Capítulo 6
Danielle
Bajaba por una callejuela estrecha y poco iluminada con una mochila negra a mi espalda y un abrigo acolchado. Las bajas temperaturas cubrían la ciudad especialmente a esas horas de la madrugada, así que toqué el collar de mi cuello y lo guardé bajo la ropa. Es mejor esconder lo que una toma prestado, sobre todo si no quieres perderlo. Tras eso, subí la cremallera del chaquetón hasta los topes, abrigué un poco mis manos en el interior de las mangas, y me dirigí hacia la basílica de la ciudad.
Calzada con adoquines de época, rodeados por pequeñas casitas de arista y ventanas enmarcadas de madera vieja. Dicen que la historia forma parte de nuestro pasado, lo cierto es que conocerla puede dar lugar a un nuevo comienzo.
Desde pequeña he tenido una forma particular de entender el mundo, quizás por eso estaba decidida a echar un par de fotografías a los recovecos de la fachada de piedra de ese lugar sagrado, también al interior, pero para ello debía colarme.
La basílica pertenece al siglo XI, y por ende, es una de las más antiguas del país. Además está bien conservada. Lo que significa que oculta impresionantes reliquias. Los frescos románicos, entre unos tantos. Cuenta la leyenda que a uno de los obispos que habitaron el lugar no le gustaban las visitas, y por tanto, ahora su sombra se pasea durante la noche mientras recita algunos versos y canta gregoriano.
«Tonterías».
Afortunadamente esa estúpida leyenda espanta a la mayoría de los curiosos, por lo que nadie la vigila. Hecho que debería facilitar mi propósito, pero como más vale prevenir que curar, caminé con esa sensación en el pecho.
Volví la mirada atrás. Nadie. Ni un alma. Tampoco en ninguno de los lados de la acera, lo que me puso aún más nerviosa y crucé la vía sin pensar. Quizás debí empezar a hacerle caso a alguien por primera vez en la vida. Podría haber empezado por mis amigas. Estaba paranoica. Sería una tontería contemplar la más remota posibilidad de que unos ojos me observaran en la distancia. Aun así, eché otro vistazo. Todo tranquilo. Después desapareció esa sensación.
Entonces tomé la última curva hacia la izquierda y alcé la vista, encontrándome un auto azul marino. Inmóvil. Al acecho. Y al final de una calle tan alargada como oscura.
Me detuve sin saber muy bien qué hacer y los faros blancos se encendieron. Pude imaginar una tétrica sonrisa dibujarse tras los cristales opacos.
«Pillada».
Aceleré en sentido opuesto, pero de qué serviría, si ya me había visto. Al Cadillac parece que solo le quedaba una cosa por hacer; así que torció la calle en dirección prohibida, disminuyó la velocidad y bajó la ventanilla.
—¿A dónde ibas, pequeña exploradora?
Nos conocíamos desde hacía apenas unos meses y ya le odiaba. Si no supiera nada de él, me hubiera podido parecer hasta guapo. Alto, pelo corto y oscuro, ojos marrones y cuerpo atlético. Nada especial. Mono, pero también en sentido animal. Además, tiene ese otro defecto. Es una sombra con placa.
—Nada ilegal, Julliam —al menos si no me pillan —. Lo juro.
Mi interés por la pintura, y por el arte en general, era algo que no compartía con nadie. Ni siquiera con mis amigas. Por lo que para la mayoría yo era una loca a quien le encantaba coleccionar problemas, incluido Julliam.
Mi padre, sin ir más lejos, se encargaba a diario de recordármelo.
—Gasto demasiado tiempo en sacar a una niñata malcriada de sus líos por un puñado de dibujos. Si no tuvieras mi apellido, hace mucho que estarías entre rejas. Por tu bien, procura que esto no me salpique —fueron las palabras exactas que eligió la última vez.
—No cuela, Danielle. Deberías estar en tu casa, es más de medianoche.
Una mala mirada cayó sobre él.
—¿Qué pasa, va a aparecer una calabaza?
—Vamos, sabes que solo cumplo órdenes, y tú deberías hacer lo mismo.
—¿Mi padre te ha dicho ahora que me hagas la guardia?
—No —mintió. Después torció su mirada hacia mí —. ¿Sabes? No durarías en Closer ni medio minuto.
Dibujé una falsa y notoria mueca en mi rostro. Podía resultar encantador si se lo proponía, realmente encantador. Por lo que debí suponer que algo así acabaría pasando. Lo que Julliam Wretch no sabía es que me las apañé para salir escoltada del lugar.
«Si supieras...».
—Imagino que tu padre debe estar al corriente de tu incauta visita. ¿Verdad, Danielle? Recuerdo cómo te advirtió sobre ello.
Desvié la mirada.
«Capullo».
—Descuida, te guardaré el secreto, pero déjate de gilipolleces y sube al coche.
«Ah, no. De eso nada».
Debía llegar a la basílica como fuese.
Montar una obra de teatro y convencer a cualquier transeúnte de ser una damisela en apuros, me pareció mala idea. Si alguien trataba de socorrerme, él podría sacar su placa y alegar que era poli. No serviría de nada. Pensé en aprovechar la muchedumbre para perderme entre ella, pero a esas horas de la noche no era una apuesta segura. Así que, observé semáforos cercanos y el tránsito de coches. Si llegaba en el momento justo, Julliam tendría que detenerse y yo ganaría el tiempo suficiente como para perderle de vista. Todo estaba en mi cabeza. Así que en cuanto terminó de decir esas últimas palabras, eché a correr.
El sonido de cada una de las zancadas que di impactó contra el suelo, una tras otra. Mis piernas no pudieron recorrer más metros en menos tiempo. Por desgracia, Julliam hizo lo propio: correr tras de mí.
—¡Danielle!
Seguí hasta llegar al cruce de aquella calle tan ancha. A penas estaba iluminada con unos farolillos. Eché la vista atrás, Julliam pisándome los talones. Ni siquiera recapacité y me lancé a la carretera.
Después de eso todo pasó rápido. Un frenazo, Julliam me agarró con fuerza sacándome de la carretera, y vuelta a empezar.
«Me atrapó de nuevo».
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