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Capítulo 4

León

Había oído rumores de que Kolin estaba perdiendo el norte, pero la familia no tenía nada que ver con eso. Mis hombres no jugarían a la caza del gato y el ratón, y los suyos tampoco. ¿Qué le haría actuar por la retaguardia? 

El ruso mantiene contacto con el bajo fondo de la seguridad internacional más patriótica del país soviético, lo que significa que tiene acceso al no va más en juguetes de lo más punteros. Control de explosivos y armas pesadas. Últimos modelos. Se trata de esa clase de artilugios que no puedes encontrar en el mercado. Durante años se había encargado de abastecernos, y, aunque no es a lo que se dedica, lo ha hecho encantado porque los tratos de favor que recibe lo recompensan con creces.

Es por ello por lo que nuestra relación siempre se ha mantenido en la más absoluta cordialidad, nada de extralimitaciones. El ligero zumbido de esa idea de sabotaje revoloteando por mi cabeza, hizo que saliera del privado y cruzara el pasillo hasta llegar escaleras abajo. Nada tenía sentido, lo que Mauricio afirmó debía tratarse de una mentira gigantesca.

Dicen que se pilla antes a un embustero que a un cojo, y el primero ya estaba muerto. Además, tomar decisiones abruptas suele complicar las cosas. Necesitaba silencio y soledad, por lo que terminé encerrándome entre dos puertas de acceso a la pista de baile de la primera planta. Toda el ala derecha del edificio estaba insonorizada para evitar que la música se colara en los negocios. Encendí un cigarrillo y mi tranquilidad se desvaneció tan rápido como el humo tardó en rozar el techo.

Había alguien más conmigo.

Sostuve el piti con dos dedos, y desvié mis pupilas en su dirección. Luces apagadas. Por lo que no vi una mierda. Toqué mis sienes. Hacía mucho que nombramos a un responsable para organizar el personal de la discoteca, debía asegurarse de asignar tareas a los hombres indicados para cada turno y tenían órdenes estrictas al respeto. Solo personal autorizado, y eso implicaba únicamente a la familia.

—¿Qué haces aquí?

—No, definitivamente no tiene pinta de que vaya a mejorar la noche. Ven a Closer decían, es fantástico el sitio decían, será una noche inolvidable. Eso seguro, no podré olvidar esta noche en la vida.

Hasta ese preciso momento estuve convencido de que se trataba de algún novato, alguien lo suficientemente torpe como para acabar abriendo una puerta que nunca debió tocarse, pero no. Una joven malhumorada que hablaba sola. Al final de la noche conseguirían que rodaran más de una cabeza. La del responsable de vigilar la puerta, por ejemplo. Despegué ligeramente mi espalda de la pared.

—No deberías estar aquí —salvo que quisiera encontrarse con un trozo de piel humana y un hombre degollado.

—¿Y tú quién eres? —Para prohibir nada —, ¿trabajas aquí?

Una chiquita con carácter, una clase de subespecie en peligro de extinción.

—Dudo que hayas venido a Closer para jugar al escondite. Será mejor que salgas de aquí.

—Créeme, lo habría hecho si hubiese encontrado la salida —no tengo pruebas, aunque apuesto a que birló sus ojos. Después pude escuchar un largo suspiro, un intento por responder con amabilidad y simpatía —. Perdona por el tropiezo, no te he visto —pronunció burlona, tuve la sensación de que me hablaba como si fuera idiota —. No veo nada... —masculló para sí.

Lo que me faltaba para completar el día. Una loca. Encendí la luz tenue que había en el pasillo y descubrí su silueta. Su cuerpo. Su cara. Nunca me han descrito un ángel, pero era tal como yo podía imaginarme uno. Piel de porcelana, cabello castaño, ojos verdes, y las curvas justas en los lugares idóneos. Para qué mentir, era toda una belleza. Nada que no hubiera conocido ya.

—Como ves —enfaticé —, esta no es la salida a ninguna parte.

—Creo que me estoy mareando...—fingió, llevando su mano libre a la cabeza.

«Increíble».

La chica señaló el destrozo de su falda.

—No puedo salir así, ¿sabes?

Mi mirada descendió hacia lo que fuera aquello que sostenía entre sus manos. Trató como pudo que no se le viera nada indecente y yo recorrí aquellas líneas que se clavaron a fuego en mi mente. Primero, sus esbeltas y tonificadas piernas hasta llegar a sus muslos. Después sus caderas. La chica dio un respingo y atrapó el trozo de falda que se resbalaba entre sus dedos. Me detuve. Devolví la visión al suelo y sujeté el cigarrillo con mis labios. Un par de sacudidas de hombros y deslicé mi chaqueta por mis brazos hasta quitármela.

—Tienes la salida en la dirección opuesta —aseguré, cediéndole la prenda —. Pasa los baños, en la primera curva hacia la izquierda, verás un tío con pinganillo. Pídele que te acompañe a la salida y lo hará.

La chica asintió, tomó la chaqueta, y se la puso; prácticamente se envolvió en ella. Después empujé la puerta, invitándola a salir.

—Gracias —expresó con una bonita sonrisa en su rostro.

Ayudar a un ángel quema karma. Simplemente asentí en respuesta a su agradecimiento y salió hacia la zona previa a la pista de baile.

En el trayecto, ató los botones de mi chaqueta de cachemir a su cuerpo. Uno a uno. Después me aseguré de que encontrara al responsable de vigilar esa zona. El muchacho tenía la última oportunidad de la noche para no perder su trabajo, sobre todo de no pasar décadas sin encontrar uno. Sin embargo, el chico que encontró solo cubría su puesto. Un altercado le había obligado a ausentarse unos minutos para solucionar el problema, tiempo suficiente como para que nadie pudiera ver a la chica entrar; pero ahora que la había visto, se interesó pronto por ella. ¿Y quién no? Tiene un cuerpo de ensueño y una cara angelical. Intercambiaron unas palabras. Asintió y la acompañó hasta la salida. Solo entonces cerré la puerta y eché el pestillo de mano.

«Hay que ser gilipollas como para dejarse la maldita puerta abierta», aunque alguna parte de mí lo agradeció. «La chaqueta le queda mejor a ella»

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