», me reñí internamente, pero no dejé de admirar su belleza. ¿Cómo podía hacerlo?

Dejé que mis manos guiarán el camino por su cuerpo, atrapando al mismo tiempo sus labios entre los mios sin esperar que abriera los ojos. Se dejó llevar por mis acciones, rodeando una vez más mi cuello con sus fuertes brazos. Así, poco a poco, fui bajando hasta llegar a su cadera, lugar donde solo me centré en apretar su piel tal y como lo había hecho. Dudé, por un momento tuve miedo de estar cruzando una línea invisible entre los dos. Sin embargo, el mismo tomó la iniciativa ante mi vasilación.

Eliminó todo espacio entre nuestros cuerpos, friccionando aquellas delicadas partes juntas, resbalando una con otra por los restos de jabón aún en su cuerpo. Y gemí, un sonido salido desde lo profundo de mi garganta, provocado por el estallido del placer en mi interior.

No dudé más, mis manos se dirigieron a la dureza de su miembro con suaves caricias. De arriba a abajo, una y otra vez, sin dejar de besarlo y sintiendo sobre mis labios sus gemidos ahogados. Así mismo, sus manos tomaron el mío repitiendo cada uno de mis movimientos. Cada vez con más rapidez, con más ganas, dejando salir sus sonoros gemidos muy cerca de mi oído embelesandome con aquella melodía.

Más besos, más caricias y mordiscos, más gemidos sin control. Los temblores de su cuerpo acompañaron el mío, estallando en un orgasmo tan electrizante como arrasador.

Con su respiración acelerada, se recostó sobre mi hombro calmando el errático correr de su propio corazón. El mío estaba igual, tan emocionado como ilusionado por todo. Pequeños besos recorrieron desde mi hombro hasta mi cuello, subiendo a mí boca una vez más. En silencio, pero con suaves risas cómplices, terminamos por bañarnos y cambiarnos.

En ese instante, estando al lado mío recogiendo sus cosas a punto de salir, recordé las que debieron ser mis verdaderas y únicas intenciones. No me arrepentía de nada, en absoluto, pero tampoco iba a dejar de lado la idea inicial. Respiré y me armé de valor una vez más.

—¿Quieres salir el sábado? —pregunté con toda la fe de mi corazón—. Será un fin de semana largo así que, no sé, podemos aprovechar y vernos un rato sin matemáticas de por medio.

—Me encan… digo, yo, bueno —suspiró—. ¿De verdad quieres salir conmigo como… bueno, más que amigos?

—Claro que sí, porque, por si no lo has notado… —reí un poco nervioso—, me gustas y mucho.

—¡Gracias, Dios! —murmuró, lanzándose una vez más a mis labios.

—¿El sábado a las dos? —sugerí.

—Sí, estoy… —se interrumpió, arrugando la nariz con una expresión de contrariedad—. No puedo, tengo que cuidar a mis hermanas.

—¿Tienes? —me sorprendí, nueva información a procesar.

Sabía cosas básicas, cosas que había observado y descubierto por mí mismo de su personalidad, pero esto era diferente. ¿Sabía algo más allá, de su familia? Quería conocerlo, saber todo de él, entenderlo y ayudarlo. Deseaba ser parte de su vida, así como pretendía hacerlo parte de la mía.

—Tres, de hecho, la menor tiene cuatro años —sonrió con tristeza, una expresión de culpabilidad—. Lo siento, pero no me gusta dejarlas solas mucho tiempo.

—No te preocupes, lo entiendo —aseguré con una idea nueva en mi cabeza—. Llévalas contigo, será divertido para ellas también.

—¿Seguro? —sonrió aliviado.

—Desde luego. —Lo besé una vez más, mordiendo con suavidad su labio inferior—. Ya sabes, sábado a la una en el parque estatal, yo invito el almuerzo.

Ya en casa, de la forma más disimulada posible, cené con ambos sin dejar salir a flote las emociones que aún sentía a flor de piel. Fue difícil, pero pide evitar una intervención más invasiva que la anterior. Mamá podía ser muy chismosa a veces. Y en cuanto estuve libre, me tiré a la cama suspirando con gran alegría. Era una tormenta de felicidad en mi pecho, inundando todo mi corazón con ese anhelo de tenerlo y hacerlo mío. Edgar estaba clavado en cada rincón de mi corazón, no había duda.

—Con calma, sí, aja —me reí a carcajadas recordando y deseando más, sintiendo y viendo las ganas resurgir—. Mierda, eres un Edgaradicto, pervertido.

Una ducha fría rápida, mantenimiento manual y problema arreglado. A dormir como bebé pensando en mi amorcito.

Que alguien me controle por favor

Necesito autocontrol o esto se va a descarrilar

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Ahaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Pero estuvo bueno, no?

El que diga que no le retiro mis afectos

Ojo con eso

Soy como Marcos, rencorosa, es hijo mío después de todo.

Los amo mis pulguitas.

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