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Capítulo 38

Mia.

Había llegado el viernes y Aiden y yo seguíamos sin cruzar palabra el uno con el otro.

Sé que es un poco inmaduro de mi parte, pero no iba a dar mi brazo a torcer. Si alguien debía disculparse, no era yo.

Ahora mismo me encontraba en la sala de estar aspirando el suelo. De pronto, escuché los pasos de alguien bajando las escaleras. Alcé la vista y al darme cuenta de quién era la bajé nuevamente, ignorando completamente su presencia.

—¿Podemos hablar? ––me pidió en un tono dulce, casi suplicante.

—Tú dirás ––escupí, cortante e indiferente, mientras mantenía la atención en la labor doméstica que estaba realizando.

—Mia, mírame, por favor.

—Yo no escucho con los ojos ––repliqué de forma grosera.

—Mia. ––Esta vez su tono fue firme y severo, así que decidí prestarle atención.

—Habla de una vez, Aiden ––le solté ya con la mirada puesta en él.

Él suspiró, parecía estar buscando las palabras.

—Solo… quería disculparme por todo lo que pasó el lunes ––soltó de una.

No se la creyó ni él.

—Esa fue la petición de disculpas más falsa que he escuchado en toda mi vida ––opiné con sinceridad.

—De verdad lo siento. ¿Qué puedo hacer para que me creas?

—Nada.

—¿Debería ayudarte a deshacerte de otro cadáver? ––sugirió de momento en voz no muy alta.

Al escuchar sus palabras, sentí una punzada en el pecho. ¿Cómo iba a decir aquello así, sin más?

—Shhh ––siseé, tapándole la boca apresuradamente con una expresión severa en el rostro mientras miraba hacia todas partes, asegurándome de que nadie lo había oído––. ¿Cómo vas a decir eso aquí? Alguien podría haberte escuchado ––reclamé, destapándole la boca lentamente.

Él se puso una mano en la frente en señal de frustración. Parecía estar en contradicción consigo mismo.

—Tienes toda la razón. Perdóname. No paro de decir idioteces.

Su recordatorio había sido insensible e inapropiado, pero me hizo reflexionar con respecto a algo.

—No ––dije––, tú tienes razón. A veces olvido que por más cosas estúpidas que hagas, por más que metas la pata, lo que hiciste por mí aquella noche siempre tendrá más peso que todo lo demás porque me hizo darme cuenta de cuánto te importo ––reconocí y él me mostró una leve sonrisa––. Y de cuánto me gusta importarte ––añadí––. Entonces, no debería enojarme una semana por cuestiones banales y tenerte gratitud unas pocas horas.

—Aun así, yo no debería echártelo en cara. No puedo ir siempre sacando ese argumento cada vez que discutamos o utilizarlo para amarrarte. Te prometo que nunca más hablaré de eso.

—Y yo te prometo que no lo volveré a olvidar.

—De cualquier forma, nunca más lo mencionaremos. ––Asentí en señal de aprobación.

—Con respecto a lo otro... sinceramente espero que me perdones. No volveré a tratarte como un objeto de mi propiedad. A partir de ahora te respetaré como a una igual.

Esta vez parecía sincero.

Además, este enfado duró demasiado y me daba flojera seguir actuando como una niña haciendo un berrinche.

—Te perdono. ––Aiden sonrió aliviado y dio algunos pasos hacia mí para luego rodearme con sus brazos y fundirnos en un cálido y reconfortante abrazo.

Extrañaba mucho abrazarlo.

Aún en sus brazos, él me preguntó:

—Mia, ¿has estado con alguien aparte de Carter y de mí? ––Fruncí el entrecejo. No esperaba esa pregunta. Me aparté un poco para verlo a los ojos.

—¿De dónde sacaste eso? ––pregunté, extrañada.

—Es que… ––balbuceó, mirando el suelo––. Solo respóndeme ––pidió, más firme y seguro esta vez.

—No ––respondí finalmente. Su cara denotó alivio.

Luego se separó completamente de mí y subió las escaleras mientras yo proseguía con mi trabajo. A mitad de camino se giró y me dijo:

—Quiero que estés lista mañana a las ocho de la mañana.

—¿Para qué? ––pregunté, un poco intrigada.

—Iremos de viaje ––contestó, sonriente. Después siguió subiendo hasta desaparecer al final de las escaleras.

¿Qué?

¿Viajar?

¿A dónde?

