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Capítulo 7


León

El largo de la carretera provocó que me sumergiera tanto en mis pensamientos que pareciese haber naufragado en ellos, gracias a una llamada de Vynce.

—Ya te lo dije, blanquito, ha sido pan comido. Un hilo de aquí, otro de allá y tejes una alfombra.

Adora tener razón.

El pelirrojo era solo un crío cuando aprendió las más refinadas técnicas de intercepción y cobertura que utilizan los servicios secretos en un pequeño cuartucho de casa, porque no tenía nada que hacer, mientras su tío grababa porno en la habitación de al lado. Desde entonces no hay persona de la que él no pueda averiguarlo todo.

—Asegura que Mauricio había acordado con el ruso un intercambio para subsanar su deuda.

Por mis cojones que ahora ninguno de los dos tendría esos planos. Sobre todo Mauricio, que en paz descanse. Así que ordené guardarlos a buen recaudo, puede que nos fueran útiles más adelante.

Intermitente a la derecha y giré. Iba con el piloto puesto, así que la consciencia de por dónde eché fue mínima, o prácticamente nula. Comencé a subir la intensidad sin darme cuenta. La vía era amplia y no muy iluminada, lo suficiente como para conseguir ver una silueta atravesando la calzada a toda prisa.

Che cazzo! [¡Qué cojones!]—pisé a fondo el pedal, subí la palanca de mano para parar en seco y un rastro de humo blanquecino apareció bajo las llantas.

¿Las consecuencias?

El Lamborghini quedó de lado en medio de la carretera por la resistencia que provocaron los frenos. El motor dejó de rugir y las ruedas marcaron un buen tramo del asfalto. Tuve la fortuna de haber visto a Danielle en el momento justo, antes de llevármela por delante.

Sin bajar, a través del cristal tintado del coche, vi perfectamente al tipo que le acompañaba.

«No puede ser».

Reconozco la arrogancia en cuanto la veo, al igual que Vynce. Por eso pronunció esas palabras en mi oído la primera vez que paró ante nosotros.

—No es trigo limpio.

De eso habían pasado ya ocho largos años, pero Wretch seguía siendo la misma rata de siempre, capaz de vender hasta a su propia madre a cambio de un hueco en el negocio oscuro. Un mafioso más con chapa.

Tenía entendido que ahora colaboraba con las altas esferas, por lo que ha colgado el uniforme y va de incógnito; aunque supo cómo conservar ese otro negocio y seguir ofreciendo tratos de favor a sus contactos del penal a cambio de información que aportara beneficios. Un trato peliagudo si dejas de ser útil.

«¿Qué haría ahí?».

Los pactos con el diablo solo te llevan al infierno, por eso sabe que es mejor no acercarse a mí.

Siempre siguen la misma ruta. Primero, hacia un ostentoso hotel de siete estrellas en las afueras al que acuden personas reconocidas por todo el mundo. Pagan cualquier cosa con tal de que las acciones de sus clientes permanezcan en el anonimato. Siempre les dice lo mismo.

—Estáis bajo mi protección —y guarda el sobre en el interior de su chaqueta con una satisfecha sonrisita. Así que obtienen barra libre en delitos tipificados, y los socios se aseguran una clientela que deja millones por minuto.

Los hombres de Julliam bajan del coche por segunda vez, uno por cada puerta y forman una cuadrilla antes de entrar a una licorería de alcohol importado. Las botellas las venden a caja cerrada, precio no negociable. Es elaborado por los whiskys más antiguos de Reino Unido. Esas fábricas cerraron hace años. Lo que significa que aceptas o cobras. El secreto vale dinero, los contactos también.

La ruta continúa por una pequeña lavandería de barrio, donde ofrecen chicas de compañía de alto nivel y cambian bragas usadas por billetes. Otro sobre en el mostrador, —de lo contrario, aquello se convierte en una redada policial—, y suben al Cadillac hasta completar con una docena de sitios más en una sola noche. Saben que Julliam sale escoltado bajo un número de identificación que le permite unirse a la batalla a dos bandas, sin repercusiones legales, así que todos pronunciarían el mismo nombre si pudieran hablar. El policía veleta.

