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Edgar

Si las emociones se pudiesen representar de forma física, en ese momento de mi vida todo a mi alrededor estuviese envuelto en nubes grises, centelleantes y frías. Detestaba todo, odié cada segundo desde el momento en que papá falleció, pero nada podía hacer más que tratar de remediar las cosas. O intentarlo.

Mamá no tenía arreglo, no de forma voluntaria, pero mis hermanas aún podían salir de ese infierno, demasiado pequeñas para vivir toda esta mierda. Una madre depresiva y emocionalmente dependiente, el peligro constante de hombres entrando en casa cada vez que ella cambia de novio, porque al parecer no sabe estar sola, la incertidumbre de lo que sucederá y lo que tendremos sobre la mesa día a día.

Ellas no merecían eso, pero así lo había facilitado mi madre.

—¿Vivar Edgar? —indagó el maestro.

—Presente —contesté apresurado, centrando mi cabeza en el presente.

Las clases habían empezado, el haber entrado a la universidad en una carrera tan solicitada había sido un enorme golpe de suerte. Tan solo faltaba encontrar un trabajo, algo accesible que me permitiese seguir estudiando y poder tener siquiera un mínimo ingreso. Pero de momento, mirada en frente y atención en el profesor, si quiero una beca que me facilite las cosas debo estudiar.

Al salir, el cansancio me aplastaba los huesos. Con mi madre fuera de sí, me tocaba suplir todas las necesidades de la casa, pero por más ayuda que tuviese de mi hermana, era demasiado pequeña para hacer mucho. Aun así, debía seguir con mis clases. Tenía todo perfectamente planificado, estudiar, trabajar y poder tener lo suficiente para sacar a mis hermanas de casa.

Un milagro, solo necesitaba eso.

A lo lejos, las risas escandalosas de los demás estudiantes me sacaron de mis cavilaciones. Aquel grupo conversaba y reía entre ellos, mientras tanto, uno de ellos pegaba anuncios en algunas paredes. Algo llamó mi atención, llevaban uniformes deportivos, un escudo en la parte de atrás de sus camisas y una sigla, UNABU. Vi como se alejaron entre risas, dejando atrás aquel panfleto anaranjado brillante que captó mi atención.

«¿Tienes las bases para ser jugador de baloncesto? El equipo de la UNABU espera por ti, durante esta semana todos los días a las 3:00 pm en las canchas de la universidad, lleva ropa deportiva y una excelente actitud».

—Baloncesto, ¿eh? —susurré sin despegar la mirada.

Me acerqué solo por curiosidad al departamento de deporte de la universidad, algo dentro de mí me decía que debía hacerlo, no solo mi fascinación por ese deporte en particular, había algo más.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarte? —saludó la recepcionista.

—Buenas, me gustaría saber los horarios de entrenamiento del equipo de baloncesto, por favor.

—Claro, en la pizarra a un costado encontrarás el anuncio —contestó con una sonrisa—, las audiciones empiezan hoy en un par de horas.

—Gracias.

En efecto, en aquella pizarra se encontraba el mismo anuncio con una hoja de horarios añadida a un lado; sin embargo, entre otros tantos más había uno que no pude omitir.
«Requisitos y documentos para solicitar la beca de deportista».

Regresé a casa con una energía renovadora, el cansancio había pasado a segundo y menos importante plano. La prioridad, ir a esa audición de baloncesto, la clase de ese día podía esperar. Mi más grande oportunidad estaba al alcance de un partido de baloncesto, y no iba a perderla.

—¿Y sabes lo que tienes que hacer? —volví a preguntar, no podía irme sin antes estar del todo seguro.

—Sí, hacer las tareas, estar pendiente de Nat y Val, y encerrarnos en el cuarto si alguien desconocido viene a casa —repitió con fastidio—. ¿Ya? No soy una bebé, puedo cuidarnos, ya vete.

—¡Grosera! —repliqué con cierta diversión—. Pareces hermana mía.

—Fui adoptada, no me ofendas así, juche —se rio a carcajadas.

Aquella pequeña de mirada inteligente, pero peligrosa, era tan parecida a mí que me daba miedo el verla crecer y convertirse en una versión femenina de mí. Iba a ser aterrador, pero me llenaba de confort el saber que ningún hombre se la ganaría tan fácil. Con solo doce años era tan responsable como un adulto, y eso me lastimaba. Era solo una niña, debería estar jugando con sus amigos y no cuidando de sus hermanos pequeños.