***

Con la ayuda de Sam y Millie les habíamos hecho creer a todos en la mansión que iríamos a un viaje grupal.

Resulta que Aiden quería darme una sorpresa debido a que se había enterado por mi madre que el miércoles había sido mi cumpleaños y, como cada año, le pedí que no dijera nada porque no me gusta celebrarlo, pero se le escapó frente a Aiden y ahora no tenía idea de hacia dónde me estaba llevando este chico. Solo sé que quería que pasáramos juntos el fin de semana para no pasar por alto la fecha.

Ambos íbamos en su auto en silencio, aunque no era incómodo en absoluto. Mientras miraba por la ventanilla comencé a rememorar la noche anterior cuando Sam vino a la mansión para hacer el teatro del "viaje de amigos del alma".

—Aiden quiere llevarme a algún lado mañana en la mañana.

A ella se le iluminó el rostro por alguna razón que no comprendí en ese instante.

—Este es el momento que tanto he estado esperando ––comentó con un tono glorioso, épico, de hazaña.

—Mia, quiero darte algo que compré para ti hace mucho tiempo. Quería entregártelo, pero decidí que esperaría el momento ideal y, después de mucha espera, por fin ha llegado ––prosiguió diciendo con ese mismo tono idiota.

Después cogió una pequeña mochila que llevaba consigo y de ella sacó una tela que en un principio no caí con lo que era.

Cuando Sam la desdobló mis ojos se quedaron abiertos de la impresión.

Era un vestido transparente de tirantes que estaba súper corto (de esos de lencería). Lo único que cubría era la zona del busto, pero tenía un escote muy pronunciado (si me movía un poquito, se me saldrían los pezones). También traía unas bragas de encaje. El conjunto era de color blanco.

—¿Qué se supone que haré yo con eso? ––pregunté, descolocada.

—Ponértelo ––respondió Sam con obviedad. Yo seguía con la boca y los ojos abiertos.

—Yo no me pondré eso ––repliqué.

—Oh, sí lo harás, señorita.

—¡Es trasparente, Sam! ––me quejé.

—Exacto. Mira, Mia. Aiden te llevará a algún lugar bonito este fin de semana. No sé a dónde irán, pero seguro será muy romántico. Él quiere pasar tiempo a solas contigo. ¿Para qué crees que sea? ¿Para jugar pimpón? ––dijo con sarcasmo.

—Ya, pero… ––Sus palabras me habían dejado insegura.

—Lo mínimo que merece el chico es que te vistas decente ––señaló ella.

—No lo sé… ––balbuceé.

—¿Sabes qué? Lo voy a guardar aquí. ––Puso el vestido en una percha y lo colgó lentamente mientras me miraba en plan "¿Ves? Lo estoy colgando, no hay trucos".
Después cerró la puerta del armario.

Escuché que alguien tocó la puerta de mi habitación. Al abrirse, Aiden se asomó y luego entró.

—Millie ya llegó ––anunció.

—Ah, ok. Ahora voy para allá. También necesitamos a tu padre y a la señora West porque a alguien hay que montarle el teatro para que no sospechen que ustedes dos se irán a una isla desierta a fornicar como conejos.

Mis ojos se abrieron más que cuando vi el vestido y se me puso roja hasta el alma.

Voy a matar a Sam.

¡¿Cómo puede ser tan explícita?!

Ella se percató de mi mirada asesina.

—¿Qué? ––soltó con absoluta naturalidad––. Los atrapé, pillines. ––Tenía una sonrisa pervertida mientras alternaba la vista entre ambos moviendo las cejas.

Luego se puso seria y dijo con severidad:

—Tú ––señaló a Aiden––, te pones condón que no quiero ser tía tan pronto. Y tú ––después me señaló a mí––, me cuentas todo.

Luego salió de mi habitación y la escuché canturrear mientras iba por el pasillo:

—Ohhh, Miiilliiieeeee, ¿dóóóóóndeee estááááás?

La mataré.

Definitivamente lo haré.

Aiden tenía una sonrisa que se estaba esforzando por contener mientras me miraba.

Yo lo miré ceñuda y lo señalé con el dedo.

—No. Digas. Nada ––separé entre dientes cada palabra.

Él hizo un gesto como si se colocara un zíper en los labios.

El recuerdo me hizo sonreír.

—Llegamos ––anunció Aiden.

Salimos del auto, tomamos nuestras pertenencias y entramos al lugar.

Era un hotel ubicado en una ladera no muy inclinada.

