ᚐ҉ᚐ Chan ama a Jeongin
—¡No! —Yuna grita, desesperada; ahogada en su propio llanto.
Chan, asustado, toma su rostro entre sus manos y le alza la cabeza para verla mejor.
—Estás haciendo un show. Cálmate.
—No puedo hacer esto, Chan. Perdóname. Ya no te amo.
—¿Qué cosas dices? Tenemos que seguir con esto.
—No, Chan. Por favor. Puedes quedarte con todo, pero por favor, no me obligues a esto. Creí que podía, pero no. No lo aguanto más —se quiebra en un sollozo, agarrándose del brazo del castaño.
—Hey, está bien. Haremos lo que quieras, solo tranquilízate.
Le habla con voz serena. Nunca la había visto así. Ella se caracterizaba por ser una mujer fuerte y sin temor a nada, decidida.
—Quédate con tu trabajo y la casa, pero... no hagamos esto...
Ella le ruega, con su maquillaje arruinado, cayendo por sus delgados pómulos.
—Está bien —una discreta sonrisa se forma en el rostro del mayor—. Puedes ¿irte? Si es lo que quieres.
Sin pensarlo dos veces, sale de ahí, evitando la mirada de los demás, juzgándola. El padre dice lo obvio, que la boda era cancelada y dio la bendición a todos. Después de eso, la gente comienza a salir, comentando lo que pasó.
Los padres de Yuna se disculpan con Chan por el "treatrito" que su hija causó. Él dice que no hay problema, la entiende y que le desea lo mejor.
Toma siento en un escalón del altar, suspirando sonoramente.
—Niñas, vayan a fuera, en un rato nos iremos.
Boyoung les dice a sus hijas y ellas obedecen. Con mucho cuidado de no arruinar su vestido, toma asiendo al lado de su hijo mayor, palmeando su rodilla, dándole apoyo.
—Ya todo pasó, corazón —ella sonríe, luego se vuelve una mueca—. No debería decir esto, pero, estoy feliz.
Chan pasa un dedo por sus labios, pensando y mirando a un punto fijo en la alfombra roja. Asiente, lentamente.
—Yo también. Aunque, mi ego está un poco dañado —bromea y recibe un golpe en el brazo.
—Oh, sabía que dirías eso —se ríen juntos—. Vamos, cariño, te invito a comer con las niñas a un lugar lindo.
—¿Estamos celebrando que mi boda se canceló?
—¿Hay algo más para hacerlo?
Chan niega, parándose con agilidad. Le da la mano a su madre para ayudarla. Salen de ahí, tomados de la mano, cariñosamente.
(...)
Jeongin cepilla sus dientes con rudeza. La lluvia apenas choca contra los cristales de su habitación. Está solo en casa y le pone de mal humor.
Una semana ha pasado ya desde la boda. Seguro Chan y Yuna estaban disfrutando de su Luna de miel en alguna playa del Caribe o turisteando a las orillas de Egipto. Solo espera que sus vacaciones se vean arruinadas por la llovizna.
Lava bien su boca y revisa en el espejo que no tenga ningún resto de comida entre sus dientes. Sale del baño y se tira a su cama, envolviéndose en una frazada demasiado vieja. La tiene desde la secundaria. Le gusta porque es demasiado suave, aunque ya no cubre para nada el frío.
El timbre suena por toda la casa. Decide hundir su rostro en la almohada. Seguro era un testigo Jehová. Pronto se cansaría y se iría. Pero no es así, ahora suena con más insistencia y con pesadez, se para.
—¡Ya va! —grita desde las escaleras, arrastrando sus largas piernas— maldita gente desesperada.
Abre la puerta y fresco viento golpea su blanquecino rostro. En una velocidad exagerada sus mejillas se tornan rojas.
—Chan...
Susurra para él mismo.
El castaño está parado ahí, vistiendo de la manera más informal que puede, con una sudadera Adidas azul, con el gorrito puesto sobre la cabeza y un jogger haciéndole juego. Hasta llevaba tenis, lo cual era raro en él. Entre sus dedos colgaba un cigarrillo a medio fumar.
—Hey —dice en tono bajo. Cala el cigarro, profundamente, ahuecando sus mejillas.
Jeongin lo ve tan pequeño e indefenso. Parece un pobre perrito abandonado. Justo ahora solo quiere acunarlo entre sus brazos, hasta que el dolor desaparezca en sus facciones.
—Eh, pasa. Hace frío, debes estar congelándote. ¿Se te ofrece algo? Puedo hacerte un café o algo.
