Capitulo 14:
La mascara.
—Mi habitación. —Presentó orgulloso, poniendo sin preguntar su mano en la cintura de la muchacha.
Él se volteó a verle el rostro y sonrió. Sonreía mucho, Valeria creía que era por el alcohol.
—¿Eres muda? —le preguntó—. Juro por Dios que te estoy viendo doble. —Le tocó la máscara, y Valeria renegó su toque. No le podía quitar la máscara. Le agarró la mano y se la bajó.
—¿Estás bien?
—No es tu asunto. —Se acercó para quitarle la máscara de nuevo, ella se apartó por completo—. ¡Qué emocionante! —Exclamó, espantándola—, he ido a muchos lugares, y nunca he estado con una enmascarada.
Se quedó quieto, y después se le acercó. Puso ambas manos en sus hombros y le besó suavemente, con los ojos cerrados. La meneó de un lado para otro, como si estuvieran bailando, a lo cual Valeria se movía tiesa mientras él acercaba sus dos cuerpos y bajaba sus manos de sus hombros a su cintura. Su negación a moverse hizo que tropezaran y que el interrumpiera el beso para reírse entonces.
A lo cual ella no le vio sentido.
—¿Y tú? ¿Qué te pasa?, ¿eres virgen, que estás tan tiesa?
Valeria rehuyó la mirada. Todas las personas podían hacerse la pregunta, pero no él. Nunca él. ¿Qué tanto influye en ti el alcohol y las drogas?, te hacen ver doble y no reconocer a la persona que amas.
Él dejó de reírse al ver que la chica no prestaba tregua, porque no hablaba, ni se reía, ni nada, pero si estaba interesada.
Bueno, que él supiera, todas estaban interesadas en él, ¿Qué lo iba a cambiar? La niñera de Santa estaba tan entusiasmada que estaba tiesa, tiesta como una piedra y ni siquiera lo miraba a los ojos. Pero vaya bien que se dejó besar.
Seguro se estaba burlando de él. De verlo miserable, de verlo destruido, de verlo borracho y con visión doble.
Que horrible era la muchacha esa de su pesadilla. Al menos las otras mostraban entusiasmo.
Molesto ahora, y un poco ofendido, la agarró del codo y la llevó hasta la cama, ante la sorpresa, la chica abrió los ojos y se recuperó de la caída. Cuando lo hizo, él se acostaba a su lado, apoyándose de la palma de su mano. Le agarró las muñecas y le extendió los brazos hasta encima de su cabeza. Se acercó lentamente, disfrutando la vista del vestido un poco alzado por sus manos estar hacia arriba, y después la besó con suavidad.
Dejó de besarla. Intercambió de manos para agarrar sus muñecas con una sola, mientras que con la otra le tocó los labios, que, desde ese momento, le parecían bonitos y nostálgicos.
—Dime, ¿quieres continuar? —Se lo preguntó cómo rogando, mirando a la muchacha con los ojos cerrados a través de la máscara.
Ella abrió los ojos y cerró la boca.
—Deja ir mis brazos. Y aléjate un poco. —Pidió otra vez en voz baja y con una voz extremadamente fingida, como muy dulce, frágil y aniñada, tratando de que no le saliera su tono de voz cantadito.
Él inmediatamente le soltó los brazos, decepcionado, y se echó a un lado. Tal vez no iba a poder divertirse esa noche. Esperó la acción que haría ella.
Valeria se alzó el vestido, hasta el ombligo, pero sin dejar de mirarlo ni un segundo. Después se bajó solo un poco la ropa interior, y volvió a subir sus manos hasta la cara de él.
Le tocó los parpados, las mejillas, y la boca, y después lo haló hacia sí, para acariciarle la espalda cuando sus labios se volvieron a unir.
Todo lo que sentía hacia él era un odio inmenso, que sentía apretujar su pecho, le dolía, le dolía que la besara, que la tocara, que estuviera ahí con ella. Pero era parecido a esos cuentos crueles, pero dulces, en donde, quería hacerle daño por haberla dejado, por abandonarla a su suerte y todo lo que salía de ella eran cosas dulces.
Estar unido a él era un viaje. No quería estar con nadie más. No quería a nadie más. Nunca lo había dejado de querer.
○
Por un segundo, antes de abrir los ojos, escuchó el espejismo de pájaros cantar, y abrió los ojos sobresaltada. Tenía una máscara mal puesta en la mitad de la cara y ningún pajarito cantaba afuera.
