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Edgar

El sonido estridente de la alarma y un portazo fuera de la habitación me sobresaltaron. Con el mismo brinco del susto, me levanté corriendo al cuarto de las niñas. Todo estaba tranquilo y normal dentro, ellas seguían profundamente dormidas. A unas puestas de allí, el correr del agua y murmullos femeninos sobresalían por debajo de la puerta del baño. Con sigilo, me acerqué hasta su cuarto y todo estaba patas arriba. Ropa tirada por el suelo, la cama sin tender, polvo en las ventanas y sobres de condones usados en la mesita de noche.

—Dios, que asco —murmuré con un escalofrío recorriendo mi espina dorsal.

Salí de allí lo más pronto posible, no sin antes cerciorarme de que no hubiese presencia de un extraño allí, o peor aún, de ese tipo. Era demasiado temprano para lidiar con sus mierdas. Aún así, decidí de todos modos revisar la casa por si las dudas, no confiaba en esa señora ni si me decía su nombre.

Todo tranquilo, limpio y sin intrusos. Suspiré aliviado.

Regresé a la habitación de las niñas, con caricias y arrullos las desperté para iniciar su jornada.

—Ya es hora de despertar, deben ir a la escuela —expresé, dando caricias de buenos días en el cabello de Valeria.

—Ño quelo —contestó con un puchero y un bostezo.

—Claro que quieres, la guardería te espera, pequeña rebelde —me reí.

—Y shoy lebelde, cuando no shigo a los dema… —canturreó y volvió a bostezar hasta esconder su carita en mi pecho.

Una suave risilla de escuchó alrededor, las demás ya estaban más que despiertas pero se hacían las dormidas solo para que la despertara igual.

—Arriba, bellas durmientes —exigí, dándole su besito en la frente a cada una—. Arriba o no hay panqueques de desayuno.

—Pido baño primero —exclamó Natalia levantándose de un salto.

—Soy mayor que tú, yo mando y pido primero —replicó Elizabeth.

—Mamá está en el baño así que deben esperar —les interrumpí su corriendilla—, pero mientras tanto me pueden ayudar en la cocina, ¿cierto?

—¡Tramposo! —exclamaron ambas indignadas y solo pude reír.

Entre risillas y comentarios, me ayudaron a preparar el desayuno para todos, la parte fácil claro está. En solo cinco minutos mamá salió del baño y lo ocuparon las tres, de esa forma Elizabeth me ayudaba con Valeria y ahorramos un poco más de tiempo. Eso, claro está, cuando no se quedaban jugando.

Me di un pequeño respiro, el dolor de cabeza estaba empezando a surgir con ese susto al despertar. Nada bueno podía salir después de una discusión de esa magnitud con mamá. Me dolía, demasiado para mí gusto y bienestar, pero no podía hacer más nada de momento, solo aguantar.

Mientras desayunábamos, ella salió arreglada y maquillada de su habitación. Entró a la cocina, tomó un poco de café y se fue sin decir siquiera buenos días. Lo vi en sus expresiones de tristeza, el dolor de ser ignoradas por su propia madre, vivir bajo su techo pero ser invisibles para ella. Y volví a hervir de rabia. El cerebro volvió a palpitarme del dolor, pero era más la rabia y ganas de decirle un par de cosas a quien se supone era nuestra madre. Pero no lo hice, sería solo desperdiciar energía en ella.

Hice como si nada hubiese pasado, distrayendo la atención de las niñas y haciéndolas reír. No había más nada que hacer, salvo tapar esos recuerdos dolorosos que ella les dejó con risas y todo mi cariño. No la necesitábamos, ellas me tenían a mí.

—Cuando ese señor esté en casa, ya saben que hacer —les repetí una vez más—. Encerradas y en silencio, ni si mamá las llama a saludar salgan, ¿vale?

—Mamá está loca, ¿verdad? —indagó Natalia con tristeza.

—No diría eso —mentí, en realidad sí lo pensaba—. Más bien, necesita reorganizar su cabeza, y sus prioridades.

—Como en Haly Potter —expresó Valeri con emoción—. Esa niña debe reorganizal sus pliolidades.

—Sí, mi amor, como en Harry Potter.

