Capítulo 11
León
Miré la pista de baile en uno de los privados de Closer, a través de una gran cristalera situada en el piso superior. Danielle es la única persona sobre la faz de la Tierra que tiene el talento de paralizar mi mente.
Bailaba acompañada de sus amigas y rodeada por unos cuantos buitres, como es lógico. Está como para hacer un menú de ocho platos. Yo la imaginé bailándome, pero en mi cama.
«Es la hija de Evans, de Evans».
Cogí la copa de la antigua mesa italiana del siglo XVIII, y di un largo trago al sabor amargo. Después dejé el vaso de mala gana sobre la barra de cóctel y continué pensando en sus curvas. Un polvo jamás le hizo daño a nadie.
Salí.
Acababa de decidir que me importaba todo tres pimientos. Su padre, Julliam, y la madre que los parió a todos. Quizás lo ocurrido recientemente tuvo mucho que ver. Por eso me hallé en el mismo lugar dos días atrás, con Vynce.
—¿Y qué crees que va a pensar?
—Me da igual lo que piense ese tío. Es un pacto cerrado y él no cabe.
Hacía escasos meses uno de los nuestros dejó la familia —Mickael—, llenando nuestros corazones de rabia. Se encargaba de los aspectos económicos, también de los asuntos legales. La mujer de Vynce —Rachael—, en ciertas ocasiones dice que en el fondo el grandullón es un sentimental, y puede que por eso tenga tanto interés en rellenar ese hueco. Lo cierto es que seguía teniendo ese pequeño cuaderno entre mis manos. "Las razones de un adiós". No había logrado pasar de la primera línea.
En ese momento los acontecimientos bombardearon mi cabeza, y la llenaron de mierdas, así que salí de la sala echando humo. Asuntos pendientes. Apenas dos horas antes, a plena luz del día, mis hombres aparecieron en el parking subterráneo del Hospital Laguna de la ciudad en un suv negro, en concreto a la salida del área privada de enfermedades infecciosas, donde subieron a la fuerza al guardia de seguridad.
—Soltadme, hijos de puta...
La puerta de la derecha junto al guardia se abrió y me senté a su lado.
—¿Cómo está tu hermano, Sam?
El hombre que tenía a mi lado, es un agente infiltrado. Por eso sabe cuándo callarse. A veces se traviste de carnicero o de ingeniero aeronáutico, otras de guardia.
—Dicen que los antivirales resultan beneficiosos. Con un poco de suerte pronto volverá a casa, sin embargo... un cambio en la medicación podría resultar fatal. Imagina que alguien dejara una de esas agujas cargadas de su sustancia favorita, ¿qué crees que pasaría?
—¿Acaso piensas que podrás llegar a él aquí dentro?
—Ponme a prueba. Mi paciencia tiene un límite, Sam... Y créeme, no servirán de nada tus pactos con Evans. Sé que ahora eres su sombra, y que ha delegado en ti ciertas funciones. Por eso eres tú quien nos manda amiguitos para que revoloteen a nuestro alrededor y entorpezcan el camino. Mencionaron algo de que querían echar un cable. Estoy de acuerdo. Ayúdame, Sam. Ayúdame a mantener a tu hermanito con vida.
Un día tan largo como resolutivo. Había tenido suficiente, por eso el grandullón no insistió cuando salí al pasillo de Closer, sin embargo una llamada me detuvo en mitad de camino. Saqué el móvil del interior de mi chaqueta, vi la pantalla iluminada, y descolgué al ver su nombre.
—¡Maldita sea! Estas cosas solo te pasan a ti, Dani. Anda que quedarte encerrada en plena madrugada. ¿A quién se le ocurren ideas así? —un ruido de fondo —. Y esta puerta del demonio atascada, debe tener la pila de años.
Olvidé que entre sus rarezas se incluían sus conversaciones en paralelo.
—Danielle, ¿estás en Closer?
—En la basílica.
Me eché a reír, testaruda y sarcástica como ella sola.
—No te muevas, voy para allá.
—Haré lo que pueda...
Dos minutos más tarde estaba empujando la enorme puerta de madera maciza de la basílica.
—La condenada tiene varios siglos a cuestas.
—Ya casi lo tienes...
Un sonido chirriante contra el suelo, y la puerta se abrió. Danielle dio un pequeño saltito de alegría y dejó un beso en mi mejilla.
—¿No se te ocurrió un plan mejor?
—Ríete todo lo que quieras, pero soy la primera mujer por la que corres hasta una iglesia —y caminó directa hacia los frescos románicos como si nada.
No pude negarlo, así que la seguí con un punto en la boca.
—La gente tiene la idea de que los frescos son pinturas oscuras, pero este color... es increíble.
—Cal y arena fina.
Danielle volteó con una ceja alzada.
—¿A Hugo Berone le interesa el arte?
Puede que se me escapara una sonrisa.
