Capítulo 8
Sábado, al fin.
Mi día preferido de la semana.
Nada de deberes, ni de preocupaciones, ni de despertar temprano.
Ah, no, espera. Yo debo trabajar, así que sí tengo que levantarme temprano.
Odio mi vida.
—Ya era hora, niña.
—Buenos días para ti también, Sue. ¿Cómo dormiste? Yo bien. Gracias por preguntar —dije, sentándome en una silla de la isla de la cocina.
—No estoy de humor para tu sarcasmo, Mia. Hay mucho trabajo que hacer. —Su fastidio era notorio. Ella estaba removiendo los ingredientes con un cucharón de madera.
—Como si eso fuera novedad —repliqué y ella me fulminó con la mirada.
Yo le mostré una radiante sonrisa y luego le lancé un beso. Amaba hacer enojar a Sue.
—Sabes que te adoro, mi viejita gruñona.
—Ve a vestirte antes de que pierda la paciencia contigo, mocosa impertinente.
—A alguien le vino el período. Ah, no, que ya tú estás con la menopausia.
Sue alzó la mirada, furiosa, levantando el cucharón como si me lo fuera a lanzar.
—Ahora verás, mocosa —gruñó y de inmediato salí corriendo como una flecha.
—Yo también te quiero —canturreé con diversión mientras corría por el pasillo. Al voltear hacia el frente, choqué contra una superficie firme y caí al suelo debido al impacto.
—Alguien se despertó con energía —habló una voz burlona.
Aiden.
—¿No tienes camisa? Recuerdo haberte lavado unas 50 —comenté, poniéndome en pie mientras sacudía mi trasero.
—Duermo sin ropa, pero me puse pantalón para bajar porque no quiero que a Sue le dé un paro cardíaco. Además, estoy en mi casa. Voy como me dé la gana —rebatió con suficiencia.
Este chico tenía de creído lo que tenía de atlético.
Medía alrededor de 1.80, tal vez más. Cada músculo de su cuerpo estaba bien definido. El trabajo que hacía en el gimnasio era evidente.
Una pena que allí no pueda desarrollar el cerebro.
Él chasqueó sus dedos para llamar mi atención.
—Sé que quieres que me cubra para evitar la tentación. Tus ojos me vieron hasta el hígado. —Se cubrió el pecho con ambas manos de forma delicada, como si fuera una damisela desprotegida.
Idiota.
—Eres tan engreído —escupí con fastidio, torciendo los ojos. En lo último en lo que pensé fue en algo pervertido.
—Díselo a la baba que te corre —terció con una sonrisa torcida.
—Imbécil —gruñí.
—Así me adoras, muñeca —se regodeó.
No aguantaba seguir escuchando sus impertinencias, así que intenté irme, pero él me lo impidió colocando su brazo en la pared del pasillo.
—Déjame pasar.
—¿Qué harás si no lo hago? —Su expresión se dibujó con una mirada pervertida y una media sonrisa malévola.
—No estoy bromeando, Aiden. Quítate de en medio. —Lo miré, ceñuda y desafiante.
En un rápido movimiento me arrinconó contra la pared.
—¿Hasta cuándo vas a negar la atracción que sientes por mí? —Su rostro estaba demasiado cerca del mío. Nuestros alientos se mezclaban.
—Lo único que siento por ti es asco. Déjame ir. —Intenté liberarme de su agarre. Como siempre, fue en vano.
—Mientras más te resistes, más me atraes, muñequita —susurró en mi oído—. La espera hace que ansíe aun más el día que te folle, linda. —Al decir eso, me rozó el cuello con la nariz.
Sus palabras me hicieron tragar en seco a la par que mis piernas comenzaban a temblar.
—¿No me dejarás en paz nunca? —pregunté con un hilo de voz.
—No hasta que consiga lo que quiero. Ninguna mujer se me ha escapado y tú no vas a ser la primera. —Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero me negué a dejarlas caer una vez más.
