Capítulo 54 - final
ADVERTENCIA: Contenido sensible.
Aiden.
52 horas.
Mia llevaba desaparecida 52 putas horas.
Estaba desesperado.
April, Sam y Sue intentaron consolarme y me pidieron que guardara la calma, pero simplemente no podía.
¡¿Cómo iba a guardar la calma si la chica que amo está desaparecida?!
La policía había instalado unos dispositivos de rastreo en todos nuestros celulares en caso de que los secuestradores llamaran.
La señora West había sufrido un infarto al enterarse de que habían secuestrado a su hija. Ahora estaba con nosotros, pero debía mantenerse bajo cuidados y constantemente medicada porque su corazón no soportaba emociones fuertes.
—Aiden, vas a rayar el suelo —comentó April porque no paraba de caminar de un lado a otro debido a mi estado nervioso.
—¿Por qué no llaman? —pregunté, frustrado.
—La policía dijo que debíamos conservar la calma —me recordó mi hermana.
—La calma ni la calma. ¡A la mierda la calma! Cómo se nota que no es la novia de ellos la que está desaparecida.
Sam lucía muy afligida. Aún no había pasado un año, pero Mia y ella se habían vuelto grandes amigas. La verdad es que Sam nunca se llevó bien con otras chicas. Siempre tuvo amigos hombres, así que valoraba el doble la amistad de Mia.
Carter también estaba aquí.
Nuestra amistad no había vuelto a ser la misma, pero conservaba la esperanza de que volviéramos a ser los de siempre.
Él estaba con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas.
Sam y Carter estaban sentados juntos en el sofá y de vez en cuando se miraban o lanzaban sonrisas reconfortantes mientras apretaban el hombro o la mano del otro.
Últimamente se veían más cercanos.
¿Será que ya te diste cuenta, amigo?
No podía preguntarles porque Carter y yo ya no éramos fieles confidentes y Sam definitivamente no me hablaría del chico al que se tiraba.
Sue y la madre de Mia estaban en la habitación de esta última porque ella no podía estar muy tensa.
Mis pensamientos se estacionaron en mis amigos unos efímeros segundos y luego toda mi preocupación e impotencia regresaron.
¿Quién cojones podría querer secuestrar a Mia?
Piensa, Aiden.
Ella no viene de una familia adinerada, además de que han pasado un montón de horas y ni una llamada.
El objetivo de los secuestradores no debe ser el dinero.
Pero, ¿quién querría lastimarla? Ella es muy pacífica y las chicas que sé que la odian no se atreverían a llegar tan lejos.
Y, de pronto, mi mente se iluminó.
Pero claro, ¡¿cómo no me di cuenta antes?!
Michael.
Mierda, han pasado casi tres días. ¿Quién sabe lo que ese maniático desquiciado le debe estar haciendo?
Pero… ¿a dónde pudo haberse llevado a Mia?
Podría estar en cualquier parte del estado o incluso haberla llevado a otro.
Un segundo.
Y si se la llevó a…
***
Mia.
Abrí los párpados lentamente y…
Oh, no.
La cena con Aiden.
La calle desolada.
La mano en mi boca.
El pinchazo en el cuello.
El tranquilizante.
Y…
Mis manos atadas, otra vez.
Esta vez no estaba amordazada.
Continuaba con la misma ropa, pero un poco desaliñada. Mi cabello ya no estaba recogido y mis zapatos habían desaparecido.
Sentía mucha hambre y mi boca estaba un poco seca.
¿Hace cuánto me había quedado inconsciente?
Miré alrededor para ubicarme.
El lugar olía un poco a polvo.
Era una sala de estar.
Mis ojos reconocieron el familiar sitio enseguida.
Frente a mí estaba alguien con un gran lienzo y pinceles, observándome mientras pintaba.
—Te pediré, pequeña, que, por favor, no te muevas. —Esa voz…
No...
—Tú… —musité, espantada.
—Yo también me alegro de verte, pequeñita, pero no te muevas. Ya casi termino.
—¿Por qué me trajiste aquí? —inquirí, mirándolo con odio.
—Pensé que te gustaría el lugar. A mí me trae muy buenos recuerdos —comentó, nostálgico.
—Maldito enfermo —gruñí.
—No te reprenderé por llamarme "enfermo" cuando te advertí claramente que no volvieras a hacerlo, solo porque debes estar famélica.
Encima de una mesa había una fuente con frutas frescas, un florero, un cuchillo y una botella con agua.
Me hizo beber de ella y accedí porque el organismo debe mantenerse hidratado.
Luego tomó una manzana y comenzó a pelarla con aquel cuchillo de carnicero. Era un poco exagerado para pelar una fruta.
—Todavía recuerdo que no te gusta la manzana con la cáscara —comentó, orgulloso.
¿De qué rayos hablaba?
La peló completamente, picó un pedazo y lo puso frente a mi boca.
—Abre —me ordenó.
—Prefiero morir de hambre —escupí.
El exhaló con fuerza en busca de paciencia.
—Pequeña —pronunció como si literalmente le estuviera hablando a una niña pequeña—, no me hagas perder la paciencia. Dejé tus labios al descubierto porque quería captar todo tu rostro. No me hagas pintarte amordazada —me amenazó.
—No quiero nada que venga de ti —dije entre dientes mientras lo miraba con todo el odio que le tenía.
De pronto agarró mi rostro, apretando con fuerza mis mejillas con su rostro a tan solo centímetros del mío mientras ponía el pedazo de manzana prácticamente sobre mis labios.
—Abre la boca —gruñó, mirándome con rabia. Ya estaba perdiendo mi pose de chica fuerte y valiente—. ¡Abre la puta boca! —rugió, furioso.