Todo estaba completamente cubierto de nieve, el suelo, los pinos. Era un bello paisaje invernal.

El lugar no era muy grande, pero era agradable y acogedor.

Era un sitio donde las personas iban a disfrutar de la estación más fría del año.

Había una montaña considerablemente alta por donde la gente esquiaba, los niños jugaban en la nieve y las parejas iban montadas en telesillas.

Después de registrarnos en recepción y que nos entregaran nuestra llave, nos dirigimos a nuestra habitación.

Gracias a la genialidad del hombre y los avances científico–técnicos existía la calefacción; si no, moriríamos todos congelados o tendríamos que ir siempre con 50 abrigos encima al estilo de los esquimales.

La habitación era amplia y confortable. La cama era bastante suave y espaciosa. Estaba ubicada en el tercer piso y la puerta del balcón era de cristal permitiéndonos deleitar con la vista a la gran montaña cubierta de nieve donde todos esquiaban.

Después de establecernos y vestirnos para la ocasión salimos a disfrutar de los regalos del invierno.

Aiden y yo íbamos montados en el telesilla.

—Qué vista tan hermosa ––dije, admirada, mientras contemplaba todo lo que nos rodeaba.

—Ya lo creo ––concordó Aiden a mi lado. Lo miré y me fijé en que él me estaba mirando con una sonrisa pícara en el rostro.

—Me estaba refiriendo a la nieve ––aclaré, divertida.

—Y yo a ti. ––Rodé los ojos para evitar sonrojarme, aunque con todo lo que traía encima malamente se me veían los ojos.

—Vamos a bajarnos para esquiar ––sugerí para desviar el asunto.

Se estaba acercando el punto del terreno donde la altura del telesilla era mínima, permitiendo que se pudiera bajar y seguir esquiando.

Aiden bajó primero. Cuando fue mi turno resbalé y me fui hacia delante cayendo sobre él, haciendo un reguero de piernas y esquís.

Había olvidado que esquiar no es mi fuerte. De niña lo intenté, pero, simplemente, no es lo mío.

Por suerte no rodamos montaña abajo y tampoco nos había visto nadie.

Estaba completamente tendida sobre Aiden. Comencé a reír porque recordé la vez que fuimos a patinar y nos sucedió lo mismo. ¿Será que podemos tener una cita normal donde no haga el ridículo cayéndome?

Cuando terminé de reír vi que él me miraba serio con las manos en mi cintura. Su cuello estaba ligeramente inclinado hacia delante, así que sobreentendí lo que quería. Yo también me incliné hacia delante, aparté un poco la bufanda que cubría parte de su boca y lo besé.

Era lento, profundo, tierno y romántico.

Espero que nadie haya pasado mientras estábamos allí tendidos.

—Mia ––emitió entre besos.

—Mmm ––fue mi respuesta.

—El suelo está frío.

—Oh, lo siento ––dije, apenada y me separé de él.

Intenté ponerme en pie, pero con los esquís puestos era difícil, aunque no llegué a parame completamente porque Aiden tomó mi mano y me hizo caer nuevamente en la nieve, posicionándose sobre mí.

—Era broma ––aclaró, sonriente. Lo miré con los ojos entornados de forma divertida, como si fuera una niña pequeña y desconfiada.

Después él prosiguió con el beso.

—Aiden ––dije entre besos.

—Mmm ––me imitó.

—El suelo está frío. ––Él se separó y me miró con los ojos entrecerrados, justo como lo había hecho yo hace unos segundos con él. Me limité a mostrarle una sonrisa de niña inocente.

Finalmente nos pusimos en pie y seguimos esquiando, bueno, Aiden esquió y yo hice como que esquié.

Después de una tarde de caídas, ridículo y humillación regresamos al hotel, nos duchamos (uno primero y otro después, bola de malpensados) y luego fuimos a cenar.

La comida era muy buena y cada plato tenía una decoración muy llamativa. De hecho, Aiden cogió una flor plástica (con este frío no había naturales) de color blanco y me la colocó en el cabello formando un bello contraste.

Ya habíamos terminado de cenar y nos limitábamos a beber algo.

De pronto, Aiden se puso tenso y comenzó a tocar sus bolsillos como un demente.

—¿Qué pasa? ––pregunté, preocupada.

—¿Tú tomaste las llaves?

—No, pensé que tú las tenías ––expliqué con calma. Él se puso las manos en la cara en señal de frustración.

—Las perdí ––informó lo que ya era obvio.