Las dejé sanas y salvas, en la guardería para Valeri y el colegio para Elizabeth y Natalia, no sin antes dar como siempre las indicaciones. Y por último, suspiré y me encaminé a mis clases. Estaba al día, por algún tipo de milagro no tenía nada pendiente, o por lo menos, nada que haya anotado. De todos modos, en clases podía intentar preguntar. Dudo que haya alguien más perdido que yo, y de ser así, sería demasiada saladera toparme de buenas a primeras con ese alguien. Por favor, no.

—Buenos días, jóvenes —saludó el profesor—, empiecen a agruparse, solo tres por mesa, no acepto ni de dos ni de cuatro ni nada. La creatividad solo en el taller, ojo con eso.

—¿Qué taller? —indagué casi para mí mismo.

A mí alrededor, todos empezaron a reagruparse con sus compañeros y a hablar hasta por los codos. Era normal, jóvenes llenos de energía y ganas de vivir. Yo, en cambio, parecía un padre soltero de cuarenta años que no sabe socializar con más nadie más que sus propias hijas. Eso sí, soy extrovertido obligado, no es de mi estilo pero si me toca, puedo hacerlo como si me saliera natural. Qué cosas, ¿no?

—Uno que mandó el profesor por correo hace como dos días —contestó una chica a mí lado—, apenas lo vi antes de entrar también, y solo porque estaban hablando de eso.

—Carajo —suspiré internamente, ella al igual que un chico a su lado estaban mirando lejos esperando la señal divina—. ¿Ustedes dos tienen grupo?

—Yo no —contestó la chica con nueva emoción.

—Tampoco, de cosa vine —añadió el otro chico.

—Bueno, hagamos grupo —sugerí, más que eso, exigí, no podían decir que no.

Seguimos las instrucciones del profesor, realizamos más que bien el dichoso taller. No era de cálculo así que podía estar tranquilo, me iba de maravilla en las demás asignaturas. Sin embargo, de mi cabeza no podía salir aquella sugerencia de mamá. La posibilidad no tan remota de que ese tipo, un simple aparecido, vaya a vivir a la casa con nosotros. ¿Sería capaz de llegar a esos extremos? ¿De verdad era amor o solo el interés de mejorar la casa? Eso sí, si de verdad puede hacerlo, no es igual hablar que hacer y ella siempre a conseguido puro hablador. Pero este, a diferencia de los demás, es militar.

Para nadie es un secreto que los militares, retirados o no, recibían muy buenos salarios dependiendo de su cargo. Y según mi propia investigación, el tipo tenia una de las más altas. Tal vez podía hacerlo con facilidad, pero, ¿de verdad quería? Sus intenciones, ya sean con mamá o con la casa, no me eran nada agradables. Era de papá, su esfuerzo y trabajo de años estaba allí, casi cayéndose a pedazos y desgastándose como la vida misma de mamá. Perderla sería como perder lo último que nos dejó a nosotros, sus hijos, y todo por culpa de ella.

No lo podía permitir, jamás.

Durante la siguiente clase estuve distraído, por lo que me centré leyendo parte de un artículo a discutir incluso mientras caminaba por los pasillos. Debía sacarme ese estrés de la cabeza, y en su lugar, pensar en cosas mejores o mi dolor de cabeza no desaparecería en todo el día.

Solo había una cosa en todo el mundo que podría mejorar mi humor, pero no lo había visto en todo el día. Y fue entonces que, como de sopetón, los recuerdos de ese momento regresaron a mi cabeza. El beso.

Con rapidez tomé mi teléfono buscando su contacto, queria escribirle siquiera un saludo y tener una excusa para verlo. Pero me contuve, no sabía si estaría molesto o no conmigo. No me había contactado tampoco, había hecho total y completo silencio. Eso era mala señal.

De un momento a otro me sentí nervioso, demasiado para ser normal en mi. Quería acercarme a él, pero al mismo tiempo evitar la confrontación. Con tantos problemas en mi vida, no quería uno más, mucho menos con él. Era una de las mejores cosas que me estaban pasando, ¿por qué arruinarlo así?

Suspiré. Seguí mis clases ignorando todo y a todos, por suerte, ese día no había prácticas, pero al siguiente sí y no tendría escapatoria.

Al regresar a casa, el mismo carro blindado del día anterior estaba aparcado en la entrada. La rabia volvió a mi cabeza como un dolor palpitante.

—Buenas tardes —saludé a regañadientes.