Para evitar que se acrecentara su ira, cumplí temblorosa y obedientemente lo que me ordenaba.
—Muy bien. Qué buena chica. —Acarició mi cabello—. ¿Ves cómo me gustas más cuando no intentas llevarme la contraria?
Las lágrimas comenzaron a hacer acto de presencia.
Aquel hombre no estaba bien de la cabeza. Iba más allá del apetito sexual de un simple violador. Es como si fuera bipolar o algo así. Su estado de ánimo era demasiado inestable.
Regresó a su asiento junto al lienzo para proseguir pintándome.
—Recuerdo que siempre buscabas cualquier excusa para discutir —comentó, divertido.
—¿De qué hablas? —pregunté, confundida.
—Pues de ti, pequeña. De ese espíritu rebelde tuyo.
¿Qué?
—Pero —sorbí por la nariz—, casi no nos hemos visto —repliqué con voz débil.
No quería que le diera otro ataque de furia.
—¿Lo ves? Debes comer algo. La falta de nutrientes le está restando oxígeno a tu cerebro —emitió mientras pintaba.
Mis ojos estaban clavados en el suelo, como si estuviera débil y deprimida.
No podía creer que me hubiese traído aquí.
¿Qué clase de demente es él?
—Pequeña, necesito que me mires para poder captar tu esencia, ¿entiendes?
Lo obvié.
Él se puso en pie y automáticamente lo miré.
—Así me gusta —dijo, sentándose otra vez.
—¿Desde cuándo estamos aquí? —pregunté.
—Eso no importa —respondió tranquilamente mientras elaboraba su cuadro.
—¿Por qué me secuestraste? ¿No puedes matarme y listo? —gruñí, intentando contener las lágrimas.
Me miró, confundido.
—¿Secuestrarte? ¿Matarte? ¿De qué hablas, pequeña? Vivimos juntos aquí porque nos amamos. En cualquier momento tendremos a nuestro bebé.
¿Bebé?
¿De qué habla este psicópata?
Y si… ¿abusó de mí mientras estaba inconsciente?
No. No lo creo.
Él lucía confiado y ecuánime.
Eso me hacía sentir más temerosa y preocupada.
—¿Estás ansiosa por ver el cuadro? —preguntó, animado.
—No me importa ese cuadro —solté, cortante.
Él hundió el entrecejo. Su expresión era una mezcla de enojo, decepción y… ¿dolor?
Se levantó de su asiento y caminó en mi dirección. Tomó el cuchillo y se paró a mi lado, inclinándose muy cerca de mi rostro.
Contuve la respiración mientras tragaba grueso.
Este hombre estaba mal de la cabeza.
—¿Sabes algo? —susurró en mi oído, haciéndome erizar—. Siempre he querido que poses desnuda para mí.
Sentí una punzada en el pecho.
Estaba comenzando a aterrarme de verdad.
—¿Qué dices?
—Yo… no quiero… —musité, aguantando las ganas de llorar.
—Olvidaste algo, mi pequeñita. Si yo quiero… tú quieres —sentenció en voz baja y ronca. Luego agarró los tirantes de mi vestido.
Creo que sé lo que va a hacer.
—¿Qué te parecería hacer toples para mí?
—No me toques —gruñí y él me miró con el entrecejo hundido.
Parecía molesto, pero luego suavizó la expresión.
—Pequeña, ¿cuántas veces tengo que decirte que eres de mi propiedad? Ni siquiera ese idiota va a destruir lo que tenemos —dictaminó con voz melosa, rozando mi mejilla con sus nudillos—, así que compórtate y no me hagas enojar —pidió, acariciando mi mejilla y mi cuello con la fría hoja del cuchillo. Ante el gélido tacto metálico yo me quedé muy, muy quieta. Lo único que se movió en mi cuerpo fue una lágrima rebelde en descenso.
Nuevamente tomó mis tirantes y esta vez los rajó con el cuchillo, dejándome expuesta. Dos nuevas lágrimas cayeron sin prisa mientras él me miraba con una lascivia asquerosa y sonreía pasándose la lengua por los dientes superiores.
Me sentía sucia, asqueada, vulnerable, profanada, expuesta.
Solo quería irme a casa y restregar mi piel hasta dejarla en carne viva.
—Hermoso —comentó, volviendo al cuadro.
Esta vez no pidió que lo mirara, lo cual fue un consuelo en medio de aquel sufrimiento. Mis ojos fabricaban nuevas lágrimas a cada segundo que pasaba. Sollozaba en silencio mientras él tarareaba.
Degenerado. Malnacido. Asqueroso. Enfermo. Maldito. Pervertido. Violador.
¡Quiero que te mueras, que ardas en el infierno hasta que se consuman tus huesos!
—Listo —anunció—. ¿Preparada?
No emití sonido alguno, pero mi silencio fue interpretado como un sí.
—¡Tarán! —exclamó, emocionado, girando el lienzo para mostrármelo.
Dios mío.
Su cabeza estaba peor de lo que pensé.
Contuve la respiración mientras miraba su obra de arte, estupefacta.
Él me observaba, expectante.
—¿Y? —preguntó, ansioso.
—¿Podrías liberarme? Quiero acercarme para verla mejor.
Entrecerró sus ojos, desconfiado.
—Este lugar está súper apartado. No tengo a dónde huir.
Por alguna extraña razón, accedió. Se paró detrás de mí y cortó la soga para luego colocarse el cuchillo en una especie de estuche detrás del pantalón.
—A mí tampoco me gusta tenerte así, pero no vayas a intentar nada.
Asentí, fingiendo obediencia mientras me cubría con mi larga melena.
Debía encontrar la forma de salir de aquí, pero tenía que esperar el momento justo.
