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Capítulo 1

León

Plena madrugada de una gélida noche de invierno. Tres de mis hombres se encontrarían en el almacén viejo para terminar un recado de última hora, no había tiempo que perder.

Franklin, el castaño de aspecto militar y guantes de cuero, echó una rápida ojeada a la fachada. Una puerta de carga común sin señales aparentes de actividad, eso nos permite pasar desapercibidos por la mayoría. Curvó su cuerpo y se frotó las manos antes de entrar. Todo listo. Él, al igual que el resto, pasaría por la entrada trasera a la vista de nadie. Fue el último en aparecer, así que la cerró.

Una vez dentro, la naturaleza ilícita del lugar se mantiene oculta tras grandes bidones de plástico color naranja butano. El interior es oscuro y mal iluminado, con luces tenues que apenas revelan los contornos de las estructuras metálicas, donde guardamos algún que otro material poco valioso para cumplir con los encargos. Contrabando de información privilegiada, eso es lo que hacemos; pero para el resto será solo un vulgar taller.

Mi hombre despojó sobre el armario metálico el arma de su sobaquera. Otra más de la cintura, y las guardó en el interior del mueble vintage que utilizamos como armero.

Alzó la vista y avanzó.

—Aquí tienes el material que pediste, Chris.

Sacó un paquete envuelto y atado bajo el forro del abrigo, a la altura de su pecho. El pelirrojo, sentado al fondo, despegó la vista de la pantalla, y dejó ver al fin su rostro después de media hora enganchado a las teclas. Como es lógico, le recibió con los brazos abiertos y una sonrisa nuclear.

—Justo a tiempo.

Franklin hizo la entrega de la mercancía sobre la misma mesa.

—Un procesador, dos microchips, y el resto del cableado de la mismísima unidad de inteligencia del ejército.

—Y probado por el difunto tío Sam —bromeó.

Franklin disimuló una mueca de orgullo. El trabajo bien hecho, está bien hecho. Acto seguido el pelirrojo de barbita recortada escogió el procesador y lo examinó.

—No está mal, ¿eh?

—Pues al lío, quiero echar un polvo antes de que se haga de día.

—Ya, pues a mí me gustaría dormir alguna noche.

Volvió a su puesto y colocó el juguete donde correspondía. Las letras blancas y rojas aparecieron a toda velocidad en el monitor de forma casi inmediata, sus ojos café rodaron por el fondo de la triple pantalla, y empezó una batalla contra reloj. Conocer los entresijos del sistema facilita mucho las cosas. Así es Chris, hace magia con un par de cables.

Mientras tanto, Franklin inspeccionó la zona para cumplir con la primera ronda de la noche con la esperanza de que también fuera la última. «Todo despejado». Después, un merecido, pero breve descanso. Introdujo su mano en el bolsillo del pantalón y sacó una última cosa. Una bolsita de té que miró con asco.

—¿Para qué cojones quieres esto, tío?

—Ah, no. A mí no me mires. Eso es de Tom.

El tercero en discordia. Allá, cerca de la montaña de cajas polvorientas, apiladas desordenadamente y que atestiguan que nuestra actividad allí es algo frecuente. En la amplia comodidad de un sillón donde seguramente pretendía tomarse el dichoso té afgano con una tranquilidad abrumadora. Muy propio de Tom. Sus ojos concentrados en el ventanal.

—Esta noche caerá una buena...

Solo el sonido de la lluvia interrumpía el silencio fuera y eso quizás fuese una advertencia.

Contamos con un sofisticado sistema de seguridad, con cámaras de vigilancia discretas y alarmas silenciosas, eso garantiza la confidencialidad de los negocios, pero el almacén se encuentra alejado del área comercial, en una zona remota y aislada, por lo que con la tempestad a veces falla. Sobre el tejado, empezó a notarse la virulencia con la que se precipitaba el temporal, también el zumbido del viento sobre el ventanal por el que Tom divisaría algo que despertó sospechas.

—Tenemos visita.

Franklin apartó la mirada de la bolsa de té.

A la vista. Intruso solitario armado hasta los dientes. Mantenía las distancias entre los matorrales de la zona, sin temerle a nada. Era evidente, alguien estaba muy interesado en seguir nuestros pasos muy de cerca. La duda era obvia, por qué.

Un gesto bastó. Franklin escogió su arma favorita —una carabina—, y miró a quién sería su próxima presa.

Cometió un error, acercarse a nosotros, y eso solo conduce a una única cosa. Problemas. Cientos de ellos.

—Pincha la red y larguémonos de aquí —avisó colocándose la artillería pesada sobre sus hombros.

—Vamos, hombre —se quejó Chris —, dijisteis que iba a ser una noche tranquila.

Tom se levantó con la misma parsimonia de siempre y sacudió su traje. Él prefería mancharse las manos de sangre de otra manera, sin embargo, atacarnos de esa forma legítima el juego sucio.

Mis hombres son capaces de oír mis pensamientos.

«Contraatacad». «Ahora».

Tres contra uno. Eran los suficientes como para obtener lo que querían, encontrar respuestas y tatuar una advertencia en su cuerpo.

La sabandija salió por patas hacia la explanada. Pedía a pulso recibir la lección de su vida. Un buen escarmiento. Y para conseguirlo, sabían qué hacer y cómo. Actuarían como soldados, cada uno a su posición.

Con el paisaje abriéndose al horizonte sombrío, le darían caza pronto. Sin destellos. Sin disparos. Sin nada.

Una seña. «Ojos bien abiertos».

Son jóvenes y fuertes, pero las encrucijadas llegan cuando uno menos se lo espera. Así que atravesaron campo a través agazapados entre los matorrales. Poco después, el enemigo cayó en la trampa como un ratoncillo en una jaula. Ahí, entre los árboles. Atrapado. Rodeado. Sin salidas.

Le despojaron de sus armas a golpe de pistola por los costados, después compartieron unas sonrisas.

—Tenía entendido que los topos cazan a la salida y puesta del sol, nunca de noche.

—De ser siempre así, se nos acabaría la diversión —un golpe seco con la culata retráctil a la altura del omoplato y el muchacho cayó de rodillas —. Acabas de echarte la soga al cuello, chico.

Las chispas de un mechero dorado, y mi silueta apareció de entre las sombras.

Un gesto hacia Chris, quien volvió al almacén. Luego una última señal.

Matadle.

Un tiro fue el valor de su vida, y la humareda del cigarro lo último que vio.

—Preparad el mensaje a Mauricio. Decidle que mañana tiene una invitación, si se trata de uno de sus muchachos lo pagará caro —tiré la colilla sobre su cabellera—, sed discretos.

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