Tenía el brazo del jefe encima de su cintura, y ambos estaban semidesnudos. En su pecho sentía la presión de que debía salir rápido de allí, no porque debía estar en casa para arreglar a sus hermanitos, sino porque si el jefe despertaba, y sin estar intoxicado la mira a los ojos y la reconoce, y por azares, decide que ya no la quiere más, no lo iba a soportar.
Delicadamente quitó el brazo con peso muerto de su cintura. Se levantó y se bajó el vestido. Buscó con los ojos, sin moverse, su ropa interior hasta verla en el borde de la cama, la tomó y colocándosela, después peinó su cabello con sus dedos. Respiró hondo hasta la puerta y la abrió despacio, hasta salir.
El cielo estaba azul oscuro, casi amaneciendo, no había nadie afuera, y los perros no ladraron porque ya la conocían, además ella olía al jefe. Caminó despacio hasta la cabaña donde estaba su habitación, y con cuidado abrió y cerró la puerta.
Ya adentro, cerró los ojos, y sonrió en silencio.
—Sí que la pasaste bien, que suertuda eres.
La voz de Jessi espantó a Valeria, quien borró la sonrisa de inmediato.
—No es lo que piensas.
—¿No? Tú dime. —Se levantó de la cama con los brazos cruzados—. Viene el jefe de sorpresa, te pones nerviosa y venimos a acostar los niños, te quedas afuera y después no vuelves, cuando regresas, lo haces con la almohada pegada en la cara, despeinada, y con una sonrisa de que te han hecho la vida. Déjame decirte Samy, no sé de dónde vienes, pero de donde yo vengo eso solo lo hacen... No te creas que será una historia de amor pequeña. Él trae una zorra distinta todos los fines de semana, las folla y después arrivederci con ellas, más nunca las he vuelto a ver. ¿Tú viniste aquí a un trabajo o qué? No te ilusiones con el jefe, te va a romper el corazón.
—Eso lo sé. —Afirmó rodando los ojos. Estaba cansada del mismo argumento. Tuvo sexo, y fue el mejor en años, no estaba arrepentida, y no se sentía manchada en la moral por eso—. ¿Tú te has acostado con él?
—No. Y nunca me lo ha ofrecido.
—Jessi, ¿alguien más nos vio?
—No lo creo. Las muchachas acompañaban a Madison, los niños dormían y Santa hablaba con los amigos de Ben, otros solo limpiaban.
—Oh. —Se sentó en la cama.
Jessi, un poco eufórica por la forma en la que Samy no reaccionaba a su acusación, imitó su acción y se sentó.
—Tal vez quieras darte un baño.
—No... voy a dormir. —se tiró en la cama.
—Quítate la máscara al menos.
—Gracias por prestármela. —Valeria susurró tirándose encima de la almohada.
○
—Valeria. —Con ese nombre, Benjamín se despertó en la boca. Le dolía la cabeza y estaba un poco mareado, pero incluso cuando sentía dolor, ella era lo primero que le venía a la cabeza, aun cuando todo lo asociado a ella era hermoso e increíble.
Se movió un poco, notando la ausencia de un cuerpo más en la cama. No había rastro de ninguna fémina, y la puerta estaba cerrada, ni mascara, ni vestidos rosa cortos, ni voz fingida ni baja, ni manos acariciando su cara, no había nadie. Todo parecía un sueño trampa.
Eso de estar con mujeres y asociarlas a la mujer que amaba era ofensivo. Pero más ofensivo era saber que ella estaba lejos, con otro hombre.
La verdad es que ya era esa su vida y a eso estaba reducida. Alguien lo maldijo para la infelicidad toda la vida. Pero, de alguna forma, algo lo empujó a pararse de la cama ese día aun con ese horrible dolor de cabeza, y era solo una cosa: ver a la chica detrás de la máscara.
La puerta sonó duro tres veces, unas risas, y después alguien más habló.
—Benjamín, ¿estás ahí?, ¿puedo pasar?
La voz de Santa al otro lado le hizo darse cuenta que aún estaba semidesnudo. Buscó una toalla y se le puso alrededor de la cintura, y abrió la puerta, al frente, Santa, la señora de más de cuarenta años, tenía en la mano un vaso de agua con soda y una pastilla en el otro. Entró y puso el vaso encima de la mesa, le dio la pastilla a Benjamín y él la tomó.