Él agarró mi brazo y me condujo hasta el cuadro.
—¿Qué opinas? —Parecía un niño emocionado esperando las palabras de orgullo de sus padres.
Liberé una solitaria lágrima.
Aquella pintura era horrible.
No en el sentido artístico, sino por lo que mostraba.
No era una pintura de mí, o bueno, sí, pero no solo de mí.
En la pintura yo estaba acostada en un sofá que me resultaba muy familiar. Creo que se parecía al de la sala de estar de la mansión Thunder. Me veía más madura, con un cuerpo más desarrollado. Lo verdaderamente escalofriante era que él y yo estábamos... y lo peor era que yo parecía disfrutarlo.
No entiendo para qué quería que posara si estaba pintando algo fruto de su imaginación.
Estaba loco, completamente trastornado. No había otra explicación.
—No tengo palabras… —musité.
Él plantó un húmedo beso en mi mejilla.
Qué asco.
—Gracias. —Quitó el lienzo de mis manos—. Yo también lo disfruté mucho…
No sé si hablaba de pintarme o de lo que hacíamos en la pintura.
Agarró mi brazo, uniendo nuestros torsos.
—Vamos a repetirlo —dictaminó, besando mi mejilla con sus asquerosos labios.
—Yo… no quiero —protesté, apartándolo e intentando alejarme, pero no lo conseguí porque, a medio camino, haló mi cabello con fuerza, provocando que arqueara mi espalda con una mueca de dolor.
—¿Qué fue lo que te dije acerca de lo que tú quieras? —gruñó, agarrándome con fuerza y brusquedad del pelo de la nuca, haciéndome doblar del dolor—. Haremos lo que yo diga, ¡¿entendiste?! Y si quiero estar con mi mujer, ¡¡¡lo haré!!! —rugió.
¿Su mujer?
Aprovechando que sostenía en un puño mi cabello, me estampó contra el suelo. Antes de que pudiera ponerme en pie o, al menos, hacer el intento, me pateó con fuerza en el estómago y todas mis fuerzas se desvanecieron.
Se colocó a horcajas sobre mí con una sonrisa depravada. Hice mi mayor esfuerzo por recuperarme de la falta de aire que provocó la patada y comencé a lanzar manotazos y a intentar forcejear. Él bloqueaba con gran habilidad mis ataques, incluso parecía divertirse con mis inútiles intentos por huir.
Entonces se me ocurrió una idea. Lo pateé en la entrepierna y se inclinó un poco hacia delante, pero, debido al poco espacio que tenía para golpearlo, el impulso no fue suficiente y, por ende, la fuerza del golpe tampoco.
Eso solo sirvió para enfurecerlo.
Sacó el cuchillo y lo colocó en mi garganta.
Me mantuve inerte mientras las lágrimas salían, mi corazón amenazaba con escapar de mi pecho y el pavor se apoderaba completamente de mí.
—No vuelvas hacer eso —gruñó—. Esa es la parte de mi cuerpo que más debes amar y si no aprendes a respetarme, te obligaré a hacerlo.
Se puso en pie rápidamente, agarrando mi pelo otra vez para forzarme a arrodillarme de una forma violenta.
Guardó el cuchillo en su pantalón y utilizó esa mano para desabotonar sus vaqueros.
No.
No, no, no…
Lágrimas y más lágrimas.
—No, por favor... —supliqué.
—Vas a aprender a respetar, pequeñita —canturreó, quedando totalmente expuesto...
Se acercó a muy escasos centímetros de mi cara. Un solo movimiento de su muñeca y dentro de mi boca acabaría su…
—Chupa —ordenó con la mirada severa.
—No, por favor… no me obligues a hacer esto —imploré en un océano de lágrimas con la voz totalmente quebrada.
—Haz lo que te mando —masculló a punto de descontrolarse, intensificando su agarre en mi pelo.
—No… —lloriqueé con la vista nublada.
—¡¡¡Qué lo hagas, maldita sea!!! —bramó, perdiendo la poca paciencia que le quedaba mientras me estampaba contra el suelo otra vez—. ¡¡Si te ordeno que chupes, chupas!! —gritó, totalmente fuera de sí y luego se abalanzó sobre mí.
Forcejeé otra vez y él volvió a bloquear mis manotazos, pero esta vez no lucía divertido, sino furioso. Parecía una bestia salvaje.
—¡¡¡Tú haces lo que yo diga!!! —dictaminó a gritos mientras me zarandeaba agresivamente—. ¡¡Y si no puedes meterte eso en la cabeza, yo haré que te entre!! —gritó, haciendo impactar con fuerza mi cuerpo contra el suelo.
—¡No!
—Es por él, ¿no es así? —canturreó, asqueado—. Pero, ¿sabes algo? Si no me quieres, ¡te obligaré a hacerlo!
Pataleé, forcejeé, lancé manotazos, pero él me detuvo e inmovilizó mis manos con una de las suyas.
—¡¡¡Socorro!!! ¡¡Alguien que me ayude, por favor!! —grité con todas mis fuerzas con los ojos vidriosos.
—¡Cállate! —explotó, dándome una sonora bofetada que hizo arder mi mejilla—. Ahora verás…
Y, cuando pensé que todo estaba perdido, alguien abrió la puerta.
Michael se puso en pie y me escurrí rápidamente, recostándome contra la pared opuesta a la puerta. Él se quedó observando la entrada, estupefacto por la persona que estaba allí.
—¿Tú…? —gruñó el secuestrador.
—Aiden… —musité, sorprendida y a la vez aliviada.
¿Cómo supo que estaba aquí?
¿Cómo consiguió las llaves de la casa en la cual viví toda mi infancia hasta mudarnos a los Estados Unidos?