En la sala, aquel tipo, Santiago, estaba sentado en el sofá bebiendo cervezas con mamá pegada a su brazo. Y frente a este, otro sujeto se reía y conversaba muy amenamente con ellos. No era mucho mayor que yo, tal vez solo un par de años, pero se veía tan curtido y perverso como Santiago. Más malas vibras.

—Ha llegado el niño de la casa —se burló Santiago—, ¿qué tal la escuela? ¿Jugaste con tus amiguitos?

Las risas inundaron la sala, incluso mamá y el tipo nuevo estaba riendo como si hubiese sido un gran chiste. Me mordí la lengua una vez más y decidí solo ignorarlo.

—¿Las niñas ya están aquí? —indagué dirigiéndome a mi madre.

—No las he visto llegar. —Se encogió de hombros como si nada.

—¿En toda la tarde? —repliqué molesto, mirándola ceñudo.

Ella, desde su asiento, solo me devolvió la mirada envalentonada por la presencia de su supuesto novio. Este, al igual que ella, me miró ceñudo mientras el otro solo se sonreía ante la escena. Dejé de lado su actitud y con las mismas salí de nuevo de esa casa, era tan incómodo estar ahí que no lo sentía mi hogar.

Marqué varias veces el número de Elizabeth, contestándome al tercer intento. Me estaba preocupando.

—¿Donde están? —indagué en cuanto escuché su voz.

—En casa de tía, ese señor estaba allá de nuevo y había otro, me dio miedo y nos vinimos para acá —contestó con cierta culpa en su voz—. Pero tuvimos mucho cuidado, en serio.

—Tranquila, nena, lo sé, hiciste bien —suspiré—. Voy para allá, ¿ya comieron?

—No, la tía nos dejó entrar y se fue al trabajo, dijo que llega a las ocho.

—Bueno, llevaré algo para prepararles, ¿vale?

—Yo quielo pastas —gritó Valeri cerca del auricular.

—Pastas serán.

Con calma y respirando profundo, llegué al supermercado a comprar algunas cosas, entre ellas medicamentos para los dolores de cabeza. Si iba a seguir así era mejor estar preparado, el dolor se estaba haciendo insoportable. Compré lo necesario para hacer pastas con carne, el favorito de Valeri, y un poco de jugo de mango. Al llegar, estaban las tres muy juiciosas haciendo sus tareas en el comedor. Sospechoso, seguramente apenas se ponían en eso y solo porque me sintieron llegar.

—Que bonitas se ven haciendo sus tareas, esperancitas —me burlé viendo la complicidad en sus miradas—, pero se les olvida que yo les enseñé ese truco, pequeñas criadas.

—Así no se vale —se quejó Natalia.

—Envidioso —añadió Elizabeth entre risillas.

—¡Tamposo! —dijo Valeri lanzándose a mis brazos.

—La que estaba haciendo trampa eras tú, no yo —le reñí, haciéndole cosquillas.

Cociné con ayuda de Natalia, era la que más le gustaba todo lo que tuviese que ver con cocina, en especial si eran postres. Era quien más se parecía a papá, no solo en el físico, sino en sus gustos. Amaba cocinar para nosotros, y muchas veces se encargó de enseñarme varios de sus trucos.

A pesar de estar en casa de la tía, la rutina seguía siendo la misma: después de la cena, las ayudaba a hacer su tareas y luego a dormir. Dadas las nuevas visitas de mamá, prefería pasar la noche allí. El permiso de la tía siempre lo teníamos, el único problema era la ropa.

Tocó usar la vieja confiable, lavar de noche y poner bajo el abanico para que se seque más rápido. Ni modo, era eso o regresar a casa temprano, y no estaba en los planes.

Cansado, casi a media noche me desocupé para poder dormir por fin. El dolor de cabeza había regresado y estaba empeorando de a poco, así que no tuve de otra que tomar una pastilla o no dormiría en toda la noche. Y sin embargo, la tranquilidad estaba lejos de llegar a mí. Mi teléfono empezó a sonar de forma insistente, era mamá llamando.

—¿A qué hora pretenden regresar? —dijo con altanería en cuanto abrí la llamada.

—¿Y eso te interesa? —repliqué con su mismo tono.