Esa noche decidió añadirnos a su lista. Amenazó a uno de mis hombres, y se dispuso a entrar por la puerta trasera del edificio, junto a dos de sus perros. En ese momento, Julliam desconocía que soy los oídos y ojos del negocio, por lo que esperó que mis supuestos aliados le recibieran casi con los brazos abiertos. Nadie quiere problemas con la ley. Sin embargo, no hay más ciego que quien no quiera ver, por eso tampoco me divisó al cruzar la última curva.

—¿No aprendiste nada en el colegio?

Suele disfrutar de los cepos que lanza, sobre todo cuando puede pararse a observar las nefastas consecuencias que genera. Por eso se detuvo.

—¿Crees que estás en posición de increparme? Dicen que la has liado a lo grande, por lo que hay mucha gente que le encantaría verte muerto. El gobernador, por ejemplo. Cuentan anécdotas de lo más interesantes. Me estarían eternamente agradecidos si te mato aquí mismo.

Su plan iba a ser sencillo, abrir la mano y recoger la tajada. Yo apenas había superado la veintena y él jugaba con ventaja en eso; sin embargo, solía rodearme de hombres que me sacaban mucho más que solo cinco de recorrido. Quizás por eso tenía dos cosas claras. La primera. Si dejas que alguien te trate como una cucaracha, serás un puto insecto toda la vida, junto con todo lo que ello acarrea. Y la segunda. Nadie se presenta en Closer y entra sin más. Por eso, saqué la pipa del costado izquierdo, amartillé el arma y le di la vuelta al cañón. Después la dejé en sus manos.

—Dispara.

Tampoco se lo pensó. Levantó el arma y apretó el gatillo. La oportunidad perfecta y no tuvo cojones, por lo que terminó dándole a un adoquín. Vynce se acercó por su izquierda y le arrebató el arma.

—Ahora que has terminado, Superman, convence a quién te mantiene al tanto de todo de que lo haga en condiciones.

El grandullón me devolvió la pistola, abrí mi chaqueta, y la guardé.

—El gobernador está en el ajo desde el día en el que decidió ir a aquella fiesta al lado de la costa, donde le esperaban una fila de mujeres. Tiene esposa e hijas, por lo que desde ese día come de la palma de mi mano, al igual que toda su tropa —un paso al frente y me aseguré de que me escuchara con claridad —. Si vuelves a hacerte el héroe, mandaré un mensajito y puede que entonces sea a ti a quien deseen borrar del mapa.

Después le di la espalda y caminé hacia la entrada trasera.

—¿Y esperas que me marche sin más?

—Solo lo diré una vez, procura no volver a amenazar a mis hombres.

«¿Cambio de planes, Julliam?».

Puede que le apeteciera hacerse el valiente por una vez en su vida. Descubrir a Danielle relacionada con esa clase de calaña, hizo que me hiciera muchas preguntas al respecto.

—¡Estás loca! —el bastardo perteneciente a una amplia generación defectuosa sujetó a la chica desde el antebrazo.

—¡Déjame en paz! —Una actitud desafiante, seguida de un empujón. Una mujer con carácter. Una insensata.

Julliam la sacó de la carretera a rastras.

—¡No! ¡Suéltame!

«Pedazo de mierda».

Solté la lengüeta del cinturón. Ella apenas era una débil brisa para él, pero iba a echarle cojones. Alzó la vista y el cabrón le dedicó una profunda mirada.

Cuando se trata de mujeres, no me quedo a mirar. La mano en la manija de la puerta, la chica paralizada y esas poderosas palabras.

—Te quiero.

Solté la manija. «Che cazzo?». La acercó a él.

—Ya sabes qué hacer.

La chica se zafó con un movimiento de hombro y se marchó con él. Relajé las ganas que ya le tenía y continué mi camino.

Julliam era demasiado retorcido, la joven podía ser una marioneta suya para acercarse a la familia. Y aunque la idea de que Danielle se limitara a cumplir sus órdenes no me sorprendió, odio que traten de jugar conmigo. Una falda rota y una puerta abierta, no es precisamente una tarea complicada.

«¿Quién eres, Danielle?».

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