Mi madre…
Ella conservaba las llaves. Nunca quiso vender esta casa a pesar de todos los malos recuerdos que albergaba. Prefirió trabajar durante horas y horas diariamente antes que vender una propiedad que solo tenía fantasmas aterradores, dignos del olvido.
—¿Estás bien? —me preguntó al entrar con expresión preocupada, pero a la vez asustada. Asentí ligeramente. Dentro de lo que cabía, estaba bien.
Él y su tío estaban a muy pocos pasos de distancia el uno del otro.
—Michael, cálmate.
Desde que se enteró de lo que había hecho, Aiden dejó de llamarlo tío.
Michael Thunder respiraba como un toro a punto de embestir y miraba a Aiden con una furia inusitada.
¿Dónde quedó ese amor por su sobrino?
—¿Hasta cuándo tendré que soportarte entrometiéndote en todo? —gruñó—. ¡¿Cuántas veces tendré que matarte para que te enteres de que ella es mía?! —rugió, abalanzándose sobre su sobrino como una bestia enfurecida.
—¡Aiden, cuidado! —exclamé con los ojos desorbitados al ver cómo el secuestrador sacaba el cuchillo de su pantalón, pero mi aviso llegó tarde porque Aiden ya tenía el filo metálico enterrado en su vientre. Abrió mucho los ojos cuando la hoja entró en su abdomen y entreabrió sus labios debido a la impresión y al dolor.
Reteniéndolo por el hombro, Michael sacó y hundió el enorme cuchillo una y otra vez en la piel de Aiden, cuyas fuerzas lo iban abandonando a medida que la sangre iba saliendo. Todo estaba teñido de rojo. Aiden intentaba con su poco aliento de vida y su mano temblorosa proteger la zona en que lo agredían, pero Michael lo acuchillaba con rapidez y sin piedad. Su expresión denotaba disfrute ante el dolor de su sobrino.
Horrorizada, con un nudo en la garganta y los ojos desorbitados, observé la sangrienta escena repleta de violencia. Estaba paralizada. El rostro de Aiden solo esbozaba muecas ante cada nueva embestida del filo metálico.
—No sabes cuántas veces quise hacer esto —confesó con una sonrisa enferma el agresor mientras Aiden estaba doblado de dolor, siendo sostenido por la mano de su tío que lo agarraba para seguir apuñalándolo y evitaba que sus rodillas cedieran y se desplomara en el suelo.
Tenía que hacer algo.
—¡Muérete de una maldita vez! —bramó al débil cuerpo de Aiden.
La hoja del cuchillo estaba llena de sangre, al igual que la mano del agresor y la ropa del herido.
La expresión del tío era siniestra: sonreía pasándose la lengua por los dientes superiores en una expresión sádica de placer.
De pronto, vi el florero y fui hacia él.
—¡Muérete, James! —gritó, clavando el cuchillo a mayor velocidad—. ¡¡Muérete sabiendo que Aiden es mi hijo!!
—¿Qué? —gimió Aiden a duras penas.
Estampé con fuerza el florero en la cabeza de Michael, haciendo añicos la porcelana. Ambos cayeron al suelo, él porque se quedó inconsciente y Aiden porque no podía ni mantenerse en pie debido al torrente de sangre que salía de su abdomen.
Desesperada, corrí hacia Aiden y me arrodillé junto a él con las lágrimas brotando a raudales.
—¡Aiden! —sollocé—. Dame tu celular, tengo que llamar a la policía y a una ambulancia.
—Ya… los llamé —gimió con la voz débil y una expresión de dolor mientras llevaba sus manos a su abdomen lleno de sangre, intentando detener la hemorragia.
Busqué algo para hacerle un torniquete o intentar contener el sangrado hasta que llegara la ambulancia, pero no vi nada.
Si no llegaban pronto, se iba a desangrar.
En un acto desesperado me quité el vestido, quedando totalmente desnuda y lo sostuve contra su vientre para contener un poco la sangre.
—Aguanta, Aiden —sollocé.
—Al menos moriré con una buena vista —bromeó, haciendo un intento por sonreír.
—¡No digas eso, Aiden! Tú vas a sobrevivir. ¡Tienes que hacerlo! No puedes morirte. No me imagino una vida sin ti… —admití entre lágrimas.
—Mia…
—Por favor no me abandones —le supliqué.
—Lo siento… creo que… no soportaré…
—Aguanta, Aiden. ¡Tienes que aguantar! —dictaminé en medio del llanto.
—Por lo menos… me iré feliz… porque te vi por última vez. —Había un atisbo de sonrisa en sus labios mientras que sus ojos se tornaban vidriosos.
—Ya deja de hablar —le imploré, no quería que siguiera haciendo esfuerzos innecesarios.
—Te amo, Mia… Quería hacerte feliz, pero… parece que no podrá ser… Y pensar… que empezaste como un simple capricho… y terminaste volviéndote todo mi universo…
—No, Aiden… para de decir esas cosas.
Lágrimas y más lágrimas.
—Te amo, Mia West, más que a mi propia vida... Y, ¿sabes qué? Si muero... no estaré arrepentido... porque prefiero morir... de la forma más dolorosa... si con eso... logro apagar tu dolor... —confesó, mirándome a los ojos mientras una lágrima descendía por el rabillo de su ojo y yo negaba con la cabeza.
—No, Aiden —lloriqueé—. No puedes morir... Tú no... —Presioné un poco más la tela en su abdomen, como si eso evitara que la vida lo abandonase.
—Gracias, Mia... por dejarme amarte... a pesar de que no lo merecía... Gracias... por enseñarme a sentir...
Escuchar sus palabras me dolía y dicho dolor se manifestó en las lágrimas que mis ojos desbordaron mientras negaba con la cabeza una vez más.