—Regresa ahora mismo, es una orden y te traes a las niñas —exigió—. ¿Acaso piensan dejar la visita esperando? No seas maleducado.

—Lo siento, pero en primer lugar, no es visita para nosotros así que no nos interesa ni nos incumbe —argumenté cada vez más enojado—. Y segundo, tampoco son compañía grata, así que prefiero evitarnos malos ratos.

—Edgar, hazme el favor de…

—Hasta mañana —dije y colgué.

Para mayor tranquilidad, dejé el teléfono en modo avión, de ese modo las alarmas sonarían como de costumbre pero no recibiría más llamadas indeseables. Suspiré y por fin pude cerrar los ojos.

De nada funcionó, desperté sin haber descansado y con el bullicio de la alarma en mi oído. La tía ya se había ido de nuevo a su trabajo, tan agotador como la vida misma. Eso sí, nos había hecho el favor de dejar el desayuno listo con lo que había comprado el día anterior. Era lo menos que podía hacer al dejarnos quedar la noche, siempre éramos bien recibidos por ella.

—Ed, te tengo malas noticias —dijo Natalia con preocupación.

—Dios, ¿qué pasó?

—Hoy debía llevar mi libro de caligrafía al colegio —contestó, esta vez un poco asustada.

—Y supongo que está en casa. —Asintió, solo pude suspirar ante lo inevitable—. Bien, igual debemos regresar, será solo entrar y salir. ¿Bien?

—¿Y si ese señor sigue allí?

—No se despeguen de mi lado, será aún más rápido entonces.

Nos embarcamos de rapidez a casa, aquella parada no hacía sino retrasarnos y darme más jaqueca. Era inevitable, sí, de todos modos debíamos regresar en algún momento a casa. De poder quedarnos donde la tía, los problemas serían mucho menos de los que tenía, pero la vida es así, una mierda. Aún así, esperaba poder postergarlo siquiera hasta la tarde, la hora regular de nuestro regreso y una en la que posiblemente, si tuviéramos un poco de suerte, ese tipo ya no estaría en casa. No se pudo.

Al llegar, el carro no estaba estacionado fuera de la casa. Un alivio siquiera, el tipo se había ido. Aún así, entramos en silencio y corrimos a la habitación a buscar las cosas de las niñas. Sin embargo, las desgracias siempre llegaban. Mamá salió enojada de su habitación al escucharnos llegar.

—¿Puedo saber donde mierdas pasaron la noche?

—Se dice buenos días, señora —repliqué igual de enojado, omitiendo su pregunta.

—Buenos días mi culo, ¿dónde esa vieja? —adivinó, pero no le daría el gusto—. ¿Te recuerdo la orden de restricción y que puedo llamar a la policía por eso?

—Hazlo, me encantaría saber la opinión de ellos sobre tu supuesto rol de madre en esta casa —le reté, ya estaba harto—. Inténtalo, a ver si les gusta ver la nevera llena de cerveza en vez de comida en una casa con tres niñas.

Su incredulidad estaba por reventarle una arteria de la cabeza, se notaba en su expresión. Muy pocas veces había contestado de esa manera, con amenazas, pero no podía permitir que siguiera con lo mismo.

—Me vale tres tiras lo que pienses, si hay cerveza es porque a Santiago le gusta tener una a la mano, así que no tienes derecho a opinar sobre eso.

—Por desgracia vivo aquí, en la casa que construyó mi papá con su esfuerzo, así que si puedo opinar —repliqué indignado.

—Ya deja a tu padre descansar en paz, por Dios, y si tanto crees eso entonces ponte a trabajar —vociferó exasperada—. Haz algo productivo en vez de esa estupidez de estudiar en la universidad, ¿qué ganas con eso?

—No ser como tú, para empezar.

Una carcajada sonora salió de su boca, de dientes empezando a mancharse por el cigarrillo y el alcohol. Mamá iba de mal en peor, en todos los sentidos de la frase.

—Lastimosamente ya pasaste la edad, sino dejaría que Santiago te enlistara aunque seas hijo único varón —suspiró apretando la sien de su cabeza—. De verdad que te hace falta disciplina.

—Sí, claro, porque soy tan idiota de irme y dejar a las niñas contigo y ese tipo —repliqué lleno de ironia—. Maravillosa idea.