—El clero guarda grandes secretos, Danielle.
Avanzamos por el santuario, había mucho más por ver.
—Las malas lenguas dicen que el arquitecto de la basílica perteneció a la nobleza. Era una persona muy religiosa y con muchas normas en el gran castillo en el que vivía. Una de esas reglas prohibía a cualquier pareja no casada dormir en la misma habitación, regla que él mismo rompió en la basílica cuando llevó a su amante. También se decía que era un ávido coleccionista —y señalé los detalles de las escaleras —. Pero todo eso, es solo parte de una leyenda.
Llegamos al patio.
Por su expresión estaba claro que Danielle desconocía esa parte de la basílica. La contempló de par en par, recorriendo las zonas iluminadas con una mirada llena de fascinación.
—Vaya, ¡qué maravilla!
—Fue un regalo, por los convenios con el dictador de la época y la iglesia. Estilo romana, con azulejos intrincados. Demasiados detalles, por eso tardaron más de quince años en construirlo. Si te fijas —señalé —, tiene adornos de esculturas egipcias. Y la mejor parte...—la situé en el lugar perfecto —, los techos de art déco.
Nos quedamos un rato, sentados uno al lado del otro. Compartiendo nuestra afición por la historia y el arte, entre risas y bromas, hasta que lo soltó.
—¿Qué te impide besarme?
—La ropa —iba preciosa con ese vestido rosa pastel y la cazadora vaquera, pero su padre... —. Lo haré cuando nos pongamos de acuerdo en el color.
Danielle dibujó una sonrisa y dejó caer su cabeza en mi hombro.
Ahora, en cambio, estaba decidido a encontrarla entre el alboroto de la gente, reposar mi mano en la parte baja de su espalda y continuar con esa conversación pendiente. Cuando lo hice, respondió con una expresión tan dulce como lo era ella. Joder, lo hubiera hecho sobre la barra de la discoteca, en la tarima o hasta en el mismísimo suelo.
—Ven conmigo.
Dani asintió hasta con los ojos, cogió mi mano, y pasamos por delante del responsable de vigilar la zona. A mí también me sorprendió verle, seguía en su puesto. Un gesto, y dejó de mirar. Luego eché el pestillo, donde contemplé de nuevo el color verdoso de sus pupilas, también el ligero brillo de sus ojos cuando me miraba, y el jodido hoyuelo bajo el tono rosado de sus mejillas.
—Señor Berone...
El tono bajito y acaramelado que usó me gusto lo suficiente como para repasar sus labios, pintados en un color suave y sutil. Reposé mis manos a ambos lados de su cintura y la acerqué a mí.
—Ciao, come stai?
Llegados a ese punto, era algo que quise averiguar. Por eso mis pupilas siguieron viajando por las curvas del largo vestido color verde. Su cuello. Su cintura. Sus piernas. Estaba lo suficientemente cachondo como para no acordarme de su padre, ni de Julliam.
Danielle sonrió.
Supe que podría terminar perdiendo la cabeza, pero no me importó en absoluto. Mis manos se deslizaron por su espalda descubierta, y fui directo a su boca. Al principio un pequeño y lento roce que apenas acarició sus labios, y al que respondió con un toque travieso.
—¿Acaso te has vuelto daltónico? Mi vestido no es negro.
—Conjunta con mi ropa interior.
Sonrió de nuevo con su nariz pegada a la mía y deslizó lentamente sus labios. Puede que ninguno supiéramos lo que estábamos haciendo, pero daba igual. A mi ella me gustaba, y mi cama estaba vacía esa noche. Sostuve su precioso rostro con suavidad y la devoré.
Sus manos por mi espalda, mis labios por el lóbulo de su oreja, y una zona creciendo desmesuradamente. Agarré su melena con deseo, ajustando mi cuerpo al suyo, y volví a su boca. Danielle anudó sus muñecas por mi cuello, mientras nos perdíamos en un desenfreno virulento hasta chocar contra la pared. Entonces deslicé mis manos por el lateral, bajo la ropa, hacia el final de su espalda, y ella echó el freno.
—¿Demasiado rápido?
Si hubiera sido por mí, la historia hubiera sido otra.
—Creí que nunca te atreverías a besarme...
—Yo también.
Una sonrisa en sus labios.
—¿Una noche complicada?
—Algo así.
—¿Significa que debes irte?
Asentí ligeramente, puede que con pesar.
—Pásalo bien, piccola.
Danielle no fue la única a quien le resultó extraño, aquella palabra había salido por mi boca. Yo le eché la culpa al calor de mi entrepierna. A ella, en cambio, le hizo gracia.
—Te veré pronto, Hugo.
Dejó un último beso en mi mejilla, deslizó el pestillo, y abrió la puerta para volver a la discoteca.
—Dani... —y se volteó —, te veré pronto.
Ella sonrió como si eso fuera todo lo que quería oír, y se marchó.
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