Suspiré y salí de casa con rapidez, quedaba menos de media hora para la audición. No sabía cuantos cupos había, ni cuantos interesados en el equipo habría para dar toda una semana de audiciones, pero sí estaba seguro de una cosa, uno de ellos debía ser mío cueste lo que cueste. De momento las cosas estaban a mi favor, el horario de entrenamiento era de tres días por semana en la tarde, ya habiendo acabado mis clases regulares y la hora justa en que mamá aún no llegaba a casa.

No me gustaba dejarlos solos, menos con la posibilidad de que mamá llegase acompañada a la casa con alguno de sus «amigos», viejos cincuentones, alcohólicos y con aspecto nada confiable.
A solo cinco minutos de empezar la práctica, llegué a las canchas de baloncesto en la zona más alejada de la universidad, teniendo cerca solo el bloque de deporte. De cierto modo me sentía como en casa, aquel deporte representó una hermosa parte de mi infancia junto a papá, y por él había aprendido a jugarlo casi como un profesional. Lo extrañaba demasiado.

Entré a los baños, cambiando mi ropa por una pantaloneta y una camisa sin mangas, parecidas a las que normalmente se usan para este tipo de entrenamiento. Debía ser lo más rápido posible, no quería iniciar con retrasos, no si quería dar una buena impresión. Y a lo lejos, un silbato sonó estridente.

—¡Mierda! —exclamé y salí corriendo.

Salí corriendo como alma que lleva el diablo, llegando casi sin respiración a la entrada de la cancha principal. Allí, quien debía ser el entrenador reunía a la gente alrededor de él en el centro de la misma. Y sentados en las gradas riendo y mirando todo en derredor, los mismos chicos que repartían los volantes.

—Acérquense, no lo digo tres veces, no tengan miedo, no muerdo —dijo el entrenador—, y siéntense, hay bastante piso libre.

Poco a poco, todos fueron obedeciendo formando un medio circulo frente al entrenador. Todos murmuraban, miraban a las gradas y hablaban entre ellos. Había chicas por igual, muchas, a decir verdad, demasiada gente como para no preocuparme. Respiré profundo, debía confiar en las enseñanzas de mi papá.

—Silencio, señores... y señoritas —expresó, recordando que había mujeres allí—. Bienvenidos y gracias a todos por el interés de participar, la universidad ha abierto este espacio para que todos puedan venir sin ningún tipo de restricción, así que al finalizar esto, sin importar el resultado, pueden dejar su correo y algunos datos para que puedan tener la excusa y no tenga inasistencia en sus clases de hoy.

Algunos suspiros de alivio se escucharon, pero el mío fue más interno. Sí, estaba aliviado, por un lado, pero no me quitaba el incesante nerviosismo que estaba creciendo en mi interior.

—Como verán, tenemos varias vacantes para el equipo principal este año, y así mismo, abriremos uno nuevo solo de mujeres —anunció lleno de orgullo—. Así que esperemos que todos den de su parte y tengamos un excelente encuentro. Las chicas podrán ir a la cancha secundaria con Thomas, para los que no lo conocen es mi hijo y me ayudará en esta tarea. Pero no se amañen, ¿eh? Ya me las conozco.

Dicho y hecho, las chicas empezaron a sonreírse de manera descarada y sin disimulos. No entendía nada de lo que sucedía, pero como no tenía nada que ver conmigo, perfectamente podía pasar a segundo plano. Sin embargo, bajando de las gradas estaba él.

Thomas, cabello negro ondulado, tan sedoso que brillaba; piel clara y limpia, decorada con un par de tatuajes que solo le daba más aires de imponencia; rostro perfilado y cuerpo moldeado por los dioses; y esos ojos, azul celeste, tan claros que estaba casi seguro el poder ver mi propio reflejo en ellos de tenerlo cerca. Tras sus lentes, parecía un chico tierno y demasiado lindo, pero visto de forma panorámica, tenía un porte de fuckboy que te auguraba todos los mejores problemas.

Entendía la reacción de las chicas, así mismo estaba yo, embelesado viendo como simplemente caminaba hacia nosotros. Y, sin embargo, sus ojos estaban centrados en los míos, y con ello, una sonrisa ladeada asomó en sus labios.

—Bueno, pueden irse con él, pero ojo... —expresó con firmeza, trayéndome de vuelta a la vida consciente—. A lo que vinieron, señoritas, centradas en eso, las estaré vigilando. No aceptaremos a cualquiera, ¿entendido?

—Sí, señor.