Un último atisbo de sonrisa fue esbozado por sus labios mientras me miraba con devoción, con ternura, con amor... Lentamente fue cerrando sus ojos hasta que esas hermosas esmeraldas se apagaron.
—¡¡¡NO!!! —grité, llevándome las manos a la boca.
No, no, no.
Él no podía estar muerto.
—Aiden. —Lo zarandeé un poco sin conseguir resultado—. ¡¡¡Aiden!!!
Esto no podía ser.
Busqué el pulso en su cuello con la esperanza de que solo estuviera inconsciente, pero... no sentí nada.
No...
No podía creerlo.
Se había ido.
Nunca más vería aquella media sonrisa pervertida y aquella verde mirada que hoy me parecía la más hermosa.
Me puse de pie lentamente y le quité al cuerpo inerte de Michael la chaqueta que traía para cubrir mi cuerpo desnudo.
Caminé torpemente hasta la puerta y me recosté en ella. Sentía que no podía sostenerme sola.
Mis lágrimas estaban ahí, pero no salían. Estaba en shock.
Aiden... ya no estaba...
—Al fin —escuché una voz que me hizo tensar. Me giré—. Pensé que nunca me libraría de ti —le dijo al cadáver de Aiden con una sonrisa de satisfacción mientras lo pateaba con desprecio.
Yo simplemente estaba allí como un recipiente vacío. No tenía fuerzas para salir corriendo ni para gritar, ni siquiera para llorar. Ya no me importaba lo que pasara conmigo. Sentía que la vida sin Aiden no tenía sentido. Si me mataban ahora, me harían un favor.
—Ahora estamos solos, mi pequeñita —canturreó a algunos pasos de distancia—. Finalmente nos libramos del entrometido de mi hermano.
¿Su hermano? ¿James?
No.
¿O sí?
Ya no importaba.
—Lo mataste… —musité, mirando el cuerpo inerte y ensangrentado en el piso.
—Nos hice un favor —comentó alegremente.
—Mátame también. Eso sí sería un favor —opiné con desgana, como si fuera un muerto viviente.
—Claro que no. Yo sería incapaz de hacerte daño. Tú eres mi pequeña.
—Entonces, muérete tú —escupí.
—Haré como que no lo he oído.
De repente, vi que alguien entraba lentamente por la puerta de atrás con un arma apuntando a Michael por la espalda mientras me hacía un gesto para que disimulara: la policía.
¿Por qué no sonaron las sirenas?
Tal vez Aiden les advirtió.
Eso daba igual ahora.
Tenía un compromiso con él.
No sentía ganas de vivir, pero debía hacerle justicia a Aiden. Esa sería mi última motivación para seguir respirando.
—Tienes razón —hablé de repente, captando su atención—. Me alegra que nos hayamos desecho de él. —Miré con desdén al cadáver. Perdóname, Aiden.
—Me alegra que entraras en razón, mi pequeña.
El policía estaba un poco más cerca, pero no lo suficiente.
—Ahora seremos una familia feliz —comentó, alegre y esperanzado.
—¿Una familia? —pregunté, confundida.
—Con Aiden —respondió con obviedad.
¿Con Aiden? Pero si acababa de…
Y entonces recordé lo que decía mientras lo apuñalaba.
—Aiden... ¿tu hijo?
—¿Mi hijo? —repitió, ceñudo y extrañado—. Nuestro hijo —corrigió.
En ese instante el policía llegó hasta él y lo apuntó en la nuca, pero Michael se giró con una velocidad asombrosa y comenzó a forcejear. Logró arrebatarle el arma al policía y sin vacilar le dio un disparo en el estómago. Era increíble y escalofriante cómo su mano no titubeaba para matar a alguien. El estruendo de la bala funcionó como aviso porque los oficiales que estaban fuera ingresaron en la casa tanto por la entrada principal como por la trasera vestidos con chalecos antibalas y armados. Michael estaba de espaldas a mí, así que no divisé su expresión ante la oleada de oficiales que arribaron al lugar en solo unos segundos. No me quedé a esperar para ver qué pasaba, aproveché la confusión y salí corriendo para refugiarme en las patrullas. También había una ambulancia.
—Ya estás bien —dijo con voz dulce una paramédico, limpiando mis lágrimas—. Ahora estás a salvo —me aseguró.
Yo no paraba de llorar, por lo cual ella me abrazó.
—Fuiste muy valiente.
Tenía una sonrisa cálida y reconfortante y sus ojos marrones eran profundos y sinceros, pero, a pesar de todo eso, no podría consolarme, nadie podría.
—¿Dónde está el chico? Aiden…
—Él… —Las lágrimas no me dejaban hablar. El llanto que retuve ahora salía como una cascada incontenible.
—Calma, respira. Yo estoy aquí.
—Él…
—¿Está dentro?
—Él… está muerto…
—¿Qué?
En ese instante salió Michael, esposado y conducido por un policía.
—¡No te saldrás con la tuya! ¡Volveré por ti, Clarissa! —gritó antes de que lo obligaran a entrar a la patrulla.
¿Clarissa?
—Debemos entrar —emitió la mujer a los otros paramédicos.
Pasaron algunos minutos cuando traían el cuerpo de Aiden en una camilla.
¿Por qué no lo metieron en una de esas bolsas plásticas?
—Está vivo —me informó la mujer.
—¿Qué? —solté, estupefacta y a la vez esperanzada.
—Su pulso es débil y ha perdido muchísima sangre. Debemos llegar urgente al hospital.
A pesar de la grave situación, una luz de esperanza brilló en mi interior.
Aiden estaba vivo…
*
Su situación era verdaderamente crítica. Había perdido mucha sangre y las puñaladas le habían afectado varios órganos.