—Tuviste una mala noche, hijo. —Comentó al verlo estrujarse el ojo con el dorso de la mano.
—No lo creas tanto, no.
—¿Por qué trajiste a la niñera? —respondió, más que preguntar.
—¿Cómo se llama? —Benjamín le preguntó, sin negar nada.
Santa lo pensó antes de responderle. Lo pensó mucho. Porque Alejandro le había dicho que se llamaba Valeria, y le dijo que no le dijera a Ben que había sido él que la había recomendado, pero la muchacha se hacía llamar Samy, ante todos. Y ese conjunto de todos, ¿incluía o no al jefe?
—Samy, se llama. Necesitaba trabajo de verano. No creo que se vea bien que te acuestes con el personal. Debes respetarlo.
—Ella quería. Volvió a la casa para buscarme. Sé el lenguaje corporal de las mujeres. No iba a desaprovechar esas piernas.
—Cualquier mujer con poco o mucho coeficiente va a aceptar acostarse con su jefe. Eres tú que tienes que poner límites y no involucrarte con mi personal. —Movió la cabeza al pronunciar las palabras. Le molestaba que él estuviera sonriendo.
—Pide que hagan el desayuno. Con todos los de personal. Hoy desayunaré aquí a las ocho. Me tengo que ir a las ocho y media. Gracias Santa por esto. —dijo antes de bajarse la pastilla por la garganta.
Santa salió de la habitación a cumplir las órdenes.
○
—Samy, Samy. —Jessi tocó el hombro de Valeria.
Ella abrió los ojos y la observó. Sin decir nada, tenía aun la máscara y se había quedado dormida.
—Ahora si te tienes que dar un baño.
—Quiero seguir durmiendo. —Valeria se volteó hacia el otro lado, dándole la espalda a Jessi.
—El jefe desayunará con todos nosotros. Es la primera vez que lo hará. Dijo que a las ocho y son la siete y media.
Valeria abrió los ojos de golpe.
—No puedo ir. —dijo rápido. No había forma de que fuera. Si en verdad Ben no la reconocía, esa era la razón por la que seguía ahí. Y no lo echaría a perder, no estaba lista aun para verlo cara a cara.
—¿No puedes, por qué?
—Me da vergüenza. —Valeria mintió—. Me da vergüenza verlo después de lo que pasó anoche.
Jessi dejó la mano en el hombro de Valeria.
—Me perdonas Samy, pero es ridículo, ¿por qué te daría vergüenza?
—Solo ve Jessi, que yo me quedaré.
○
Por alguna razón, cuando el jefe le susurró en los oídos a Jessi, ella sintió un escalofríos, por la pregunta, por la forma, por la tristeza, por la situación, por el ambiente, y porque todos los ojos de las mesas la miraban.
Cinco mesas llenas de comida para el desayuno, los niños comiendo sin notar lo que pasaba, Madison mirando fijamente a Ben, al igual que Oriana y Tati. Santa precavida, llevándosela, imaginándose lo que Ben había ido a susurrar.
Que pidiera que todos los del servicio se reunieran a desayunar, excepto la seguridad y los que estaban muy lejos en el potrero, y que se sentara con ellos, que se parara en medio de todo y mirara alrededor, no contento, según su cara, acercarse a Jessi, cabellera negra y pelo corto, y con su mano tapara su boca para que no se viera lo que el susurraba.
—¿Dónde está ella?
Lo preguntó así sin más. Como si supiera que Jessi sabía de qué hablaba, como si fuera obvio, como si no hubiera otra respuesta.
¿Dónde está ella? Ni siquiera sabe el nombre. El jefe, con esa cara cansada y agotada llena de ojeras oscuras, con los labios resecos y cuarteados, con ese peso en los hombros, con los ojos brillosos, Jessi no lo podía creer.
—Acompáñeme. —Fue lo único que salió de su boca.
Levantándose, y pasándole al frente, se alejó hacia su cabaña que compartía con ella.
El jefe la alcanzaba justo cuando abría la puerta.
—Quédate afuera. —Le ordenó él, con una expresión con la mano—. ¿Cómo se llama ella?
—Samy. —Jessi respondió desviando la mirada.
—No le digas a nadie qué fue lo que te pregunté. Diles que me tuve que ir.
—Sí, señor. —Asintió.
—Antes de volver, dile a Rogelio que prepare la Cruiser, dile que salgo en cinco minutos.