—Pero yo no quiero lo mismo que tú —intenté razonar con él.
—Sí lo quieres. Solo tienes miedo porque es tu primera vez, pero sé que te gustará. Todas las vírgenes con las que he estado fueron así al principio, pero les demostré que lo deseaban tanto como yo.
Es peor de lo que pensé.
—Te equivocas. Suéltame de una vez.
—¿En serio no te gusto? ¿En quién estás interesada entonces? ¿En mi padre? —Me agarró con fuerza y brusquedad. Era un poco doloroso.
—Aiden, me estás lastimando. Suéltame.
—Contéstame lo que te pregunto. —Me zarandeó y su mirada se transformó completamente, se volvió cruel. Ya no intentaba ser seductor. Parecía que me odiaba.
—Aiden, cálmate —le pedí.
—¡Responde! —Mi miedo se acrecentó. Él nunca había sido agresivo conmigo. Su padre sacaba lo peor de él.
—Estás completamente equivocado, Aiden. Tu padre no me atrae en lo más mínimo. —Al decirle lo que quería escuchar, se relajó notablemente recuperando su mirada "cariñosa".
Su torso desnudo estaba totalmente unido al mío mientras su brazo se apoyaba en la pared, aprisionándome. Luego colocó su otra mano en mi cuello, acariciándola de una forma que parecía que quería ahorcarme. Lo hizo de una forma delicada, pero no por ello menos escalofriante.
Sus intensos ojos verdes penetraban mi asustada mirada sin titubear.
—Sabes que eres mía, ¿verdad, muñeca? No dejes que nadie más se te acerque porque no acabará bien.
Estaba completamente enfermo.
—Aiden, déjame ir, por favor.
—Eres mía —dictaminó—. Dilo.
—Para con eso. —Ante mi respuesta, volvió a agarrarme de forma posesiva y dolorosa.
—Repítelo —gruñó, autoritario, mientras me miraba con furia.
Su agarre se estaba tornando casi insoportable. Además, quería terminar con esto de una vez.
—Yo… —Mi voz se quebró. No quería darle ese gusto—. Yo… soy…
—Aiden James Thunder —pronunció una tercera voz al final del corredor.
—Mi queridísima Sue. —Aiden se separó de mí rápidamente, alzando los brazos para abrazarla—. Ya era hora. Tenía mucha hambre.
—Sí, lo noté… —Sue tenía las manos en la cintura en señal de desaprobación.
Gracias por aparecer, Sue.
—Ve a realizar tus quehaceres, Mia —ordenó.
—Sí, señora. —Hui de allí tan rápido como pude.
—Adiós, Mia —escuché canturrear a Aiden.
Esta familia está podrida.
Debo convencer a mi madre para irnos de aquí.
El transcurso del día fue menos ajetreado de lo que pensé. Eran alrededor de las 3 de la tarde y me encontraba tomando un descanso en la cocina.
—Mia, llévale este té a la señora.
—¿Lo envenenaste, Sue?
—¡Mia!
—Es broma, Sue. Hay que tomarse las cosas con humor —le resté importancia, sonriendo.
Fui a la sala de estar donde se encontraba la meretriz leyendo una revista de chismes, sentada en la comodidad del inmenso sofá.
—Aquí tiene, señora. —Coloqué la bandeja encima de la mesita—. ¿Desea algo más?
—Que te esfumes de mi vida y sobre todo de la de mi marido, pero no todo lo que queremos puede hacerse realidad, ¿verdad? —contestó con sarcasmo.
Debí haberle envenenado el té.
—No entiendo de qué habla, señora —me hice la tonta.
—Lo sabes perfectamente. Conozco a las trepadoras como tú. —Apartó su atención de la revista para retarme con la mirada.
—Lo dices porque tú eres una, ¿no? Lógicamente debes conocer a las de tu especie, bruja —escupí, harta de sus acusaciones sin fundamento.
—¿Cómo te atreves, niñata insolente? —Sus ojos se abrieron debido a la sorpresa, no esperaba en absoluto mi respuesta.