—Y ustedes, niños... —Una sonrisa tétrica asomó en su cara—. ¡A correr!

El silbato sonó, pero fue como un sonido lejano para mí. Mi atención continuó en aquellos ojos celestes, cuya sonrisa no había desaparecido y solo se hacía cada vez más amplia. Pero, como debía ser, me obligué a centrarme en lo que debería. No distracciones, no sonrisas, no ojos bonitos, nada de eso, debía seguir como planeaba.

Respiré profundo y seguí a la multitud.

Empezamos con estiramiento, despertar los músculos con un calentamiento al muy estilo militar. No era de extrañarse, el porte, la voz y la forma de actuar del entrenador parecía más a la de un general del ejército instruyendo a su pelotón. Lo vi y casi lo viví al tratar de prestar el servicio, pero no se pudo, ventajas de ser hijo único varón.

Sin embargo, esta vez no me había salvado y esperaba, de cierto modo no por gusto, estar en eso el resto del semestre y los próximos años. Ya cansados y sudorosos, empezó a descartar gente, los que se quedaban rezagados y demás. Luego, práctica de puntería, manejo del balón, y un pequeño partido.

Así, poco a poco, pasamos de ser casi veinte, a quedar solo ocho. Y en todo ese tiempo, la mirada de cierto moreno de ojos celestes se desviaba hacia nosotros. A las chicas no les había ido mejor, de las casi cuarenta que había, podía mal contar tan solo doce de ellas. Al parecer, el equipo femenino no sería demasiado grande.

—Bien, bien, mis muchachos —expresó el entrenador con algo de asombro—, felicidades, superaron mis expectativas, así que, seremos breves. Escocés, Bravo y Vivar están dentro del equipo, el resto puede venir mañana o el resto de la semana para una segunda audición, pueden practicar un poco antes, las canchas están abiertas para todos.

Logrado, había pasado y con suerte, podría tener mi tan anhelada beca pronto. La suerte estaba de mi lado ese día.

—Y ustedes, mis nuevos hijos, dejen sus datos aquí en este formulario, y de ser posible, el correo institucional, no quiero ninguno con [email protected]. —Por un segundo, mis ojos se desviaron al susodicho, quien había estado mirando en nuestra dirección con una sonrisa de satisfacción—. Los quiero aquí los miércoles puntuales, ¿entendido?

—Sí, señor.

Respiré aliviado, pero con algo dentro de mi pecho oprimiéndome. Estaría en el equipo y con ellos, cerca de Thomas, demasiado cerca. Si tan solo a esa distancia había logrado desconcentrarme, ¿qué podría pasar de tener que interactuar con el por quien sabe cuánto tiempo?

Debía sacar esa idea de mi cabeza, mi prioridad eran mis hermanas y su seguridad, para ello debía salir de casa como fuese posible. Sí, debía centrarme en eso, lo importante de verdad. No estaba para romances, ni con hombres ni con mujeres. Con nadie.

Distraído, me duché y cambié para regresar a casa, debía preparar las cosas para el día siguiente y hacer mis deberes. Ya después, podía ponerme al día con la clase perdida. Estando ya en el paradero, pensé en llevar algo de comer para mis hermanas, a esas alturas mamá estaría próxima a llegar y muy posiblemente se encerraría en su cuarto hasta el día siguiente. No podía contar con ella. Pero, por mas que busqué, mi teléfono no estaba.

—¡La puta que me parió! —Corrí de regreso a las canchas, no podía pensar en otro lugar más que las duchas para haber dejado el estúpido aparato.

¿Tanto me había distraído con él? Sí, así de idiota estoy.

Sin aliento y con el corazón en la mano, vi salir riéndose a los chicos del equipo que ahora serían mis compañeros. Ninguno de ellos me prestó demasiada intención, pero sí se silenciaron en cuanto pasaron junto a mí. Me importó poco, ingresé las duchas en busca de mi celular, no podía perderlo así sin más.

Sorpresa me llevé cuando, apoyado contra la pared y observando mi teléfono en sus manos, estaba Thomas. Tan solo al escuchar mis pasos, levantó la mirada del celular y volvió a sonreírme.

—¿Buscabas esto? —preguntó con diversión en su voz.

—Aaah, sí, es mío —titubeé nervioso, su sonrisa le daba un aspecto aún más candente a su sola imagen—. ¿Podrías...?

—Claro.