Necesitaba una transfusión de sangre con urgencia.
April, a pesar de ser su hermana, prima o medio hermana (si lo que había dicho Michael era cierto), no tenía su mismo tipo de sangre.
Con gusto le habría dado la mía, pero tampoco coincidíamos.
Sam y Sue tampoco, pero, al final, apareció alguien que era del mismo tipo que Aiden y estuvo dispuesto a hacer la transfusión: Carter.
Aiden fue sometido a una larga operación que, afortunadamente, salió bien.
Aún estábamos en el hospital de Canadá porque los médicos no querían arriesgarse a que Aiden viajara estando delicado.
Habían pasado varios días y Aiden seguía inconsciente.
—Mia, debes descansar —me dijo April.
—No. Quiero quedarme con él —tercié, sosteniendo su mano y contemplando su expresión relajada. Me gustaba verlo dormir. Se veía tan hermoso.
—Ve y come algo. Después vuelves —sugirió.
—No tengo hambre —repliqué, sonando más brusca de lo que deseaba.
—Mia, acabarás enfermándote también. —Su tono denotaba preocupación.
—No me importa —dije, más cortante de lo que pretendía—. Quiero estar aquí cuando despierte.
La escuché suspirar con derrota y luego salió.
No pretendía ser grosera, pero me molestaba que no entendieran que necesitaba estar con Aiden. ¿Cómo tendría deseos de comer o descansar sabiendo que él seguía inconsciente?
Mi lado racional me decía que estaba siendo necia, que no lograba nada quedándome aquí, pero opté por ignorarlo. Cuando amamos somos necios.
No había pasado ni un minuto cuando entró otra persona.
—Mia. —Era la voz de Carter.
—Si viniste a pedirme que vaya a descansar, perdiste tu tiempo —le espeté.
—No. Vine a traerte esto. —Me ofreció un sándwich.
—Gracias, pero tengo el estómago cerrado.
—Entonces lo pondré aquí para más tarde.
—Gracias, Carter.
—De nada.
Nos quedamos en silencio. Solo se escuchaba el sonido de las máquinas hospitalarias.
—Lo amas mucho, ¿verdad? —preguntó de repente.
—Más de lo que te puedas imaginar —respondí sinceramente con los ojos vidriosos—. Gracias por acceder a hacer la transfusión.
—No tienes que agradecerme, lo hice de corazón. Aiden es como un hermano para mí.
—Después de todo lo que te hicimos…
—Eso está en el pasado… La chica que me gusta dice que las personas equivocadas lastiman mucho, pero que la indicada hace que olvides todo. —Sonreí ligeramente.
Esa frase…
¿Dónde la he oído?
Sam.
Finalmente…
Lo observé y él sonreía tímidamente.
—Espero que sean muy felices. Lo merecen —dije genuinamente y un ligero tono rosa tiñó sus mejillas.
Después de un rato Carter se fue.
Recosté la cabeza sobre mis brazos para cerrar los ojos un rato, ya que estaba un poco cansada.
—Mia… —murmuró una voz ronca.
—¿Aiden? —Levanté la cabeza con rapidez, esperanzada—. ¡Aiden!
Me abalancé sobre él en un incontenible arrebato para abrazarlo mientras lo llenaba de besos por todo el rostro. Él emitió un quejido ante mi contacto, pero no dijo nada.
—¡Estás bien! —exclamé con lágrimas de alegría en los ojos, separándome un poco de él para no lastimarlo—. Sentí que moriría cuando pensé que te había perdido. —Mi tono de voz bajó al confesar aquello.
—Yo también te extrañé, muñeca. Durante el tiempo que estuve entre los muertos y los vivos solo pensé en ti.
—Incluso en momentos como este tienes que bromear —lo reprendí.
—¿Qué más puedo hacer? —replicó, encogiéndose de hombros con una ligera sonrisa y una expresión dolorida mientras se acomodaba mejor en la cama—. Por cierto, ¿qué pasó con Michael? —se sobresaltó de pronto.
—Está preso.
Suspiró, aliviado.
En poco tiempo celebrarían su juicio. No creo que su condena sea poca. Tenía muchos cargos en su contra: secuestro, intento de violación, agresiones, tentativa de homicidio y asesinato.
—Por lo menos que arruinara mi bello abdomen valió la pena —bromeó.
—Aiden —dije seriamente—, nunca más vuelvas a arriesgarte así.
—Sí, señora. —Hizo un saludo militar mientras sonreía.
—¡Es en serio, Aiden! —lo regañé, alzando un poco la voz mientras mis ojos se inundaban de lágrimas. Su rostro denotó sorpresa ante mi sobresalto—. No vuelvas a hacerme sufrir así —le pedí con las lágrimas en descenso.
—Hey, muñeca. No llores —me pidió con voz suave mientras sus pulgares limpiaban mis lágrimas—. Si hubiera sabido que te importaría tanto, no habría ido directo a que me mataran.
—Aiden —gruñí.
¿Cómo podía hablar así de su propia vida? Como si fuera nada. No se daba cuenta de que para mí él lo era todo, que lo necesitaba para respirar, que era el único hombre al que amaría en toda mi vida.
—Perdona… es que no sabía que me quisieras tanto —bromeó, encogiéndose de hombros despreocupadamente.
—¡Yo te amo, Aiden! —exclamé con vehemencia, haciendo que sus ojos se abrieran—. Te amo... —repetí más bajo—. No vuelvas a menospreciar tu vida porque eres el centro de la mía. Prefiero morir que estar sin ti —confesé.
Él continuaba sin decir nada con una expresión sorprendida.
—¿Te dejé sin palabras? —pregunté, entre incrédula y divertida.