—Que estupidez dices, muy bien que puedo lidiar con ellas, como si no…

—¿Dejar a las niñas contigo y dos tipos extraños? —le interrumpí la sarta de idioteces que dijo—. Estás loca, de verdad.

—Deja la mierda ya, tengo derecho a rehacer mi vida con quien quiera, así que acostúmbrate porque algún día me casaré con él y vivirá aqui. —Me devolvió la mirada iracunda, como si no pudiese controlar su temperamento—. Así que mentalízate, ya no son extraños, son…

—Para mi lo son, y dadas las circunstancias tu criterio y opinión no cuentan, así que…

Fui interrumpido por ella, su mano había volado con rapidez directo a mí cara dándome una bofetada. El sonido sonó tan fuerte que en instantes, los pasos apresurados de Elizabeth resonaron y llegó a mi lado asustada. Aún siendo una niña, sabía la gravedad del asunto, y muy seguramente había escuchado todo, cada palabra. Su mirada llena de rabia y lágrimas hacia mamá la delató, en cambio, está se veía un poco culpable y temblorosa, pero más que decir algo bueno, solo empeoró la situación.

—Tú mismo me haces hacer esto, así que no me veas como la mala, me debes respeto soy tú madre, ¿se te olvida?

—Dejaste de serlo hace mucho, en cambio, a ti sí se te olvida que tienes hijos, ¿o es que no recuerdas cómo te vas pasando por encima de las niñas y ni un buenos días les das? No seas hipócrita.

Estaba tan molesto que solo tomé a las niñas de las manos, las guíe a la salida y tomé sus maletines para irnos cuanto antes. Sin embargo, necesitaba sacar una última cosa antes de irme o vomitaría de la rabia.

—Entiende una cosa, no te debo ningún respeto, eso te lo debes ganar, pero técnicamente haces todo lo contrario, así que no lo esperes de mi parte.

Y con ello, salimos de la casa con un fuerte portazo y dejándola pasmada en el mismo sitio. No esperaba que con eso reflexionará, pero por lo menos podía dejarla pensando siquiera un poco en la realidad, la que se negaba a ver.

Dejé a las niñas en sus escuelas, asegurándome de parecer tranquilo y sereno, tampoco quería preocuparlas por nada. Y en cuanto estuve lejos de ella, dejé salir toda mi frustración. Me encerré en el baño de la universidad, uno de los últimos en el bloque de informática y lloré. Estaba demasiado frustrado con todo, con ella en especial; tenía miedo por el futuro de la niñas, no quería problemas con mamá, con nadie en realidad, cualquier cosa en estas circunstancias podrían causar reportes con las autoridades y sabrían nuestra preocupante realidad. A mí edad y sin trabajo, no me encontrarían apto para cuidar de ellas y se las llevarían a una posible adopción. Eso me destrozaría.

Respiré profundo una y otra vez, necesitaba calmarme y continuar con mi día como si nada. Mamá no iba a cambiar, ya había perdido la esperanza de que eso sucediera. No iba a insistir ni esperar más por algo que no sucederá.

Dejé pasar el resto del día como si fuese un zombie, solo dejándome llevar de la corriente y lo que debía hacer. Traté de no pensar en nada más allá de lo académico, dejar la rabia de lado y tomarme otra pastilla para el dolor de cabeza. Estaba agotado, pero no podía tirar la toalla, por ellas debía seguir y salir de ahí.

Cálculo fue lo último, lo que más me mantuvo ocupado.  Nuevo tema, nuevo desmadre, iba a necesitar harta tutoría con este en especial, y aún no llegaba el parcial. Y fue entonces cuando caí en cuenta, en minutos empezaría la práctica y volvería a ver a Thomas después de aquel beso.

No había tenido tiempo para procesarlo, analizarlo, peor aún, para disfrutar del recuerdo. ¿Cómo lo iba a mirar a la cara sin entrar en pánico?

Bajé a las canchas, me cambié con los demás entre cuchicheos y risas, y al salir, allí estaba él conversando con sus amigos todo sonrisas lindas. En ese instante mi corazón se aceleró demasiado, como si ya hubiese corrido las veinte vueltas de castigo del entrenador.

«Dios, cálmate, no seas tan evidente», me reñí.

—Buenas, buenas, Edgarcito —saludó Emilio muy divertido, dándome palmadas en los hombros —. ¿Qué tal tus clases? Tiempo sin verte.