—Sí, señor.
—Jessi . —Ben se quejó porque le estaba diciendo señor.
—Lo siento, Ben. —Le sonrió—. Creo que aún duerme. —Señaló a la puerta, alzando un poco más la voz.
—Yo la despertaré. —Él respondió, sin importarle.
Esas voces espantaron a Valeria. Escuchando la puerta abriéndose, tomó una toalla y se metió al baño cerrando la puerta. Inmediatamente encendió la llave de la bañera y se sentó en la tapa cerrada del retrete.
—No, no, no. —Susurró bajito—. Me va a matar.
Unos toques suaves en la puerta, y se le paró la respiración.
—¿Samy?, ¿así te llamas? —preguntó con un poco de emoción.
Memoria emotiva, como el perfume de una mujer te trae tanto tristes recuerdos.
Toco más veces.
Valeria tosió un par de veces. —Lo siento, me estoy bañando.
—Samy, abra la puerta, no veré nada que ya no he visto.
«Mi cara no las has visto, si la ves, me vas a matar... me enviarás a casa, no entenderás las razones.»
—Por favor, no puedo salir ahora.
Ben alejó su mano de la puerta y se pasó la mano por el cabello. ¿Qué demonios estaba haciendo acosando a una de las del servicio?
Es solo que su curiosidad por ella no se comparaba por nadie más. Nadie nunca, por ningún precio, por más alcohol que tuviera, nunca, le había acariciado así. Como si fuera un bebé, con esas manos suaves, con ese cariño.
¡Era increíble!
Ella lo acarició como si lo amara.
Que estupidez, y que idiota era por pensar así.
Seguro estaba esperando su triple sueldo.
¿Qué más podía esperar? No se podía permitir una relación en donde una mujer se enamorara de él, porque sabía que no la iba a amar sabiendo que la mujer que amaba seguro estaba de luna de miel con ese maldito hombre. ¿Y entonces?, ¿qué más quedaba?, ¿pagar por amor fingido una noche y al otro día lamentarse?
Al menos, salir a trabajar era más entretenido. Así no se quedaba estático, podía olvidarse de las cosas que hacían su alma gris.
—Perdona, no quise interrumpir. Ojalá pueda volver a verte, Samy.
Valeria escuchó unos pasos alejarse. Exhaló ruidosamente, y miró a la bañera casi al tope de agua.
—Genial, es justo lo que quiero, algo en lo que sumergirme hasta despertar de este sueño. —Se mordió el labio.
¿Y si salía detrás de él y lo llamaba por su nombre?
"¡Ben, soy yo, Val, te seguí hasta aquí para que veas que nunca te he dejado de querer! No he olvidado tu voz, ni tus ojos, ni tu sonrisa, ni tu forma de mirarme, ni como me abrazabas. Mi amor, no puedo vivir sin ti."
Conociéndolo, él, simplemente, le diría que volviera, que cómo se le ocurría meterse allí.
Ojalá la vida fuera un cuento de hadas y ella una princesa.
¿Por qué las cosas no pueden ser más fáciles?
○
Siete Años Atrás
Andar agarrada de la mano de Ben era como volar en el aire, como ser polvo de estrellas flotando en el universo. Era mágico, como un sueño.
—¿Cuándo es que cumples los dieciocho? —Preguntó él de la nada. El bulevar era un bonito lugar para caminar.
—Pronto, en unos meses. —Valeria respondió sonriendo—. ¡Me lo preguntas tanto!
—Quiero ser tu primer beso en un bar, cuando las luces te desorientan, que no sabes si estas volando, cuando estés pasada de alcohol, y que no puedas caminar, con tacos de aguja, y que parezcas mujer, y aun así digas que me quieres. Y debajo de tu aliento alcoholizado, nos besemos.
—Ben, Dios, amo los vientos de la noche, te hacen decir cosas así, me gusta escucharte.
Él le sonrió.
—No es broma, Valeria.
—Yo también quiero decir cosas, —Se detuvo de caminar, lo miró a los ojos con esa sonrisa—, Ben, quiero que me am... —, algo la detuvo, decir esas palabras era maldecir todo—, quiero que me quieras tanto, —se corrigió—, que no puedas concebir tu vida con otra mujer que no sea yo. Que si decides dejarme seas el hombre más miserable del mundo, y que sufras tanto, y te duela tanto, que ni siquiera la muerte te será atractiva. Quiero que me quieras hasta que te duela. Te duela y cale en lo más profundo de tu alma y aun así, con todo y eso, no sentirías ni una tercera parte de lo que siento yo por ti.