Se puso de pie, pero los centímetros de más que le aportaban los tacones no me intimidarían.
—Me harté de soportar tus malos tratos. No estoy interesada en tu marido. Deja esa paranoia de una vez. Luces ridícula —le solté.
—Nunca lograste engañarme con esa carita de mosca muerta. Siempre supe que eras una perra que quería enredarse con mi marido. —Sus palabras eran puro veneno.
Después de eso la rabia se apoderó de mí y no pude contenerme ni un segundo más. Ella giró su rostro marcado debido a la sonora bofetada que le lancé y luego llevó su mano al lugar golpeado.
—No me compares contigo. Aquí la única puta eres tú —dije entre dientes. Sus ojos ámbar brillaban por la furia.
—Esto no se va a quedar así, niña. Te vas a arrepentir —me amenazó.
—Si quieres, díselo a tu esposo. No me importa. Ojalá me eche. Lo único que quiero es alejarme de esta casa.
—Maldita —masculló, acercándose lentamente a mí.
—Hola, hola, señoritas.
Esa voz...
—Aiden —murmuró la pelirroja.
—Hola, mamita querida —saludó, animado—. Mia, ¿podrías dejarnos solos? —me pidió.
—Claro.
Iba por el pasillo cuando escuché una enorme carcajada.
—Deja de reírte, Aiden. —La rabia en la voz de Vanessa era notable.
—No puedo creer que estuviste a punto de pelearte con la sirvienta —se burló Aiden entre risas.
—Esa niña me saca de quicio. Se cree mejor que yo.
—Y lo es.
—¡¿Cómo?!
—Tú no vales nada, Vanessa.
—¿Estás de su parte?
—Estoy de tu parte. Ahora y siempre —resaltó la palabra "tu".
—Es que… la detesto. Se atrevió a llamarme "bruja".
—Sí, lo sé. Escuché toda la conversación. —Aiden comenzó a reírse de nuevo.
—¡Para de burlarte!
—No entiendes que esta situación es absurda. Es patético ver cómo te rebajas. Tú siempre fuiste una mujer elegante y segura. No permitas que una niña cambie eso.
—Pero tu padre… le tiene afecto. Se derrite cuando ella aparece. ¿No viste cómo la abrazó el día que se marchó? Él siente algo por ella. Estoy segura.
—Él no te va a dejar, créeme. Por su parte, ella no siente nada por él. Me lo confesó.
—¿Qué táctica usaste para sacarle esa confesión?
—Tengo mis métodos...
—Así que quieres follarte a la criadita —canturreó ella—. Sabía que lo intentarías tarde o temprano.
—Qué puedo decir. Las vírgenes me encantan.
—Tengo que reconocer que es muy bonita.
—Y su resistencia solo logra que quiera follarla aun más.
—Tú tampoco vales nada, niño.
—Aprendí de la mejor.
Me marché porque no quería seguir escuchando cómo se referían a mí.
Sue me dijo que por hoy ya no tenía más trabajo, así que me fui a mi habitación.
Mi mamá no estaba ahí.
¿Dónde te metes, señora West?
Me acosté y comencé a leer un libro para matar el tiempo.
Pasó un largo tiempo cuando sentí que tocaron la puerta. No tuve tiempo de decir "adelante" porque Aiden entró como un loco.
Rápidamente me senté en la cama.
—Aiden, ¿qué…? —Él se abalanzó sobre mí, lo cual hizo que ambos aterrizáramos en la cama.
Sujetó mis muñecas y de forma intensa y posesiva comenzó a besarme.
Estaba en shock.
Aiden acarició cada milímetro de mi cuerpo. Al llegar a la falda de mi uniforme, tocó mis bragas para después destrozarlas completamente.
El estado de shock me había abandonado, dando paso a las tardías lágrimas que descendían.
Comencé a temblar.
—Suéltame —exigí cuando finalmente se apartó de mis labios para atacar mi cuello.