—No te preocupes. Iremos a recepción y lo resolveremos ––intenté calmarlo. Tampoco era un gran problema.

—¿Puedes ir tú? Yo regresaré a la habitación a ver si las encuentro en el camino. Si las encuentro, te llamo.

—De acuerdo. ––Se puso en pie y se marchó dando grandes zancadas. No entiendo su reacción tan exagerada. En todos los hoteles tienen llaves maestras, ¿no? Cualquier objeto de valor que haya dejado en la habitación podrá recuperarlo.

Fui a recepción, expliqué la situación y me pidieron que esperara hasta que regresara el empleado que porta la llave maestra.

Esperé algunos minutos. ¿Dónde andaría ese hombre?

Escuché el teléfono de la recepción sonar.

Al concluir la llamada, la mujer que atendió vino hacia mí.

—Disculpe, señorita. Su acompañante acaba de llamar para informarnos que ya resolvió la situación y que ya puede regresar a su habitación ––me informó con un tono educado y profesional.

—Muchas gracias ––le respondí con la misma educación.

¿Aiden será tonto? ¿Por qué no me llamó a mí directamente?

Caminé sin ninguna prisa hasta la habitación. Aún no tenía sueño. No quería ir a dormir tan temprano. No debían ser las 10 aún.

Cuando estuve frente a la habitación bajé el picaporte. La puerta estaba abierta.

La iluminación era muy tenue. Al seguir avanzando, me di cuenta del motivo por el cual la luz era tan opaca: era la luz de velas.

Aiden estaba de pie al otro lado de la cama, mirándome. La habitación oscura estaba solo iluminada por unas cuantas velas. Daba un ambiente muy romántico. El aire estaba impregnado de un olor exquisito, supongo que se debía a las velas. En la mesita de noche había una botella de champán y dos copas con dicho líquido en ellas.

—¿Qué es todo esto? ––logré decir finalmente.

—Es mi forma de disculparme por haber sido un idiota ––respondió.

—Ya te había perdonado ––le recordé.

—Mereces más que algunas palabras de disculpa ––explicó.

En mi mente até cabos.

—Fingiste que habías perdido las llaves y te aliaste con el servicio del hotel para organizar todo esto, ¿verdad?

Él sonrió, encogiéndose de hombros.

—Dios, qué maquiavélico ––comenté, falsamente escandalizada.

Él tomó las copas y se acercó para darme una.

—¿Por qué quieres brindar? ––pregunté.

—No lo sé. Por lo que tú quieras ––respondió.

Me lo pensé unos segundos.

—Por tu maquiavelismo ––sugerí finalmente, un poco en broma––. Que me dio una grata sorpresa ––agregué a modo de explicación.

—Me parece justo. Es una de mis mejores cualidades ––concordó él con el mismo tono bromista.

Yo me limité a sonreír.

Nos bebimos el contenido de las copas y Aiden tomó la mía para luego colocar ambas en la mesita de noche. Después me atravesó con esa mirada intensa tan característica que tiene.

Mi corazón comenzó a latir de prisa. En una película este sería el típico momento...

—Entonces, ¿te gustó? ––preguntó a pocos pasos de mí.

—Mucho ––respondí, intentando sostenerle la mirada.

—Me recomendaron que esparciera pétalos de rosas en la cama, pero con este frío no quedó una viva. ––Su comentario me hizo sonreír y alivió un poco la tensión que sentía.

—No te preocupes. Quedó perfecto ––dije para que se relajara. El me mostró una ligera sonrisa como forma de agradecimiento y después comenzó a eliminar la poca distancia que nos separaba.

Ahora la que necesitaba relajarse era yo.

Aiden tomó mi rostro con delicadeza y plantó un casto beso en mis labios. Luego me miró en busca de alguna señal de negación.

Al parecer, tenía un cartel de bienvenida en la frente porque volvió a besarme.

Estaba tensa, nerviosa, tenía miedo, mi corazón latía desbocado... pero no lo detuve. No quería hacerlo. Esas eran las típicas sensaciones de alguien que estaba a punto de tener su primera vez. Sentirlas era de lo más normal.

Aiden continuaba besando mis labios. Lo hacía de forma lenta y apasionada. Era un beso dulce y romántico.

Después se separó de mis labios y apartó mi largo cabello negro de mi cuello y comenzó a besarme. Yo incliné la cabeza para que tuviera mejor acceso. Una de sus manos agarraba el cabello de mi nuca con suma gentileza y la otra estaba en mi cintura, acercándome a él tanto como fuera posible. Las mías estaban en sus brazos.

