08 | Lo que arrastra la marea
Empujo la puerta de la empresa de mudanzas de mi padre, dejando que el sonido de las bisagras chirriantes me envuelva. El aire huele a cartón y madera fresca, un aroma familiar que me transporta a mi infancia, y a todos los años que trabajé aquí. Al levantar la vista, veo a mi padre, Michael, organizando unos papeles en la recepción.
—Hola, papá —saludo, acercándome al mostrador.
Él levanta la vista y una sonrisa se dibuja en su rostro.
—¡Hola, hijo! —responde, dejando los papeles a un lado.
—¿Cómo va todo por aquí? —pregunto, echando un vistazo a mi alrededor.
—Ah, ya sabes, el mismo ritmo de siempre. Mudanzas, montones de cajas y un poco de caos. Pero no lo cambiaría por nada. Cada día es una nueva aventura —responde, sonriendo.
Mientras lo escucho, no puedo evitar recordar los veranos pasados aquí. La emoción de ayudar a cargar el camión, la adrenalina de las entregas, y la satisfacción de ver a las familias felices en sus nuevos hogares.
Al principio, comencé a trabajar en la empresa un poco por la obligación moral de ayudar a mis padres a reflotar su negocio. Hace bastantes años, las cosas no estaban bien económicamente y bueno... Sacrifiqué en parte mi futuro por echarles un cable. Mi madre nunca estuvo de acuerdo; ella decía que tenía que estudiar para labrarme una buena vida, pero yo no podía dejar a mis padres de lado.
Más tarde, con el tiempo, le acabé cogiendo el gusto a trabajar aquí. Recuerdo las noches en las que, después de un largo día, nos sentábamos todos juntos a tomar algo y compartir anécdotas. Esos momentos lo valían todo.
—Eso es lo que siempre dices —le digo, sonriendo también—. Me encanta que te sigas sintiendo así, incluso después de todos estos años.
Mi padre se recarga contra el mostrador, su mirada brillando con cierta nostalgia.
—Recuerdo cuando llegabas aquí de pequeño, corriendo entre las cajas, imaginando que cada una era un barco pirata o una fortaleza —dice, riendo suavemente—. A veces me pregunto cómo el tiempo ha pasado tan rápido.
Asiento, dejando que su voz me lleve a esos momentos. Puedo ver las viejas fotos en la pared, algunas de nosotros en el viejo camión de mudanzas, yo con un sombrero de papel y una sonrisa amplia.
—¿Y tú, cómo va la vida allá afuera? —pregunta, volviendo a la actualidad.
—Hazel ha vuelto —suelto sin pensar.
Recuerdo que mi madre me enseñó que a veces no hay que darle tantas vueltas a las cosas. Simplemente hay que enfrentarlas. Pero, ¿cómo se hace eso cuando el pasado regresa con tanta fuerza?
Él arquea una ceja, un gesto familiar que siempre ha indicado que está listo para escuchar.
—¿A qué te refieres? —pregunta, con un interés genuino en sus ojos.
Miro al suelo durante varios segundos antes de hablar de nuevo. No sé si tratando de encontrar las palabras adecuadas para compartir esta información con mi padre o para calmar todas las emociones que se arremolinan en mi interior. Ha pasado ya una semana desde su vuelta, pero aún no asimilo del todo que ella esté aquí de nuevo.
—Papá, hay algo más que debo decirte sobre Hazel —comienzo, mi voz titubea un poco—. No solo ha vuelto a Oakville, sino que ahora somos socios en la floristería de su abuela Elise.
—Eso suena... complicado. ¿Cómo te sientes al respecto?
—Es raro —continúo—. Se suele decir que el tiempo lo cura todo, pero la presencia de Hazel lo revive todo: los buenos momentos, las decepciones. Es como abrir una puerta que creía cerrada.
Se inclina un poco hacia adelante en el mostrador, dándome a entender que me está escuchando y que tengo todo su apoyo. Tras esto, permanece callado varios segundos, y después habla:
—Lo sé, hijo. Enfrentar el pasado asusta, pero solo plantándole cara se puede avanzar. Además, quizás ambos podéis tener una segunda oportunidad ahora que ella está aquí.
Sus palabras resuenan en mi mente como un eco. Le doy una mirada de lado y niego levemente con la cabeza. Mi padre sabe a la perfección que no creo en las segundas oportunidades. ¿Si te han roto el corazón una vez, por qué no van a hacerlo una segunda? Además, Hazel solo está de paso, como un tren que hace su parada en una estación y continúa su trayecto. Su destino final es Londres, no Oakville.
—Puede. —Es lo único que escapa de mi boca, aunque ambos sabemos lo que pienso en realidad.
Él me observa, como si intentara leer mis pensamientos.
—A veces, el destino puede sorprenderte, Caleb.
Miro hacia la ventana, observando ahora el cielo de Oakville cubierto de nubes. El gris se siente pesado, como si reflejara la tormenta que se agita en mi interior.
—No sé si estoy listo para volver a arriesgarme —confieso, mi voz apenas un susurro.
—Nadie está realmente preparado —responde—. Pero a veces, el valor está en dar el primer paso, aunque sea pequeño.
🐚
El tintineo de la campana junto a la puerta de El Jardín Encantado resuena y alejo la vista del ordenador. Al mirar, me encuentro con la figura de Hazel. Hoy lleva el pelo recogido en una coleta alta, y su rostro refleja cierta emoción.