Chan niega con su cabeza, su cabello se mueve sobre su frente, como si estuviese danzando. Tira el cigarro y lo pisa.
—¿A qué has venido, Chan? ¿No deberías estar en tu Luna de miel o atendiendo a tu esposa? —pregunta y siente la amargura en su boca.
—Debería, tal vez. Pero no... no me casé, Jeongin.
Algo dentro del estómago del rizado se remueve. El cree que es esperanza.
—Oh, lo siento, entonces. ¿Puedo saber por qué, sin embargo?
—Yuna dijo que no me amaba y que no podía hacerlo —encoge sus hombros—. Me dejó la casa y el trabajo.
—Bueno, me alegro. Podrás seguir ayudando a tu familia.
La cabeza de castaña de Chan se mueve de arriba a abajo, lentamente, mientras suelta un suspiro lleno de cansancio.
—Jeongin... yo, yo quiero hablar contigo.
—Pensé que eso hacíamos —trató de bromear, para tal vez así, aligerar el ambiente.
—Sabes a lo que me refiero. Quiero que vuelvas a mí, Jeongin.
—Chan, no es así de simple... yo...
—Por favor, Jeongin. Te necesito, mucho. Muchísimo más de lo que me gustaría. No puedo hacer nada sin ti. Te lo dije ese día y te lo repito hoy: te necesito.
—Yo también, Chan, pero...
—Pero, ¿qué? Te estoy rogando, y sabes que no hago eso. Haré lo que sea, solo, por favor.
Jeongin mordisquea su labio inferior, viendo a sus pies desnudos. Pensando en sus opciones. Merecía ser feliz, y ahora que Chan estaba libre de compromisos parecía que al fin podría serlo.
—¿Ya no pondrás al dinero sobre nosotros?
Chan sonríe de lado, con la mirada brillante.
—Jamás.
El rizado abre sus largos brazos y el más bajo no tarda en entrar en ellos. Guarda su bronceado rostro en el blanco cuello del menor y solloza bajamente.
—No llores, Papi. Hoy te cuidaré, ¿vale? ¿Por qué no subes a la habitación mientras te preparo un té? Creo que tienes temperatura.
El más alto ofrece y Chan acepta, caminando a su habitación. Cuando entra, el dulce olor de Jeongin lo atrapa. Lo había extrañado tanto.
Cuando Jeongin entra a su cuarto, hay una pequeña sonrisa surcando su delicado rostro. Deja la taza en su buró. Chan está recostado en la cama, al parecer durmiendo. Hay bolsitas debajo de sus ojos, éstas son más pronunciadas que las que normalmente tiene. Las caricias, junto a su nariz puntiaguda. El ojiazul se remueve en por las caricias. Abre sus ojos e irradian calidez.
—¿Hace cuántas noches que no duermes, Papi? —Jeongin pregunta, acostándose al lado de Chan, enrollándose él solito entre los brazos del otro.
—Como, un mes, bebé.
—Oh, Dios. Perdón.
—No te disculpes, amor. Yo fui el culpable de todo. Tú... tú no hiciste nada malo, al contrario.
Jeongin acerca su rostro al del más bajo, tiene esa barba que le encanta. Roza sus narices juntas y ríe tiernamente.
—Eres muy pequeño, Papi.
—¿Vas a empezar con eso otra vez? Ya lo hemos hablado. Fui prematuro, entiéndelo.
—Pero es que mira, mis pies rozan el final del colchón y los tuyos apenas llegan a mis tobillos.
—¿Eso importa mucho, bebé?
—Para nada, Papi. Al contrario, hace que me gustes más —muerde la rasposa barbilla de Chan.
Alza la vista y los ojos del mayor están cerrados nuevamente, obviamente no duerme.
El de ojos verdes, muy temeroso, acerca sus labios a los de Chan y los deja ahí unos segundos, cuando se aleja hay un chasquido.
—Jeongin... —le llama en un suspiro, aún con los ojos cerrados. Cuando los abre, su pupila está totalmente dilatada.
Alarga su brazo para apartar ciertos rizos traviesos que le tapan el rostro al menor. Sonríe.
—¿Qué pasa, Chan? —él se deja acariciar por el otro.
—Te amo, Jeongin. Mucho.
La sonrisa de Jeongin es grande, ni siquiera sabe cómo es que cabe en su rostro. Sus huyuelos se marcan profundos, adornando sus expresiones. Besa nuevamente los labios del mayor, deteniéndose a disfrutar el sabor de estos. Gime cuando el mayor atrapa su labio inferior con sus blancos dientes.
—Mmm... también te amo, Chan.
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