Sonrió.
—Yo también te amo.
Me acerqué a él para besarlo.
Pensé que no volvería a experimentar la maravillosa sensación de mis labios contra los suyos, pero, por suerte, no fue así.
***
—Chicos, siéntense —nos pidió Sue.
Ya Aiden estaba de alta, aunque debía guardar reposo hasta que sus heridas cicatrizaran completamente. Habíamos regresado a la mansión Thunder, la cual había terminado de ser reparada.
Estábamos sentados en el sofá de la sala de estar mientras Sue nos miraba como si fuera a soltar una bomba.
Caminaba de un lado a otro, nerviosa, retorciéndose los dedos.
—Sue, me pones de los nervios haciendo eso —admití.
—Ok. —Se detuvo y nos miró—. Debo contarles algo.
—Si vas a hablar de esa estupidez que dijo Michael, no hace falta. Mia ya me contó —replicó Aiden con fastidio.
—No, no es eso, o bueno, no exactamente.
Ella suspiró en busca de las palabras.
—Aiden, tu tío estaba enfermo.
—Mi querida Sue, dime algo que no sepa —dijo con sarcasmo mientras se recostaba en el espaldar del sofá.
—Es en serio, Aiden. Tu padre también lo estaba.
—¿Qué? —murmuró, inclinándose hacia delante para apoyar sus codos en las rodillas. Ahora el tema sí había captado su atención.
—Los hermanos padecían de un trastorno mental. Su nombre era muy complicado, así que no lo recuerdo. Sé que estaba caracterizado por los cambios de ánimo, la agresividad, ataques de ira y, en una etapa avanzada, por la distorsión de la realidad. La enfermedad es grave hasta el punto de que quien la padece puede confundir a las personas que lo rodean. Creen que una persona es otra.
—Pero… mi padre… —balbuceó Aiden, confundido.
—El caso de tu padre no se manifestaba de forma severa porque él tomaba su medicación. Yo, personalmente, se la suministraba, pero tu tío no seguía las orientaciones médicas.
—El frasco de pastillas que vi aquel día… —musitó él, más para sí mismo.
—Algunos casos pueden ser agravados por personas específicas haciendo que el paciente se vuelva obsesivo, celoso y controlador con dicha persona, llevándolo a niveles extremos.
—Entonces, ¿mi tío se volvió violento por esta enfermedad?
—Es más profundo que eso…
Sue sacó una fotografía del bolsillo de su delantal para enseñárnosla.
Dicha imagen mostraba a Sue un poco más joven junto a dos adolescentes rubios de ojos verdes: los hermanos Thunder. Abrazando a Sue, había una sonriente chica más o menos de mi edad con el cabello castaño oscuro, casi negro. Tenía piel pálida y ojos claros. Al prestar mayor atención, me percaté de que tenía heterocromía central al igual que yo. Alrededor de sus pupilas había un aro azul y el resto de su iris era verde. Ambos colores se entremezclaban. Sus ojos se parecían demasiado a los míos si no te fijabas con detenimiento.
Me quedé en shock.
—¿Qué…? —balbuceé.
—Pero… ella es… —musitó Aiden, señalándome con mano temblorosa.
—Idéntica a Mia —completó Sue por él—. Ella es Clarissa.
—¿Qué? —emitimos al unísono, impactados.
—Ella era tu madre, Aiden.
Volvimos a mirar la foto.
Yo continuaba en shock.
La difunta madre de Aiden era idéntica a mí. No era una cierta semejanza o un aire parecido. Nuestros rostros eran exactamente iguales.
¿Cómo era eso posible?
—Sé que debe ser chocante. Para mí también lo fue. Mia, cuando tu madre vino a buscar empleo y le mostró tu foto a James él se quedó pasmado. ¿Cómo podía ser que una niña de unos 12 años fuera la copia exacta de su esposa que había muerto hacía más de 10 años?
—¿Esta era la foto de la que Elliot hablaba cuando me conoció? —pregunté, casi segura de que la respuesta sería afirmativa.
—Sí —contestó ella.
—Esto es una locura —masculló Aiden, pasándose las manos por el cabello.
Muchas cosas raras que había pasado por alto comenzaron a cobrar sentido en mi cabeza.
—¿April sabía de esta foto? ¿Ella conocía el rostro de su madre?
—Poco tiempo después de que Clarissa muriera, James quemó las fotos que tenía de ella y destruyó su rostro en las familiares.
La foto del álbum…
—Esta es una de las pocas que sobrevivió. Un día cuando April era pequeña la encontró.
—Fue por eso que reaccionó tan raro al conocerme… me miraba como a un fantasma.
—Te miraba como si viera a la madre que no pudo conocer —puntualizó Sue.
—Hay algo que no entiendo —habló Aiden por fin, saliendo del estado de shock—. Si mi padre amaba tanto a mi madre y resulta ser que también a mí, ¿por qué destruyó sus fotos? ¿Por qué se negó el poder recordarla?
Sue suspiró, como si ahora viniera la parte más difícil.
—Clarissa era huérfana. Fue adoptada por una familia que vivía muy cerca de aquí. El día que vinieron a hacer una visita de cortesía y presentarse como los nuevos vecinos, los niños quedaron encantados con ella.
Creo que voy entendiendo a dónde va a llegar esto…
—Por ese entonces Clarissa tendría unos… 8 años.
8 años…
Era la edad que yo tenía…
—Michael tenía 9 y James, 11. La verdad es que los hermanos estaban fascinados con la pequeña Clarissa. Les encantaba pasar tiempo con ella, incluso competían por su atención. De hecho, Michael la llamaba "pequeña".