—Buenos días —saluda, caminando hasta donde estoy.
Me deleito durante varios segundos a observar sus movimientos. Apenas lleva maquillaje, pero eso no es nada nuevo en ella. Siempre decía que su tiempo era demasiado valioso como para emplearlo en maquillarse. Apenas lleva un poco de gloss, lo cual me empuja a mirar sus labios y a recordar el beso que nos dimos la semana pasada. Algo que trato de borrar de mi mente, pero que parece una tarea imposible.
—¿Qué tal? —pregunta, interrumpiendo mis pensamientos.
Digamos que nuestra relación ahora mismo está en un punto medio. Ambos hacemos como que el beso no pasó, que fue producto de nuestra imaginación. Aun así, el recuerdo pesa en el aire entre nosotros.
Por otro lado, estoy intentando poner un poco de mí parte para que la floristería de Elise salga a flote y recuperar esa esencia perdida, sin tratar de pensar mucho en el tiempo que Hazel permanecerá en Oakville.
—Bien, bien —respondo, tratando de actuar natural, aunque el recuerdo me sigue persiguiendo—. ¿Y tú?
—Vengo con buenas noticias —dice, su entusiasmo iluminando la habitación. Me sorprende un poco su actitud tan positiva—. He conseguido un encargo para una boda. Quieren que nos encarguemos de los arreglos florales.
—Me encantaría hacerlo contigo —aseguro, sintiendo que este proyecto podría ser una forma de reconectar, de cierta manera, con algo que teníamos en común.
Al notar un leve sonrojo en el rostro de Hazel, me doy cuenta de que mis palabras podrían haber sonado en un tono más íntimo de lo que pretendía. Ella fuerza una sonrisa, e intenta ocultar el sonrojo volviendo al tema de los arreglos florales, aunque por un momento su mente parece estar en otro lugar, a bastantes kilómetros de la floristería. Conozco demasiado bien a esta chica, y sé que oculta alto.
—Podríamos hacer algo realmente especial, ¿sabes? —dice, tratando de dejar a un lado la pequeña situación de incomodidad que se ha generado entre nosotros, pero sigue habiendo un matiz de nerviosismo en su voz.
—Sí, estoy de acuerdo.
Extiende sobre mí un álbum. Las páginas están llenas de fotos de arreglos florales de bodas anteriores, supongo que con el fin de que nos sirva de inspiración. A medida que hojeo, veo una variedad de estilos y combinaciones: desde ramos exuberantes llenos de peonías y rosas, hasta centros de mesa minimalistas con flores silvestres.
—Podríamos incorporar algunas flores que tengan un significado especial, algo que realmente refleje su historia —sugiere, su mirada ahora más enfocada en los arreglos.
Mientras continuamos viendo las páginas, señala con entusiasmo algunos de los arreglos que cree que podrían inspirarnos.
—Y aquí, mira —dice, señalando una combinación de colores vibrantes—. Creo que podríamos adaptar esto para darle un toque más fresco y moderno.
Observo a la chica que se halla a mi lado y sonrío de lado, aunque levemente y sin que ella se dé cuenta. Su vista está fija en el álbum, con sus brazos reposando sobre el mostrador. La luz suave del lugar resalta sus rasgos, y por un momento, me pierdo en la expresión de concentración en su rostro.
—Me gusta mucho esa combinación —comento, tratando de mantener la conversación.
Pero como un soplo de aire fresco que aparece sin avisar, un flashback se cuela en mi cabeza: un recuerdo del día que preparamos un ramo de flores para el cumpleaños de la abuela de Hazel.
Era un día soleado, de finales de mayo, y ambos acudimos a la floristería cuando salimos del instituto para preparar el regalo. Hazel había seleccionado cuidadosamente las flores, hablando con entusiasmo sobre lo que cada una significaba para su abuela. Por ese entonces, yo había decidido que comenzaría a trabajar en la empresa de mi padre, y Hazel... Bueno, semanas más tarde me confesaría que en un par de años se iría a estudiar a Londres.
Mientras atábamos las flores, nuestras manos se rozaron varias veces, y la conexión entre nosotros se sentía más intensa de lo que era capaz de expresar con palabras, como si el mundo a nuestro alrededor se desvaneciera.
Y eso fue lo que pasó cuando Hazel se marchó de mi vida; mi mundo se desvaneció junto con su recuerdo.
—¿Caleb? —Su voz suave me trae de vuelta. La preocupación en su mirada me hace darme cuenta de que me he quedado en silencio.
—Lo siento, estaba pensando... en los arreglos, claro —miento, aunque en el fondo sé que ella percibe que hay algo más, pero no dice nada.
A pesar del tiempo y la distancia que nos han mantenido separados, hay cosas que no se borran, que la marea arrastra una y otra vez a la orilla.
🐚
¡Hola!
Al final he sacado algo de tiempo y me he animado a escribir.
Ojalá os haya gustado el capítulo 🥰
Las cosas entre estos dos no van a hacer más que complicarse, aunque también prometo que habrá sus momentos bonitos.
Nos leemos pronto con más. No olvidéis darle mucho amor a la historia. Me motiva a seguir escribiendo y me ayuda a conocer vuestra opinión sobre ella y los personajes.
Os abrazo fuerte el corazón 🤍
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