—Bien, creo, fueron solo dos días —contesté extrañado, si algo sabía, era que ellos siempre se guardaban algo en sus preguntas.

—Dos días que se sintieron como una eternidad —añadió Evaristo de forma dramática.

—Tanto así que te extrañamos mucho, ¿cierto, capitán? —se burló Juan señalando a Thomas.

Mi corazón volvió a enloquecer ante su imagen, aunque hice todo lo posible por evitar que se notara en mi cara. Lo que menos debía hacer con esos en frente, era sonrojarme como pendejo.

—Mil disculpas, Edgarcito —dijo con un suspiro dramático, pero tratando de retener una carcajada—, los niños no tienen a quien molestar así que la cogen con el primero que ven.

—Que te molesten a ti, yo que culpa tengo —me quejé con fingida indignación.

La carcajada de los tres fue un estallido en mis tímpanos, mientras que la expresión de dulce indignación en Thomas me dejó con las manos temblorosas. Quería tocarlo, pero no debía hacer nada.

—Te hemos enseñado mal, de verdad —se quejó, apoyando su brazo en mi hombro y dirigiéndose a sus amigos—. Si ven lo que hacen, idiotas. Lo están malcriando, dentro de poco será otro como ustedes, y Dios me libre.

—¿Está buena la fiesta? —nos interrumpió el entrenador con un silbatazo—. A correr, carajo.

—Ya oyeron, los quiero escupiendo los pulmones al terminar —agregó Thomas con seriedad, dirigiéndose luego a mí con un pellizco en mi mejilla—. Contigo hablo después, mugroso.

—¡Mierda! —murmuré al verlo alejarse entre sonrisas.

Lo di por broma cuando, empezada la verdadera práctica, la complicidad entre ambos se hizo presente como nunca. Al igual que la última vez, estuvimos más que sincronizados. Uno tras otro, llegaban canastas casi de seguido, ya sea por mi mano o por la de él, pero éramos un par imparable.

Por fin, eso era lo que necesitaba en el día para mejorar mi estado de ánimo. La adrenalina y las sensaciones de encajar con él eran una droga, me sentía completo y maravilloso, casi invencible. ¿Por qué no podía tener más de esto?

Al terminar, todo sudado y cansado, nos dirigimos a las duchas donde primero nos reposamos el fogaje corporal. Al parecer los chicos tenían prisa, pues se ducharon tan rápido mientras conversaban conmigo que casi ni me di cuenta de eso. Apenas empezaron a salir, cuando me levanté listo para iniciar mi baño fresco. Ya me hacía falta, relajar los músculos después de una intensa jornada de juegos.

—No olvides que se vienen partidos amistosos, Edgarcito —dijo Emilio mientras tomaba sus cosas—, así que prepárate porque esos trucazos los debes hacer sí o sí. ¿Vale?

—Claro, como digas —me reí.

—Mas te vale, niño —contestó, cambiando su expresión por una maquiavélica—. Nos vemos.

No había entendido su cambio de actitud, pero en cuanto él y los demás cruzaron la puerta todo cambió. Sus risas estridentes se fueron alejando, dejándome solo y en completo silencio. Era extraño, pero empezó a sentirse una tensión en el ambiente que no me cuadraba.

No era malo ni mucho menos incómodo, pero no tenía sentido. Hasta que, por alguna razón, miré hacia la entrada. Ahí estaba Thomas, aún con el uniforme puesto, todo sudado y observándome con una amplia y dulce sonrisa en sus labios.
Con el corazón a mil, los nervios estallaron ante la expectativa. ¿A esto se refería con «hablar después»?

Holis mis pulguitas

¿Ya empezó la funa?

Porque estoy que los ayudo

O sea, cómo seme ocurre esta barbaridad

Qué clase de ser humano soy, nomames

Perdóname Edgarcito, te recompensaré

Aún no lo escribo pero ya lo estoy llorando

Lo bueno es que a este paso termino este libro de aqui a Julio, mediados espero, o antes

Así, podré darles las buenas nuevas que me he atragantado todo este tiempo

Muajajajajajajaa

En fin, les dejo uno de los tantos edits que hice de estos mensos (me envicie haciendolos)

Para más de estos ya saben donde, en ig, mlbradleyescritora y en mi face, los espero por allá

Besos

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