Se acercó a mí sin dejar de sonreír y tragué en seco, el calor que me producía tener sus ojos sobre mí con ese brillo intenso era abrumador. Me tendió el celular estirando su brazo, dejando ver más de cerca aquellos tatuajes que adornaban su piel.

Traté de tomarlo, con cierta cautela dirigí mi mano hacia la de él, pero en el último instante lo alejó de mí.

—Pero antes... —Lo desbloqueó y marcó algo en él—. Mi número, para que me llames si necesitas algo, ¿te parece?

—Claro, gracias —susurré pasmado por la sorpresa.

Tomé mi celular de sus manos, no sin antes sentir el suave toque de su piel sobre la mía, lo había hecho a propósito, había acariciado la palma de mi mano con sus dedos mientras la retiraba, y solo ese roce había encendido aun más esa chispa en mi interior.

—¡Bienvenido al equipo, Edgar!

Salió de allí dejándome con el celular en la mano, la mente en blanco y su viva imagen en mi cabeza sonriéndome. Y así, en completo shock, llegué a casa sin poder quitarme ese mismo pensamiento repitiéndose una y otra vez como un video en bucle. ¡Estaba perdiéndome en mi propio cerebro!

—Oye, animal, ¿me escuchas? —reclamó Elizabeth—. Te voy a patear si no...

—¿Qué? ¿Qué pasó? —reaccioné al fin.

—Te estoy hablando, bobo, ¿en qué mundo estás? —replicó ella.

—Tengo hambre —lloriqueó Natalia, jalando mi camisa.

—Sí, sí, lo sé ya les... —¡Mierda, había olvidado la comida!—. Ya les cocino algo rápido, ¿hicieron las tareas?

—Sí, incluso Val las hizo sin problemas —contestó Elizabeth de brazos cruzados—. ¿Ahora me puedes alimentar?

Me maldije por dentro, ¿cómo había podido olvidar algo tan importante como eso? Me centré en la realidad, pensar en alguien a quien no podía ni debía tener no me llevaría a ningún lado, ya mucho había hecho distrayéndome de la realidad por demasiado tiempo.

Empecé a cocinar, algo rápido y sencillo, unas pastas blancas con queso, era todo lo que teníamos de momento. En contada media hora, la comida estaba lista y servida. Y con ello, los cuchicheos de mamá entrando ebria a la casa resonaron desde la sala.

Con rabia, me llevé a las niñas al cuarto, allí podríamos comer con tranquilidad lejos del desastre en el que se había convertido mi madre. Mientras menos afecte a las niñas, por mi estaría bien lo que hiciese con su vida. No podía ayudar a quien no aceptaba ayuda.

Por un rato, mientras ayudaba a Valeri a comer sin hacer demasiado reguero, la pequeña Natalia agarró mi celular para hacer de las suyas. Con tan solo ocho años, ese pequeño demonio había aprendido a hacer muchas cosas en ese aparatejo, como descontrolarlo de formas que no entendía como lograba. Aun así, era algo que me ayudaba a mantenerla ocupada, más si lograba conseguirle algún libro interactivo que pudiese leer.

Así, al terminar, las ayudé a alistarse para dormir y dejar todo listo para la escuela al día siguiente. Sin embargo, la pantalla de mi celular no dejaba de iluminarse y apagarse de forma incesante.

—Nat, ¿qué hiciste con mi teléfono? —indagué, suponiendo las razones.

—Yo nada, lo hizo solito —se defendió, escondiéndose bajo las sábanas de su cama.

—Mira niña, eso no se maneja por sí solo, debiste haber... —Me vi interrumpido cuando, sin apretar botón alguno, varias pestañas de chats de mensajes se abrieron en la pantalla.

El teléfono estaba tan descontrolado que se abrían y cerraban, se escribían cosas sin sentido, emojis y se borraban al mismo tiempo en cuestión de segundos. Lo peor pasó, mis manos se pusieron frías al ver cómo, sin poder evitarlo porque el teléfono no reaccionaba a mis comandos, se escribieron una serie de emojis de corazones en un chat nuevo y se enviaron.

Palidecí, no podía terminar peor ese día, aquel chat tenía un nuevo nombre agregado a mi agenda: Thomas Ramírez.

¿Cómo lo ven, pulguitas?

Primer capítulo de esta historia disponible

Y como habrán visto, dentro de la ONC2024

Esperemos este año tengamos más suerte, con terminarlo para el concurso me basta

No vaya ser como su hermanito, DPT, que terminé un año y medio después

No, está vez no.

Amén!

Espacio abierto a opiniones

Besos, 💋

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