Volvieron a caminar, Ben soltó la mano de Valeria, y en vez de eso le pasó la mano por la cintura y la dejó allí.
—¿Por qué me deseas tanta maldad? —preguntó seriamente.
—Para que no me dejes, Ben —respondió Valeria—. Siento que nacimos para estar juntos, como almas gemelas, ¿sabes? Todo estaba predestinado, viviría contigo por siempre.
Habiendo llegado donde estaba el jeep, se detuvieron, Ben puso un cigarrillo en su boca y abrió la puerta del jeep, debajo del asiento, había una botella de ron blanco sin destapar. Con el cigarrillo apagado todavía, y Valeria detrás de él, abrió la botella y vació la mitad en el contén.
Había aparcado en la zona más solitaria del bulevar, la que siempre estaba vacía a las doce de la noche.
—Tienes diecisiete —le dijo—, a esta edad no sabes lo que quieres en el futuro.
—Ajá, ¿tú qué sabes? Te quiero a ti.
—Tengo veintiuno Valeria, y te aseguro que yo tampoco sé.
—Entonces Benjamín, si me dejas, vas a ser miserable.
Ben sonrió.
—No te voy a dejar, descuida Val. —Le pedía que se acercara con los dedos de su mano libre. Ella se acercó, y cuando estuvo lo suficientemente cerca como para halarla, la halo hacia sí, y la hizo recostarse del jeep, entre ambas puertas abiertas que ocultaban a ambos de la vista de los transeúntes.
Con un abrigo hasta sus muñecas, y una falda hasta las rodillas, poco maquillaje, pintalabios rosa, y las pestañas pintadas. Ausencia de sonrisa y ojos que miraban sus labios. Que ingenua era todavía. Que inocente era aún. Con la vida por delante, con la espera de la respuesta de una beca, con la belleza necesaria para conseguir lo que se le antojase, con el alma pura de un lirio fresco del campo que yace en las montañas, con la calidez de sus labios.
Con todo eso, creía, que lo de ellos era para siempre.
¿Dónde jamás en la vida iba él encontrar una como ella? Ciertamente la quería para si por siempre. Pero era hasta muy tonto pensar que eso era posible.
Se acercó lentamente, y el aliento caliente hizo que Valeria cerrara sus labios para después abrirlos cuando Ben le daba en la mano una botella de ron casi vacía.
—Quiero que te lo bebas.
Valeria se miró la mano.
—¿Para qué? —Valeria preguntó confundida.
—No puedes esperar a los dieciocho para beber, nadie lo hace. Rompe las reglas, Valeria.
—¿Cómo sabes si no he bebido?
—Se te nota. Cuando te conocí no sabías besar.
A Valeria se le calentaron las mejillas. No sabía hacer nada. Por alguna razón, cada vez que se acordaba de cuando se conocieron, la vergüenza y el sentimiento de que se te aruña en lo profundo con algo la embargaban. ¿Por qué seguía el recordando esa horrible noche? Tenían mejores recuerdos, mejores cosas que los unían.
—Creo que aun cuando tenga dieciocho, no beberé.
—Valeria.
—Tú no bebés alcohol, me dijiste.
—Si yo me emborracho por ti, tú lo puedes hacer por mí.
—Esta conversación no va a ninguna parte, no tiene sentido Ben.
—Exacto, solo hazlo. Para que después no lo hagas con personas que busquen hacerte daño.
Valeria miró la botella, indecisa.
—Por cada trago que des, te daré un beso.
—No, ¿Y si un carro pasa y nos alumbra?, ¡nos verán!
—Esto aquí está lleno de parejas besándose, será mejor que dejes el pánico.
Abrió la botella, el olor se regó muy rápido o tal vez era el que ya estaba en el contén. Se embizco la botella y el trago que tomó le hizo toser. Demasiada cantidad tragó, sentía que su tubo digestivo ardía. Se hecho hacia delante, unos segundos para entrar en sí, casi deja caer la botella.
Ben la levantó y con las manos en sus hombros le dio un corto beso en los labios.
—Esta vez, bebe menos, que te tomaste casi todo de un trago.
Valeria sonrió sin ganas. Tomo un trago más pequeño, Ben estaba recostado de lado del jeep, mirándola, le dio un beso en la mejilla.