Pequeña…
—En ese entonces eran solo unos niños, no sabían lo que significaba, pero, cuando comenzaron a crecer, todo se complicó. Comenzaron a dar señales de violencia, incluso pelearon entre ellos. Un día James atrapó a Michael pintando a Clarissa y destruyó completamente el cuadro.
Como lo hizo con que el que Aiden pintó de mí…
—Sus padres estaban preocupados. Aquello no era un enamoramiento cualquiera. Ellos estaban obsesionados con Clarissa. Más que amor, parecía una enfermedad. Fue entonces cuando les diagnosticaron el trastorno. Tiempo después, James y Clarissa se hicieron pareja. Eso, unido al tratamiento, ayudó a mejorar la condición de James, pero agravó severamente la de Michael. Él no se despegaba de Clarissa. Ella no sabía de la enfermedad que ellos padecían. Los hermanos no quisieron contarle. Tenían miedo de que ella se asustara y no quisiera volver a verlos. Cuando April nació Michael se marchó un tiempo porque era como si James le restregara que él se había ganado a Clarissa, pero un año después volvió. Por aquel entonces ya sus padres habían muerto, así que James se hacía cargo de la empresa por lo que no pasaba tanto tiempo con su esposa como le gustaría. Pasaron algunos meses y Clarissa anunció que estaba embarazada.
Me puse en pie y comencé a caminar de un lado a otro, nerviosa.
—Tiempo después nació Aiden, muriendo Clarissa en el parto.
—Sigo sin entender —dijo Aiden.
—Aiden, la persona que "despertó" el trastorno en ellos fue Clarissa. Los dos estaban completamente obsesionados, a niveles enfermos, pero… el caso de Michael era peor. El hecho de no poder tener a Clarissa, esa frustración e impotencia, sumado al hecho de que aquel que no veía como un hermano, sino como un rival tuviera a la mujer que amaba… hizo que él… se descontrolara.
Por Dios.
—Sue, habla explícitamente —le pidió Aiden.
—En medio del embarazo encontré un día a Clarissa llorando desconsoladamente. Ella estaba aterrada. Estábamos solas en casa y ella… me confesó algo: la habían violado.
No...
—Me contó que… —Sue tenía los ojos vidriosos, se notaba el esfuerzo que estaba haciendo por continuar—. Un día cuando James estaba en la oficina ella estaba aquí en la sala cuando, de repente, llegó Michael. No había nadie más en la casa… y…
Aiden tenía los puños apretados, la mandíbula tensa y los nudillos blancos.
—Justo en ese sofá —señaló donde Aiden permanecía sentado—. Michael… en fin… —su voz se quebró mientras ella derramaba un torrente de lágrimas.
Fue en el sofá que él… La pintura…
Estaba con una chica igual a mí en este sofá…
No era yo, era Clarissa.
—Eso quiere decir… —gruñó Aiden, intentando contener las lágrimas— que yo…
—Eres hijo de Michael —completó Sue con pesar.
Aiden era fruto de una violación…
—Maldito desgraciado… —masculló, pasándose las manos por el cabello.
—Fue por eso que él… acompañó el embarazo, te crio, cuidó de ti, yo creo que incluso te amaba… porque él sabía que tú eras su hijo… A sus ojos eras el fruto de su "amor" con Clarissa…
—Sí, claro —dijo Aiden con sarcasmo y con las lágrimas de rabia brotando—. Me amaba tanto que me inculcó su misma mentalidad violadora durante toda mi vida. Y a Clarissa la amaba también, tanto así que la violó.
—Lo siento mucho, Aiden... —musitó Sue.
—Es por eso que James nunca me quiso…
—Él creía que tú eras fruto de una traición, pero él no sabía lo que Clarissa había pasado…
—¿Por qué esperaste hasta ahora para contarlo? —reclamó Aiden.
—Clarissa me hizo jurar que no lo contaría. Ella temía por lo que Michael pudiera hacerme o incluso a ti, porque, a pesar de todo, ella te amaba, Aiden.
Aiden sostuvo su frente con las manos mientras miraba el suelo. Estaba perturbado, impactado, triste, enojado, sorprendido... Eran demasiadas emociones para una sola persona. Sus lágrimas mojaron sus vaqueros al caer. No podría afirmar si eran de rabia contra Michael, dolor por conocer la turbia verdad o alegría al saber que esa madre que tanto idealizó lo amaba a pesar de todo.
Me senté a su lado y lo abracé para consolarlo.
—Mia… yo creo que ya… entendiste todo, ¿verdad? —preguntó Sue.
—Ellos reflejaron a Clarissa en mí. Michael me veía como si fuera ella y en el último momento vio a Aiden como al hermano mayor al que siempre odió.
Ella asintió.
Así que todo lo que sufrí se debe al parecido ridículo que tengo con la madre de Aiden y al trastorno mental que tenían esos hermanos.
Todo fue tan surrealista y retorcido.
¿Quién diría que acabaría enamorada del hijo del hombre que destruyó mi vida?
******
NOTA: Hola a tod@s!!!!
Un cap extenso, pero es que ya es el último.
Ya llegamos al final. Llolo :")
Quiero saber qué piensan de este final, de toda la explicación. Los leo.
Voy a extrañar mucho a mis niños :')
Aunque todavía falta el epílogo, pero igual ya los extraño :")
Pero no crean que ya se libraron de mí. Muajajajjajajajajajajajajajaja
Porque ahora que descubrí cuánto amo escribir, no lo pienso abandonar.
Espero verlos en futuras aventuras.
(^.^)/
P.D: Después del epílogo habrá una sección de curiosidades donde daré algunos datos sobre mí y mi trayectoria haciendo la historia. Además, habrá una noticia importante.
Ahora sí, hasta el siguiente viaje.
(^.^)/
Ig: daia_marlin
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