Mis ojos estaban cerrados y mis labios ligeramente entreabiertos mientras me concentraba en el torrente de sensaciones que me producían los húmedos besos de Aiden y su ágil lengua. Mi piel estaba completamente erizada.

La tensión estaba comenzando a desaparecer. Cuando se aburrió de atacar mi cuello regresó a mis labios. Esta vez me besó con fuerza y posesión, tan demandante y agresivo como acostumbraba siempre. Entre nuestros torsos no había un milímetro, las manos de Aiden se habían encargado de que así fuera.

Aún con nuestros labios unidos, Aiden me hizo retroceder lentamente hasta la cama. Luego me tendió en ella con gentileza, colocándose sobre mí. Me observó con atención mientras acariciaba mi mejilla. Estaba buscando algún signo que le impidiera avanzar.

Como no me retracté, él se separó un poco y se quitó la sudadera permitiéndome contemplar el fructífero trabajo de sus largas jornadas en el gimnasio.

Después volvió a atacar mi boca. Una de sus manos sujetaba una de las mías contra la cama justo al lado de mi rostro y la otra sujetaba mi mentón de forma delicada, pero posesiva.

Algo me decía que estaba intentando contenerse, que no se estaba entregando como le gustaría, pero, a pesar de todos sus esfuerzos, hubo una parte de su anatomía que escapó a todo su autocontrol. Esa era imposible de controlar. Al sentir esa parte firme y erguida entre mis piernas, una sensación recorrió todo mi cuerpo. Llevaba tiempo relacionada con dicha sensación.

—Aiden ––emití, apartándolo un poco. Él no me miró enojado o confundido. De hecho, parecía que había estado esperando mi reacción.

—No quieres continuar, ¿verdad? ––preguntó aún sobre mí, pero ya un poco alejado de mi rostro.

—Lo siento… ––me disculpé, incómoda y mirando hacia otro lugar. No me atrevía a verlo a los ojos. Por su voz sabía que no estaba enfadado, pero sentía odio hacia mí misma cada vez que reaccionaba así.

Aiden me dio un cálido beso en la frente y luego dijo:

—No te preocupes. ––Se quitó de encima de mí, tendiéndose a mi lado.

Se recostó del grupo de almohadas y luego tocó su pecho, invitándome a que me acostara sobre él mientras él me rodeaba con sus brazos. Así lo hice. Esa posición era muy cómoda y reconfortante. En el abrazo de Aiden me sentía acogida y protegida. Me hacía olvidar esa horrible sensación.

—¿Sabías que te iba a detener? ––pregunté.

—Siempre lo haces. ––No sonaba a queja o reproche, simplemente era un hecho.

—Perdón... ––murmuré. No sabía qué otra cosa decir.

—No me pidas perdón. Entiendo tus miedos. Pasará cuando estés lista. Hay que dejarlo fluir, ¿recuerdas? ––bromeó y yo sonreí ante su comentario.

Esta faceta comprensiva de Aiden me tenía muy sorprendida, pero sé que por más que se esforzara nunca podría entenderme. Ni él ni nadie podría hacerlo.

La noche transcurrió entre risas, largas y diversas conversaciones y algún que otro beso hasta que finalmente nos quedamos dormidos.

El domingo fue bastante parecido al sábado. Realizamos prácticamente las mismas actividades y las horas volaron entre risas y diversión, pero, como todo lo que empieza tiene que acabar, llegó el momento de partir.

Con mucho pesar abandonamos aquel lugar en el que me di cuenta de que mis sentimientos por Aiden son mucho más profundos de lo que pensé, van más allá del deseo y la atracción.

Y todo eso me hizo sentir miedo porque meses atrás todos me advirtieron que me cuidara de Aiden, que no entrara en la boca del lobo y aquí estoy ahora, feliz de la vida en sus garras.








NOTA DE LA AUTORA: Que tal, lectores de Wattpad!! :D
Cómo está la vida?
Qué les pareció el cap??
Después de las peleas, vienen las reconciliaciones... Es ley de vida.
Me gustó mucho este momento romántico entre mis niños.
Awwww, crecen tan rápido :')
Al parecer los sentimientos de Mia son más fuertes de lo que todos imaginábamos, incluso de lo que ella misma imaginaba... La pobre está hasta las trancas :)
Bueno, sin mucho más que decir, me retiro esperando que el cap les haya gustado.
Hasta el próximo :D

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