—¡No se vale! —Valeria protestó.
—Toma otro.
Valeria tomó varios tragos más, por cada trago, un beso.
Hasta que la botella quedo vacía y se le cayó de la mano, le temblaban las rodillas, pero el beso continuaba, en el medio de la calle, y no importaban las luces de los carros cuando pasaban y alumbraban la mano de Ben jugando con el dobladillo de su falda y rozando sus muslos. Se sentía mareada, y con el cuerpo pesado, pero volátil. Volátil, como si estuviera a punto de hacer explosión.
—Ya, ya. —Puso su mano él en la boca de Valeria, y le sonrió—. Quiero que para recordarme, bebas así.
Valeria le sonrió, pero no tanto por lo que había dicho sino porque él le estaba sonriendo. Y se sentía un poco tonta, y risueña, estar en sus brazos era como un tipo de paraíso.
—Lo que tú digas amor.
—Y que el amor como lo haces conmigo no lo hagas con nadie.
—Hablas como si yo estaría con otro hombre. Soy tuya, por siempre.
Ben la ayudó a subirse en el jeep.
—Y cuando despiertes de tu resaca, te venga mi imagen a la cabeza.
—No hará falta, solo tendría que voltear, y ahí estarías tú, sonriéndome. —Le sonrió aún más grande.
—Y nunca, por más alcoholizada que estés, te acostaras con nadie.
—¿Quieres decir que no tendremos sexo esta noche? —Preguntó sonriendo, y halando su t shirt hacia ella, para después besar el cuello de Ben mientras sus risas le daban cosquillas, Ben estaba en silencio, dejando que ella le besara y disfrutando de su tacto. ¿Por qué ella lo volvía tan loco?—. Respóndeme. Siempre quiero estar contigo, me haces sentir... bien. —Se quedó quieta, con sus manos en sus hombros, y su boca a centímetros de su cuello, alzó la cabeza y lo miró a los labios—. Me encanta estar contigo, y lo que me haces sentir, Ben. Más allá de todo, lo que me haces sentir con solo tus manos en mis rodillas. Quiero estar contigo siempre, te amo, te amo, te amo.
Ben se paralizó.
—No, no me amas Valeria. —le dijo seriamente—, ni yo te amo, recuérdalo.
Valeria borró la sonrisa de su rostro. Él se alejó de la puerta, la cerró y dio la vuelta para subirse en el jeep. Encendió el vehículo.
—Pero somos novios. —susurró en voz baja.
—Sí, eres mi novia, y yo soy tu novio.
—¿No vamos a acostarnos? Quiero estar contigo y sentirte en mí.
—No. Porque estas borracha.
—Te odio, porque me lastimas mucho, y por qué no te entiendo, por qué no superas esa mierda del amor, si yo te amo y jamás te dejaré, y jamás amaré a nadie más, ni me casaré con nadie, ni tendré otro novio después de ti, ni nada, ni nada, ni nada. Ben... Ben...
—Entonces, ya que probaste el alcohol, no quiero que bebas cuando cumplas dieciocho. Sé que te dije que quería que bebieras para recordarme, pero era una broma. Si ya lo probaste, ¿para qué seguir inventando con cosas que son dañinas para ti y tu salud? —Ben se concentraba en el tránsito de la media noche. Ella dormiría en su casa. Su mamá pensaba que andaba con Nina.
—Ay Jesús, hablas muy rápido. Cállate. Todo me da vueltas Ben... Uy. En serio. ¿Puedes detener el jeep? —Pidió, hablando entre dientes.
Ben se orilló a una cera.
Valeria abrió la puerta, y vomitó todo lo que había cenado, Ben le agarraba el brazo para que no se fuera a caer, no podía soltarla ni bajarse del jeep, estaban en una zona peligrosa.
—Pero te quiero Val. —Le dijo cuando ella se incorporó y él le recibía con una servilleta para limpiar su boca—. Amo tus ojos y quiero un hijo tuyo, cuando ya seas mayor de edad, tengas un título y podamos darle el tiempo que se merece, ¿de acuerdo?
—¿Varón o hembra? —preguntó sonriendo.
—Con que solo tenga tus ojos sería feliz.***
Nota:
A mi me gusta mucho este capitulo por el flashback, es muy bonito♥ Mil gracias por leer y por ser pacientes y esperar ♥ Los quiero pila♥
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