—No llores, muñequita. Prometo que intentaré ser gentil.
—Aléjate, por favor —supliqué entre lágrimas.
—Shhh —siseó.
De repente, se apartó de forma brusca.
—¿Cómo te atreves, Aiden? —Un fuerte bofetón viajó a través del aire y aterrizó en la mejilla de mi atacante, provocando que cayera al suelo.
—¿Papá? ¿Qué haces aquí?
—Tuve que regresar porque la reunión se pospuso para la semana próxima. Tuve un extenuante viaje que duró horas y al llegar me encuentro a mi hijo abusando sexualmente de una chica.
—No eres quien para juzgarme —gruñó Aiden.
—Esa no fue la educación que te di.
—¡Exacto! Tú nunca te preocupaste por mí. —Aiden se paró del suelo—. ¡¿Qué te importa si me follo a Mia o a cualquiera?!
—¡¡Cierra la boca!! ¡Nunca más te
refieras así a ella! —Yo observaba la escena, sentada en mi cama—. ¡Largo de aquí! ¡Vete! —Aiden se marchó con pasos veloces y, a su salida, la puerta sonó con un gran estruendo.
—Lo siento mucho, Mia.
—No es culpa suya.
—Aun así, lo lamento tanto. —El señor Thunder se sentó a mi lado.
—No quiero que te pase nada —admitió mientras me rodeaba los hombros con uno de sus brazos y colocaba su mano libre en mis muslos.
—Mi hijo es un cavernícola. No sabe expresar sus sentimientos —habló en voz baja cerca de mi cuello. Apreté los puños. Estaba temblando de nuevo.
—Es un pervertido sin remedio. —Su mano comenzó a acariciar mis piernas.
—Está acostumbrado a simplemente tener sexo. —Su mano se introdujo bajo mi falda y… yo no traía bragas.
—¡Aléjese de mí! —Le di un fuerte empujón, me puse en pie e intenté correr hacia la puerta, pero él sujetó mi muñeca y me atrajo hacia él.
—Yo no soy como él, Mia. —Mientras me sujetaba las muñecas cerca del pecho comenzó a caminar, obligándome a retroceder en el proceso. Finalmente mi espalda tocó el armario.
Estaba completamente acorralada.
—Suélteme.
—Yo sí te amo, Mia —confesó mientras besaba mi cuello.
—¡Suéltame, viejo asqueroso! —El llanto regresó. Él sujetó mis manos con una de las suyas y con la otra bajó el zíper de sus vaqueros, liberando su firme masculinidad.
—Te amo, mi pequeña. —Su mano buscó mi entrepierna. Al llegar a ella, dos de sus dedos la invadieron.
—¡Déjame! —grité, desesperada y en un océano de lágrimas. Nadie me escuchaba. Nadie venía a ayudarme.
Cuando sus dedos terminaron de torturarme me agarró por la parte de atrás de los muslos para elevarme y acercar su pecho aun más al mío, dejando un espacio ínfimo entre ambos.
Lo golpeé en los hombros, pero no cedió ni un milímetro.
—Te amo tanto, pequeña —murmuró, apoyando su frente sobre la mía. Su miembro listo me rozaba. Estaba a punto de introducirse.
—Por favor, déjame ir. Por favor. —Los ojos ya me dolían de tanto llorar.
—Permíteme demostrarte cuánto te amo. —Sabía a qué se refería, así que lo golpeé de nuevo. Sabía que era inútil, pero lo hice de igual manera.
—¡No! ¡Libérame! ¡Suéltame!
—Mia.
—¡Que me sueltes!
—Mia. Mia, soy yo, Sam.
—¿Sam?
—Fue una pesadilla. Todo está bien.
—Fue horrible, Sam. —Ella me abrazó de forma protectora.
—Ya acabó. Yo estoy aquí. Tranquila.
Después de unos minutos de silencio que empleé para tranquilizarme le pregunté:
—¿Qué haces aquí?
—Una sola palabra: fiesta.
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